domingo, noviembre 9 2025

La revista Sólo Fútbol vio la luz por primera vez el 15 de julio de 1985, bajo un lema tan ambicioso como evocador: “La mejor revista para el mejor deporte”. Aquel eslogan, que más adelante sería reemplazado por “La revista que más sabe de fútbol”, sintetizaba el espíritu con el que nacía esta publicación: una propuesta integral, masiva y popular que durante más de quince años logró captar la atención del fanático argentino no sólo por su pasión desbordante por el deporte, sino también por su minuciosidad, su tono original y una cobertura total del universo futbolístico nacional. Concebida por Edgardo Martolio y publicada por la editorial Sineret, la revista llegaba a los kioscos de Capital Federal y alrededores los lunes por la noche, mientras que en el resto del país podía conseguirse a lo largo de la semana. Aunque en términos de calidad gráfica y editorial no alcanzaba los estándares de El Gráfico —revista que, a su vez, sufriría una merma notable en su nivel durante los años 90—, la gran diferencia, la que marcaba el pulso de Sólo Fútbol, era su cobertura absoluta y democrática: desde la Primera División hasta las divisiones más ignotas del ascenso, ningún partido oficial quedaba fuera de su radar. Sergio Castillo, último editor periodístico de la revista, lo resumió con claridad cuando afirmó que “fue revolucionaria porque apuntó a todos aquellos que jamás habían sido tenidos en cuenta por los medios masivos: el fútbol del interior, el internacional, el ascenso, las inferiores… recuerdo que cubríamos hasta la quinta de Primera D”. Esa decisión editorial de incluir absolutamente todo, sin importar la notoriedad del club o la magnitud del encuentro, permitió que convivieran en sus páginas los análisis de Boca o River junto con las crónicas de partidos jugados por Ferro Carril Sud de Olavarría, Almirante Brown de Arrecifes, All Boys de La Pampa, Defensores Unidos de Zárate o Deportivo Maipú de Mendoza. Y como si eso no bastara para convertirla en un fenómeno sin precedentes, muchas de esas coberturas venían acompañadas por fotos a todo color e, incluso, posters centrales que retrataban planteles del ascenso profundo como Talleres de Remedios de Escalada, Sportivo Dock Sud o Colegiales, imágenes que hasta entonces eran prácticamente imposibles de conseguir. De esa forma, la revista no sólo documentaba con precisión, sino que también otorgaba visibilidad y orgullo a instituciones que, en otros medios, simplemente no existían.

Uno de los aspectos más recordados —y que hoy forma parte de su legado más singular— era su estilo inconfundible a la hora de titular. Juegos de palabras, referencias humorísticas o combinaciones insólitas que lo emparentaban más con publicaciones como Humor que con cualquier medio deportivo tradicional. Titulares como “La-Fe(rrere) puede” rompían con los moldes clásicos y le daban a la revista una personalidad definida, cargada de picardía. Además, el uso del encabezado superior en cada página con frases curiosas o estadísticas insólitas —herencia también de Humor y antecedente claro de Barcelona— aportaba otra capa de entretenimiento que enganchaba al lector desde la primera hasta la última página. Entre esas “perlitas” inolvidables estaba el célebre “resultado moral”, una invención editorial que tomaba en cuenta variables como la cantidad de llegadas, el desempeño de los arqueros, decisiones arbitrales polémicas o errores groseros para proponer una especie de resultado “justo” que, aunque ficticio, servía para alimentar la conversación futbolera y ponerle una lupa crítica al rendimiento real de los equipos. Así, a la tradicional tabla de posiciones se le sumaban otras: la del resultado moral, la de asistencias (poco habitual en ese entonces), y una dedicada exclusivamente a los arqueros, en la que se computaban los minutos sin recibir goles.

Gracias a ese despliegue estadístico casi obsesivo, cualquier hincha podía encontrar consuelo o satisfacción: su equipo podía estar lejos de los primeros puestos en la tabla oficial, pero liderar la de recaudaciones, aparecer bien posicionado en la de goles a favor, destacarse en la de arqueros o lucirse en la del resultado moral. Todos tenían su lugar, su pequeño triunfo simbólico. Y eso no era poco en un país donde el fútbol funciona, también, como una forma de identidad y pertenencia. La revista ofrecía también una variada gama de contenidos que la convertían en un producto completo: entrevistas, estadísticas del fútbol internacional, ediciones locales dedicadas a La Plata, Córdoba o Rosario, y hasta producciones fotográficas con los jugadores disfrazados (como aquel recordado Gallego González de torero). Cada comienzo de campeonato se lanzaba una guía con todos los planteles de Primera División, incluyendo fotos y estadísticas jugador por jugador. Y en diciembre, el esperado anuario que compilaba toda la información del año. Incluso hubo un intento de expansión con la aparición de Súper Fútbol, una enciclopedia mensual con notas más elaboradas y mayor profundidad analítica. Sin embargo, a medida que avanzaba la década del 90, la revista comenzó a perder relevancia y lectores. Hacia fines de siglo, dejó de publicarse definitivamente, aunque su huella, como suele pasar con los productos genuinos, quedó marcada a fuego en la memoria colectiva de los futboleros argentinos. No fueron pocos los nombres conocidos que pasaron por sus páginas: periodistas como Juan Manuel Pons y Roberto Leto, y hasta figuras impensadas como el hoy exfutbolista de la Selección Argentina, Hugo Campagnaro, quien trabajó un tiempo en 1997 de la mano de Castillo. Como broche de oro, era ya una tradición que cada año se publicara un póster con las promesas del fútbol nacional, algunos de los cuales lograron convertirse en figuras, mientras que otros se perdieron en el anonimato, lo que también refleja la incertidumbre y el vértigo de la carrera futbolística en Argentina.

Y todo este repaso, este viaje al pasado, nos lleva inevitablemente al presente, a un partido puntual, a un equipo que lucha contra los caprichos del destino: Unión. Porque el fútbol, al final de cuentas, se define por goles, aunque muchas veces esa no sea la manera más justa de evaluar un desempeño. En el encuentro disputado en el 15 de Abril, el conjunto tatengue fue superior a Newell’s en todos los aspectos del juego, menos en el resultado. Generó las ocasiones más claras, dominó el ritmo del partido, fue agresivo y preciso, pero entre un gol en contra y las notables intervenciones de Keylor Navas, el marcador terminó reflejando una paridad que no se condecía con el desarrollo del juego. El equipo dirigido por Vazzoler mostró una versión completamente renovada, con una formación más ambiciosa, un 4-4-2 ofensivo que dejaba atrás el 5-3-2 anterior. Unión tejió sociedades, elaboró jugadas, rompió líneas y generó peligro constante, pero no logró traducir esa superioridad en el tanteador. El esfuerzo de jugadores como Lucas Gamba, Jerónimo Dómina, Rafael Profini o Mauricio Martínez se chocó una y otra vez contra el arquero rival o contra la mala fortuna. Incluso el VAR tuvo su intervención salvadora tras un penal sancionado que fue luego anulado por una posición adelantada previa. Sin embargo, más allá del empate, lo que Unión se lleva de este partido es un convencimiento nuevo: el equipo ha encontrado un camino, una idea. Ha recuperado identidad. Y eso, en un contexto como el actual, vale tanto como una victoria. El futuro de Nicolas Vazzoler al frente del plantel se definirá con el correr de los días, pero si algo quedó claro tras el pitido final es que el horizonte se ha despejado. Y que, por fin, Unión volvió a creer.

Unión y el mereciómetro: una tendencia en este 2025

Uno de los apodos más particulares, y quizás más acertados, que ha recibido la pelota de fútbol a lo largo de la historia es el de La Caprichosa. Esta denominación no surge de la nada, ni es solo una licencia poética: hay algo en su comportamiento, en su rebeldía, en su falta de previsibilidad, que hace que el mote le calce como un guante. Sin embargo, más allá del ingenio popular que la bautiza así, La Caprichosa termina convirtiéndose en un símbolo pasajero, decorativo, casi superficial. Es como un tatuaje de henna: atractivo a la vista, cargado de significado en determinadas circunstancias, pero incapaz de resistir el paso del tiempo. Y justamente por eso, utilizarla como explicación estructural de lo que ocurre dentro de un campo de juego no solo es insuficiente, sino que también puede volverse nocivo. A la pelota se la viste muchas veces con ropajes que no le pertenecen del todo. Se le coloca el uniforme de la mala suerte o, en una versión más sofisticada, el vestido de gala de la falta de contundencia. Y así, en lugar de asumir errores o cuestionar decisiones, se proyecta en ella la frustración de lo no conseguido, como si fuese la única responsable de todo lo que no sale bien. Transformar estos conceptos de uso cotidiano, muchas veces surgidos en charlas de café, en explicaciones formales dentro del mundo profesional es un camino que termina empobreciendo el análisis. Se cae en la trampa de la excusa constante, en una especie de espejismo emocional que anestesia la posibilidad de reflexión genuina. Lo que parece ser un consuelo, termina siendo un autoengaño que no solo afecta el presente, sino que hipoteca el futuro. Este tipo de lectura, más emocional que táctica, más impulsiva que racional, es como una daga que va hiriendo lentamente, sin que el paciente se dé cuenta de la profundidad del corte. Y esa herida, casi invisible pero dolorosa, es la que hoy parece atravesar a Unión, un equipo que, por momentos, se convence a sí mismo de que todo se trata de rachas, de postes, de arqueros rivales iluminados, y no de carencias propias que deben resolverse con trabajo, planificación y decisiones inteligentes. Cuando se sobredimensiona el peso del azar, del destino o de la supuesta mala suerte, todo análisis táctico y estratégico se vuelve estéril. Se cae en un terreno difuso donde ya no importa la calidad de las oportunidades creadas, ni la cantidad de veces que se llega con peligro, ni el funcionamiento colectivo o individual, ni siquiera la evolución o involución a lo largo de un ciclo. El fútbol, como todo fenómeno complejo, exige una mirada amplia, que contemple procesos, que se detenga en los detalles y que no se rinda ante la urgencia del resultado inmediato. El ciclo, y no una selección caprichosa de partidos que sirvan para reforzar una idea preconcebida, es el verdadero marco desde el cual debe analizarse el presente de un equipo. En este sentido, Unión transita un momento que requiere más que nunca un diagnóstico honesto, profundo, sin adornos ni autoengaños. Porque si la explicación a todo lo que ocurre se resume en un palo, en un rebote desafortunado o en un penal mal cobrado, entonces el fútbol pierde toda su riqueza, toda su lógica y todo su poder transformador.

Los 11 jugadores que salieron al campo de juego con Vazzoler a la cabeza.

Instalar como respuesta recurrente que todo se trata de mala fortuna o de falta de contundencia no solo desorienta al cuerpo técnico y a los jugadores, sino que también contamina al entorno, generando un clima en el que cualquier crítica se toma como ataque, y cualquier señal de alarma se interpreta como traición. Y si este discurso se traslada al ámbito popular, a las tribunas o a las redes sociales, se genera una polarización dañina. Por un lado están quienes defienden al personaje de turno con la fe ciega del devoto, y por el otro quienes lo atacan sin reconocer ningún mérito, ninguneando incluso a los rivales. Esta tensión permanente, esta lucha por tener siempre la razón, termina destruyendo el equilibrio y consagrando a los extremos. En ese contexto, el análisis racional se vuelve una rareza, y las opiniones matizadas se transforman en terreno de nadie. Esta lógica perversa no es exclusiva de Unión. En R por ejemplo, también se observa una convivencia entre el relato del infortunio y una serie de decisiones técnicas y dirigenciales que, vistas en conjunto, responden más a caprichos que a convicciones. Esas determinaciones que se repiten más allá de los resultados, esas fórmulas que se sostienen aun cuando la evidencia en contra es abrumadora, configuran un patrón que se vacía de fundamentos. Si a eso se le suman los problemas del mercado de pases, la falta de respuestas físicas del plantel, el infortunio con las lesiones y un cuerpo técnico que parece por momentos encerrado en sí mismo, el cuadro se vuelve todavía más preocupante. El verdadero problema no es negar que la mala suerte o la falta de contundencia existen. Claro que existen, como existe el viento que cambia la trayectoria de un remate o el arquero que tiene una noche inspirada. El problema es cuando esos elementos se convierten en el único argumento para explicar todo lo que sale mal. Porque, mientras tanto, los errores se acumulan, las decisiones equivocadas se repiten y los problemas estructurales no se resuelven. En el caso de Unión, por ejemplo, no es solamente que no convierte los goles que genera, sino que además le cuesta construir volumen de juego, le cuesta sostener una idea durante los noventa minutos, le cuesta ser un equipo que transmita convicción. Y en esa mezcla de limitaciones aparece también el debate sobre su entrenador. Hoy, Nicolás Vazzoler ocupa ese rol, al menos de manera interina. Pero lo urgente no debería tapar lo importante. Porque el equipo necesita más que una dirección temporal: necesita un plan. Y aun así, con todo esto en contra, Unión estuvo cerca de ganar. Lo mereció frente a Newell’s, como también lo mereció contra Racing. En ambos partidos, superó a su rival en casi todos los aspectos del juego, generó las chances más claras y dominó gran parte del trámite. Lo que no tuvo fue eficacia. O suerte. O ambas. Pero no se puede vivir en esa excusa permanente. Hay que ir más allá. También hay que tener en cuenta el contexto. Este equipo, que no arrancó el año con grandes expectativas, hoy pelea por meterse entre los ocho mejores de su zona. Y lo hace con lo que tiene, que no es poco, pero tampoco es suficiente si el objetivo es más ambicioso. Unión ha mejorado en algunos aspectos del juego colectivo, sobre todo en lo que refiere a la recuperación del balón. Antes, se exponía demasiado, presionaba sin coordinación y permitía que lo vulneraran con relativa facilidad. Hoy, eso sucede con menos frecuencia. Ha aprendido a medir mejor los tiempos, a recuperar metros más atrás cuando hace falta, a alternar entre intensidad y pausa. No es un equipo con las condiciones físicas necesarias para sostener una presión alta permanente, como lo hacía en los mejores momentos del ciclo Cristian González. Pero ha encontrado cierto equilibrio que le permite competir. Y eso es un paso adelante. Pero no alcanza. Porque mientras los caprichos se impongan a la lógica, mientras se insista con fórmulas que no funcionan o se mantengan esquemas que no potencian a los mejores futbolistas del plantel, las chances de progresar seguirán siendo mínimas. Lo que se necesita es racionalidad. Es planificación. Es decisión. Este Unión tiene lo necesario para ser más que lo que es, pero también necesita asumir que algunas cosas no están funcionando. Y una de ellas es, sin dudas, la falta de un centrodelantero confiable. En el fútbol profesional, no se puede competir con un equipo que genera situaciones pero no las convierte. La eficacia es una condición básica. No puede ser que los mediocampistas tengan tan poco gol, o que la apuesta ofensiva esté siempre sujeta a un solo nombre, como el de Jerónimo Dómina, que aún en su juventud y con sus altibajos emocionales, representa una de las pocas certezas ofensivas del plantel. Lo que sería verdaderamente saludable es que Unión, como institución y como equipo, se interrogue seriamente sobre su modelo de juego y sobre las decisiones que toma en el armado del plantel. Que se pregunte, por ejemplo, si no es momento de dejar de intentar convertir al joven en algo que no es, y empezar a jugar para que pueda ser lo mejor de sí mismo. En el fútbol, como en otros órdenes de la vida, el contexto y la necesidad deben prevalecer por sobre el gusto o el dogma. De lo contrario, el equipo seguirá navegando entre frustraciones y explicaciones que se repiten como un mantra vacío. Porque la pelota, esa a la que seguimos llamando La Caprichosa, puede engañar por un rato. Puede rebotar en un poste, desviarse en una pierna, escaparse por centímetros. Pero los caprichos —esos verdaderos, los que se toman en los escritorios, en los bancos de suplentes o en las decisiones de mercado— duelen mucho más. Y, lo que es peor, se repiten. Una y otra vez.

Fue una semana complicada la de Unión. Así como Gabriel García Márquez escribió crónica de una muerte anunciada, lo de Unión fue crónica de un despido anunciado. ¿Por qué? Porque responde a una combinación de factores deportivos, institucionales y personales que erosionaron el vínculo entre el técnico, el plantel y la dirigencia. En primer lugar, un proyecto sin rumbo ni resultados. La falta de regularidad del equipo a lo largo del ciclo fue una de las principales razones que empujaron la salida del exentrenador de Rosario Central. A pesar de haber solicitado refuerzos de jerarquía para encarar la temporada, y de contar con el respaldo dirigencial que invirtió casi 5 millones de dólares en el último mercado de pases, los resultados no llegaron. El equipo nunca terminó de encontrar una identidad clara en su juego, y la propuesta futbolística del Kily quedó desdibujada entre pruebas, cambios constantes y rendimientos irregulares. Pero los motivos van más allá de lo estrictamente futbolístico. Se llegó a manifestar que existieron fuertes divisiones internas en el plantel, con referentes que desconfían entre sí y una creciente incomodidad por la gestión del entrenador. Como muestra de la distancia que se fue generando, al día siguiente del partido el técnico ni siquiera se acercó al entrenamiento de los suplentes, quienes realizaron la práctica bajo las órdenes del ayudante de campo, Ricardo De Alberto. Otras de las barbaridades que se comentó en la cloaca que es X (ex Twitter) es que Kily González habría recurrido a un brujo, quien lo asesoraba respecto a qué futbolistas utilizar, según las cartas astrales de cada uno. Este hecho, más allá de su veracidad absoluta, cayó muy mal entre algunos jugadores y miembros del cuerpo técnico, que lo consideran una señal de desconexión y falta de criterio profesional. Lo cierto es que 661 días duró el ciclo de Cristian González en Unión. Un año, 9 meses y 22 días en los cuales vivió una montaña de rusas. En su primer semestre, peleó el descenso hasta la última fecha de la Liga Profesional, logrando salvar la categoría con aquel recordado gol de Kevin Zenón ante Tigre. Dirigió en tres Copa de la Liga y en ninguna logró clasificarse a los Playoffs. El saldo positivo también es que hizo debutar a 7 jugadores: Diego Armando Díaz, Lionel Verde -es el goleador del equipo con tres tantos-, Rafael Profini, Valentín Fascendini, Mariano Meynier, Gonzalo Morales, y Emilio Giaccone. Sin embargo, el buen andar en la Liga Profesional 2024 bajo su conducción permitió que su equipo clasifique a la Copa Sudamericana 2025. El tatengue debutó el 1° de abril en lo que significó la cuarta competencia internacional en la historia del club con un triunfazo ante Cruzeiro. La sonrisa se borró rápidamente en Chile, tras una derrota dura ante Palestino que lo dejó fuera de los puestos de clasificación y volvió a sembrar dudas. En la Copa Argentina, el Kily quedó eliminado en primera ronda ante Gimnasia de Mendoza en la edición 2024 -allí fue donde amagó a renunciar por primera vez- y en la segunda edición triunfó ante Colegiales por 3-1 en los 32vos de final, logrando acceder a la siguiente fase, bajo la conducción técnica de otro entrenador. De esta forma Kily se fue de Unión con 25 victorias, 27 empates y 27 derrotas, logrando el 43% de los puntos obtenidos en 78 partidos dirigidos. Desde que, a mediados de los años 80, el resultadismo más exaltado se hizo una mala costumbre del fútbol argentino, la impaciencia y en ciertos casos la desesperación por los rendimientos no deseados es cada vez mayores. Pero en los últimos tiempos se han visto potenciadas por la presión constante que los hinchas ejercen desde las redes sociales y por la multiplicación de los partidos que se juegan cada tres o cuatro días. Antes, los hinchas expresaban su disgusto sólo los domingos en las canchas y apenas un puñado de los más fanáticos llegaba a las sedes durante la semana para ejercer su derecho a la protesta. Ahora es muy diferente: además de hacerse sentir con las silbatinas y los estribillos en los estadios, los hinchas, interconectados todo el día y todos los días a través de las redes, se organizan y se quejan a cada momento. El cada más breve intervalo entre partido y partido se transforma así en un tormento para los dirigentes expuestos a los insultos y señalamientos de una generación de hinchas tan fervorosa y apasionada como impaciente cuando no se cumple con el único proyecto posible en el fútbol argentino: ganar el próximo partido. Cuatro fechas disputadas en apenas quince días parecen un lapso demasiado breve como para medir el destino de un equipo. O la calidad del trabajo y el compromiso de un cuerpo técnico. Mucho más cuando los planteles se arman y desarman cada seis meses. Pero no hay pretexto que valga cuando la pelota no entra. Nadie quiere esperar nada, truena el escarmiento en las tribunas, las redes y en ciertas terminales periodísticas y se activa entonces el protocolo para que la silla eléctrica ejecute la próxima condena. El ambiente se torna irrespirable y el fusible salta si o sí. Mucho más, si como le sucedió a Erviti en Belgrano, es un técnico resistido por la gente que, desde el mismo comienzo del torneo, hizo todo lo posible para sacárselo de encima como un cuerpo extraño que no debía estar en el sitio que estaba. El resultadismo extremo ha provocado daños irreparables en el fútbol argentino. Los dirigentes y los hinchas están convencidos hace rato de que ganar es lo único que importa y sobre la base de esa creencia es que se crean los climas y se toman las decisiones. Como no hay tiempo de parar una pelota que rueda cada vez más acelerada, sólo queda sentarse y esperar el nombre de la próxima víctima. No falta tanto. Ser director técnico es un oficio cada vez más ingrato e inestable cuando se piensa de esa manera.  En el fútbol argentino, constantemente se habla de los famosos «proyectos deportivos», esos planes a largo plazo que pretenden darle estabilidad y una línea de trabajo a los equipos. En teoría, todo suena perfecto: estructuras sólidas, planificación estratégica, crecimiento progresivo y metas claras que se alcanzan con el tiempo. Sin embargo, la realidad de este deporte tan pasional y volátil es que los proyectos deportivos a menudo se ven opacados por un factor mucho más inmediato y urgente: los resultados. Es que, cuando los equipos no logran ganar o, peor aún, cuando atraviesan una racha negativa prolongada, las ideas y proyectos bien elaborados se convierten en un tema secundario. En ese contexto, si un equipo como Unión, por ejemplo, pierde casi todos los partidos que disputa, el llamado «proyecto deportivo» pierde relevancia. En este tipo de situaciones, lo que importa no es la visión a largo plazo, sino la urgencia de encontrar una solución inmediata a la crisis. Es aquí donde entra en juego la pregunta sobre el proyecto deportivo de Cristian González. En realidad, ¿cuál es su proyecto? A medida que la temporada avanzaba y los resultados no llegaban, se fue tornando más evidente que la continuidad del «Kily» González al frente de Unión no era sostenible. Cuando el partido contra Racing se suspendió, aquel fue el momento perfecto para tomar una decisión firme. El equipo atravesaba una crisis que ya no se podía ignorar, y los números y el rendimiento no daban margen para más dilaciones. Sin embargo, en lugar de aprovechar esa oportunidad para hacer un cambio de entrenador, se optó por hacer la vista gorda, como si todo pudiera solucionarse con el paso del tiempo.

El debut de Nicolás Vazzoler evidenció mejoras en el manejo y en el juego pero sigue con los defectos de la era “Kily” González. Se hace los goles solito en el arco propio y no tiene contundencia en el de enfrente.

El problema radicó en la falta de reacciones rápidas y eficaces por parte de los dirigentes, quienes siguen apostando a la continuidad de un proceso que claramente no estaba dando frutos. La decisión de no tomar cartas en el asunto en el momento adecuado solo termina agudizando la crisis, pues cada vez que un equipo acumula derrotas, su moral se ve afectada, y las posibilidades de revertir la situación se vuelven cada vez más complicadas. Por eso, lo que podría haber sido una respuesta rápida y efectiva se transforma en una serie de decisiones erradas que, a la larga, afectan al club en su totalidad. Cuando los proyectos deportivos no son acompañados por resultados concretos, la teoría se desvanece rápidamente frente a la presión de los hinchas y los medios, y la situación de Unión parece ser un claro ejemplo de ello. Mientras tanto, el «proyecto deportivo» de Cristian González se diluye en un mar de dudas y cuestionamientos, y la espera de una respuesta efectiva se convierte en una expectativa cada vez más difícil de mantener. El dilema de la continuidad de Cristian González al frente de Unión no es algo aislado, sino que refleja una problemática más amplia que atraviesa el fútbol argentino en su conjunto. Los proyectos deportivos, en general, son percibidos como un camino hacia la estabilidad y el éxito, pero en la práctica, la fragilidad del fútbol hace que cualquier plan que no se materialice rápidamente en resultados esté en riesgo de caer en el olvido. Es un deporte donde las emociones se desbordan, y los equipos que no encuentran respuestas en el corto plazo se ven sumidos en la incertidumbre, lo que acaba afectando a todos los involucrados: jugadores, cuerpo técnico, dirigentes e hinchas. En el caso particular de Unión, la situación parece aún más compleja porque la institución, más allá de sus desafíos en el campo, también enfrenta una presión constante de parte de su hinchada, que no perdona los malos resultados. La relación entre el club y su público es tensa cuando el equipo no responde como se espera, y la gestión de la paciencia de los hinchas se convierte en otro desafío dentro del ya complicado escenario. La hinchada de Unión, conocida por su pasión, se ha mostrado impaciente ante la falta de victorias y el rendimiento irregular del equipo. Si bien es cierto que el fútbol es un deporte impredecible y que una serie de factores ajenos al control del entrenador o los jugadores pueden influir en los resultados, la impaciencia de la gente no da tregua. Por otro lado, el club parece haber optado por un enfoque conservador en su gestión técnica, sosteniendo la figura del «Kily» González a pesar de que los resultados no acompañan. Esto podría interpretarse como una apuesta por la estabilidad, o quizás una falta de alternativas concretas. Es común que, en situaciones como estas, los dirigentes se aferren a la idea de que el cambio de entrenador puede traer una mejora inmediata, pero, en muchos casos, los problemas son más profundos y no se solucionan solo con un cambio de timonel. El verdadero reto radica en poder identificar las causas estructurales de los problemas, y no simplemente recurrir a medidas superficiales que solo sirven para calmar momentáneamente la tormenta. Pero más allá de las decisiones tácticas y estratégicas, hay algo que está en juego en todo este proceso: la identidad de Unión. En una institución con tanta historia y un fuerte vínculo con su hinchada, el «proyecto deportivo» debería ser algo que no solo apunte a obtener resultados inmediatos, sino también a construir una identidad y una estructura que pueda sostenerse con el tiempo. La continuidad de un entrenador, sin importar que tan mal le vaya, debería estar ligada a una visión a largo plazo que contemple el crecimiento gradual, el trabajo de base y el fortalecimiento del club en todas sus áreas. Sin embargo, la falta de claridad sobre cuál es el verdadero proyecto de González, sumado a la presión externa, deja en evidencia la debilidad de un proceso que se supone debería ser sólido. Cuando la incertidumbre se instala en el club y no hay una planificación clara, los jugadores comienzan a sentir que las decisiones se toman a medida que los problemas surgen, sin una visión integral. Esto, a su vez, se refleja en el rendimiento de la plantilla, que empieza a dar señales de frustración y falta de confianza. El entrenador, que debería ser el líder que guía al equipo, se ve atrapado entre el dilema de seguir al frente de un barco que se hunde o dar un paso al costado en busca de una solución externa. Este ciclo de dudas y expectativas no solo afecta a los jugadores y al cuerpo técnico, sino que también mina la capacidad de los dirigentes de Unión para tomar decisiones acertadas. Los proyectos deportivos no solo deben ser un conjunto de ideas a futuro; deben materializarse en acciones concretas, y esas acciones deben ser respaldadas por una comunicación clara y una estrategia compartida entre todos los actores del club. De lo contrario, los resultados seguirán siendo esquivos, y las crisis de este tipo seguirán repitiéndose. Por todo esto, la pregunta que queda flotando es si realmente existe un proyecto deportivo en Unión, o si simplemente estamos hablando de un conjunto de buenas intenciones que no terminan de concretarse. La continuidad del Kily en este sentido, parece más un gesto de esperanza que una certeza de futuro. Al final, el fútbol se juega con los pies, pero también con la cabeza, y la falta de respuestas contundentes puede hacer que el club siga perdiendo terreno no solo en el campo, sino también en su construcción institucional. El tiempo dirá si el proyecto, el técnico y el equipo logran superar esta crisis, o si, lamentablemente, se caerá en la tentación de dejar todo en manos del azar y la improvisación.

Con muy pocos entrenamientos Nicolás Vazzoler ausmió las riendas como Entrenador (conformó el CT de Gustavo Munúa en nuestro club y anteriormente tuvo paso por San Luis de Quillota, Guillermo Brown de Puerto Madryn, Deportes Antofagasta, Deportes Copiapó, Colegiales, Ferro, Midland) Carlos Coppola como Entrenador alterno (anteriormente en Cobreloa, O ́Higgins F.C., C.D. Rangers, C.D. Cobresal, Coquimbo Unido, Racing de Montevideo, Deportivo Maldonado) Francisco Vazzoler como Ayudante de campo (Selección de Liga Esperancina y A.D. Juventud, además es ex jugador del Club) Matías Trionfini como Preparador físico (anteriormente en Selección Liga Esperancina y A.D. Juventud) Yamil Nasser como Analista de juego (Deportes Copiapó, Deportes Antofagasta, C.D. Cobreloa, San Luis de Quillota, Guillermo Brown de Puerto Madryn) Además, continúan en el cuerpo técnico de reserva: Mauro Truco como Entrenador de arqueros Ariel De Bernardi como Preparador físico”. Impulsado muy fuerte por la “primera colonia agrícola del Tate” (se sabe, la Filial Esperanza es importante en varios sentidos para Unión como institución), Nico Vazzoler llegó con su hermano “Pancho” y con el hijo PF del siempre recordado Ale Trionfini en la preparación física. Pero, además de la figura de José Cardonet, ladero incondicional de Luis Spahn en fútbol, no sólo aportaron material humano sino también sponsoreo. El jueves 2 de diciembre de 2021, la misma institución de López y Planes comunicaba que “Sica Metalúrgica es el nuevo sponsor del Club Unión”. “La empresa Sica Metalúrgica Argentina S.A. se convirtió en nuevo Main Sponsor de las categorías 4ta, 5ta y 6ta. de AFA y participará activamente en el desarrollo de las formativas y de los procesos de inversión que el Club Atlético Unión de Santa Fe está encarando en el área. En la firma del contrato estuvieron presentes el presidente de la firma Jorge Simonutti, su director Roberto Simonutti, que fueron recibidos por el presidente del Club Unión, Luis Spahn”, ampliaba la red social tatengue.

Por otro lado, decidió “descomprimir” las tensiones de las concentraciones largas. Este jueves, por ejemplo, el Tate entrenó en Casasol y Vazzoler los liberó hasta la cena para que puedan estar varias horas con sus seres queridos. El viernes, activación, charla técnica y a la cancha contra Newell’s. ¿Qué chances tiene, a esta altura de la Semana Santa, Nicolás Vazzoler de dirigir también en la altura de Ecuador el miércoles 23 por la Copa Sudamericana ante el Mushuc Runa de Ambato? Por lo pronto, su Licencia Conmebol está al día. Los plazos, obviamente, se acortan: Unión juega este viernes con Newell’s y el lunes arranca el Plan Altura, primero en Quito y después Riobamba. La idea original era que el nuevo DT estuviera mirando Unión-Newell’s en el 15 de Abril este viernes a la noche y el sábado asumiera en Casasol. Por lo pronto, Spahn no se baja el “Operativo Palermo”, Facundo Sava está para firmar y con Madelón nadie contactó por ahora…aunque Leo es un hermoso fantasma que siempre revolotea “tierras rojiblancas” en López y Planes. Los nombres de “Cacique” Medina, Diego Cocca y ahora Gustavo Quinteros (lo despidieron anoche del Gremio de Brasil) parecen amores imposibles. ¿Podrá aparecer algún “tapado”?: todo parece indicar que no y que no sería la mejor receta cuando se está en carrera por la Conmebol Sudamericana y con un mata-mata ante Rosario Central por la Copa Argentina. En la tensa espera del “humo (rojo) blanco” con el nombre del nuevo DT, Unión vive estas horas en Modo Vazzoler. El coordinador, que llegó hace dos años y le sacó varios “sí” a Spahn como ningún otro, asume con mucha “Esperanza” desde esa primera colonia agrícola tatengue. Eso sí, aunque no le guste a Nico, frente a Newell’s tendrá que hacerse romántico del resultado. Porque la Primera División del fútbol argentino es otra cosa. O sea, un manicomio.

¿Quién dirigirá a Unión? Nadie lo sabe. La decisión de Luis Spahn sería la de esperar por Palermo y en caso de que no se pueda dar entonces sí, activar las otras alternativas. Y es allí en donde corre con ventaja Facundo Sava. De esta manera, habría que comenzar a descartar la opción del retorno de Leonardo Madelón, como así también la posibilidad de Alexander Medina, aunque según pudo averiguar este medio, no corre con ventaja debido a las pretensiones económicas. Si bien Unión está urgido por sumar un DT, el Presidente tatengue entiende que unos días más o menos no cambian la ecuación y al ser Palermo la prioridad, están dispuestos a esperarlo. En el seno de la Comisión Directiva existen marcadas diferencias respecto a la designación del nuevo técnico. Mientras que un sector del órgano dirigente se muestra a favor de avanzar con una de las propuestas ya evaluadas, otro grupo importante mantiene su postura en contra, argumentando diversas razones que van desde cuestiones deportivas hasta consideraciones políticas. Esta división interna ha impedido, hasta el momento, alcanzar un consenso que permita avanzar en una dirección clara. A esta incertidumbre se suma la falta  de posicionamiento por parte de la oposición, que hasta ahora no ha manifestado una postura firme, manteniéndose al margen del debate y sin brindar el respaldo necesario para inclinar la balanza en una u otra dirección. Lo mismo ocurre con Facundo Sava, cuyo nombre ha sido mencionado como una posibilidad, pero sin que existan señales claras de que su arriba esté verdaderamente cerca o cuente con el respaldo unánime necesario.

PRIMER TIEMPO

El primer tiempo del encuentro entre Unión y Newell’s se caracterizó, en líneas generales, por un desarrollo frenético y vertical, con dos equipos que no escatimaron en intenciones ofensivas y que constantemente miraban el arco rival con la idea de lastimar, aunque en contrapartida, ofrecían demasiadas facilidades defensivas, dejando grietas evidentes que hablaban más de desorden que de audacia. En ese marco, lo que quedó en evidencia fue que Newell’s está muy lejos, cada vez más lejos, de lograr la clasificación a los octavos de final del Torneo Apertura de la Liga Profesional. Si bien el equipo rosarino no se volvió con las manos vacías de su visita a Santa Fe y sumó un punto en su enfrentamiento ante Unión, lo cierto es que la igualdad no le sirvió para alimentar sus aspiraciones. La urgencia del momento pedía una victoria impostergable, y el empate, aunque no definitivo desde el punto de vista numérico, prácticamente lo deja sin chances concretas de avanzar. Es verdad que desde lo matemático aún no hay una eliminación consumada, pero la realidad es que la mayoría de los rivales directos por la clasificación aún deben disputar sus respectivos partidos y es muy probable que la diferencia que hoy lo separa de Central Córdoba —apenas dos unidades— se amplíe considerablemente una vez que concluya la fecha. Lo más preocupante, sin embargo, no fue el resultado en sí mismo, sino la imagen que dejó el equipo de Cristian Fabbiani, que pareció no estar a la altura del compromiso, ni desde lo actitudinal ni desde lo futbolístico. Fue ampliamente superado durante largos pasajes por un Unión que, sin ser brillante, manejó los tiempos, dominó las acciones y dejó la sensación de haber merecido más que ese punto. Lo que rescató Newell’s del partido fue apenas un consuelo mínimo, una especie de premio consuelo que, en función de lo que fue a buscar a Santa Fe, resulta claramente insuficiente.

Durante la primera mitad, Newell’s mostró muchas dificultades para generar juego. Le costó horrores asociarse colectivamente, y si bien dispuso de ciertos espacios que podrían haber sido explotados con inteligencia, sus ataques terminaron casi siempre en malas decisiones, resoluciones apuradas o descoordinadas que le impidieron inquietar al arquero rival. La Lepra fue superada en prácticamente todos los aspectos del juego: no encontró fluidez en la mitad de la cancha, no tuvo precisión en los últimos metros y, además, cometió errores defensivos graves, especialmente por los costados, donde Unión encontró terreno fértil para avanzar y hacer daño. En los primeros minutos del partido, el equipo rojinegro pareció acomodarse bien, con una actitud decidida y con los laterales proyectándose con intención ofensiva. Ángelo Martino, por el sector izquierdo, intentó generar profundidad aunque su rendimiento fue irregular y careció de continuidad. Fabbiani pretendía un equipo que atacara por las bandas, algo que se evidenció en el planteo inicial, pero la ejecución estuvo lejos de ser efectiva. A pesar de asumir la iniciativa en los instantes iniciales, Newell’s no supo capitalizar los espacios que se le presentaron. Probó con remates de media distancia, pero sin la potencia ni la dirección necesarias para incomodar al arquero local. En lo defensivo, el conjunto del Parque Independencia mostró sus mayores falencias, especialmente por el sector de Alejo Montero, donde Unión encontró ventajas constantes. Bruno Pittón (6) quien había mostrado un nivel discreto en presentaciones anteriores, tuvo una actuación destacada y se mostró mucho más activo y comprometido en ofensiva. Se complementó de forma notable con Mateo Del Blanco (6), uno de los jugadores más destacados de la primera mitad, que regresó a su posición natural de volante interno por izquierda y aportó desequilibrio, atrevimiento y claridad en los últimos metros. Su desempeño fue clave para que Unión encontrara la apertura del marcador, participando en una jugada colectiva muy bien elaborada que culminó en el 1-0 parcial.

Hasta una hora antes del partido, Cristian Fabbiani había optado por utilizar un 4-4-2 con dos centrodelanteros, sin embargo, en el vestuario, terminó modificando el sistema táctico y terminó definiéndose  por el mismo que viene de igualar sin goles ante Argentinos Juniors en el Parque de la Independencia. Un 4-4-4-1, que por momentos se transformó en un 4-2-3-1. ¿Cuál fue la intención? Buscar un equilibrio entre el orden defensivo y la capacidad de generar juego ofensivo, apoyándose en una estructura que le permita tanto mantener una postura sólida en la recuperación como proyectarse con variantes en ataque. Este esquema, utilizado por muchos equipos que privilegian el control del balón y el aprovechamiento de los espacios entre líneas, permite que los jugadores ofensivos puedan desempeñarse con mayor libertad y creatividad sin descuidar la estructura del mediocampo. No le salió nada en el aspecto defensivo, sin embargo, la inclusión de Gonzalo Maroni como enganche cumplió un rol fundamental en la idea de juego del equipo. Su presencia detrás de Carlos González lo ubicó como el eje creativo, encargado de conectar los volantes centrales con los jugadores de ataque, y de moverse libremente entre líneas para recibir, girar y distribuir con criterio. Se notó que es un jugador que posee buena técnica, visión y capacidad de asistir, por lo que su función no solo es la de generar situaciones de gol, sino también la de manejar los tiempos del equipo en campo rival y habilitar tanto a los extremos como al nueve con pases filtrados o rupturas sorpresivas. La Lepra no lo utilizó para desbordar o tirar centros, sino que lo usó para crear sociedades por dentro, mover defensas y encontrar pases qué rompa líneas. Aportó pausa, juego interno y conexión con el medio. Por otro lado, Luciano Herrera protagonizó una actuación que dejó más dudas que certezas y que expuso con claridad algunas de las falencias estructurales que viene mostrando Newell’s en los últimos partidos, particularmente en su última línea defensiva. Durante el primer tiempo, el lateral se mostró impreciso en los retrocesos y, sobre todo, muy permisivo en la marca, dejando su sector a merced de los avances del rival. Uno de los errores más visibles fue su falta de control sobre Bruno Pittón, a quien le permitió proyectarse con total libertad, especialmente en los primeros veinte minutos, cuando Unión empezó a inclinar la cancha a su favor y a establecer una superioridad clara por las bandas. Lejos de anticipar o cerrar espacios, Herrera pareció llegar siempre un segundo tarde a las jugadas, corriendo desde atrás, sin lectura táctica ni reacción defensiva, algo que el conjunto local supo capitalizar con inteligencia y profundidad. Más allá de sus dificultades en la marca, tampoco logró compensar en la faceta ofensiva, donde su aporte fue limitado, intermitente y carente de sorpresa. Tuvo algunos intentos por sumarse al ataque, pero estos resultaron tibios, previsibles y poco productivos, sin capacidad de desborde ni conexión efectiva con sus compañeros por la banda. En varias ocasiones, se mostró algo indeciso en la toma de decisiones, dudando entre lanzar un centro o tocar hacia atrás, lo que terminó diluyendo el ritmo de los ataques rojinegros y facilitando el repliegue de Unión. Esa falta de determinación en campo contrario, combinada con su pasividad defensiva, lo ubicó como uno de los puntos más bajos del equipo, especialmente considerando la importancia del encuentro y la exigencia táctica que implicaba contener a un rival que hizo del juego por las bandas su principal argumento ofensivo. Además, su rendimiento dejó en evidencia una desconexión preocupante con el resto de la línea defensiva. En varias jugadas, se notó una falta de coordinación con los centrales, generando espacios entre líneas que fueron aprovechados por los mediocampistas rivales para filtrar pelotas o lanzar diagonales que terminaron rompiendo la estructura del equipo. Este tipo de desajustes no solo comprometen al jugador individualmente, sino que también afectan el funcionamiento colectivo, ya que obligan a sus compañeros a realizar coberturas extras y generan un desgaste innecesario. En el fútbol actual, donde la solidez defensiva se construye a partir del trabajo sincronizado de todas sus piezas, actuaciones como la de Herrera terminan siendo determinantes a la hora de explicar por qué Newell’s no logró sostener un nivel competitivo en los tramos clave del partido. En la punta del ataque, la presencia de Carlos González como único delantero responde a la necesidad de tener una referencia física en el área rival, un jugador capaz de fijar a los centrales, aguantar de espaldas y ser el destinatario de los centros o pases filtrados que provienen de los tres mediapuntas. Su fortaleza en el juego aéreo y su capacidad para chocar con los defensores lo convierten en un nueve típico, ideal para un equipo que necesita un finalizador claro de las jugadas. Sin embargo, su rol no se limitó solo a convertir goles: también debe funcionar como una válvula de escape cuando el equipo está presionado, recibir y descargar para que el equipo se organice en campo rival, y arrastrar marcas que liberen espacios para que los volantes o los extremos puedan llegar en segunda línea.

¿Y Unión? Cambió el sistema táctico. Según se pudo averiguar, la reserva entrenaba con el mismo sistema táctico que la Primera. Dejó atrás el 3-5-2 y pasó al 4-4-2. Tuvo una razón muy clara: neutralizar y obstruir los movimientos de Ever Banega, el jugador de mayor experiencia y de jerarquía de mitad de cancha hacia adelante. Con el 3-5-2, Unión intentaba tener superioridad numérica en el mediocampo y más presión en el frente, pero esta disposición dejaba ciertos huecos en las bandas y, sobre todo, en la zona central, donde Banega, con su capacidad para conectar líneas, podía aparecer sin mucha oposición. Al pasar a un 4-4-2, el equipo logra una mayor compactación defensiva, haciendo que el medio campo sea más denso y estable, y reduciendo las opciones que Banega tiene para moverse con libertad.

En esa primera etapa, Unión buscó cubrir más de cerca las zonas clave, como la mitad de la cancha, donde el ex jugador de PSG podía hacer daño. A priori, la línea de cuatro le daba mayor seguridad para cubrir las bandas y centralizar el control del juego, pero no fue así. Además, el doble 5 hicieron un trabajo de doble marca sobre el talentoso volante ofensivo. Uno de los volantes podía intentar presionarlo cuando recibe el balón, mientras que el otro se posiciona para cubrir su pase hacia los extremos o hacia los delanteros. Cristian Fabbiani tomó nota, y Newells en fase ofensiva cambió. Banega se metió entre los centrales para edificar una línea de 3 y abrir la cancha con centros al corazón del área. Además de tener un buen funcionamiento colectivo, si hay algo que le salió bien fue que la línea de 4 le permitió tener más control sobre los desbordes de los laterales, evitando que puedan llegar con libertad a los centros, especialmente en situaciones donde Banega podría servirles balones peligrosos. Al tener más hombres en el medio, Unión consiguió frenar las transiciones rápidas de Newell’s, limitando las opciones para que Banega pueda asistir a los delanteros o aprovechar los desmarques de los extremos. Por el sector derecho, Alejo Montero tuvo serias dificultades para afirmarse en el partido y, durante gran parte del encuentro, fue superado en el uno contra uno por los atacantes de Unión, que encontraron en su espalda un camino constante para progresar. La falta de firmeza en los duelos defensivos, sumada a una preocupante lentitud para retroceder o cerrar los espacios, convirtió su sector en una zona vulnerable que el conjunto local explotó con eficacia. Montero, lejos de ofrecer garantías, mostró una versión insegura, sin capacidad de anticipación ni agresividad para frenar los avances rivales, lo que obligó en varias oportunidades a que los mediocampistas retrocedieran para auxiliarlo, desequilibrando el sistema defensivo de Newell’s. Por su parte, Mateo Silvetti tampoco logró desequilibrar en el tramo ofensivo, donde se esperaba que aportara velocidad, desborde y frescura en los metros finales. Sin embargo, su participación fue limitada y poco influyente, con escasas intervenciones claras y sin capacidad para generar ventajas individuales. En las pocas ocasiones en las que se animó a encarar, sus intentos terminaron diluidos, ya sea por una mala elección en el pase final, una pérdida en el uno contra uno o una definición apresurada que no inquietó al arquero rival. Silvetti no logró culminar de forma efectiva ninguna de las jugadas en las que participó, y su bajo nivel terminó por reducir aún más las opciones ofensivas de un equipo que ya venía mostrando dificultades para asociarse y progresar con claridad. En conjunto, la banda derecha de Newell’s fue una de las más expuestas del equipo, tanto en defensa como en ataque, dejando en evidencia una falta de solidez y profundidad que resultó determinante para explicar el dominio territorial que ejerció Unión durante buena parte del partido. La falta de respuestas de Montero en el retroceso y la escasa gravitación de Silvetti en el último tercio del campo reflejaron, además, una desconexión entre ambos, que nunca lograron complementarse ni ofrecer una sociedad funcional por el costado derecho. En un partido de alto valor estratégico, esa ausencia de circuitos por las bandas terminó condenando a un equipo que dependía demasiado de sus individualidades para generar peligro.

Mateo del Blanco trata de desbordar a un jugador de Newells

Es evidente que, por nombres y funcionamiento, Unión no debería estar ocupando los últimos puestos de la Tabla Anual. El plantel cuenta con recursos técnicos, variantes tácticas y una estructura de juego que, al menos en los papeles, lo ubican por encima de varios de sus rivales directos. Sin embargo, la realidad indica otra cosa: la falta de eficacia ofensiva, particularmente en la concreción de situaciones de gol, ha sido un lastre constante a lo largo del torneo. Si el equipo santafesino hubiera logrado capitalizar apenas un 10% de las innumerables ocasiones claras que generó y desaprovechó, no caben dudas de que su presente sería otro, y muy probablemente estaría discutiendo una plaza en los octavos de final de la Copa de la Liga. La estadística no miente, pero a veces tampoco alcanza para explicar por qué un equipo con vocación ofensiva, que genera volumen de juego y llega con frecuencia al área rival, termina estancado en la parte baja de la tabla.  En ese contexto, el caso de Jerónimo Dómina (3) se vuelve especialmente simbólico, no sólo por su actualidad futbolística, sino por lo que representa dentro del proyecto deportivo del club. Su nivel ha caído estrepitosamente en los últimos encuentros, y más allá de cualquier análisis técnico, resulta inevitable vincular ese bajón con los rumores que comenzaron a circular sobre una supuesta tensión en su relación con el presidente Luis Spahn, en torno a la renovación de su contrato. Desde que esos trascendidos salieron a la luz, Dómina no ha vuelto a ser el mismo: su presencia en cancha se ha vuelto cada vez más irrelevante, su participación en el juego es esporádica, y su aporte, en líneas generales, es nulo en ambas fases. Lo preocupante es que, al repasar su desempeño con frialdad, no aparece un solo argumento futbolístico sólido que justifique su continuidad como titular. ¿Tiene gol? No. ¿Llega con peligro al área rival y falla en la definición? Tampoco. ¿Posee pase largo, visión de juego o capacidad para distribuir? No. ¿Aporta remates de media distancia, algún tipo de amenaza desde la pelota parada, o desequilibrio individual que rompa líneas? La respuesta sigue siendo negativa. ¿Es al menos un jugador que, desde lo físico o lo emocional, contagie, que corra, que presione, que marque el pulso del equipo cuando las cosas no salen? Lamentablemente, tampoco. ¿Contribuye tácticamente en el retroceso, en el orden defensivo o en los relevos? No. ¿Gana duelos aéreos, sea en ataque o en defensa? De ninguna manera. Entonces la pregunta se vuelve inevitable: ¿Cuál es el motivo real por el que Dómina continúa dentro del once titular partido tras partido? ¿Estamos esperando un chispazo aislado, una buena jugada cada veinte minutos para justificar su permanencia? Lo hemos planteado en varias ocasiones, y aunque suene reiterativo, hay cosas que, por el bien del equipo, es necesario seguir repitiendo. Es cierto que generó la primera jugada de peligro del partido con un cabezazo tras un buen centro de Lautaro Vargas (6), quien tuvo una actuación bastante correcta. El lateral derecho fue prolijo en la marca, criterioso con la pelota en los pies, y sobre todo, se mostró siempre como una opción de pase por el costado, proyectándose con convicción. Aquel centro que derivó en una gran atajada de Keylor Navas fue, quizás, la única aparición destacable de Dómina en el partido. Pero incluso en su segunda chance, ya en el área y con el arco de frente, terminó definiendo por encima del travesaño en una jugada que exigía precisión, no potencia. Esa falta de claridad en la resolución refleja con crudeza su falta de confianza, su desconexión con el juego y, en definitiva, su bajo momento. En un equipo que necesita sumar puntos con urgencia y ser eficaz en las pocas chances que genera, sostener este tipo de rendimientos termina siendo un lujo que Unión ya no se puede permitir.

Durante los primeros compases del partido, Newell’s mostró una virtud que, al menos desde lo táctico, le permitió mantenerse en pie pese a su escasa generación de juego: la capacidad para recuperar rápidamente la pelota tras la pérdida. Esa presión inmediata, ejecutada en bloques cortos y con cierto orden en el retroceso, logró incomodar a Unión, que a pesar de tener la iniciativa y mayor volumen de juego, veía cómo la posesión le duraba muy poco. Pero, en esa recuperación constante por parte del conjunto rosarino no se tradujo en peligro concreto. Las ocasiones más claras seguían perteneciendo al equipo santafesino, que, aunque impreciso por momentos, encontraba los caminos hacia el área rival con mayor fluidez, especialmente a través de asociaciones por el sector izquierdo. A los 10 minutos, Unión logró una jugada que reflejó a la perfección su intención ofensiva. A través de una buena triangulación entre Mateo Del Blanco, Bruno Pittón —de lo más activo del primer tiempo— y una asistencia precisa de Ezequiel Ham (5),  el equipo logró desbordar por la banda. El centro que derivó de esa acción encontró la cabeza de Lucas Gamba, quien metió un frentazo esquinado que nada pudo hacer Keylor Navas. Una vez más, demuestra lo equivocado que estaba Cristian González al dejarlo sentado en el banco de suplentes, o no darle minutos. Es un jugador que no puede faltar. En cuanto al ex volante de Independiente Rivadavia, un jugador técnicamente dotado, volvió a mostrar su capacidad para aparecer en momentos claves, aunque su irregularidad sigue siendo una marca registrada que le impide consolidarse como figura permanente. Su talento aparece en ráfagas, y esa intermitencia le resta impacto real en el desarrollo global de los partidos.

En contrapartida, Newell’s apostaba a una idea más directa: atacar con pelotazos largos al vacío, buscando las espaldas de los defensores de Unión y tratando de sorprender con velocidad. Fue un plan que tuvo más de intención que de ejecución, ya que pocas veces logró conectar esas transiciones rápidas con efectividad. La alegría le duró poco a Unión, que hasta ese momento parecía tener controlado el trámite del juego. A los 16 minutos, cuando nada lo presagiaba, llegó el empate de la Lepra en una jugada totalmente fortuita. Un remate desde la izquierda por parte de González, sin mayores pretensiones, desvió su trayectoria al impactar en el cuerpo de Franco Pardo(4) y descolocó al arquero Thiago Cardozo (5), quien dicho sea de paso no tuvo que intervenir debido a la escases ofensiva de Newells. Fue un verdadero baldazo de agua fría para el elenco local, que, hasta ese momento, no había sufrido ningún sobresalto defensivo.

 

El nombre de Franco Pardo volvía a estar en el centro de la escena apenas minutos después. Cuando Unión intentaba reponerse del empate, una mano suya dentro del área encendió todas las alarmas. El árbitro, sin dudarlo, sancionó penal para Newell’s, lo que parecía agravar aún más su actuación. Sin embargo, la revisión del VAR fue clave: la jugada había comenzado con una posición adelantada previa que invalidó la sanción, salvando momentáneamente al conjunto rojiblanco de un segundo golpe anímico. Lo cierto es que Pardo, de quien se había hablado positivamente en una columna previa tras su actuación ante Defensa y Justicia en Varela —donde se insinuaba que comenzaba a reencontrarse con esa versión esperada para este 2025—, dejó una imagen muy deslucida en la primera etapa. Su desconcentración, sumada a la mala fortuna del gol en contra, condicionó al equipo en un momento clave del partido. A pesar de ese flojo arranque, el defensor logró recomponerse en la segunda mitad, mostrando una mejor postura defensiva y recuperando parte de la solidez que lo caracteriza. Ese repunte evitó una calificación más baja, pero no alcanzó para maquillar por completo una actuación que, por momentos, resultó muy costosa para los intereses de Unión. Este tipo de fluctuaciones son las que lo han mantenido en un terreno intermedio, sin lograr dar ese salto de madurez y regularidad que se espera de un central que ya no puede ampararse en la etiqueta de “promesa”.

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Después del gol, Nicolás Vazzoler decidió introducir una modificación táctica que cambiaría momentáneamente la dinámica del equipo. En esa reconfiguración, Franco Fragapane (6)—quien, sin lugar a dudas, estaba protagonizando su mejor actuación desde que viste la camiseta de Unión— fue desplazado hacia la banda izquierda, mientras que Mateo del Blanco pasó a ocupar el sector derecho del campo. Desde los primeros minutos del encuentro, el ex Boca se mostró participativo, activo en el juego, constantemente pidiendo la pelota y encarando a los rivales con decisión, lo que reflejaba su confianza y el buen momento futbolístico que atravesaba. En paralelo, desde el banco de suplentes, el entrenador Cristian Fabbiani comenzó a hacer indicaciones específicas a sus dirigidos, especialmente a Banega, a quien le exigió una mayor verticalidad en su juego, intentando recortar la elaboración innecesaria y enfocarse en una propuesta más directa. A medida que pasaban los minutos, el Ogro Fabbiani no lograba encontrarle la vuelta a la posición que ocupaba Alejo Montero, un jugador que parecía estar generando complicaciones en la estructura defensiva. Por su parte, Víctor Cuesta tenía dificultades para cubrir esa zona, aunque no desentonaba ni cometía errores groseros; si bien no era una garantía en defensa, cumplía con lo básico y se mostró sólido en los rechazos de cabeza, algo que repitió con frecuencia. Con el correr del partido, el trámite comenzó a tornarse más abierto. Se perfilaba como un encuentro de ida y vuelta, con dos equipos que no escatimaban esfuerzos a la hora de atacar, y que mostraban una propuesta agresiva con intenciones claras de alcanzar el arco contrario. Sin embargo, en el plano defensivo ambos conjuntos mostraban muchas debilidades. En el caso de Unión, los espacios que dejaban entre líneas eran notables y, pese a que Newell’s tuvo oportunidades para capitalizarlos, no logró hacerlo con eficacia. Una vez más, Mauricio Martínez tuvo una actuación destacada y cumplidora, lo que le valió una calificación positiva. Con claridad para iniciar las salidas desde el fondo y con buenos anticipos para cortar avances rivales, Martínez confirmó que su mejor rendimiento se da como marcador central, y todo indica que se afianza cada vez más como titular indiscutido. Avisó con un remate de media distancia que tapó Keylor Navas. No obstante, Vazzoler no estaba conforme con lo que estaba viendo en ciertos sectores del campo. Rafael Profini (6) por ejemplo, mostró algunas dificultades en el mediocampo. Durante varios pasajes del encuentro se lo notó superado, en parte por la falta de apoyo de los volantes internos y también por los constantes movimientos de los futbolistas de la Lepra, que lo desbordaban con facilidad. Sin embargo, a medida que el equipo fue encontrando su forma y él pudo acomodarse, logró desprenderse de la presión, se mostró más suelto, desplegó mayor recorrido y, en una acción puntual, incluso pisó el área con decisión. Uno de los momentos más destacados de ese tramo fue una buena recuperación de Fragapane, quien habilitó a Ham; este, con criterio, tocó para Profini, que definió con intención, pero se encontró con una excelente respuesta del arquero Navas, que evitó el gol con una gran atajada. Minutos antes, tras un grosero error de la defensa de Newell’s, Jerónimo Dómina tuvo una oportunidad inmejorable: quedó mano a mano frente a Navas, aunque el arquero costarricense volvió a imponerse en el duelo y salvó a su equipo de una caída segura. Mientras tanto, desde el banco, el director técnico interino insistía con indicaciones claras para Mateo del Blanco, que ya se había asentado de forma definitiva sobre el sector derecho. Su orden fue precisa: debía explotar constantemente la espalda de Ángelo Martino, atacando ese flanco una y otra vez en busca de generar peligro por las bandas.

Newell’s mostró una postura ofensiva muy marcada cada vez que recuperaba el balón, apostando por ataques directos y veloces que involucraban a varios jugadores, especialmente en las transiciones rápidas desde la defensa hacia el ataque. Esta impronta de juego, claramente reconocible en los ocho partidos que Cristian Fabbiani lleva al frente del equip en un estilo vertical, sin tantas pausas intermedias ni elaboración excesiva, donde la prioridad parece ser la profundidad y la llegada inmediata al área rival. En este contexto, cada pérdida de balón por parte de Unión se convertía en una oportunidad peligrosa, con muchos futbolistas rojinegros lanzados al ataque. Por su parte, Unión, en las jugadas de pelota detenida a favor, asumía riesgos importantes al adelantar las líneas, quedando expuesto en defensa. Esa decisión táctica dejaba en inferioridad numérica a sus zagueros, especialmente cuando debían contener a un delantero explosivo como «Cocolisio» González en situaciones de mano a mano. Ni Franco Pardo ni Mauricio Martínez parecían tener la referencia clara del atacante rival, lo que generaba un evidente desajuste en el retroceso defensivo. Porque si hay algo que se ha vuelto costumbre en el equipo santafesino es esa contradicción constante entre el buen volumen de juego que logra generar, la cantidad de situaciones claras que construye en campo rival, y su dramática falta de efectividad a la hora de definir. Una historia que parece calcada partido tras partido: Unión juega bien, domina tramos importantes del juego, pero perdona y termina pagando caro esos errores, dejando puntos en el camino que, en el balance final, suelen hacerse sentir. El estadio 15 de Abril, que supo ser un bastión difícil para cualquier visitante, ha vuelto a tener ese espíritu combativo, pero no logra ser suficiente si el gol sigue siendo una cuenta pendiente. La postal más representativa de esa ineficacia se dio cerca del final del primer tiempo, cuando ya se jugaban 48 minutos y el Tate estaba muy cerca de irse al descanso con una ventaja merecida. Sin embargo, Jerónimo Dómina, en una situación clarísima debajo del arco defendido por Navas, terminó rematando por encima del travesaño, generando una mezcla de incredulidad y resignación en las tribunas. Esa jugada trajo a la memoria reciente el partido ante Racing, en el cual Unión desplegó su mejor versión futbolística en lo que va del 2025, dominó de principio a fin y aun así, se quedó con las manos vacías. Una síntesis dolorosa y repetida para un equipo que parece condenado a errar donde no se puede fallar.

 

El Unión de Vazzoler mostró más, pero no pudo con Navas y sumó un empate con gusto a poco ante Newell’s

En el segundo tiempo, el dominio de Unión siguió siendo insistente. A los 2′ gran jugada colectiva de Unión, pero Navas respondió ante un remate de Lucas Gamba luego de un buen pase filtrado. En la acción siguiente, el que probó desde afuera del área fue Mauricio Martínez para que Navas, otra vez, desviará la pelota hacia un costado. Si esto fuese boxeo en vez de fútbol, se podría decir que Unión lo tuvo contra las cuerdas. Newells no podía cruzar la mitad de la cancha. Para mencionar, el pésimo arbitraje de Lobo Medina. La AFA que alberga una selección mayor ejemplar y proyecta juveniles promisorios es la misma a la que no le interesa ser creíble en estas cuestiones. Tal vez no sea una coincidencia sino una causa: la tercera estrella concede. Más allá de las declaraciones de rigor, en los últimos años nada cambió para que cambiara la imagen del arbitraje. La defensa habitual apunta a recordar que los argentinos son valorados para dirigir las competencias internacionales. Si en el exterior son bien considerados, resulta peor que a nivel doméstico sean cuestionados y hasta repudiados.

El arbitraje parece un medio, no un fin. Se lo utiliza para ejercer poder. El dirigente que no se alinea con la conducción le teme a la designación de algún árbitro que, justo ese día, se despierte con tendencia a perjudicar a su equipo. Muchos técnicos desconfían, los jugadores protestan mientras tienen que jugar; pocos critican públicamente porque saben que pueden ser sancionados. Los hinchas, la base de la pirámide y a la vez los destinatarios, antes valoraban la rebeldía y ahora piden peso en la AFA; si analizamos, se le llama obsecuencia. Claro, todavía hay espacio para que haya árbitros con sentido vocacional en sus carreras, aquellos que seguramente salen a las canchas a hacer lo que soñaron. Sí está claro que cambió el núcleo del poder en el fútbol argentino. Que los ascensos de equipos como Barracas Central o el propio Central Córdoba pueden generar condicionamientos. Lo mismo pudo haber ocurrido en años anteriores con Tigre, ligado al poder nacional de otro turno. Cada uno que se sentó en la mesa chica, haya sido de equipos grandes, medianos o chicos, generó desconfianza.

Eso es lo que sucede en primera división. En la medida que las categorías pierden repercusión, las anécdotas sobre las actuaciones arbitrales crecen. Es decir, cuantas menos cámaras tiene la transmisión del partido, más sospechas se generan. Los propios jueces refuerzan en off el imaginario popular. Hace años, este columnista tuvo la siguiente charla con un árbitro calificado. El ideal sería diferenciar los errores propios de cualquier actividad humana de los que podrían surgir de dichos condicionamientos. En la semana hubo un ejemplo. En el partido de Copa Argentina entre Independiente Rivadavia y Estudiantes de Buenos Aires jugado el miércoles, Fernando Echenique tuvo una equivocación inolvidable. No sancionó con tiro libre indirecto el toque de pelota con la mano del arquero del equipo mendocino (Gonzalo Marinelli) tras el pase deliberado de un compañero (Sheyko Studer). Cualquiera lo habría cobrado, hasta en un torneo amateur. La Dirección Nacional del Arbitraje que encabeza Federico Beligoy obró rápidamente. Hizo correr entre sus dirigidos la preocupación por decisiones que “debieran conocerse desde los inicios de la carrera” y los instó a trabajar con “seriedad, profesionalismo y responsabilidad”. Horas más tarde, comunicó que Echenique no dirigiría Riestra-San Lorenzo, el partido para el que había sido designado. Podría ser un buen punto de partida. Un sistema verdadero de premios y castigos tal vez genere excelencia y, sobre todo, la recuperación de aquella credibilidad. El sistema no tendría que castigar sólo a aquellos que tienen una distracción -por mayor que sea- o una equivocación grosera, como le sucedió a Echenique, sino también a aquellos cuya sola mención genera suspicacias. Hay nombres de árbitros que provocan llamados internos, ideas de que el rival se movió para intervenir en la designación, preocupaciones a cuenta. Existen, en consecuencia, partidos que el imparcial mira imaginando que puede haber un error importante. Pocas veces lo defraudan.

Pésimo arbitraje de Lobo Medina

El protagonista de una de las acciones más controvertidas del partido fue Jerónimo Dómina, delantero de Unión, quien ya había sido amonestado en el primer tiempo por protestar de manera desmedida una decisión del árbitro. Esa primera tarjeta, más allá de lo impulsivo del reclamo, ya había sido una señal de advertencia para el juvenil, que viene siendo una de las apuestas ofensivas del equipo pero que, como es natural por su corta edad, todavía transita ciertos vaivenes emocionales que terminan pesando en el juego. Sin embargo, la jugada que encendió la polémica llegó a los 9 minutos del segundo tiempo y fue mucho más grave que un reclamo airado. Dómina, en un intento de disputar la pelota en la mitad de la cancha, fue directamente sobre Ever Banega con una entrada temeraria, aplicándole una plancha a la altura del tobillo derecho. La imagen fue clara, directa, frontal. No hubo confusión posible. Banega intentaba controlar el balón de espaldas, sin ventaja deportiva ni intención de provocar al rival, y la intervención de Dómina fue intempestiva, desmedida y peligrosa. Lo más alarmante es que todo ocurrió frente a los ojos del árbitro del encuentro, Lobo Medina, quien tenía visión directa de la jugada y aun así decidió no mostrarle la segunda amarilla al atacante rojiblanco. Una segunda amarilla que, por la violencia del contacto y la imprudencia manifiesta, era lo mínimo esperable. Algunos incluso sostienen, con fundamentos sólidos, que la acción merecía la tarjeta roja directa. Y es ahí donde entra en escena el otro gran protagonista del desconcierto: el VAR.

A cargo de la herramienta tecnológica estaba Salomé Iorio, quien tampoco advirtió la gravedad de la acción. No llamó a Medina, no sugirió la revisión, no recomendó la expulsión. Todo quedó como si nada hubiera pasado. El juego siguió, y Dómina permaneció en el campo algunos minutos más, aunque él mismo, en el momento inmediato posterior a la falta, pareció entender que se había excedido. Su expresión corporal fue elocuente. Sabía que se había equivocado. Pero la reacción arbitral fue nula. Silencio, omisión y una impunidad que terminó por condicionar el desarrollo del partido. Ese no fue el único episodio dudoso que dejó el arbitraje. Más tarde, en otra acción caliente del encuentro, Lobo Medina volvió a fallar, esta vez al ignorar una agresión clara: una piña en el rostro de Luciano Herrera, jugador de Newell’s, lanzada frente a Rafael Profini. Otra vez el juez no vio nada, no sancionó nada, y el VAR tampoco intervino. La escena pasó como una anécdota más, pero no lo fue. Fue otro ejemplo más de la preocupante decadencia del arbitraje argentino, que se encuentra, sin exagerar, en uno de los peores momentos de su historia.

El problema no es solo la acumulación de errores, sino la naturalización de los mismos. No se trata de una noche mala, ni de un árbitro que tuvo una jornada desafortunada. Lo que se percibe es una falta de autoridad, de criterio, de consistencia en las decisiones. Y, peor aún, una falta total de consecuencias. Los árbitros fallan sin sanciones, sin revisión de sus actuaciones, sin autocrítica ni correcciones. El VAR, herramienta que llegó con la promesa de impartir justicia y corregir injusticias flagrantes, se ha convertido en un actor pasivo, temeroso, que muchas veces termina convalidando lo que no se puede justificar. Mientras tanto, el fútbol argentino se sigue desangrando. No solo desde lo institucional o dirigencial, sino en el plano más sensible: el del juego. Se pierde credibilidad. Se pierde transparencia. Se pierde confianza. Y lo más grave: se pierde la pasión. Porque cuando el hincha siente que su equipo no solo compite contra otro equipo, sino contra errores arbitrales constantes y un sistema que parece no querer corregirse, el vínculo con el juego se erosiona. El fútbol argentino, el que alguna vez fue referencia mundial, hoy camina por una cornisa peligrosa. Y, si no se toman medidas urgentes, corre el riesgo de caer. Lo que ocurrió con Dómina y Banega, y con tantas otras jugadas mal sancionadas —o directamente ignoradas— no debería ser parte de la normalidad. Debería ser el punto de partida para un cambio profundo. Pero lamentablemente, mientras los protagonistas sigan siendo los mismos y las reglas sigan aplicándose de forma errática, la sensación será siempre la misma: que el fútbol argentino está muriendo lentamente, víctima de su propia desidia.

Con el ingreso de Mauro Pittón (5.5) y Julián Palacios (6) en reemplazo de Ham y Del Blanco respectivamente, Vazzoler buscó inyectar mayor dinamismo y profundidad por la banda derecha, comprendiendo que el partido exigía intensidad, despliegue físico y movilidad para romper las líneas de un Newell’s replegado. La apuesta táctica no tardó en dar sus primeros indicios positivos: Palacios, ex San Lorenzo de Almagro, mostró un ingreso auspicioso, con mucha actitud y determinación, dejando en claro que su objetivo inmediato es ganarse un lugar dentro del once titular. En una jugada destacada, condujo el balón con decisión hasta el fondo del área rival y ensayó un remate que exigió una rápida intervención de Navas, quien logró achicar con eficacia y contener el disparo en dos tiempos, evitando lo que podría haber sido el primer tanto rojiblanco. Ante este contexto de creciente intensidad, Fabbiani respondió desde el banco con una variante propia: dispuso el ingreso de Cardozo en lugar de Silvetti, quien no había logrado influir en el desarrollo del juego ni generar desequilibrios en los duelos individuales. Cardozo fue convocado con una misión clara: aportar verticalidad, buen manejo de pelota y capacidad para el uno contra uno, características que el equipo necesitaba para destrabar un partido que seguía abierto. Casi de inmediato, Vazzoler introdujo a Agustín Colazo, portador del número cuatro, aunque su desempeño fue deslucido y no logró conectarse con el circuito de juego. Aunque se posicionó como centrodelantero, su participación fue escasa y poco influyente en un tramo del encuentro donde Unión aún conservaba el dominio territorial y mantenía el protagonismo, aunque ya comenzaba a mostrar signos de fatiga, principalmente en el retroceso y en la precisión del último pase.

A los treinta minutos del segundo tiempo, el técnico decidió una nueva modificación: se retiró Herrera e ingresó Acuña, quien se posicionó por el sector derecho del ataque. Poco después, se realizaron más variantes: Diego Díaz ingresó por Lucas Gamba —quien hasta ese momento había sido la figura destacada del partido—, y Lionel Verde reemplazó a Fragapane. Breve participación del chaqueño. Se animó con un remate desde media distancia que, si bien se fue desviado, demostró intenciones ofensivas claras. Por su parte, Verde asumió con entusiasmo su rol en el corto tiempo que le tocó estar en cancha: se encargó de ejecutar todas las pelotas detenidas y mostró personalidad al pedir constantemente el balón, buscando generar juego por el sector izquierdo, aunque sin involucrarse demasiado por el carril central. El cambio de director técnico significó también un nuevo aire para el conjunto santafesino, que evidenció una notoria mejoría en el funcionamiento colectivo. En este encuentro, Unión fue ampliamente superior a Newell’s en el desarrollo del juego, especialmente en lo que respecta a la circulación de balón y la asociación en corto, aspectos que escaseaban durante la etapa anterior bajo la conducción del Kily González. Sin embargo, el destino quiso que la última jugada peligrosa del partido fuera para el conjunto rosarino, lo cual estuvo a punto de traducirse en un desenlace completamente injusto: una infracción de Palacios en la zona de Pujato le permitió a NOB ejecutar un centro al área rojiblanca, que fue conectado de cabeza por Juanchón García. Solo una excelente intervención de Cardozo evitó el gol, con una atajada decisiva que preservó el empate. A pesar del dominio y las buenas sensaciones que dejó el equipo, el punto obtenido no le resultó útil a Unión en términos matemáticos. Con este resultado, el equipo quedó prácticamente sin chances de clasificar entre los ocho mejores de la Copa de la Liga. No obstante, desde una perspectiva más analítica y menos numérica, el rendimiento del equipo fue alentador: fue más que su rival, mostró una idea de juego más clara y, por momentos, ejecutó un plan coherente basado en la tenencia, la circulación y la búsqueda ofensiva por las bandas. El empate dejó sabor a poco, pero al mismo tiempo, permitió vislumbrar un posible punto de partida para lo que viene. La gran incógnita ahora pasa por saber si este progreso podrá sostenerse el próximo miércoles, cuando Unión visite a Mushuc Runa en Ecuador, en un duelo que se disputará a 2760 metros sobre el nivel del mar, y que exigirá al máximo tanto en lo físico como en lo táctico.

 

 

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