Unión planteó un partido grande, y el resultado le quedó chico

Muchas cosas cambiaron en seis meses, desde enero hasta este momento. No solo hay otro entrenador (a principios de año el Kily, ahora Leo Madelón), sino que también hay otros objetivos. Unión estaba “dulce” en enero, venía de clasificar para la Sudamericana y de pasar un año tranquilo luego de aquel final de año colmado de alteraciones que fue el 2023. Las quejas del Kily en los mercados de verano e invierno (con un club inhibido) se convirtieron en muecas de satisfacción. “Me trajeron todo lo que pedí”, dijo el técnico. No hubo reproches. Pero esos 4,5 millones de dólares “invertidos” por el club en la llegada de las nueve caras nuevas que tuvo el plantel, terminaron siendo un “gasto”. Esta vez hubo plata y no hubo deudas (llámese inhibiciones). Pero se equivocaron. Y las salidas de jugadores clave como Balboa, Orsini, Rivero y Mosqueira, por nombrar a los principales, se hicieron notorias y quienes llegaron para reemplazarlos no dieron la talla o el técnico no supo encontrar el funcionamiento o la idea de juego adecuada para potenciar un plantel que perdió jerarquía. Y también perdió posiciones en la tabla. El fervor electoral hizo que Spahn recurriera al hombre con la espalda más ancha que tenía a mano: Leonardo Carol Madelón. Otra vez, Unión y Madelón coincidieron en el camino; y otra vez en una situación delicada, como se dio ya en aquel retorno de Leo allá por 2017. Madelón volvió por quinta vez a Unión (dos veces llegó como jugador y cuatro como entrenador), sabiendo que otra vez lo vienen a buscar para que remonte el barrilete. Aquella vez, en 2017, vino a salvar al club del descenso. No solo lo consiguió, sino que lo metió por primera vez en una copa internacional. Ahora, el objetivo trastocado con relación a lo que pasaba a principios de año, no deja de ser el mismo: el último puesto en el Apertura de la Liga Profesional en su zona (sumado al último puesto en el grupo de la Sudamericana), le crean a Madelón (y a Unión) la necesidad de pensar en esa tabla anual como primer objetivo. La misma tabla anual que casi lo lleva a descender en aquella tarde de 2023, cuando el gol de tiro libre de Zenón le sacó el respirador y obligó a aquella definición entre Colón y Gimnasia (justamente dirigido por Madelón) para no descender, en Rosario.
Hay algunas realidades generales y otras particulares. Las generales, son las que todos los entrenadores repiten: 1) un mercado lento y especulativo; 2) ausencia de jugadores; 3) los que están disponibles, aparecen en el radar de casi todos. Hubo clubes que dieron que hablar (caso Central con Di María y Véliz), pero no hubo tantos movimientos para lo extenso que fue este receso. Madelón percibió la necesidad de incorporar jugadores para levantar el nivel del plantel. Razones tenía y de sobra. El único titular que sumó es Cristian Tarragona, que jugará este lunes ante Estudiantes. Después, son los mismos que no funcionaron con el Kily y que Leo heredó en la parte final de los dos torneos y sin chances de nada. Lo mejor que le pasó a Unión en los últimos tiempos, fue haber dejado en el camino a Rosario Central de la Copa Argentina. Y el equipo dio muestras de lo que el técnico puede darle. Decíamos las razones generales y también las particulares. Porque Unión es, hoy, mucho menos apetecible que a comienzos de año, cuando se estaba armando un plantel para iniciar una temporada y para jugar una copa internacional. De todos modos, el libreto del entrenador puede resultar favorable. Madelón es un técnico que intenta algo simple, desde lo táctico. Y a veces, esa simpleza termina siendo un problema para el rival. Equipo compacto, corto, que tenga buena recuperación en cuanto a las posiciones, sin dejar espacios para que el rival los aproveche en el campo propio y tratando de generarlos en el de enfrente. Este plantel no tuvo una buena preparación física antes de iniciarse la temporada y perdió ese capital que tenía con el Kily: el de la intensidad. Unión pasó de ser un equipo capaz de “correr a todos hasta abajo de la cama” a ser un equipo que parecía “de cama” en algunos partidos, superado por rivales a los que antes le hacía sentir el rigor físico. Esto es lo que Leo ha tratado de recuperar, a fin de que ese pretendido orden tenga fundamentos técnicos y físicos.
El sábado, la noticia era que Unión tenía su cuarta cara nueva. Rodrigo Saravia había acordado de palabra, a través de su agente Mauricio Machado, todos los términos para llegar a Unión a préstamo por 18 meses y, de esa manera, iba a volver a estar bajo el ala de Leonardo Carol Madelón, que ya lo había dirigido en Gimnasia. Solo faltaba saber cuándo llegaría el jugador a Santa Fe, porque el acuerdo verbal existía. Sin embargo, Belgrano de Córdoba se metió en el medio y el domingo le hizo una oferta que el futbolista (o su representante) consideró, por lo visto, como superadora y de esta manera faltó a aquella palabra que le había dado a Unión y tiene cerrada su incorporación a Belgrano, de acuerdo a lo que el propio Machado le confirmó al periodista César Merlo.De esta forma, Unión se queda sin la posibilidad de incorporar al volante central que Madelón había solicitado desde un principio. En ese momento, la negociación no era tan sencilla porque el futbolista pertenece al Rostov de Rusia. Sin embargo, el deseo de volver a Argentina fue clave para que consiga liberarse de ese compromiso y así Unión volvió a la carga para cumplirle el deseo a Madelón. Cuando todo parecía indicar que el pase se haría, surgió la chance de Belgrano y todo parece indicar que Unión se quedará con las manos vacías, según lo que señaló el propio representante del futbolista.
Del otro lado Estudiantes prometió revolucionar el fútbol argentino. Con el aporte económico de Foster Gillett, buscaba demostrar que los sistemas mixtos de conducción -una especie de gerenciamiento del fútbol sin llegar a convertirse en una Sociedad Anónima Deportiva (SAD)- podían ser posibles en el país campeón del mundo. Sin embargo, tardó en cristalizarse hasta caerse definitivamente más allá del préstamo que sirvió para potenciar el plantel profesional, y ahora una nueva actriz apareció en escena, dejando en llamas la relación entre el entrenador Eduardo Domínguez y el mánager Marcos Angeleri, y el presidente Juan Sebastián Verón. Sin embargo, atraviesa una crisis futbolística sin precedentes: hace 11 partidos que no gana, y quedó eliminado en 16vos de final de la Copa Argentina ante Aldosivi de Mar del Plata, y viene de perder la final de la Supercopa Internacional ante Vélez en el Estadio Libertadores de América. Así se juegan los partidos importantes
Unión y un primer tiempo muy bueno
Así se juegan los partidos importantes. En el mundo del fútbol, hay momentos que separan a los equipos del montón de aquellos que comprenden la magnitud de lo que está en juego. Hay partidos que no se juegan, se disputan con el alma, con el cuerpo, con cada músculo en tensión y cada gota de sudor puesta al servicio de una causa superior. Así lo entendió Unión en su cruce ante Estudiantes de La Plata, un encuentro donde no bastaba con mostrar virtudes técnicas o diagramas tácticos: se trataba de salir a la cancha con el cuchillo entre los dientes, con la convicción de quien sabe que cada punto es vital en la lucha por permanecer en la elite del fútbol argentino. Unión no se guardó nada. Desde el primer minuto asumió el compromiso con una actitud encomiable, dejando en claro que, más allá de las limitaciones estructurales de su plantel, hay un compromiso colectivo que puede equilibrar cualquier diferencia sobre el papel. Es cierto que este equipo, por nombres y por juego, no está construido para pelear el descenso. Y sin embargo, allí está: obligado a disputar cada encuentro como una final. Y quedan quince. Quince instancias donde no se permite la distracción, donde todo error puede costar demasiado caro. Pero si algo dejó en claro el equipo tatengue ante Estudiantes es que tiene con qué, que la actitud no se negocia, y que hay nombres que pueden marcar diferencias cuando más se necesita. Uno de esos nombres es el de Lautaro Vargas (6). El juvenil fue, sin duda, el mejor del Tate en una primera mitad que lo tuvo como figura rutilante y como vía permanente de ataque. Con una osadía inusual para su edad, Vargas no se escondió: fue al frente una y otra vez, explotando la espalda de Benedetti con inteligencia y decisión. El desborde fue su herramienta predilecta, y su desequilibrio por banda derecha le permitió a Unión inclinar el campo a su favor, imponiendo condiciones desde el inicio. Su lectura del juego, su capacidad para tomar decisiones en velocidad y su valentía para encarar lo convirtieron en una de las grandes sorpresas de la jornada. No es casualidad que Diego Placente lo tenga en el radar de la Selección Sub-20. Lo mostrado por Vargas ante un rival de jerarquía como Estudiantes refuerza la idea de que el joven tiene proyección. Pero también mostró que no es solo un atacante eléctrico: en el complemento, cuando el equipo se replegó, fue uno de los que más trabajó en defensa. Pasó de ser una amenaza constante en campo rival a un sostén del bloque defensivo, donde no desentonó. Supo neutralizar a dos jugadores desequilibrantes como Thiago Palacios y Cetré, y lo hizo con una entrega que refleja su comprensión del momento que atraviesa el equipo. Unión necesita de este tipo de actuaciones, de futbolistas comprometidos que entiendan que, en este tramo del campeonato, no hay margen para el conformismo. Lo que se juega es mucho más que un torneo: es el orgullo, la historia, la categoría. Y si el Tate repite esta intensidad, esta actitud, este modo de plantarse frente a rivales superiores en los papeles, no hay razón para pensar que no pueda cumplir el objetivo de mantenerse en Primera. Este es el camino. Con corazón, con valentía, y con jóvenes como Vargas que entienden que los partidos importantes se juegan así: como si fueran los últimos.
Durante los primeros minutos del encuentro, Unión salió a imponer condiciones desde lo táctico, mostrando una clara intención de abrir el juego por el sector derecho. El Tate buscó atacar con amplitud y con mucha gente, especialmente cargando ese costado con la proyección constante de Lautaro Vargas, la movilidad de los volantes internos y la llegada de los delanteros que se abrían para generar superioridad numérica. El elenco de Madelón encontró algunos resquicios en la defensa de Estudiantes, que por momentos lucía desbordada ante la velocidad y la verticalidad del local. Por su parte, Estudiantes intentó responder con su receta habitual: salida prolija desde el fondo, circulación fluida y paciencia para encontrar los espacios. Sin embargo, esa intención se vio rápidamente frustrada por la intensidad y el orden defensivo de Unión, que ejecutó una presión media muy eficaz, retrocediendo con criterio y achicando los espacios entre líneas. La presión tras pérdida del equipo platense era buena, y en algunas transiciones mostró su velocidad para recuperar, pero le faltó claridad para progresar más allá de tres cuartos de cancha. El Tate, lejos de dejarse llevar por la posesión del rival, interpretó con inteligencia el desarrollo del juego. Supo cómo cerrarle los caminos a Estudiantes y se agrupó con solvencia cuando la situación lo requería, haciendo que su bloque defensivo se desplazara como una unidad compacta. Las líneas retrocedían en conjunto, achicando hacia atrás sin dejar fisuras, y obligando al Pincha a mover el balón lateralmente sin encontrar profundidad. La disciplina táctica, sumada a un buen aprovechamiento de los espacios cuando recuperaba, le permitió a Unión hacerse fuerte desde el orden, resistiendo con eficacia los intentos de un rival que nunca logró imponerse. Unión, con una postura táctica clara y bien trabajada, se replegó en bloque bajo cuando el desarrollo del partido lo exigía, formando dos líneas de cuatro bien compactas y disciplinadas. Esta estructura defensiva, aplicada con rigor durante largos pasajes del encuentro, fue clave para anular los circuitos de juego de Estudiantes, que pese a su intento por manejar la posesión no encontró nunca los caminos para progresar con pelota dominada. El equipo santafesino mostró una notable coordinación entre sus líneas: los volantes retrocedían a tiempo, cerraban los espacios por dentro y no permitían que los mediocampistas rivales recibieran con comodidad entre líneas. A su vez, los defensores no se desordenaban ni caían en la tentación de salir a presionar fuera de zona, manteniendo siempre el orden posicional y priorizando el control del área propia. Esta solidez colectiva obligó a Estudiantes a modificar su plan inicial: al no poder romper la muralla tatengue mediante asociaciones o desequilibrios individuales, comenzó a abusar de los pelotazos largos como recurso de urgencia. Sin ideas claras ni fluidez en el último tercio, el equipo platense cayó en una dinámica repetitiva y previsible: envíos frontales buscando las espaldas de los defensores o el pivoteo de los delanteros, que rara vez prosperaron gracias al buen trabajo de Valentín Fascendini (7), quien fue uno de los puntos más altos de la noche. El ex Boca firmó una actuación impecable desde lo defensivo. Anuló por completo a Guido Carrillo, quien se fue del partido sin generar una sola situación de gol, y además fue crucial para sostener la última línea en los momentos donde Estudiantes se adueñó del balón. No solo se impuso en los duelos individuales (ganó 10 de 12), sino que también se mostró atento a los relevos, siempre bien perfilado y con una notable capacidad de anticipación. No fue superado en el mano a mano en toda la noche, lo que habla de su solidez defensiva y del crecimiento que viene mostrando en este tramo de la temporada. Actuaciones como esta lo consolidan como una pieza clave del engranaje defensivo tatengue. Lo mismo sucedió con Franco Pardo (6) quien estuvo correcto y eficaz. Volvió a cumplir con solvencia en el fondo. Se mostró mucho más ordenado en comparación con partidos anteriores, lo que le permitió anticiparse en varias jugadas clave. Fue expeditivo cada vez que la jugada lo pedía, sin complicarse en la salida, y mantuvo un buen nivel de concentración tanto en el uno contra uno como en el juego aéreo. No fue su partido más destacado, pero sí uno de los más regulares, lo que representa un paso adelante en su búsqueda de continuidad y confianza dentro del equipo. De esta manera, Unión logró que el Pincha jugara incómodo durante casi todo el segundo tiempo, conteniéndolos sin mayores sobresaltos y administrando con inteligencia una ventaja mínima que nunca pareció en peligro real.
Estudiantes tuvo un primer tiempo para el olvido: sin respuestas ni rebeldía
Hay veces en que los equipos entran en un laberinto táctico y, por más que lo intenten, no logran encontrar la salida. Es exactamente lo que le ocurrió a Estudiantes de La Plata en el primer tiempo ante Unión. El planteo de Eduardo Domínguez —a bordo de su ya clásico 4-3-3— volvió a naufragar estrepitosamente frente a un rival que supo leerle la jugada de memoria. Porque sí, lo que hace algunas fechas parecía una estructura funcional y reconocible, hoy se ha vuelto previsible, lenta y carente de sorpresa. Los rivales ya lo saben: le tapan las bandas, le congestionan la zona media y el Pincha se queda sin respuestas. No hay plan B. El primer tiempo fue un compendio de errores repetidos. La posesión fue intrascendente, pastosa, como un trámite sin rumbo. Estudiantes tuvo la pelota, sí, pero la perdió con una facilidad alarmante ante la presión sostenida de un Unión mucho más decidido. El equipo platense nunca pudo hacerse dueño del ritmo ni generar una superioridad real en campo rival. Los interiores se apagaban al primer contacto, los laterales no encontraban espacios para proyectarse, y el juego se empantanaba en la mitad de la cancha, como si la pelota pesara más que la idea. Facundo Farías, con un condimento emocional especial por su pasado en Colón, se movió por todo el frente de ataque intentando generar algo distinto. Pero fue eso: intento, sin profundidad ni influencia real. Pasó desapercibido en un equipo que nunca logró activarlo en su mejor versión. Lejos de ser un generador de peligro, terminó diluyéndose entre la confusión táctica y el bloque compacto que le opuso Unión. El principal déficit de Estudiantes fue conceptual: no hubo una alternativa clara cuando el 4-3-3 no funcionó. Domínguez insistió con una estructura que hoy luce erosionada por el desgaste, sin automatismos frescos ni variantes. Unión, con una presión alta y una línea media muy aplicada, le cerró todos los caminos. Y el Pincha, desprovisto de rebeldía, pareció resignado desde temprano a ser un espectador de su propia impotencia. Los equipos que aspiran a cosas importantes no pueden permitirse esta clase de primeros tiempos. La falta de ajuste, la lentitud en los movimientos y la ausencia de chispa ofensiva encendieron señales de alarma en un Estudiantes que, más allá de su buen andar en otras competiciones, necesita reencontrarse con su identidad en el plano local. Porque si algo quedó claro en Santa Fe es que, cuando el libreto no alcanza, hay que tener un as bajo la manga. Y hoy, Domínguez no lo tiene.
Lo que mostró Unión ante Estudiantes no fue simplemente un triunfo con actitud. Fue, sobre todo, una expresión colectiva madura, lúcida y comprometida, algo que no se había visto con tanta claridad en lo que va del año. Por primera vez en mucho tiempo, el equipo santafesino no necesitó de una individualidad desbordante para sostenerse en el partido. La figura no fue un apellido, sino el funcionamiento. Y eso, en medio de un torneo que exige consistencia y nervio, es una noticia enorme para un plantel que hasta hace poco navegaba entre dudas e inconsistencias. Cuando dirigía Cristian González había mostrado chispazos en otros encuentros, pero jamás había logrado ensamblar un sistema tan convincente desde lo táctico como el que desplegó ante el Pincha. Unión fue ordenado, agresivo para recuperar, inteligente para ocupar los espacios y solidario en todas sus líneas. No hubo fisuras. Cada pieza supo qué hacer y, lo más importante, cuándo hacerlo. La presión fue coordinada, los relevos llegaron a tiempo, y la ocupación de las bandas —especialmente en el primer tiempo— fue un arma efectiva tanto en ataque como en defensa. Este modelo de juego, sin embargo, tiene una exigencia alta en lo físico y en lo mental. Y allí surge una certeza ineludible: para sostener esta idea en el tiempo, Unión necesita al menos tres refuerzos más. No para ser titulares indiscutidos, sino para ampliar el margen de maniobra y dar descanso sin resentir la estructura. Porque la intensidad que demanda este estilo no se puede sostener con un plantel corto, y menos cuando se avecinan quince finales en la pelea por la permanencia. El mensaje es claro: Unión encontró una forma, un camino. Pero el trayecto es largo y está lleno de trampas. Si quiere transitarlo con éxito, deberá reforzarse con inteligencia. Porque este nivel de juego, este grado de compromiso y cohesión, no puede depender siempre de los mismos nombres. El equipo dio un paso adelante, y ahora es el turno de la dirigencia de hacer lo propio. Hubo nombres que sobresalieron no solo por su aporte futbolístico, sino también por su entrega y disposición táctica. Entre ellos, Franco Fragapane (6) y Cristian Tarragona (6) dejaron señales claras de que el compromiso en este equipo empieza desde el primer delantero. Ambos fueron piezas importantes en una ofensiva que, más allá de no haber concretado todas las chances, supo incomodar y condicionar constantemente a la defensa de Estudiantes. El primero de ellos ofreció una imagen muy distinta a la que venía dejando en partidos anteriores. Se lo notó más suelto, más participativo, pero sobre todo más comprometido con la causa colectiva. Desde el arranque del encuentro se mostró activo, dispuesto a presionar y a retroceder cuando fue necesario, sin perder nunca de vista la intención de jugar cada vez que la pelota pasaba por sus pies. Tuvo una chance muy clara en el amanecer del partido, con un remate que superó a Muslera pero se estrelló en el caño derecho, en lo que pudo haber sido el gol que coronara su buena actuación. A pesar del desgaste, aguantó los 90 minutos y fue símbolo del sacrificio ofensivo que propuso el equipo santafesino. Por su parte, Cristian Tarragona tuvo su debut como local con la camiseta de Unión y no defraudó. También dejó una grata impresión en su primer partido en el estadio 15 de Abril. Mostró oficio y experiencia para jugar de espaldas, administrando bien los tiempos en ataque y asociándose con criterio con sus compañeros. No se limitó a esperar la pelota: bajó constantemente a colaborar en la recuperación, entendiendo que este Unión necesita el esfuerzo de todos. Tuvo una buena oportunidad para marcar tras una maniobra colectiva, pero el arquero Muslera respondió con solvencia. Su actitud y claridad para interpretar el juego le valieron los aplausos del público, que reconoció en él no solo al delantero luchador, sino también al jugador inteligente que sabe cuándo simplificar y cuándo animarse. Ambos, dejaron en claro que en este Unión nadie está exento del trabajo sucio. Hasta los delanteros se pusieron el overol para sostener un bloque compacto y solidario. Esa entrega, que contagia y empuja, es parte del nuevo ADN que busca consolidar Leonardo Carol Madelón en esta etapa crítica. Porque para ganar las finales que quedan, no alcanza con jugar bien: hay que comprometerse como lo hicieron ellos.

La tercera fue la vencida. Lo que parecía ser la respuesta para los problemas defensivos de Estudiantes terminó siendo un problema más. El Pincha no solo no tuvo un buen inicio de partido, sino que además volvió a repetir errores defensivo que le costaron caro. Con los laterales desbordados, el equipo de Domínguez no pudo contener a Unión y terminó por tocar fondo tras una muy mala salida de su refuerzo, González Pirez. Estudiantes ya la pasaba mal ante Unión y no lograba hacer pie en el Estadio 15 de Abril. Promediando 21 minutos de partido, el ex central de River, recientemente llegado al club y haciendo su estreno en su segundo ciclo en el Pincha, regaló la pelota en salida y generó el primer gol del equipo de Madelón. Piovi no llegó al pase, Mauricio Martínez (7) interceptó y no paró hasta definir frente a Muslera. ¿Lo pero? Ninguno de los centrales encontró la forma de cortar al mediocampista Tatengue. Ya sea por no querer cometer penal o por virtud del goleador, los dos quedaron pagando y el arquero uruguayo no pudo hacer nada.
Un error personal pero que tiene que ver con un contexto general de un equipo que da muchas garantías en el fondo y que no encuentra solución. Tras la salida de Sebastián Boselli, Domínguez probó con Facundo Rodríguez en la final ante Vélez y no se convenció. Con solo un puñado de entrenamientos en City Bell, mandó de entrada al experimentado central y rápidamente quedó apuntado por una mala salida que condenó al Pincha. Sintió el golpe de nocaut: sin ideas, sin alma, sin rumbo. El equipo de Eduardo Domínguez se vio desdibujado, sin respuestas ni reacción, como un boxeador que recibió un golpe certero en el primer asalto y no logró volver a incorporarse. El equipo fue una sombra de sí mismo, carente de ideas, con un funcionamiento que rozó lo inexistente, y una desconexión evidente entre líneas que dejó en evidencias las grietas de un proyecto que, por momentos, pareció vaciarse de contenido. Lo más alarmante, sin embargo, no fue la falta de juego ofensivo (algo que ya había dado señales preocupantes en partidos anteriores), sino la cantidad de errores no forzados en la salida que transformaron el espectáculo en una verdadera película de terror para los hinchas del Pincha detrás del televisor. Pelotas entregadas sin presión, pases al vacío con destinatarios fantasmas, y una reintegrada tendencia al retroceso que asfixió cualquier intento de construcción desde abajo. Estudiantes pareció jugar en contra de sí mismo, como si cada decisión individual fuera un capítulo más del caos colectivo. No hubo conexión entre el mediocampo y la delantera, ni claridad en los carriles externos. La defensa, por su parte, lució frágil y expuesta, como si el equipo no hubiera trabajado los mecanismos básicos de repliegue. El técnico, desde el banco, ofrecía indicaciones que se perdían en el aire, como un grito ahogado entre la impotencia y la resignación. Y mientras tanto, en las tribunas, el murmullo de la decepción comenzaba a tomar forma de bronca contenida. En conferencia de prensa, el ex DT campeón con Colón aseguró que a los periodistas lo cansan los proyectos a largos plazos. Hay momentos donde los entrenadores deben dejar de mirar hacia afuera y empezar a revisar puertas adentro. Y ese momento le llegó a Eduardo Domínguez. Porque lo que desgasta a un ciclo no es su duración, sino el rendimiento que ofrece el equipo en el día a día, la falta de respuestas dentro de la cancha y, en última instancia, la ausencia de resultados. El entrenador de Estudiantes parece querer desviar el foco, como si la incomodidad del presente deportivo fuera una invención mediática o una campaña de desgaste externo. Pero la realidad no necesita ser interpretada: habla sola. Y hoy, dice que su equipo ganó apenas 4 de los últimos 18 partidos. No, no es el periodismo. No es la crítica. Es el funcionamiento pobre, los primeros tiempos improductivos, la previsibilidad del esquema y la ausencia de un plan alternativo cuando el guion se cae. Es ver a un equipo sin sorpresa, sin rebeldía, sin variantes. Es repetir una y otra vez un libreto que los rivales ya leyeron, subrayaron y archivaron. El 4-3-3, que alguna vez fue sinónimo de presión alta y voracidad ofensiva, hoy es una estructura rígida, sin fluidez ni profundidad. Y lo más preocupante: sin autocrítica. Porque cuando los cuestionamientos aparecen, la respuesta de Domínguez no es el análisis ni la revisión táctica. Es la defensa cerrada, casi automática, de su idea, como si el entorno no tuviera derecho a señalar lo evidente. Culpar al periodismo —o a la opinión pública en general— es una salida cómoda, pero estéril. Nadie pone en duda su capacidad como entrenador ni lo que supo construir en el ciclo anterior. Pero tampoco se puede negar que este presente es pobre en resultados y más pobre aún en sensaciones. La gente de Estudiantes, que exige y acompaña, no se cansa de un ciclo largo. Se cansa de ver a su equipo extraviado, plano, sin carácter competitivo en partidos clave. Se cansa de no ver respuestas. Y eso no se resuelve con declaraciones altisonantes. Se resuelve en la cancha. Con decisiones. Con trabajo. Y sobre todo, con humildad para reconocer que cuando las cosas no funcionan, no siempre es culpa de los otros. A veces —la mayoría de las veces— la responsabilidad está en casa. Y hay que hacerse cargo.

Estudiantes, además de mostrar una alarmante falta de intensidad y desconexión colectiva, evidenció otra carencia tan estructural como dolorosa: no tenía juego interior. Jamás logró genera superioridades en el corazón del mediocampo, ni tampoco ofreció circulación fluida en la zona donde se gestan las jugadas con sentido. Los volantes centrales estaban estáticos, o, peor, aún escondidos detrás de la primera línea de presión de Unión, sin pedir la pelota ni generar líneas de pase claras. En ese contexto, el único que más o menos se rebelaba contra la inercia era Santiago Ascacibar. Con su habitual entrega, se movía constantemente, intentando recibir entre líneas, girar y abrir el juego, pero su esfuerzo era solitario, casi testimonial. En medio del desierto creativo del Pincha, el Ruso parecía gritar en una habitación vacía. Y mientras Estudiantes vagaba por la cancha sin brújula, Unión jugaba con inteligencia, orden y eficacia. Leonardo Madelón leyó el partido con claridad quirúrgica. Detectó rápidamente que el único camino que Estudiantes podía intentar era por el costado derecho, con las suidas incansable de Eric Meza, y directamente anuló ese recurso. Con un trabajo táctico prolijo y bien ejecutado, le cerró los caminos por la banda, quien terminó aislado, contenido y frustrado. El planteo de Madelón fue práctico, sin grandes alardes, pero con una solidez conceptual que hizo que su equipo pareciera mucho más que la suma de sus partes. Hubo que esperar hasta los 49 minutos de la primera etapa para encontrar la única situación (casi) del todo el partido de Estudiantes. Matías Tagliamonte (6) y la serenidad para erigirse con una figura confiable bajo los tres palos. Si bien no fue un partido en el que se lo exigiera constantemente, su intervención fue clave para mantener la valla invicta, un aspecto que ya empieza a ser una constante desde su llegada al arco tatengue. La atajada monumental ante un violento remate de Ezequiel Piovi desde más de 25 metros no solo fue técnicamente impecable, sino que también tuvo un alto valor emocional para el equipo, que en ese momento necesitaba sostener la ventaja y frenar el intento de reacción del rival. Más allá de esa jugada puntual, el ex Gimnasia de Mendoza y Racing prácticamente no tuvo trabajo, en parte gracias al buen comportamiento defensivo de sus compañeros y también por la falta de profundidad de un Estudiantes que monopolizó la pelota pero sin capacidad de daño. Todo parece indicar que se afianzó como el arquero titular hasta el final del campeonato, con actuaciones cada vez más sólidas y seguras.

Segundo tiempo
Apenas habían pasado cuatro minutos del segundo tiempo cuando Unión tuvo la chance de cerrar definitivamente el partido. Fue una jugada que podría haber sentenciado el rumbo, producto de una idea clara: el pelotazo largo de Franco Pardo, preciso, a espaldas de la defensa de Estudiantes, dejó mano a mano a Lucas Gamba (5). Todo indicaba que el 2-0 estaba al caer, pero apareció Muslera con una reacción digna de arquero de elite. Como si fuera Emiliano Martínez en aquella inolvidable final del Mundial 2022 ante Francia, le achicó todos los espacios a Gamba y con su cuerpo cubrió todo el arco. Fue una atajada monumental, decisiva, que mantuvo con vida a un Estudiantes que, hasta ese momento, estaba completamente superado por un Unión mucho más convencido y sólido. Esta vez al mendocino le costó desnivelar. Venía de ser el mejor jugador del primer semestre de la temporada. Lo llamativo es que, pese a ese salvavidas que le dio su arquero, el equipo de Eduardo Domínguez no reaccionó de inmediato. La imagen que ofrecía el Pincha era preocupante: líneas desconectadas, sin circuitos de pase, sin dinámica y con extremos desconectados. Domínguez, sabedor de que su equipo no estaba a la altura del trámite, metió mano fuerte en el banco. Y cuando un entrenador hace tres modificaciones de golpe, es una señal inequívoca de que no le gusta nada de lo que está viendo. Salieron Alexis Castro, de escaso peso en la generación; Benedetti, desbordado constantemente por Lautaro Vargas por el sector izquierdo; y Facundo Farías, silbado con dureza por la parcialidad local, amonestado y claramente afectado por el contexto emocional del partido. En sus lugares ingresaron Fernando Zuqui Medina, Arzamendia y Cetré, buscando mayor agresividad por banda y un cambio de aire ofensivo. Más tarde, Domínguez echó el resto con el ingreso de Lucas Alario, apostando a un doble “9” en el área y a una receta conocida: centros, pelotas aéreas y empuje más que juego.
Con los cambios realizados por Eduardo Domínguez, Estudiantes intentó, al menos desde la intención, tomar las riendas del segundo tiempo. El ingreso de jugadores como Medina y Cetré buscaba inyectar velocidad, amplitud y algo de desequilibrio individual en un equipo que, hasta ese momento, había sido completamente neutralizado. El plan era claro: empujar a Unión contra su campo, acumular volumen de juego en campo rival y recuperar la pelota más arriba. Sin embargo, la intención no siempre coincide con la ejecución. Porque si bien el Pincha ganó metros y empezó a dominar territorialmente, no encontró los caminos para romper a una defensa bien plantada ni generó situaciones de verdadero peligro. Unión, por su parte, cambió el libreto. Tras un primer tiempo donde fue amo y señor del trámite, en el arranque del complemento retrocedió varios metros. La orden fue clara: juntar líneas, cerrar los espacios en la mitad de la cancha y apostar a la contra. Fue una decisión deliberada, pensada para resistir el posible envión anímico de un Estudiantes herido. Pero ese repliegue tuvo un costo: el equipo dejó de tener la pelota. El Tate, que en los primeros 45 minutos había sido agresivo y protagonista, se volvió pasivo. Y aunque mantuvo el orden, comenzó a perder presencia en la zona media, donde ya no recuperaba con la misma facilidad ni lograba enlazar tres pases seguidos. Estudiantes, en ese contexto, avanzaba más por empuje que por juego. Se adueñó del balón, sí, pero lo movía sin profundidad, sin ideas claras. Mucha posesión horizontal, muchos toques improductivos y escasa amenaza real. Unión, mientras tanto, mostraba síntomas de desgaste y necesitaba reforzar su mediocampo con urgencia. El retroceso lo hizo ceder terreno, y por momentos pareció depender demasiado del oficio de sus defensores para sostener la ventaja. La falta de tenencia lo volvió previsible y, en algunos tramos, hasta vulnerable. El partido entró en una meseta: Estudiantes con más pelota pero sin claridad; Unión con menos recursos pero aferrado a su orden defensivo. La diferencia no estuvo en las estadísticas de posesión, sino en el sentido colectivo. Unión supo cuándo y cómo ceder la iniciativa. Estudiantes, en cambio, no supo qué hacer con ella.
Avisó el Pincha con un tiro libre de Edwin Cetré, peinó Guido Carrilo y se fue por arriba del travesaño. Automáticamente, Madelón realizó la primera modificación del partido. Entró Marcelo Estigarribia (5) por Lucas Gamba y Lionel Verde por Julián Palacios (5), que en un encuentro que exigía tanto el despliegue físico como la claridad conceptual en el mediocampo, logró sostener un desempeño correcto, caracterizado por su capacidad para equilibrar las tareas de recuperación con una participación activa en la construcción del juego. Aunque no se destacó por momentos brillantes ni por aportes decisivos en los metros finales, supo interpretar con inteligencia las transiciones del equipo, ocupando espacios clave para cortar avances rivales y facilitando la salida limpia desde el fondo. Su lectura del juego fue acertada en líneas generales, mostrándose como una opción constante para sus compañeros y brindando cierto orden en una zona del campo que, por momentos, tendía al desorden. Sin embargo, su influencia se diluyó en la segunda mitad, donde el ritmo del partido se volvió más errático y el equipo necesitaba un plus de claridad que él no pudo ofrecer del todo. Aun así, su actuación fue sobria y cumplió con lo que se esperaba de él en una función mixta, donde ni brilló ni desentonó. ¿Qué buscó Madelón? Tener la pelota, darle cierta dosis de fútbol y refrescar el frente de ataque. Si el partido no terminó en una diferencia de dos o tres goles, fue por Muslera, quien volvió a atajar en Santa Fe luego de 14 años tras la definición por penales entre Argentina y Uruguay en la Copa América del 2011. Mateo del Blanco (6) fue discreto pero efectivo. Se mostró seguro en la marca y no pasó grandes sobresaltos ante los intentos por su banda. Cuando encontró espacios, supo aprovecharlos para sumarse al ataque con sorpresa, como en la acción más clara del segundo tiempo: un desborde por izquierda tras gran corrida de Vargas que culminó en un centro preciso suyo, que dejó a Estigarribia en posición ideal, aunque el remate fue contenido por Muslera. Más allá de ese aporte ofensivo puntual, Del Blanco también probó de media distancia con un zurdazo que obligó al arquero uruguayo a enviar la pelota al córner. Sin brillar, fue una pieza importante en un funcionamiento colectivo que priorizó el orden defensivo, pero sin resignar del todo la ambición de generar peligro.

Como es habitual, Mauro Pittón (5) no escatimó en entrega ni despliegue. Fue uno de los motores en la presión y en el retroceso, siempre dispuesto a correr, meter y ocupar los espacios vacíos. Sin embargo, su déficit volvió a aparecer cada vez que el equipo necesitó precisión en la mitad de la cancha. Con la pelota en los pies, su toma de decisiones fue irregular: alternó buenas recuperaciones con pases imprecisos que cortaron avances prometedores. En un partido donde Unión pudo haber liquidado de contra, su falta de claridad pesó en algunos tramos. Aun así, su rol de sacrificio sigue siendo valorado por el cuerpo técnico, especialmente en partidos donde la lucha en el medio es intensa. Diego Armando Díaz (-) ingresó en los últimos 15 minutos por Cristian Tarragona y, si bien tuvo pocos minutos para destacarse, dejó buenas sensaciones. Mostró movimientos inteligentes, supo cómo proteger la pelota cuando Unión salía rápido de contra y aportó cierta pausa en momentos donde el partido pedía frialdad para tomar decisiones. Aún necesita más rodaje, pero su ingreso fue positivo en el cierre del encuentro. Marcelo Estigarribia (4) sigue en deuda con el gol. Tuvo una chance muy clara para liquidar el partido tras un excelente centro de Del Blanco, pero su remate, flojo y al medio, fue contenido sin problemas por Muslera. Estigarribia se mostró activo en el frente de ataque, pero cada vez que tuvo que resolver dentro del área falló en la ejecución. Esfuerzo no le falta, pero la falta de contundencia empieza a hacerse notoria en un equipo que, por su estilo, no genera demasiadas chances netas por partido.
Unión resistió. Con firmeza, con orden y, sobre todo, con una convicción colectiva que hace mucho no se veía. Aunque el marcador terminó mostrando una diferencia mínima, el 1-0 ante Estudiantes fue, sin dudas, un triunfo rotundo desde lo conceptual. El equipo no solo ganó, también convenció. Mostró una identidad clara, una estructura sólida y una disciplina táctica que le permitió neutralizar a un rival de jerarquía. Y si bien el cierre del partido fue con el corazón en la mano —como suele suceder cuando no se liquida a tiempo—, el Tate nunca sufrió sobresaltos reales. Ganó con sufrimiento en el resultado, no en el juego. La diferencia fue exigua, sí. Pero el funcionamiento fue superior. Unión supo jugar su partido con inteligencia. Pegó en el momento justo, se replegó cuando correspondía y se defendió con orden, sin desesperarse. No se trata de tirarse atrás por falta de ideas, sino de una estrategia consciente, sostenida en una línea defensiva bien plantada y en volantes que entendieron el valor de cada pelota dividida. En un torneo en el que cada punto es vital, arrancar con una victoria así, con un plan que se ejecuta y da frutos, es mucho más que un buen comienzo: es una declaración de intenciones. Este triunfo, además, no fue un hecho aislado. Unión ya había mostrado señales positivas en el cierre del torneo anterior, especialmente ante Rosario Central. Aquel partido dejó una sensación de recuperación, de equipo que empieza a construir desde la solidez. Y esta vez, esa mejora se confirmó. No solo se compitió: se superó a un rival que, más allá de su mal presente, es uno de los equipos fuertes del fútbol argentino. Y se lo hizo con fundamentos: seriedad, compromiso y una estructura colectiva que ya empieza a consolidarse. La victoria tiene múltiples lecturas, pero quizás la más valiosa es la que ofrece el propio grupo. Este Unión fue un equipo en el sentido más estricto de la palabra. Todos corrieron, todos marcaron, todos entendieron el libreto. No hubo figuras rutilantes por encima del resto, sino un funcionamiento colectivo que se impuso como el verdadero protagonista. Así, con humildad, orden y un plan, se ganó un partido clave. Y se empezó el torneo con el pie derecho. No por casualidad, sino por mérito propio.
La conferencia de prensa de Madelón
En el inicio el DT reconoció que «estamos trabajando bien, a Saravia lo conozco bien, el club hizo un esfuerzo muy grande, aumentos, pedidos, de golpe lo tentaron de Belgrano, me duele porque es un pibe en el que estaba esperanzado que venga. Se extendió el libro de pases, van a venir y tendrán que adaptarse».
Más adelante dijo que «un primer tiempo de una intensidad muy fuerte, contra un rival de fuste, tiene un muy buen entrenador al que respeto muchísimo. Se entrenó mucho sobre una táctica, acortar caminos, no darles espacios, tuvo Unión muchas chances, nos cansamos pero pudimos aumentar la diferencia».
«Con Jerónimo hablamos bien, charlamos ayer a la tarde, es un tema que lo tiene que resolver con el club, queda ajeno a nosotros, nos gustaría que esté, no se hasta donde llegará y el final. El fútbol hablar poco y entrenar mucho, quiere un equipo dinámico, está sano, los resultados hacen que estuvieran bien, trabajan bien desde lo físico, el cambio de Díaz lo hicimos para quedar 4-5-1, lo obligamos a tirar centros frontales, me alegra porque cargamos el crédito, Fragapane hizo un partidazo, Mauro Pittón, fue un nivel parejo, nos vamos a Casasol y pensando en algún recambio, llegamos bien a Boca», aseveró. Más adelante soslayó que «Estudiantes es un rival muy difícil, venía de jugar una final hace una semana, tienen un recambio que tenemos, nosotros equiparamos desde la táctica, lo confundimos, presionamos mucho, fue un gol, podríamos haber hecho alguno más. Tagliamonte cortó centros y estuvo a la altura, buen desempeño del equipo, sumar de a tres, estamos un rato punteros, es lindo ver que dio frutos el trabajo».
«La parte del arquero estamos buscando al irse Cardozo, detrás de Tagliamonte tenemos chicos, muy buenos arqueros, pero si no lo tenemos, poner un chico puede ser peligroso, en zona de volantes estamos justos, los internos cumplieron pero si hay una posibilidad sería bueno incorporar alguno experimentado de otro club y que no se vaya nadie, los equipos necesitan, y tratemos que no se vaya nadie».
«Chagas no lo gestionamos en ningún momento, debe ser buen jugador, Pardo está haciendo las cosas muy bien, se que hay ofertas y una cláusula de salida, es el único, si la ejecutan se nos complicaría, me dolería muchísimo, si hay que relevar y cambiar, está en buen nivel y me alegra por él».
«El club está gestionando lo de Augusto Solari, es muy bueno para jerarquizar el plantel, 33 años, salió campeón, jugó en Europa, quiere venir, con Rodríguez se gestiona en caso de que se vaya Pardo, en lo táctico había que neutralizar a Ascacíbar, uno de los nueve tenía que bajar, el secreto era estar corto, no hay táctica que entre. Jugó Farías, Palacios, no lo dejamos hacer nada a Carrillo, hubo superioridad numérica, mucha presión, estoy contento porque la gente de Unión festejó, en cuatro días pensando en hacer el mejor partido ante Boca».
«A Joaquín Silva lo fuimos a buscar a Uruguay y desistimos, pero el arco de Unión es pesado, el chico es buen arquero, estuvo en Plaza Colonia, después en Perú, no ocupó a los 27 años el puesto en un lugar importante. Tenemos cosas claras, dejemos que pase la noche, Durso me interesa, estuvo en el banco de Atlético Tucumán, quiere venir, sería bueno para competir». Antes de su despedida, remarcó: «Hicimos un plan de partido pero con un mapa de cancha de acuerdo al rival, lo entrenamos mucho y lo ejecutaron bien. El cuerpo técnico está contento porque se cumplió lo que trabajamos. Unión está para jugar el viernes un buen partido ante Boca, disfrutar, pero ir a traer algo, Boca es Boca, hay que tener mucho cuidado. Que la gente esté contenta».



