domingo, noviembre 9 2025

Extraordinario, magnífico, brillante. Se agotan los adjetivos para describir la contundente e inolvidable victoria de Unión ante Instituto, en una noche que quedará a fuego en la memoria de los hinchas tatengues. En la previa, Franco Fragapane había hablado de un partido en el cual tenía que salir a jugarlo de contragolpe y esperar los primeros 20 minutos, en donde se suponía que Instituto iba a salir a tomar las riendas. Sin embargo, terminó siendo una demostración de carácter, juego colectivo e inteligencia táctica por parte del conjunto de Leonardo Madelón. Dio una clase de fútbol, mostró autoridad en todas las líneas y terminó bailando cuarteto en Plena Alta Córdoba, ante la sorpresa y el desconcierto de un rival que jamás pudo hacer pie. Ni el más optimista, ni el más ferviente hincha rojiblanco, podría haber imaginado un desenlace tan favorable. La previa del partido estaba marcada por el escepticismo y la prudencia, producto de una larga racha adversa fuera de la capital provincial. Unión arrastraba casi un año entero sin conocer la victoria como visitante, una carga psicológica que pesaba cada vez que cruzaba el Puente Carretero y que parecía una losa difícil de levantar. Sin embargo, demostró que cuando hay convicción, trabajo y hambre de gloria, las estadísticas negativas pueden romperse en mil pedazos. El impacto de este triunfo trasciende lo meramente deportivo. Es un golpe de autoridad en un momento clave del campeonato. Si, van cinco fechas de 16, pero aún no puede salir del fondo de la tabla de posiciones. De hecho, a primera hora, Aldosivi había igualado sin goles ante Belgrano en Mar del Plata, y el Tate salió a jugar este compromiso ante Instituto a tan solo un punto de la zona de descenso. Está vivo, tiene con qué competir y no está dispuesto a resignar protagonismo. Instituto llegó al fútbol grande de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) a través de los viejos nacionales. Muchos recordarán aquella famosa línea ofensiva de la década del 70, con Poroto Saldaño, Ardiles, Kempes, Beltrán y Ceballos. También Willington, un ícono en Córdoba porque también jugó en Talleres, formaba parte de aquel equipo. Luego, por aquella famosa resolución 1309, Instituto llegó a disputar el Metropolitano en 1981. Ya antes lo había hecho Talleres, que fue el primero en congraciarse con aquella resolución, que fue una de las decisiones de Grondona –no la única- para generarle posibilidades al fútbol de interior. La primera se dio en 1979, cuando asumió Grondona y le dio cuatro votos al fútbol de Santa Fe. Hasta ese momento, en el comité ejecutivo había un solo representante de la provincia y se iban pasando la posta entre los dos de Santa Fe y los dos de Rosario, que en ese momento estaban en Primera. Grondona los metió a todos en el comité. El primer partido que jugó Unión, oficialmente, ante Instituto fue en el 81 en el estadio Córdoba. A la Gloria lo dirigía Alfio Basile y en Unión estaba Carmelo Faraone. En Instituto atajaba Guibaudo y jugaban nombres reconocidos como los de Mastrosimone (uno de los ídolos de Instituto junto con Ardiles, Kempes y Dybala), Víctor Heredia, Raúl de la Cruz Chaparro y Meza, entre otros. En Unión, ese día jugaron Pumpido; Carlos López, Alberto, Cárdenas y Bottaniz; Regenhardt, Artico, Eduardo Sánchez y Carlos Mendoza; Luque y Alí. Luego ingresaron Rogel y el Loco Stelhick. En Primera, Unión no le había podido ganar nunca, aunque sí lo consiguió en el ascenso (3 a 1 en el 2013, cuando al equipo lo dirigía Facundo Sava). De todos modos, pese a haber perdido, sin dudas que el partido más importante fue aquel del ascenso a Primera de la mano de Carlos Trullet. Unión había ganado 3 a 1 en Santa Fe el partido de ida de esa final y perdió 1 a 0 en Alta Córdoba, pero logró el ascenso, con una estupenda actuación de la Araña Maciel en el arco rojiblanco.

Corría el año 1999. Para ser más precisos, era el 7 de marzo, un domingo caluroso en todo el país, no sólo en La Plata. Santa Fe anunciaba la inminente visita de la dupla Duhalde-Palito Ortega, que el 24 de octubre de ese mismo año iba a caer derrotada por la Alianza que postulaba a De la Rúa y Chacho Alvarez. Unión había armado, a mediados del año pasado, un equipo que necesitaba sumar puntos para salvar la categoría. El técnico elegido fue Mario Zanabria, quien a pesar de sacar los 25 puntos propuestos en el Apertura del ’98, decidió alejarse y no hubo forma de convencerlo. La dirigencia, con Angel Malvicino a la cabeza, resolvió traer a un hombre que no era tan conocido: Salvador Capitano. Significaba una apuesta. Y la sorpresa fue mayúscula aquél luminoso y caluroso 7 de marzo de 1999. Cancha de Gimnasia. Enfrente, el equipo que todavía era conducido por un hombre al que Gimnasia y Esgrima La Plata le debe muchísimo y que estuvo a punto de hacer historia: Carlos Timoteo Griguol. El resultado fue impactante. Unión le ganó 5 a 0 y, además, produjo una actuación incomparable hasta entonces: se constituyó en la mayor goleada como visitante en Primera División, superando a una que logró en 1967 en cancha de Chacarita y a la que había logrado en el ’78 ante un equipo «muletto» de Boca, días antes que los «xeneizes» lograran una de sus tantas Copa Libertadores de América. La actuación fue impactante, no exenta de una curiosidad. El árbitro del partido era Hugo Cordero, quien a los 25 minutos y debido al intenso calor, resolvió parar el partido para que los jugadores se refresquen. Allí arrancó el vendaval tatengue, que consiguió cuatro goles en esos minutos que faltaban para el cierre del primer tiempo. Hubo una figura principalísima en ese partido: Germán Castillo. El Pomelo fue autor de dos goles, pero se cansó de complicar con su habilidad a un equipo que no era, precisamente, de los que resultaba accesible golearlo. Y Unión lo consiguió. Salvador Capitano tiró una frase, al término del partido, muy curiosa: «Jugamos un partido de 9 puntos y no de 10, porque nos cabecearon una vez adentro del área», dijo el recordado Toto, quien al poco tiempo dejó la institución para la llegada de Juan José López. «Fue una buena decisión la de ir y muy mala la de dejarlo. Pero como siempre me dice el ‘Indio’ Solari, que fue el que me enseñó y me preparó como técnico, hay que pensar en el club por encima de uno. Y sentí en ese momento, después de haber perdido dos partidos seguidos, que no debía dejar reaccionar a la hinchada. Estábamos cuatro puntos arriba del anteúltimo, ya fuera del descenso, y pensé que antes de que los plateistas se nos caigan encima de todos por haber perdido dos partidos, decidí irme. Me equivoqué», le confió alguna vez a El Litoral en una de las tantas charlas, en las que dejó en claro que el principal motivo de su salida fue la fuerte presión que ejerció la gente en ese momento y la famosa «platea techada» de Unión, que se tornó exigente.Ese 5-0 que no fue el único ante Gimnasia (hubo otro que justamente se dio en el debut de un entrenador -Roberto Jesús Puppo- con una actuación deslumbrante del Pelado Centurión, autor de cuatro goles en ese partido en Santa Fe), generó en los días posteriores una discusión. Es que Capitano no había contado con una de las grandes figuras que tenía ese equipo: Darío Cabrol. ¿Cómo iba a encajar Cabrol en ese esquema de Capitano y luego del 5-0? fue el motivo de discusión futbolera en los días que precedieron a aquélla goleada y previo al partido con Huracán (fue 2 a 2 en Santa Fe y Cabrol finalmente fue titular).¿A qué vamos con esto? Que tuvieron que pasar 26 años para encontrar un partido en el cual Unión marque cuatro goles. Lo hizo con tanta soltura y superioridad. Habla de un grupo que encontró su rumbo, que se comprometió con una idea y que empieza a jugar con la confianza que se necesita para aspirar a cosas importantes. El objetivo principal de Unión es salir de la zona de descenso, pero a medida que obtenga puntos, se posiciona para clasificar entre los mejores ocho de la Copa de la Liga (hoy permanece tercero, a un punto del líder Estudiantes).

Según los archivos del reconocido periodista Silvio Maverino, colaborador histórico del medio El Gráfico, existe una serie de encuentros recientes en el fútbol argentino que destacan por un denominador común poco frecuente: equipos que lograron marcar cuatro goles en tan solo los primeros 45 minutos de juego. Este tipo de actuación, cargada de contundencia ofensiva y eficacia, no solo marca un dominio absoluto en un tramo del partido, sino que deja una huella imborrable en la memoria de los hinchas y en los registros estadísticos. Uno de los ejemplos más contundentes lo protagonizó River Plate en su goleada por 5 a 0 ante Vélez Sarsfield, en un partido que, en la previa, prometía ser parejo por la jerarquía de ambos planteles y el contexto competitivo. Sin embargo, el desarrollo fue todo lo contrario: el equipo dirigido por Martín Demichelis no dio margen a la sorpresa y resolvió el compromiso con una actuación demoledora en la primera mitad. Miguel Borja y Facundo Colidio fueron los grandes protagonistas al anotar dos goles cada uno, formando una sociedad letal que se nutrió del trabajo colectivo de un mediocampo lúcido y dinámico, que generó situaciones constantemente. En apenas 45 minutos, el Millonario había desarmado toda la estructura defensiva de su rival, y el segundo tiempo transcurrió como una formalidad, con el resultado ya sellado y el Monumental convertido en una fiesta. Otro encuentro que merece ser destacado por esta particularidad fue el vibrante Belgrano 4-3 Boca Juniors, disputado el 10 de octubre de 2023 por la Copa de la Liga. Este duelo, disputado en Córdoba, quedó en la memoria colectiva por su intensidad emocional y por un primer tiempo donde el Pirata fue absoluto protagonista. Lejos de especular ante un rival de tanta envergadura como Boca, el equipo cordobés salió a comerse la cancha desde el primer minuto, y su actitud se tradujo rápidamente en el marcador. Lucas Passerini, con un doblete, Juan Barinaga y Esteban Rolón fueron los encargados de establecer una ventaja contundente de 4-2 antes del descanso, aprovechando cada error defensivo del rival con una eficacia letal. Aunque en la segunda parte Boca reaccionó y acortó distancias, el peso de lo ocurrido en el primer tiempo fue determinante para el desenlace del encuentro, consolidando una de las actuaciones más recordadas de Belgrano en la era reciente frente a uno de los gigantes del fútbol argentino. En la misma línea de partidos desbordados de goles y emociones, el 17 de abril de 2023 se vivió otro espectáculo ofensivo en la Liga Profesional, cuando Godoy Cruz y Lanús empataron 4-4 en un duelo que tuvo de todo. En este caso, fue Lanús quien tomó las riendas del encuentro en la etapa inicial, desplegando un fútbol incisivo y vertical que desbordó por completo al equipo mendocino. Franco Troyanski abrió la cuenta, Leandro Díaz aportó un doblete y Franco Orozco completó la faena, dejando el marcador 4-2 al término del primer tiempo. Pese a esta superioridad inicial, el segundo tiempo fue testigo de una remontada heroica por parte del Tomba, que logró igualar el marcador y rescatar un punto en un partido que quedará como uno de los más entretenidos del torneo. El primer tiempo, sin embargo, fue una clase de efectividad por parte del Granate, que mostró su mejor cara ofensiva en esos 45 minutos iniciales. Entre las goleadas más categóricas del último tiempo, el 11 de diciembre de 2021 Boca Juniors firmó una de las actuaciones más aplastantes al vencer 8-1 a Central Córdoba de Santiago del Estero en la Liga Profesional. Desde el inicio del partido, el conjunto Xeneize fue una tromba incontenible, y antes del entretiempo ya había dejado el resultado prácticamente sentenciado con un contundente 4-0. Los goles de Cristian Pavón, Eduardo Salvio, Exequiel Zeballos y Diego González dieron cuenta de la enorme superioridad del equipo dirigido en ese momento por Sebastián Battaglia, que desplegó un fútbol vistoso, vertical y contundente. El resto del partido fue un monólogo azul y oro, y la diferencia se amplió aún más hasta alcanzar el inapelable 8-1 final, en lo que fue una de las victorias más recordadas en La Bombonera en los últimos años. Otro ejemplo de poderío ofensivo en los primeros 45 minutos ocurrió el 7 de noviembre de 2021, cuando River Plate aplastó 5-0 a Patronato, con una actuación individual para el recuerdo: Julián Álvarez, en plena ebullición de su talento, convirtió cuatro goles, tres de ellos en la primera mitad. El joven delantero demostró en ese encuentro por qué era considerado una de las máximas promesas del fútbol sudamericano, exhibiendo una mezcla de velocidad, definición y capacidad asociativa pocas veces vista. Agustín Palavecino completó el marcador con otro gol en esa etapa inicial, y el equipo de Marcelo Gallardo selló una goleada que reafirmaba su candidatura al título en ese campeonato. El dominio fue total, y Patronato nunca pudo reponerse del vendaval futbolístico que lo avasalló desde el pitazo inicial. El 25 de agosto de 2021 también quedó registrado un partido en el que Rosario Central mostró una contundencia demoledora en su estadio, el Gigante de Arroyito. Frente a Arsenal de Sarandí, el conjunto rosarino no dio lugar a dudas y se fue al descanso con una ventaja de 4-0, que sería definitiva. Lucas Gamba fue el héroe de la noche con un hat-trick en la primera mitad, mientras que Marco Ruben, ídolo del club, también se hizo presente en el marcador. La actuación fue una muestra de juego ofensivo directo y precisión, y la defensa de Arsenal jamás encontró respuestas ante un rival que parecía no tener techo en ese primer tiempo, sellando así uno de los triunfos más claros de aquella temporada. Otro encuentro que entra en esta selecta lista es el contundente 6-0 de Independiente sobre Sarmiento, registrado el 15 de marzo de 2021 en el marco de la Copa de la Liga. Desde el primer cuarto de hora, el equipo de Avellaneda impuso condiciones con un ritmo ofensivo arrollador. Jonathan Menéndez, con dos goles, Sebastián Palacios y Silvio Romero fueron los artífices de un primer tiempo que terminó con una diferencia imposible de remontar. La intensidad del Rojo no mermó en el complemento, y completó la goleada con dos tantos más, redondeando una noche perfecta en la que todo salió a pedir de boca. El partido evidenció la superioridad abrumadora de un equipo que, por momentos, pareció jugar sin oposición. Finalmente, uno de los partidos más insólitos por su resultado fue el 5-0 de Godoy Cruz ante San Lorenzo, disputado el 8 de abril de 2018 en el marco de la Superliga 2017-2018. El Tomba, dirigido por Diego Dabove, no solo sorprendió por el resultado, sino por la forma en que se gestó: cuatro goles en el primer tiempo, todos fruto de una presión alta, precisión quirúrgica en los pases y una gran capacidad de resolución en el área rival. Matías Caruzzo, en contra, abrió la cuenta, y luego Tomás Cardona, Santiago «Morro» García y Luciano Abecasis completaron un parcial histórico. San Lorenzo no recibía una goleada de ese calibre en su estadio desde 1981, y lo ocurrido esa tarde en el Nuevo Gasómetro fue un duro golpe para su hinchada. Lo más impactante fue que, como local, nunca antes había encajado cuatro goles en una primera mitad, lo que le dio aún más resonancia a la hazaña mendocina.

Antes de pasar al análisis de lo que dejó la victoria tatengue, hay que mencionar que existe un antecedente histórico entre Unión e Instituto que guarda ciertas similitudes con un enfrentamiento reciente entre ambos clubes, el cual se remonta a más de tres décadas. Es fundamental destacar, antes que nada, que el triunfo obtenido por Unión en condición de visitante frente a Instituto en Primera División marca un hecho inédito, ya que hasta entonces, sus victorias ante este rival solo se habían dado en el marco del torneo Nacional B. Justamente, en dicho certamen de ascenso se encuentra un encuentro que, si bien tuvo un desarrollo durante el primer tiempo bastante parecido al del reciente duelo, culminó con un resultado final diferente, dado que en aquella ocasión Unión logró imponerse por 4 a 3 en un partido que terminó siendo tan cambiante como emocionante. Ese partido tuvo lugar el 18 de septiembre de 1993, correspondiente a la quinta jornada del torneo Nacional B. En aquella oportunidad, Unión se llevó una vibrante victoria por 4 a 3 frente a Instituto, jugando en el Estadio Juan Domingo Perón, y con el arbitraje de Antonio Hardach. El conjunto santafesino logró una contundente ventaja durante la primera mitad del juego, gracias a los goles convertidos por Fabián Ruffini a los 17 minutos, Carlos Ramón González a los 22, Cristian Favre a los 30, y Víctor Hugo Andrada a los 37. Esta ráfaga ofensiva permitió a Unión construir un resultado parcial abrumador, que dejaba entrever una victoria sin sobresaltos. No obstante, sobre el cierre de esa primera etapa, Instituto consiguió descontar por intermedio de José Luis Leyva, quien convirtió a los 42 minutos, permitiendo que el local se fuera al entretiempo con un poco de alivio y esperanza, aunque el marcador aún le fuera ampliamente desfavorable: 4 a 1. A pesar de la contundencia que mostró Unión en los primeros 45 minutos, la segunda mitad del partido presentó un giro inesperado. Instituto salió decidido a revertir la situación y logró acortar distancias gracias a dos nuevas conquistas, nuevamente de la mano de José Luis Leyva y de Sergio González, quienes marcaron los tantos que finalmente sellaron el resultado definitivo de 4 a 3. De este modo, aunque Unión terminó imponiéndose, el trámite del segundo tiempo evidenció una merma en el rendimiento del equipo visitante y una notable reacción del local, que puso en aprietos a los dirigidos por Hilario Bravi. Aquel día, el once titular de Unión estuvo conformado por Varisco en el arco; Leguizamón, Juan Amador Sánchez, Ingrao y Armando en la defensa; Andrada, Catinot y Favre en la zona media; mientras que el tridente ofensivo lo integraron Ruffini, Carlos González y Chiaverano. Más adelante, ingresaron Eduardo Magnín en reemplazo de Leguizamón y Fernando Brandt por Carlos González, en una alineación que reflejaba el estilo de juego vertical y ambicioso del equipo de Bravi. Cabe aclarar que este no ha sido el único partido en la historia reciente en el que Unión logró convertir cuatro goles en una sola mitad. Un caso similar, aunque con características distintas, tuvo lugar en el año 1978 durante el Torneo Nacional de Primera División. En aquella ocasión, Unión también alcanzó la cifra de cuatro tantos, pero lo hizo como local, en el estadio 15 de Abril, frente a San Martín. El partido terminó 4 a 0, y todos los goles fueron obra de Oscar Víctor Trossero, quien firmó una actuación memorable durante el primer tiempo. Aquella jornada, el conjunto rojiblanco fue dirigido por el recordado Alberto Violi, quien dispuso como titulares a Perico Pérez bajo los tres palos; una defensa compuesta por Silguero, Mazzoni, Merlo y Bottaniz; en el mediocampo jugaron Bongiovanni, Telch y Marchetti; y la delantera estuvo conformada por Ortega, Trossero y Casaccio. Más adelante ingresaron Tojo y Valdivia, este último un wing izquierdo proveniente de All Boys, que aportó dinamismo en los minutos finales.

Tiene que ser el punto de inflexión

Lo ocurrido en el reciente partido frente a Instituto no puede, bajo ningún punto de vista, ser considerado un hecho aislado, ni mucho menos algo que quede solamente en una anécdota positiva dentro de un contexto adverso. Por el contrario, debe ser interpretado como un verdadero punto de partida, una bisagra anímica y futbolística para un equipo que necesita imperiosamente animarse a más, asumir de una vez por todas el desafío de ser protagonista, sin importar el rival ni el estadio en el que le toque competir. Ya no hay margen para las especulaciones tibias ni para la pasividad estructural que ha caracterizado por momentos el andar de este equipo; lo de Alta Córdoba debe ser el ejemplo, el molde que sirva como base para una transformación profunda, tanto en la mentalidad como en la propuesta de juego. Porque si algo dejó en claro ese partido es que Unión, aún en medio de la incertidumbre y de una tabla que quema, puede plantarse con autoridad y convicción, incluso lejos de casa, frente a un rival que no regala nada y en una cancha históricamente incómoda. En la previa, el discurso predominante entre hinchas, periodistas e incluso algunos sectores del propio cuerpo técnico era que rescatar un empate en la visita a Instituto representaría un buen negocio, un resultado más que aceptable dadas las circunstancias. Sin embargo, debo admitir que desde un primer momento me sentí en desacuerdo con esa lectura, porque considero que cuando un equipo atraviesa una situación tan límite, tan angustiante y cargada de presión como la que actualmente atraviesa Unión, no puede permitirse conformarse con tan poco. En el marco de una lucha directa por la permanencia, donde cada punto se vuelve vital, sí, pero donde también cada empate puede terminar siendo una oportunidad perdida, el empate lejos de significar una suma real, termina restando desde lo emocional y lo competitivo. No se trata solo de los números en la tabla: se trata del mensaje que se transmite hacia adentro y hacia afuera, de cómo se enfrenta el desafío, de qué clase de actitud se asume frente a la adversidad. Y bajo esa lógica, pensar en que empatar ya es satisfactorio implica adoptar una postura resignada, conservadora, que no condice con la urgencia que impone el presente. Por eso, resulta indispensable que Unión comience a salir a la cancha con otra mentalidad, con una actitud mucho más proactiva y ambiciosa, dejando atrás cualquier intento de especulación o de repliegue excesivo. Tiene que asumir, sin rodeos ni excusas, que cada encuentro que resta por jugar es una verdadera final, y que las finales no se juegan a ver qué pasa: se disputan con los dientes apretados, con el corazón en la mano, pero también con la cabeza fría y el deseo de dominar el partido desde el primer minuto. Hay que ser agresivos, hay que imponerse en el mediocampo, buscar el arco rival con decisión y no esperar a que el rival cometa errores. Ese es el camino. Lo que mostró el equipo frente a Instituto no fue una casualidad ni un chispazo aislado, sino la prueba de que hay material para mucho más, pero para lograrlo se necesita continuidad, convencimiento, y sobre todo, hambre de protagonismo en cada cancha del país. Este debe ser, sin lugar a dudas, el punto de partida. No solo por el resultado obtenido, sino por la forma en que se logró. En un escenario complejo, con antecedentes que no jugaban a favor y con la presión acumulada de meses de frustraciones y dudas, Unión dio un paso al frente. Y no fue un paso cualquiera: fue una afirmación contundente de una identidad que comienza a tomar forma, de una idea que empieza a consolidarse y de un equipo que parece haber encontrado, al fin, el tono justo para competir con seriedad. Jugando de esta manera, con compromiso colectivo, con inteligencia táctica y, sobre todo, con convicción, es perfectamente razonable pensar que logrará cosas importantes. Porque no se trató simplemente de ganar un partido: se trató de mandar un mensaje claro, a sí mismos y al entorno, de que existe un camino a seguir, y que recorrerlo es posible si se mantienen firmes en esta dirección. Resulta imposible analizar lo ocurrido sin detenerse en el planteo táctico diseñado por Leonardo Madelón, quien, una vez más, demuestra por qué su figura merece un reconocimiento que muchas veces le fue esquivo. En más de una ocasión, quien les habla —y muchos otros— lo ha situado en el banco de los cuestionamientos, señalando decisiones o resultados que no acompañaban sus intenciones. Pero esta vez, es justo decirlo, Madelón leyó con precisión quirúrgica el contexto, supo detectar las falencias propias y las vulnerabilidades ajenas, y a partir de allí construyó un plan de juego que no solo fue eficaz, sino que anuló por completo a un Instituto que nunca encontró respuestas ante la propuesta santafesina. Lo valioso, en este sentido, no fue solo el resultado, sino la audacia de no aferrarse a fórmulas ya desgastadas, de atreverse a introducir variantes, de apostar por futbolistas que respondieron con creces y de confiar en una estructura que priorizó el orden, el esfuerzo solidario y la ejecución de una estrategia clara. Lo más complejo, sin embargo, no está en lograr una victoria puntual. Lo verdaderamente desafiante será sostener esta identidad, consolidarla más allá de las circunstancias y transformarla en un sello distintivo del equipo. Porque ganar un partido puede ser un chispazo, pero construir una forma de jugar requiere tiempo, disciplina, y sobre todo, coherencia. Unión demostró que tiene con qué hacerlo. Que está capacitado para superar sus propios fantasmas, para revertir inercias negativas y para dar pasos firmes hacia una madurez que se venía haciendo desear. Si el equipo logra mantener esta mentalidad, si entiende que este nivel de entrega y precisión debe ser la vara mínima y no la excepción, entonces podrá competir en serio. Pero eso implica no relajarse, no caer nuevamente en viejos vicios, y asumir con responsabilidad que cada presentación deberá ser una nueva validación de este proyecto que, de a poco, empieza a mostrar frutos. Lo que hasta hace poco parecía lejano, casi una utopía, hoy está al alcance de la mano. El cambio no es solo numérico ni circunstancial: es profundo, y se percibe en la actitud, en la confianza, en la manera de plantarse en la cancha. Lo que antes generaba resignación, ahora invita a la esperanza. Casi trescientos días después, el hincha volvió a sonreír. Y no fue una sonrisa tímida ni contenida: fue una carcajada genuina, de esas que nacen desde el alma, alimentadas por una victoria que no se explica solo en los goles, sino en el cómo. Ganar así, jugando bien, con autoridad, rompiendo una racha negativa que parecía maldición, no es producto del azar. Es síntoma de que algo está cambiando, de que hay una evolución real, de que hay una construcción en marcha. Y si Unión logra sostener este camino, si no se aparta de lo que mostró en Córdoba, entonces sí, sin dudas, lo mejor todavía está por venir.

Un primer tiempo brillante y demoledor

Desde el primer minuto de juego, Unión no se mostró temeroso ni titubeante, no adoptó una postura conservadora ni se resguardó en su propio campo esperando errores ajenos para aprovechar alguna contra aislada. Nada de eso. En lugar de especular o tantear al elenco de Oldrá con cautela, el Tate salió con decisión, con una actitud desafiante y propositiva que dejó en claro cuál era su intención desde el arranque. La idea de Unión fue clara e inequívoca: asumir la responsabilidad del protagonismo, imponer condiciones, marcar el ritmo del partido desde el pitido inicial y no permitir que el rival tomara el control. Lejos de esperar o ver qué sucedía, Unión plantó bandera desde el primer segundo, dejando de lado cualquier estrategia pasiva y apostando por una postura activa, ambiciosa y cargada de determinación. La vocación ofensiva se manifestó de inmediato en el posicionamiento dentro del campo de juego. La línea defensiva, en lugar de replegarse o mantener una actitud expectante cerca de su área, se adelantó decididamente. Los dos zagueros centrales, en una muestra de confianza y convicción en la propuesta táctica, se pararon prácticamente sobre la mitad de la cancha, acortando los espacios y empujando al equipo hacia adelante, como si se tratara de una declaración de principios. Este movimiento no fue un gesto aislado, sino la piedra angular de una estrategia claramente diseñada para asfixiar al adversario, cortar sus circuitos de juego desde la gestación, y obligarlo a retroceder metros desde el vamos. Unión no quería solo jugar, quería dominar; no aspiraba únicamente a competir, quería imponer su juego, su ritmo, su intensidad. En ese contexto, lo que se vio en la cancha no fue un equipo que saliera a ver qué pasaba, sino uno que buscó, desde la actitud y desde la táctica, llevarse al rival por delante. Unión demostró hambre, energía y un compromiso colectivo con una idea ofensiva que priorizaba el control territorial, la presión alta y la búsqueda constante del arco contrario. Cada movimiento, cada pase, cada presión sobre el poseedor de la pelota, respondía a un mismo objetivo: arrinconar al oponente, obligarlo a jugar incómodo, y aprovechar cada mínima grieta para profundizar. Unión no solo quería ganar, quería hacerlo con autoridad, asumiendo riesgos pero también elevando la exigencia propia al máximo. Era una postura que hablaba de convicción, de preparación y de un mensaje claro: este equipo no se achica, este equipo propone, este equipo juega con valentía.

Cuando un equipo logra una victoria contundente y a la vez vistosa, como lo hizo Unión en este encuentro, resulta muy complicado destacar a una sola figura dentro del campo, ya que el rendimiento colectivo fue tan sólido y armonioso que cada jugador aportó su cuota de protagonismo de manera equilibrada y sincronizada. Sin embargo, si hay alguien que merece un reconocimiento especial por la calidad y la intensidad de su actuación esa es, sin dudas, Mauro Pittón (9), quien se convirtió en la piedra angular del mediocampo y en un factor decisivo para el resultado final. Amo y señor de la mitad de la cancha, por su efectividad en la recuperación de la pelota y el equilibrio que le brindó al equipo en la zona central. Porque supo aparecer en los momentos justos con un aporte ofensivo inesperado, convirtiendo dos goles que no solo evidencian su buen olfato para el área, sino también su valentía y determinación para ir con decisión hacia adelante superando líneas y sorprendiendo a la defensa contraria. El hermano menor de los Pittón mostró a lo largo de todo el partido un rendimiento que puede ser definido como el de un jugador total, de esos que no necesitan de grandes despliegues individuales o lujos técnicos para dominar el mediocampo, sino que imponen su presencia con inteligencia, trabajo constante y un entendimiento profundo de los ritmos y espacios del juego. En el primer tiempo, que fue absolutamente arrollador para Unión, se destacó tanto en la contención como en la distribución, manejando los tiempos y orientando el balón con criterio para facilitar la circulación y la creación de juego, lo que permitió que su equipo impusiera un dominio casi absoluto sobre el rival. El segundo gol en particular, fue la muestra más clara de un futbolista que entiende la lectura del partido, eligiendo el momento preciso para incorporarse desde atrás y aprovechar un espacio libre que sorprendió a todos, demostrando que no solo es un volante con marca y sacrificio, sino también un futbolista inteligente y con gran capacidad de definición. Además de sus aportes en ataque y defensa, fue fundamental en la presión tras pérdida, esa fase del juego donde la recuperación rápida del balón puede cambiar el ritmo y la dinámica del encuentro, y en los relevos con sus compañeros, donde siempre estuvo dispuesto a dar una mano para mantener el equilibrio y la fluidez del equipo. Fue una muestra de compromiso total y entrega, valores que el entrenador Madelón supo valorar y potenciar al apostar por él desde el arranque, y que el propio jugador retribuyó con una actuación memorable, difícil de olvidar para los hinchas de Unión. Un motor silencioso que impulsó al equipo hacia una victoria contundente, siendo el ejemplo perfecto de cómo la combinación de técnica, inteligencia táctica y entrega física puede marcar la diferencia en un partido donde el conjunto supo brillar y golear con justicia.

Mauro Pittón, la gran figura en la noche de Córdoba

Otro de los que la rompió en el círculo central fue Mauricio Martínez (8). Había tenido un partido incómodo hace casi una semana en La Paternal, debido al juego ofensivo que propone Argentinos Juniors. El volante convertido en una de las cartas goleadoras del equipo volvió a dar una muestra de carácter, presencia y capacidad ofensiva. Desde el inicio se lo vio decidido a jugar en campo rival, asumiendo el protagonismo, presionando alto y participando activamente en la circulación del balón. Fue justamente en ese dominio de los primeros minutos donde encontró su recompensa: a los 17 minutos, tras un tiro de esquina mal resuelto por el arquero rival, capturó la pelota en el área y, con una media vuelta precisa, colocó el tercer gol de Unión, que empezaba a sellar una goleada histórica. Además del gol, su labor en el mediocampo fue impecable, cubriendo espacios, ordenando y aportando claridad con sus pases. Es uno de los líderes silenciosos de este equipo. Lo vuelvo a repetir, y lo hago con la convicción que solo quienes realmente entienden el fútbol pueden comprender: por algo Madelón es el director técnico y los demás, simples mortales, se limitan a ver los partidos desde la comodidad de sus sillones en casa, o, en el mejor de los casos, desde su puesto de trabajo en la cabina del estadio Alta Córdoba. No es casualidad. Representa la diferencia entre quienes tienen la visión, la experiencia y el temple para tomar decisiones que pueden cambiar el curso de un encuentro, y quienes solo observan, muchas veces sin entender la complejidad que implica manejar un equipo en momentos de presión. En este contexto, Marcelo Estigarrbia (7), que atraviesa un momento complicado a nivel personal, enfrentando problemas familiares y una notable falta de confianza en sí mismo, se mantiene en el centro de la escena futbolística, con el respaldo inquebrantable de Madelón. El ex enganche de San Lorenzo no dudó en ratificar su titularidad, demostrando una fe absoluta en el jugador al sostener que es un goleador nato, y que una vez recuperado, no solo volvería a marcar goles, sino que también celebraría esos momentos con todo el equipo, reforzando así el espíritu de camaradería y unidad que caracteriza a un grupo ganador. A pesar de las dificultades que lo aquejan, el Chelo logró romper esa mala racha que parecía haberlo perseguido y volvió a convertir un gol, esta vez con una definición certera, fruto de una magistral asistencia de Palacios, quien supo encontrarlo en el momento justo y en el lugar indicado dentro del campo. Lo que más destaca en su juego no es solo el hecho puntual de haber marcado, sino su actitud constante dentro del área rival: su movilidad incesante, la manera en que se desmarca y busca la pelota, y, sobre todo, ese deseo ferviente de participar en el juego que lo convierten en una amenaza permanente para cualquier defensa. Aunque no dispuso de muchas oportunidades claras para marcar durante el partido, supo aprovechar la que tuvo con una efectividad que marca la diferencia crucial entre un delantero que realmente cumple con su función y otro que simplemente está en el campo sin trascendencia. La capacidad de transformar en gol cada chance que se presenta es lo que define a un verdadero atacante y, en esta ocasión, el Chelo lo demostró con creces. Después de ese gol, la confianza del jugador creció notablemente, y se lo notó mucho más activo y participativo en los minutos siguientes. Se hizo sentir no solo en la zona ofensiva, sino también en la dinámica del equipo, colaborando en la generación de juego y aportando ese plus que solo los jugadores con carácter pueden brindar. Este crecimiento anímico y futbolístico post-gol no solo beneficia al jugador individualmente, sino que contagia al equipo entero, elevando el nivel general y generando una atmósfera positiva en la cancha. Así, lo que parecía ser un momento complicado para el Chelo se transformó en un punto de inflexión, un resurgir que le permite mirar hacia adelante con esperanza y reafirmar que, con confianza y apoyo, es posible superar obstáculos y volver a ser protagonista en el juego.

Pittón y Estigarribia

Tras un arranque demoledor, en apenas diez minutos de juego, Unión ya se había puesto en ventaja por 2 a 0, imponiendo una autoridad incuestionable sobre el terreno del Estadio Monumental de Alta Córdoba. En ese lapso inicial, el conjunto dirigido por Leo Madelón mostraba una superioridad aplastante, tanto desde lo futbolístico como desde lo anímico, dominando cada sector de la cancha con una confianza que parecía inquebrantable. Mientras tanto, Instituto adoptaba una postura absolutamente pasiva y desorganizada en defensa, quedando expuesta en cada retroceso, defendiendo mano a mano, casi como si no hubiera conciencia del daño que podía provocar un equipo como Unión con espacios y tiempo para pensar. El desconcierto era tal que Daniel Oldrá, parado al borde del área técnica, exhibía una mezcla de incredulidad y resignación, incapaz de comprender cómo sus dirigidos parecían estar completamente fuera de poco, desbordados por la presión, la dinámica y la precisión de un Unión que no perdonaba. Fue un vendaval. El tercer golpe de KO pronto, antes de los veinte minutos de esa primera mitad que resultó un suplicio para la Gloria. Mauricio Martínez, a la salida de un tiro de esquina, conectó con potencia y colocación para estampar el 3-0 que desató la furia contenida de los hinchas de Instituto. Fue en ese momento cuando las 15 mil personas que asistieron al Monumental estallaron; no por una celebración, sino por un estallido de bronca y decepción que se volcó directamente contra los jugadores, con ese grito clásico, hiriente y despiadado que refleja el hartazgo del hincha ante una performance tan pobre: «¡Jugadores, la concha de su madre, a ver si ponen huevos, que no juegan con nadie!» Se puede perder esta clase de partidos, pero no de la manera que perdió La Gloria. Sin resistencia, de parecer un equipo vencido antes de tiempo, sin alma, sin rebeldía, y contra un rival que, supuestamente no era nadie. Pero lo cierto es que en apenas un cuarto de hora, Unión ya había demolido cualquier ilusión local, dejándolos expuestos, vulnerables, y sin respuestas. El dominio era absoluto, casi ofensivo por momentos, y si bien el resultado era amplio, lo más alarmante era la sensación de que podría haber sido incluso peor. Sin embargo, pese a la comodidad con la que se imponía Unión en todas las líneas, había un aspecto del juego que, aún con el marcador tan favorable, generaba ciertas dudas: la defensa. No porque se viera constantemente exigida, sino más bien por ciertos desajustes esporádicos, momentos de relajación que podían costar caro si el rival hubiese estado más fino o con mejores ideas. Instituto, por su parte, mostró como único recurso ofensivo algo de peligro en las pelotas detenidas, ya que en el juego asociado, en las transiciones o en los ataques posicionales, prácticamente no inquietó. De hecho, su única forma de llegar con algo de claridad al área defendida por Matías Tagliamonte (6) fue a través de tiros libres o córners, donde apelaron a la segunda jugada o a la sorpresa, aunque sin éxito real. Pese a eso, vale destacar especialmente la actuación del arquero tatengue, quien volvió a sumar una jornada impecable, aunque con poco trabajo visible. El ex arquero de Tigre e fue, por momentos, un espectador privilegiado del encuentro, pero esa aparente pasividad no debe confundirse con desatención: cada vez que tuvo que intervenir, ya sea para cortar un centro, achicar un ángulo o simplemente ordenar a su defensa, lo hizo con seguridad y aplomo. No necesitó voladas espectaculares ni atajadas memorables para ser importante; su sola presencia, su ubicación y su lectura del juego le dieron a Unión la tranquilidad necesaria para sostener el cero en su arco con solvencia. Con el correr de los minutos, y especialmente superada la mitad del primer tiempo, Instituto comenzó a insinuar una tímida reacción. El orgullo herido, el empuje de su gente y el hecho de estar jugando en casa los impulsó a buscar al menos el descuento, algo que les devolviera cierta dignidad ante una actuación colectiva tan floja. Sin embargo, esa intención no se tradujo en peligro real. Unión supo contener ese pequeño levantamiento desde una estructura defensiva bien armada, con volantes que se batieron en cada dividida, defensores atentos a cada cruce y, como ya se mencionó, un arquero sereno que transmitía calma. En ese tramo, Instituto encontró algunos espacios, sobre todo entre líneas, pero sus remates fueron desviados, apresurados o chocaron contra los palos, completando una imagen de impotencia ofensiva que no se modificó ni siquiera con los cambios. La resistencia tatengue no se quebró, y eso fue mérito tanto del orden colectivo como de la firmeza individual. Ya en el complemento, con el resultado prácticamente sentenciado, el ritmo del partido bajó de manera natural. Unión manejó los tiempos, reguló energías y apostó más al control que a la búsqueda del cuarto gol. Instituto, por su parte, intentó seguir atacando, ya sin convicción, como empujado más por la obligación que por una idea real de juego. En ese contexto, Tagliamonte continuó demostrando solidez, sobre todo al cortar envíos aéreos y desactivar cualquier intento de peligro que pudiera surgir desde la desesperación del rival. Fue, en definitiva, un partido que el arquero vivió con cierta tranquilidad, pero que suma —y mucho— en lo personal, ya que mantuvo nuevamente su valla invicta, mostrando un nivel de concentración y liderazgo que es vital para cualquier equipo con aspiraciones serias.

Mateo del Blanco (7) jugó un primer tiempo formidable, siendo uno de los motores del equipo por el sector izquierdo, una posición que si bien no es la suya natural, supo ocupar con inteligencia y despliegue. Se proyectó con frecuencia, no solo para abrir la cancha, sino también para convertirse en una opción de pase constante. Colaboró en la gestación del juego y se mostró participativo en cada intento ofensivo. La acción más destacada de su actuación llegó a los 32 minutos, cuando asistió con gran precisión a Mauro Pittón para que éste convierta el cuarto gol de Unión, luego de ganarle la posición a Moreyra y definir con calidad. Si bien en el aspecto defensivo tuvo algunas dificultades para contener los avances del rival por su costado, logró compensarlo con su entrega y compromiso en el retroceso. Fue, en definitiva, uno de los muchos puntos altos de un equipo que tuvo una noche soñada. Apenas se reanudaban las acciones tras el tercer gol de Unión, Instituto intentó reaccionar de forma casi instintiva, como si el orgullo herido lo empujara a buscar un descuento que pudiera reencender alguna esperanza o, al menos, maquillar una realidad que ya era muy adversa. Y ese descuento, increíblemente, estuvo al alcance de la mano. Automáticamente, el Albirrojo generó una acción clara de gol: Fonseca, tras una buena combinación ofensiva, encontró el espacio justo para sacar un remate potente, con dirección, que dejó sin chances a Tagliamonte. Salvo por un detalle, uno de esos que marcan el destino de un partido: el balón rebotó violentamente en el palo izquierdo y se fue desviado. El lamento se apoderó de las tribunas locales, que ya no sabían si gritar de frustración o de impotencia. Todo indicaba que no sería la noche de Instituto. Ni siquiera cuando lograban romper el cerco defensivo del rival encontraban el premio. Y, mientras tanto, del otro lado, Unión seguía funcionando como una máquina bien aceitada, con un volumen de juego alto, con pases precisos, desmarques constantes y una confianza colectiva que se reflejaba en cada movimiento. El gran rendimiento colectivo sólido no solo se explicaba desde lo táctico, sino también por las destacadas actuaciones individuales, sobre todo Franco Fragapane (8). El volante por izquierda demostró estar no solo recuperado físicamente, sino también reencontrado futbolísticamente con ese nivel que supo mostrar durante su primer ciclo con Leonardo Madelón allá por 2018, cuando era uno de los jugadores más desequilibrantes del torneo. Esta vez, se lo vio enchufado desde el minuto cero, con una actitud proactiva, siempre dispuesto a encarar, a buscar el uno contra uno, a romper líneas con su velocidad y a ofrecerse como opción constante de pase. Fue determinante en el desarrollo del juego ofensivo de Unión: participó activamente en la gestación del primer gol, con un centro venenoso que terminó derivando en la aparición goleadora de Mauro Pittón, y también fue clave en la construcción del segundo tanto, iniciando con claridad la contra que desnudó todas las falencias defensivas de Instituto. Más allá de las estadísticas, lo del ex Boca fue significativo por lo cualitativo: volvió a ser ese futbolista impredecible, que obliga al rival a estar permanentemente atento y que genera superioridades por sí solo. En este contexto, el mérito no es solo del jugador. También hay que subrayar la confianza que Madelón mantuvo en él durante los momentos más grises, cuando su rendimiento era mirado de reojo por parte de la prensa y la hinchada. El técnico decidió sostenerlo, apostó por su recuperación en lugar de descartarlo como suele hacerse en el vértigo del fútbol argentino, y ahora comienza a recoger los frutos. Con su explosividad renovada, su claridad en los metros finales y su compromiso en la recuperación, se está convirtiendo nuevamente en una pieza clave del andamiaje ofensivo de Unión, ese jugador que marca diferencias en los partidos cerrados y que, como en este caso, también potencia el funcionamiento colectivo cuando el equipo encuentra espacios y ritmo. Su confianza está en alza, y cuando eso sucede en jugadores de su perfil, el equipo lo siente de manera positiva, multiplicando opciones de ataque y generando superioridad en los duelos individuales. Mientras Instituto chocaba con los palos y su falta de contundencia, Unión capitalizaba sus mejores momentos con inteligencia, ritmo y, sobre todo, con futbolistas que atraviesan un presente cada vez más alentador.

No tengo recuerdos de un primer tiempo tan alarmante de Instituto en los últimos quince años. Fue una actuación sencillamente aterradora, desordenada, sin rumbo, sin respuesta anímica ni futbolística. Resulta complicado encontrar antecedentes cercanos de un equipo tan endeble desde lo táctico, tan vulnerable desde lo emocional. Sin embargo, más allá del papelón vivido en cancha, hay algo que permanece incólume: la fidelidad de la gente. Porque el hincha de Instituto, el de la Gloria de verdad, ha estado en momentos mucho más oscuros y sin embargo siempre encontró una forma de volver a creer, de volver a confiar, de estar, de sostener. El aliento se mantiene incluso en medio del desconcierto, porque el sentimiento no se negocia. Hoy, con todo lo que pasó, con la imagen lamentable que dejó el equipo, con la humillación futbolística sufrida ante Unión, uno no puede dejar de pensar que los únicos verdaderamente merecedores de portar el escudo del club son los hinchas, los socios, los que ponen la cara, el tiempo y el bolsillo. Porque hay algo que ya no se puede negar: hace rato que quienes se acercan al estadio lo hacen por convicción, porque son parte formal de la institución, porque son socios, porque tienen un vínculo real con el club. Atrás quedaron aquellos tiempos en los que, incluso cuando el equipo generaba vergüenza ajena y uno compraba una entrada con ilusión, había una suerte de lógica de reparación simbólica que hacía que al menos te devolvieran la plata si la presentación era un papelón. Hoy, con lo visto en el partido contra Unión, ni siquiera hay forma de pensar en algo semejante, porque el bochorno fue tan amplio, tan profundo, tan hiriente, que no hay dinero que compense lo que uno sintió al ver a Instituto completamente superado. Y cuando se analizan las razones de semejante derrumbe, no se puede pasar por alto la figura del técnico, que sigue, partido tras partido, demostrando que no logra encontrarle la vuelta al equipo. No hay señales de un plan, de una idea sostenida, de una estructura de juego que transmita algo concreto. El equipo se arrastra, juega sin identidad, y lo que es peor: depende casi exclusivamente de rendimientos individuales para no naufragar. Esto no es una exageración. Si uno observa lo que ha ocurrido con el equipo desde la lesión de Luna, lo entiende fácilmente. Luna fue, hacia el final del torneo anterior y en el arranque del actual, una pieza clave por su despliegue, su compromiso, su capacidad para hacer jugar al resto. Desde su regreso, no ha logrado recuperar ese nivel, y la consecuencia es directa: Instituto pierde presencia, pierde volumen, se vuelve predecible y frágil. Cuando Luna no responde, no hay plan B. Romero, por ejemplo, mostró algunas cosas interesantes, sobre todo en los partidos contra Vélez y Platense, pero aún está verde, aún necesita adaptación, rodaje, entender la dinámica del equipo. Es lógico, acaba de llegar. Pero el problema es que detrás de él no hay nadie que aparezca con fuerza para hacerse cargo. No hay otro nombre que prometa desequilibrio ni mucho menos liderazgo futbolístico. Entonces, todo se vuelve cuesta arriba, pesado, repetitivo. Y Luna, en baja forma, no puede sostener solo a un equipo desorientado .Lo de hoy fue un partido que Instituto va a tener que olvidar rápidamente. Porque fue doloroso. Porque fue humillante. Porque fue la confirmación de que, hoy por hoy, el equipo está lejos de ser competitivo. Hacía mucho que no veía un equipo de Córdoba tan superado en cancha. Fue un cachetazo futbolístico.

El segundo tiempo estuvo de más

En el complemento, Unión mantuvo sin fisuras la tónica que venía sosteniendo desde el inicio del partido. Lejos de relajarse o bajar la intensidad, el conjunto santafesino mostró nuevamente esa capacidad para regular el trámite con inteligencia y aprovechar cada oportunidad para dejar en evidencia las fragilidades de su rival. Cada vez que se lo proponía, el Tate daba la impresión de estar más cerca de marcar el quinto gol que de sufrir el descuento por parte de Instituto, que a pesar de su esfuerzo, no encontraba caminos claros hacia el arco rival. La defensa cordobés parecía esta vez una manguera pinchada: dejaba pasar todo, mostraba grietas en cada retroceso y evidenciaba una desconexión alarmante entre líneas. Es cierto que, en pasajes, se pudo notar un leve dominio territorial por parte de Instituto, que empujaba con más ímpetu que ideas, con más desesperación que claridad. Sin embargo, ese dominio fue estático, un espejismo. Una ilusión que no se traducía ni en situaciones de gol ni en un cambio de ritmo que alterara el plan de Unión. Fue precisamente esa lucidez táctica la que terminó por marcar la diferencia: Madelón entendió que el partido ya estaba encaminado, se replegó con criterio, le cedió el protagonismo a su rival y apostó a una defensa sólida, organizada y muy concentrada. Unión optó entonces por cerrar espacios con una estructura compacta y disciplinada. Plantado con dos líneas de cuatro bien marcadas, el conjunto rojiblanco se abroqueló en apenas 20 metros, mostrando un orden táctico que dificultó muchísimo cualquier intento ofensivo de Instituto. A pesar de tener una ventaja de cuatro goles, los jugadores de Unión no cayeron en la tentación de subestimar la situación ni de dejarse llevar por el relajamiento lógico que suele surgir cuando el resultado parece asegurado. Por el contrario, mostraron madurez y responsabilidad para seguir ejecutando el plan de juego con seriedad. Aun así, hubo momentos en los que quedó algo largo, producto del retroceso voluntario y la falta de sincronización en las transiciones ofensivas. En ese contexto, fue clave el trabajo de Cristian Tarragona (6) que si bien esta vez no se hizo presente en el marcador, cumplió un rol silencioso pero vital. Aguantó pelotas difíciles de espaldas, se ofreció constantemente como descarga para sus compañeros, bajó a pivotear en el medio y luchó cada balón dividido con una entrega innegociable. En el segundo tiempo, incluso, asistió a Gamba en una jugada que tenía destino de gol, pero que lamentablemente no terminó en la red por la imprecisión del atacante que ingresó desde el banco. El apuro, como tantas veces en el fútbol, volvió a convertirse en el peor enemigo de Instituto, que lejos de encontrar claridad en su propuesta ofensiva, terminó diluyéndose en una sucesión de centros apurados y predecibles que los defensores de Unión supieron neutralizar con comodidad. No había una pausa, una elaboración desde el medio ni una lectura clara del contexto de partido; simplemente se repetía el mismo patrón, una y otra vez: tomar el balón, avanzar sin mucha precisión y lanzar el esférico al área con la esperanza de que algún desvío milagroso o un error rival les permitiera descontar. Pero el problema no era tanto el cómo, sino el para qué: esos centros, lanzados sin convicción ni objetivo concreto, se estrellaban una y otra vez contra la solidez de la defensa tatengue, que parecía anticiparse siempre a la jugada. El ritmo del juego, impuesto por Unión a través de su ventaja en el marcador y su solidez táctica, obligaba a Instituto a jugar con una urgencia mal entendida, que en lugar de traducirse en presión sostenida o en transiciones veloces, se transformaba en nerviosismo, malas decisiones y una peligrosa dependencia del pelotazo frontal como único recurso. En ese contexto, Instituto fue perdiendo presencia y sentido colectivo, mientras que Unión, firme en su plan, se consolidaba con el paso de los minutos.

Dentro de esa firmeza colectiva que mostró el equipo santafesino, uno de los nombres propios que se ganó los aplausos —y seguramente también un lugar en las consideraciones futuras del cuerpo técnico— fue el del uruguayo Maizon Rodríguez (6). En lo que fue su debut absoluto con la camiseta de Unión, el zaguero central dejó una imagen sumamente alentadora, demostrando que, más allá de los errores lógicos de una primera presentación, hay condiciones y personalidad para seguir sumando minutos en el exigente fútbol argentino. Es cierto que sus primeros toques de balón evidenciaron cierta imprecisión y nerviosismo, comprensibles en un jugador que pisa por primera vez el césped profesional de una liga tan intensa y física como la nuestra. Sin embargo, lo realmente destacable fue la rapidez con la que logró asentarse, adaptándose al ritmo del partido y mostrando una evolución visible a medida que transcurrían los minutos. Con una buena lectura de las jugadas y una destacable precisión en los envíos largos —una virtud poco frecuente incluso entre los centrales más experimentados—, se mostró atento, criterioso y con una predisposición clara al juego simple pero efectivo. Supo posicionarse con inteligencia, especialmente en las situaciones en las que Instituto, a fuerza de insistencia, lograba aproximarse al área. Se entendió bien con Valentín Fascendini para sostener el cero en el arco, y si bien cometió un error aislado en un rechazo que no trajo consecuencias, ese mínimo desliz parece más una oportunidad de aprendizaje que una mancha en su rendimiento general. También sobresalió por su presencia en el juego aéreo. Y si hablamos de figuras, no puede quedar fuera Valentín Fascendini (7), cuyo presente parece confirmar que lo que muchos consideraban una promesa ya se está consolidando como una realidad ineludible para Unión. El zaguero central, que viene de ser campeón del mundo Sub20 con la camiseta de Boca, volvió a firmar una actuación sobresaliente, siendo uno de los grandes responsables de que Instituto no pudiera traducir en peligro sus intentos ofensivos. El jovencito mostró una solidez que desbordó a simple vista: fue firme en la marca, especialmente eficaz cuando le tocó enfrentar a rivales rápidos en el uno contra uno, donde su tiempo de anticipación y su lectura corporal marcaron la diferencia. Pero no se quedó solo en la faz defensiva; su salida prolija, su capacidad para entregar el balón con criterio y su visión para detectar cuándo jugar corto y cuándo buscar un pase largo más profundo hablan de un jugador que piensa, que no se desespera y que entiende lo que el partido necesita en cada momento. El dominio que exhibió en el juego aéreo fue otro de sus puntos altos, ya sea despejando en su propia área o ganando en la pelota parada a favor. Lo más impactante, sin embargo, es la madurez con la que juega, impropia de alguien que todavía está dando sus primeros pasos en la Primera División. No solo cumple: lidera, ordena, transmite seguridad. Si logra sostener este nivel en el tramo final del torneo, no hay dudas de que se convertirá en una de las piezas fundamentales del equipo de Madelón, tanto desde lo futbolístico como desde lo anímico.

Madelón

Como ya el partido estaba liquidado desde hace un buen rato, Madelón decidió hacer retoques en el equipo. Adentro Lucas Gamba (5) por Marcelo Estigarribia, y adentro Augusto Solari por Julián Palacios (6). El extremo se mostró como de costumbre: activo, movedizo, desequilibrante con la pelota en los pies y comprometido con la marca. Aportó dinamismo por el sector derecho, colaboró en defensa cuando hizo falta y fue autor de una asistencia precisa en el segundo gol del equipo, conectando con Estigarribia tras una contra manejada con inteligencia. En el cierre del partido tuvo una chance clara para asistir a Lautaro Vargas, pero se apuró en la definición y su remate salió por encima del travesaño. Sin embargo, su entrega y capacidad para generar peligro lo vuelven una pieza clave en el funcionamiento ofensivo del equipo. A los 29′, Gamba tuvo al menos una chance clara para anotar, aunque su definición fue imprecisa y terminó enviando el balón desviado. No aportó el desequilibrio esperado, y quedó la sensación de que le costó acoplarse al ritmo del encuentro y a la dinámica del equipo en ese momento. Mientras que Augusto Solari (-), volvió a sumar minutos tras haber sido titular en el partido contra Argentinos. Esta vez entró con el partido encaminado, faltando aproximadamente 20 minutos para el final. Y en su posición, que es la de volante por derecha. Se mostró activo y con ganas de aportar. No lo quebraron de casualidad debido a una falta de Alarcón. En principio, Amiconi le había sacado solamente la amarilla, pero Fernando Espinoza, quien estuvo a cargo del VAR lo llamó y le dijo que vaya a revisar la jugada. Luego de unos instantes, la Gloria quedó con 10 jugadores. También quedó para que sume minutos por primera vez desde que está Leonardo Madelón como DT, Rafael Profini. Se ubicó junto a Mauro Pittón en la mitad de la cancha, aportando equilibrio y solidaridad en la zona medular. Ayudó a mantener la estructura defensiva y el orden táctico del equipo en los minutos finales, sin demasiadas complicaciones ni sobresaltos. Mostró ganas y buena disposición, aspectos fundamentales para ganarse un lugar y aportar en el futuro. Lo mismo sucedió con Claudio Corvalán, cumpliendo el rol de lateral por izquierda. Cuando pudo proyectarse en ataque, intentó colaborar con centros y subidas por su banda, aunque la estructura general del partido no le permitió mayor participación ofensiva. Su incorporación le brinda una opción más al cuerpo técnico para rotar y darle descanso a los titulares habituales, manteniendo la solvencia defensiva y buscando aportes en la faceta ofensiva. En el final, quedó Agustín Colazo. Entró en los minutos finales y no tuvo demasiadas oportunidades para mostrarse, ya que solo pudo disputar unos pocos instantes en cancha. Intentó conectar un centro pasado de Corvalán, pero la jugada no prosperó. Este fue su segundo partido consecutivo con minutos, lo que indica que Madelón le está dando la confianza necesaria para que el jugador se adapte al ritmo y las exigencias del equipo, esperando que poco a poco pueda ser una alternativa válida para el plantel.  En este feriado largo, Unión terminó bailando cuarteto en Córdoba. Como tiene que ser.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *