sábado, noviembre 8 2025

 En la historia del periodismo deportivo, pocos nombres han marcado tanto el pensamiento y la reflexión sobre el fútbol argentino como Horacio Pagani, quien, en cada debate y análisis que brindaba en los programas de TyC Sports, solía evocar la figura inmortal de Dante Panzeri. Si bien la era de Panzeri ya había quedado atrás, su legado sobre la esencia del fútbol nunca dejó de influir en el discurso de aquellos que, como Pagani, no solo buscaban desmenuzar los resultados de los partidos, sino también interpretar y desentrañar la verdadera naturaleza del juego. Horacio, conocido por su estilo frontal, combativo, pero también apasionado y profundo, solía recurrir a la figura de Panzeri cuando se encontraba ante una disputa sobre el sentido y el alma de un partido. Panzeri, con su mirada crítica y reflexiva sobre el fútbol, había propuesto una visión donde el equipo, la táctica y la estrategia no eran los únicos elementos para ponderar; para él, lo que realmente definía un partido era la capacidad creativa e inventiva de los jugadores, esa chispa de genialidad que no siempre sigue un patrón preestablecido, sino que surge en medio de la incertidumbre y el caos del juego. Cuando Horacio Pagani refería a Panzeri en sus análisis, lo hacía para enfatizar una verdad simple pero esencial: el fútbol es un deporte que desafía cualquier intento de control absoluto. Los entrenamientos, los esquemas tácticos y las variantes que se prueban a lo largo de la semana, por más que se diseñen con precisión, son solo herramientas; lo que realmente marca la diferencia en un partido es la capacidad de los jugadores para resolver los problemas imprevisibles que surgen dentro del campo. Y esa resolución no siempre sigue una lógica estricta, sino que tiene mucho que ver con la inventiva individual, con la creatividad que cada futbolista pueda aportar en el momento más inesperado. A lo largo de los debates, Pagani nunca dejaba de subrayar esa cualidad del juego: la capacidad de improvisar, de reaccionar ante lo imprevisible, ante lo que no puede ser anticipado por ninguna estrategia. De hecho, uno de los puntos más recurrentes de Pagani al ponderar a Panzeri era precisamente la idea de que el fútbol, en su nivel más profundo, se trataba de un arte y no solo de un conjunto de reglas y movimientos calculados. Aunque las tácticas puedan ser fundamentales en el plano macro, en el microcosmos del partido, lo que definía el curso de los encuentros era esa habilidad casi mística que los futbolistas tienen para hallar soluciones a situaciones complejas, muchas veces imposibles de prever, en fracciones de segundo. Ese toque de genialidad, esa capacidad de improvisar ante la presión es lo que eleva al juego a su máxima expresión. Panzeri había sido un gran defensor de esta idea, y Pagani lo citaba constantemente como ejemplo de cómo la dinámica de lo impensado es la que le otorga el verdadero sentido a este deporte. En este sentido, el análisis de Pagani sobre los partidos y la dinámica del fútbol siempre fue mucho más que una simple evaluación de jugadas o tácticas. Él sabía, tal como lo había entendido Panzeri en su época, que por más que un equipo se haya preparado durante toda la semana con rigurosas prácticas, ensayos de jugadas y variantes tácticas, el fútbol se define por lo que ocurre cuando los jugadores tienen que resolver los problemas sobre la marcha. En un partido, la previsibilidad es solo una ilusión; lo que importa es la creatividad, la respuesta espontánea a lo que el rival propone en el campo, a los imprevistos que surgen en cada minuto. Esa capacidad de adaptarse, de inventar soluciones sobre la marcha, es lo que marca la diferencia entre un equipo común y uno extraordinario. Así, en los debates más intensos, Horacio Pagani utilizaba a Panzeri para recalcar que el fútbol no era solo un conjunto de movimientos preestablecidos, sino un escenario donde la intuición, el atrevimiento y la imaginación de los jugadores se ponían a prueba. Esta idea no solo reflejaba la mirada de Panzeri sobre el deporte, sino que también se alineaba con una visión más profunda y humana del fútbol, donde el jugador se convierte en el verdadero protagonista, capaz de transitar las incertidumbres del juego con una mezcla de destreza técnica e inspiración personal. Es por eso que, más allá de cualquier análisis táctico, la habilidad para «improvisar» dentro del campo es lo que distingue a los futbolistas más grandes. Y esta capacidad de resolver lo imprevisible, de encontrar soluciones donde parece no haberlas, es precisamente lo que Horacio Pagani nunca dejó de resaltar en sus discusiones, siempre apelando a la esencia del fútbol que, como bien decía Panzeri, reside en la inventiva humana por encima de cualquier planificación técnica. Cada club recibe lo que merece, y si Unión no comienza a exigir un cambio en serio, si sus hinchas no se levantan con la misma fuerza de antes para pedir más, entonces lo que está viviendo el club no será más que el producto de esa resignación, de esa tibieza que se ha instalado en su gente. Tal vez no guste escucharlo, pero es la verdad: un club no puede aspirar a ser grande si no tiene a su hinchada comprometida en la lucha por la excelencia. La grandeza de un club no se mide únicamente por su infraestructura, por su historia gloriosa ni por la cantidad de títulos que pueda acumular. Es una construcción que se nutre de los valores de su gente, de la energía de su hinchada, del fervor y la exigencia constante. Los hinchas deben ser los primeros en demandar lo mejor, en no conformarse con lo mediocre, en poner al club en el lugar que le corresponde. Sin embargo, en el caso de Unión, parece que esta presión, esta fuerza inquebrantable que debería emanar del corazón de la hinchada, se ha diluido, se ha desvanecido en medio de la apatía y la tolerancia a la mediocridad. Es comprensible que el fútbol pase por ciclos, que los clubes atraviesen etapas difíciles, pero lo que no se puede permitir es que la actitud de los hinchas también caiga en ese mismo ciclo de aceptación pasiva. La hinchada de Unión, que alguna vez fue el motor de lucha, debe entender que su responsabilidad no solo es alentar al equipo, sino también demandar que el club mantenga su nivel, que el técnico en turno esté a la altura de las expectativas y que los jugadores sientan el peso de esa exigencia. Porque, al final, el equipo en la cancha refleja lo que ocurre fuera de ella: si la hinchada no exige, si no se queja cuando la mediocridad se apodera del plantel, el resultado solo será un ciclo vicioso de mediocridad en el que el club nunca saldrá.

Pagani, con su característico tono reflexivo y a veces desafiante, no solo se limitaba a resaltar la importancia de la inventiva individual, sino que también señalaba cómo esa inventiva estaba profundamente ligada a la comprensión del contexto del partido. En cada debate, en cada análisis, se podía escuchar su admiración por aquellos jugadores que, a pesar de un esquema rígido o de una estrategia diseñada al milímetro, lograban transformar un partido, muchas veces en el momento más inesperado, con una jugada única que desbordaba cualquier previsión táctica. En este sentido, se podía percibir la herencia de Panzeri, quien siempre había subrayado la superioridad de la genialidad individual sobre el mero encorsetamiento táctico. Para Panzeri, como para Pagani, el fútbol es un juego de soluciones individuales en medio de una estructura colectiva que, si bien indispensable, no podía acallar ni limitar el talento personal. Cada jugador, desde su posición en el campo, tiene la oportunidad de resolver de forma creativa los problemas que surgen, y es precisamente esa capacidad de improvisar lo que separa a los buenos jugadores de los genios. De hecho, Horacio en muchas ocasiones hacía hincapié en cómo algunos entrenadores, al obsesionarse por la planificación exhaustiva, terminaban sofocando precisamente esa capacidad de los jugadores para pensar por sí mismos y actuar de forma autónoma. Para Pagani, como para Panzeri, el fútbol no era un deporte mecánico donde todo se resuelve mediante un sistema predefinido; más bien, era un deporte donde lo imprevisible jugaba un papel crucial, y donde la capacidad de improvisación y reacción ante lo inesperado era, a menudo, el factor que decidía el curso de los partidos. Esta mirada sobre el fútbol, profundamente humanista y desconfiada de cualquier intento de dominio absoluto sobre el juego llevó a Pagani a defender una postura que, aunque a veces incomprendida, era una crítica feroz al exceso de planificación estratégica y a la falta de confianza en las capacidades creativas de los jugadores. Horacio también solía recordar cómo, en las etapas más gloriosas del fútbol argentino, equipos y jugadores brillaban no solo por sus esquemas tácticos, sino porque comprendían el verdadero sentido del juego. Sabían, al igual que Dante Panzeri, que el fútbol no solo se juega con el cerebro, sino también con el corazón y, sobre todo, con la capacidad de resolver el caos de un partido con una mezcla de coraje y creatividad. Así, cuando un jugador lograba, por ejemplo, un regate inesperado en medio de una presión defensiva o una jugada colectiva que rompía las expectativas de todos, Pagani no tardaba en evocar esa esencia que Panzeri tanto admiraba. Ese tipo de resolución es lo que, según él, mantenía viva la magia del fútbol, y lo que, a pesar de toda la frialdad de los números, seguía otorgándole el carácter de arte. Y en ese arte, la inventiva era la verdadera obra maestra. Lo interesante de este debate, que Horacio trazaba con admiración hacia Panzeri, era que ambos comprendían que la creatividad no es un lujo ni una casualidad en el fútbol, sino una necesidad intrínseca al mismo. La misma esencia de la competencia, de la lucha en el campo, de la rivalidad y de la búsqueda constante de superar al otro, requiere que los jugadores, incluso dentro de los límites de un sistema táctico, sean capaces de tomar decisiones rápidas e impredecibles. Si el fútbol fuera solo un juego de tácticas y jugadas ensayadas perdería la chispa que lo hace único. En este sentido, la dinámica del juego es lo que invita a la improvisación, y en esos momentos de “improvisación sublime”, según Pagani, es cuando aparece el verdadero fútbol, aquel que solo puede ser entendido y disfrutado por quienes comprenden que la genialidad no puede ser programada. En su análisis, Horacio también hacía una crítica implícita a esa visión que ve el fútbol como un deporte meramente cuantificable, donde las estadísticas y las métricas se imponen sobre la interpretación del juego. No es casual que citara a Panzeri como un referente fundamental, ya que el periodista y pensador argentino había sido un crítico feroz de esa reducción del fútbol a una mera serie de datos numéricos. Para Panzeri, el fútbol era, ante todo, un fenómeno humano y emocional, que no podía reducirse a un conjunto de patrones predecibles. La riqueza del juego, de acuerdo con ambos, se encontraba en esos momentos de genialidad espontánea que no pueden ser anticipados en un tablero táctico, y que dan forma a la historia de los partidos y, en última instancia, a la de los jugadores. Uno de los momentos más esclarecedores de los análisis de Pagani se daba cuando, en medio de un debate sobre la importancia de los entrenadores y su influencia sobre los equipos, recordaba cómo los grandes jugadores solían desafiar incluso las mejores tácticas. En estos pasajes, Pagani evocaba con nostalgia el fútbol de épocas pasadas, cuando los jugadores no solo jugaban con el balón, sino también con las expectativas, con las convenciones y con las reglas no escritas del juego. Ellos, al igual que los futbolistas contemporáneos más destacados, tenían esa capacidad de sorprender al espectador, de romper los esquemas, de hacer que algo aparentemente previsto se tornara, de repente, algo inédito y emocionante. A lo largo de los años, Pagani llegó a concluir que, aunque las tácticas son indispensables para darle estructura a un equipo, el verdadero fútbol, aquel que conmueve, es el que nace de esa zona de libertad y creatividad que solo los jugadores más inspirados saben aprovechar. Y en este sentido, la influencia de Dante Panzeri no solo marcaba un modo de pensar sobre el fútbol, sino que también representaba un llamado a redescubrir la magia del deporte en su forma más pura. Una magia que no depende de lo calculado, sino de lo impredecible, de lo improvisado, de lo que está fuera del alcance de cualquier análisis táctico. Así, el análisis de Horacio Pagani, tan enfocado en la complejidad y la riqueza del juego, nos dejaba siempre con una reflexión profunda: el fútbol es un arte que, en su máxima expresión, se construye no solo con técnica y estrategia, sino con la inventiva de cada jugador para hacer frente a lo imposible, para resolver los problemas más difíciles en el momento más impensado. Y en esos momentos, el fútbol alcanza su verdadera grandeza.

No quiero pecar de vanidoso, pero si hay algo que puedo decir con certeza es que, en Santa Fe, debo ser una de las pocas personas que tiene un conocimiento tan profundo de Unión, de su dinámica, de su estructura y de sus jugadores. Quizás esa cercanía con el club me permita tener una visión más clara de lo que ocurre, o al menos entender con mayor rapidez hacia dónde se encamina el equipo. No es presunción ni afán de sobrar, pero en este tipo de análisis trato siempre de evitar hablar con el «diario del lunes», como se dice en la jerga. Mi objetivo, más bien, es anticiparme a los hechos. En la semana, antes de este partido, ya sabía que iba a ser muy complicado para Unión. Y lo fue, tal como sucedió hace exactamente siete días atrás, en la derrota ante Banfield. No porque Aldosivi pudiera ser un equipo que represente una amenaza inusitada, sino porque, a esta altura del campeonato, Unión está mostrando claras señales de que su juego, en algunos aspectos, ya es conocido y contrarrestado por los rivales. Esto no es una crítica gratuita, es simplemente una observación de lo que está ocurriendo, y quienes analizamos todos los partidos, sabemos que esto no es algo nuevo. Lo que está sucediendo desde hace algunas fechas es una constatación más que evidente. En el duelo ante Independiente Rivadavia, por ejemplo, se vio con claridad que el equipo de Madelón ya no gozaba de la misma sorpresa ni de la misma libertad que tuvo en las primeras fechas del campeonato. Si bien los rivales no son todos iguales y algunos pueden poner más resistencia que otros, hay algo que resulta innegable: los equipos ya le encontraron la vuelta al sistema de Unión. Y lo peor es que, por más que se intente ajustar, ya hay movimientos tácticos y estrategias que hacen que este equipo de Unión, que hace algunas fechas parecía ser un rompecabezas muy difícil de resolver, ahora sea más previsible, más accesible para los contrarios. Esto no se trata de una mala racha o una simple casualidad, sino de algo más profundo, un desgaste táctico que ha comenzado a mostrar sus primeros síntomas de fatiga. Berti, el entrenador de Independiente Rivadavia, no hizo nada fuera de lo común, pero supo entender lo que le podía hacer daño a Unión y, con una simple línea de cinco defensores, bloqueó la subida de los laterales, una de las principales armas ofensivas del equipo de Madelón. Luego, Troglio, en Banfield, repitió la receta y, con la presencia de dos volantes laterales, logró neutralizar esa misma dinámica que antes parecía ser casi imparable para los rivales. Lo que ambos entrenadores comprendieron es lo mismo que yo venía observando desde hace un tiempo: a Unión le cortaron el circuito de juego. Ya no es el mismo de antes, y sus volantes laterales, esos que en su momento eran clave para romper con la rigidez defensiva de los adversarios, ya no pueden crear tanto desequilibrio. Además, tanto Fragapane como Palacios, dos de los jugadores que en la temporada anterior fueron vitales para generar espacios y abrir el juego, no vienen en su mejor momento. Y cuando esos jugadores no están finos, cuando no logran ofrecer el tipo de desequilibrio que uno sabe que son capaces de generar, el funcionamiento colectivo se resiente. Las jugadas que antes salían con naturalidad, esos cambios de ritmo que desbordaban a los rivales ahora no suceden con la misma fluidez. Los dos jugadores que más podrían generar ese desequilibrio individual, que son los más desequilibrantes cuando están bien, están lejos de ser esa versión que todos conocemos. Y cuando el desequilibrio individual no aparece, el colectivo se ve atrapado en una telaraña defensiva que los rivales saben cómo tejer. Así, cada vez es más difícil para Unión encontrar los espacios y ejecutar su fútbol. La conclusión que uno puede sacar, de forma lógica y sin caer en análisis apresurados, es que lo que Madelón tanto había señalado en su momento —la frase en la que decía que a su equipo ya lo tienen muy estudiado— finalmente se está materializando. No es que haya una falta de trabajo o que los rivales sean simplemente más inteligentes; es que Unión, que antes fue una sorpresa para muchos, hoy está mostrando sus costuras. Ya no es tan difícil anticipar los movimientos del equipo, ni prever sus jugadas. La sorpresa, que era uno de sus mayores puntos fuertes, ahora se ha diluido. Y esto, sin lugar a duda, tiene un impacto directo en el rendimiento. El fútbol, como bien sabemos, se juega en las pequeñas decisiones, en los detalles. Y esos detalles, como la presión sobre los laterales y el corte de los circuitos de los volantes, están siendo ejecutados con cada vez mayor precisión por los rivales. Es natural, entonces, que haya que replantear algunas cosas. Los entrenadores rivales ya saben que el esquema de Unión depende mucho de la proyección de sus laterales y de la capacidad de sus volantes para romper líneas. Si eso se corta, se vuelve más difícil para el equipo encontrar soluciones. Por eso es por lo que, más que nunca, es fundamental que los jugadores se adapten, se reinventen, que encuentren nuevas formas de jugar, que surjan nuevas alternativas. Porque si el equipo sigue dependiendo de los mismos mecanismos que ya le encontraron la vuelta, el riesgo de caer en una meseta es inminente. Y, en este contexto, la figura de Madelón y su capacidad para reajustar y cambiar el rumbo del equipo será clave. Es en este momento donde se define la verdadera calidad de un cuerpo técnico: en la capacidad de adaptarse a los cambios, de encontrar respuestas frente a los problemas que van surgiendo en el camino. Lo que está claro, sin embargo, es que no basta con confiar en lo que antes funcionaba. Los rivales han aprendido a jugar contra Unión, y eso debe ser una señal de alerta para todos.

 

Lo que ocurre ahora, y lo que se vuelve aún más evidente conforme avanzan los partidos, es que a Unión le toca enfrentarse a su propio desgaste táctico. En el fútbol, como en la vida misma, nada permanece estático por mucho tiempo. Lo que en un comienzo parece ser una fórmula infalible, con el correr de los partidos y el aprendizaje de los rivales, puede convertirse en un esquema predecible. Y ese es el gran desafío para Madelón: recuperar esa capacidad de sorprender, esa chispa creativa que hizo que en la primera parte del campeonato el equipo se viera tan difícil de superar. No es una cuestión de desmerecer el trabajo que se hizo, ni mucho menos de subestimar a los jugadores, sino de entender que, en este deporte, como en cualquier otro, la adaptación constante es clave para mantenerse en la cima. Los equipos ya conocen los puntos fuertes de Unión, y ahora, el verdadero reto pasa por ser capaces de contrarrestar esas medidas defensivas que se han tomado en los últimos partidos. Este proceso no es algo sencillo. No se trata de cambiar todo de un día para otro ni de hacer ajustes superficiales. Necesariamente, hay que revisar los fundamentos, analizar qué se ha perdido, qué ya no funciona como antes y, a partir de ahí, comenzar a generar nuevas soluciones. Es cierto que sigue siendo sólido en muchas áreas, pero cuando los rivales empiezan a neutralizar las fuentes de peligro, es ahí donde los entrenadores deben encontrar alternativas. Y esas alternativas, más allá de lo táctico, pasan también por la confianza de los jugadores en su propio fútbol, en su capacidad para reinventarse, en no depender exclusivamente de lo que ya se venía haciendo. Porque el fútbol, en su forma más pura, es un juego de momentos, de luces, de inspiración, y eso no puede ser encasillado en una estructura rígida. Es ahí donde las figuras como Fragapane y Palacios, a pesar de sus últimos bajos rendimientos, juegan un papel crucial. Ellos son los que, en última instancia, pueden romper el molde, pueden sacar un pase que nadie ve, una gambeta que quiebre una defensa, un centro al área que genere un gol. Pero para que eso suceda, necesitan tener la confianza suficiente como para atreverse a desafiar a la defensa rival, como para intentar lo que quizás antes no les resultaba tan complicado. Unión necesita de esos destellos, porque en los últimos partidos ha sido evidente que, cuando esas individualidades no aparecen, el equipo se vuelve predecible. Y en esa predictibilidad, el rival toma ventaja. Además, algo que no podemos obviar es el impacto psicológico de este momento. La sensación de que los rivales ya saben cómo jugarle a Unión puede generar una presión adicional sobre el equipo. El miedo a equivocarse, la ansiedad por no poder replicar las performances anteriores, todo eso influye. En estos momentos, es cuando el cuerpo técnico debe entrar en acción, no solo para ajustar la táctica, sino también para recuperar la mentalidad ganadora del equipo. Es cierto que el fútbol es un deporte colectivo, pero las rachas de los equipos se alimentan de la mentalidad de sus jugadores. Y cuando la confianza comienza a tambalear, es el trabajo de los entrenadores y del grupo en su conjunto el que debe actuar para revertir la situación. El desafío entonces se plantea en varios niveles. No solo en lo táctico, donde es urgente encontrar nuevas formas de atacar y defender, sino también en lo emocional y psicológico. La autocrítica y el análisis en profundidad de lo que está pasando dentro del campo son herramientas poderosas que, bien utilizadas, pueden ayudar a salir de esta zona gris en la que Unión parece haberse estancado. Pero ese proceso no puede ser solo una cuestión de ajuste técnico, porque las soluciones pasan también por lo humano. Los jugadores deben encontrar esa motivación extra que les permita seguir creyendo en su juego, en su estilo, en lo que los hizo ser fuertes en primer lugar. En cuanto a la figura de Madelón, su capacidad para reaccionar en este tipo de situaciones será determinante. Los grandes entrenadores se forjan en los momentos de dificultad, no en los de éxito continuo. El verdadero desafío para el cuerpo técnico es encontrar, en medio de esta situación compleja, una nueva identidad para el equipo. Esto no quiere decir que haya que cambiar radicalmente el estilo de juego, pero sí que hay que encontrar soluciones más allá de lo predecible, entender los cambios en el fútbol contemporáneo y hacer que Unión vuelva a ser ese equipo impredecible, con la frescura y la sorpresa que lo definieron en el pasado reciente. En este sentido, el fútbol de Madelón siempre se caracterizó por la solidez y la preparación táctica, pero también por la capacidad de ajustar y evolucionar según las circunstancias. No podemos olvidar que, pese al buen momento, Unión tiene los recursos, tanto en lo humano como en lo futbolístico, para dar vuelta esta situación. Lo único que resta es que el equipo, el cuerpo técnico y los jugadores encuentren la forma de poner en práctica esos recursos con la precisión y la valentía que la situación requiere.

El camino hacia la solución no será fácil, pero tampoco es un terreno desconocido para Madelón ni para muchos de los jugadores que conforman este Unión. El primer paso fundamental será aceptar la realidad, que no es fácil cuando las expectativas eran otras y el equipo estaba en una racha positiva. La autocrítica, muchas veces vista como un signo de debilidad, debe convertirse en la base para el renacimiento. El fútbol es un deporte de ajustes, de correcciones constantes y, lo más importante, de aprendizaje. En este sentido, la reflexión profunda sobre lo que ha estado sucediendo, sobre cómo los rivales han logrado frenar el juego que caracteriza a Unión, es vital. No se trata solo de replantear la táctica en la pizarra, sino también de darle un giro mental al equipo, hacerles ver que la adversidad es solo una oportunidad para reinventarse. Lo que sucedió en los últimos partidos es un claro aviso: la competencia en el fútbol es feroz, y nadie regala nada. La ventaja que Unión había construido con su juego dinámico y su capacidad de sorprender hoy parece haber sido neutralizada, pero eso no significa que sea el final de la historia. A lo largo de las temporadas, se sabe que los equipos pasan por altibajos, y es precisamente en los momentos bajos donde se forjan las verdaderas pruebas de carácter. Es aquí donde, si Madelón sabe leer la situación, podrá encontrar una salida, no solo en lo táctico, sino también en lo psicológico. Necesita recuperar esa esencia de equipo confiado, desinhibido, que jugaba con libertad, que tenía una identidad bien marcada y que dominaba los partidos con autoridad. No es cuestión de ignorar los problemas evidentes, como la falta de desequilibrio individual en jugadores como Fragapane y Palacios, o la desarticulación que ha generado la incapacidad de los volantes laterales para quebrar las defensas rivales. Estos son puntos para trabajar, a pulir, a mejorar. Pero también es fundamental que los jugadores reconozcan que el equipo necesita más que nunca su capacidad para recuperar ese “genio colectivo” que los hizo imponentes al principio de la temporada. Madelón ha demostrado en otras ocasiones tener la inteligencia y la capacidad para encontrar soluciones cuando el equipo se ve atrapado, y esto no debería ser diferente. Hay que creer en que el potencial del grupo sigue intacto, que la calidad de los jugadores es la misma y que lo que está en juego ahora es algo más allá de lo táctico: es una cuestión de mentalidad y confianza. Por otro lado, la relación entre el cuerpo técnico y los jugadores debe ser más estrecha que nunca. En momentos de incertidumbre, como el que atraviesa el equipo, la comunicación, la confianza mutua y el entendimiento de los objetivos se vuelven esenciales. El desafío está en fortalecer ese lazo, hacer que cada jugador se sienta parte fundamental del proceso, que comprenda que su función dentro del equipo no es reemplazable y que, aunque el colectivo pase por un mal momento, cada uno de ellos tiene la capacidad de cambiar la historia con una jugada, con una acción que vuelva a encender la chispa en el equipo. Los jugadores, como bien sabemos, son los primeros en sentir las dificultades y, si sienten que el cuerpo técnico está trabajando codo a codo con ellos para revertir la situación, tendrán una motivación extra. Además, en este tipo de momentos, es crucial que Madelón no pierda la calma ni la perspectiva. Los entrenadores, especialmente los más experimentados, saben que en el fútbol las situaciones cambiantes son moneda corriente. Es cierto que ahora los rivales tienen estudiado el sistema de juego, pero eso no significa que no haya espacio para el cambio, para el ajuste, para la creatividad. Si algo tiene el fútbol es que, por más que los rivales te estudien, siempre habrá un nuevo movimiento, una nueva variante, que puede poner a prueba todo lo aprendido. El fútbol no es ajeno a la improvisación, a las decisiones inesperadas que surgen en momentos de presión. En ese sentido, el cuerpo técnico debe mantenerse firme, pero flexible, listo para ajustar lo que sea necesario. Recuperar la frescura del comienzo de la temporada es, por lo tanto, el gran desafío. La clave está en no perder la identidad del equipo, pero sí en renovar la forma en que esa identidad se expresa en la cancha. El fútbol de Madelón, por más que en algunos momentos haya sido previsible, sigue siendo válido y tiene potencial para adaptarse. ¿Qué quiere decir esto? Que Unión no debe perder su esencia defensiva ni su capacidad de control, pero sí debe buscar nuevas maneras de generar ofensiva, de ser más directo, más incisivo. Tal vez con más rotación de jugadores, con más movilidad en el mediocampo o con un cambio en los roles de los volantes y los extremos. Cualquier pequeña variación, bien ejecutada, podría hacer la diferencia y devolverle al equipo esa versatilidad que los rivales ya no esperan. Lo que también debe entenderse es que la exigencia ya no es solo externa, sino interna. Unión se ha instalado en una categoría en la que, al haber alcanzado un alto nivel de rendimiento, ahora la exigencia es constante. No solo por lo que los otros equipos esperan de ellos, sino porque los propios jugadores tienen que estar a la altura de ese rendimiento anterior. La autopercepción del equipo debe pasar de «sorprender» a «mantenerse», a sostener ese nivel alto, esa competitividad. Y eso es lo que hace que, en estos momentos, los ajustes no solo sean tácticos, sino también internos, más psicológicos y emocionales. Quedan cinco fechas para que finalice la etapa regular. Nadie dijo que todo sería fácil ni que los equipos estarían en su mejor versión todo el tiempo. Lo que está claro es que, en estos momentos de dificultades, la respuesta de Unión se juega más allá del resultado de un partido. Se juega en la capacidad del equipo para entender que la adversidad, lejos de ser un obstáculo, es una oportunidad de crecimiento, de cambio, de adaptación. El fútbol, como la vida, no es lineal. Por eso, si hay algo que queda claro es que, para salir de este momento, Unión deberá apelar a su capacidad de resiliencia, a la inteligencia de su cuerpo técnico, a la calidad de sus jugadores y, sobre todo, a la unidad del grupo. Con esos ingredientes, no hay duda de que se puede volver a encarrilar el rumbo y recuperar esa frescura que, sin lugar a duda, todavía tiene mucho por dar.

Dicho esto, yo me pregunto, ¿Cuándo será el día en que Unión, por fin, se anime a dar ese famoso salto de calidad que todos estamos esperando? Ese salto que, más allá de ser una aspiración de hinchas y periodistas, debería ser una meta concreta, un desafío que el club se proponga con convicción y no como un sueño lejano que se diluye con el paso de los años. Porque la realidad es que, por más que todos lo deseemos y lo anhelemos, ese salto parece estar cada vez más lejos, cada vez más difuso. Y la pregunta que surge, con toda lógica, es por qué. ¿Por qué, cuando parece que da un paso adelante, termina dando dos atrás? ¿Por qué, cuando está al borde de ese ansiado salto, siempre parece encontrar una barrera invisible que lo detiene? La respuesta puede ser compleja, pero lo cierto es que si el mensaje, después de cada partido, se reduce únicamente a «sumar para escaparle al descenso», entonces no hay más nada que analizar, porque ese tipo de pensamiento limita, restringe y, lo peor de todo, anula cualquier posibilidad de crecimiento. Cuando el mensaje en la institución es constantemente el mismo, cuando se vive con la presión de no caer en el pozo, de estar siempre al borde de lo peor, lo que termina sucediendo es que los sueños, las aspiraciones de grandeza, se coartan, se prohíben, se destierran, se abortan. Y esto no es una cuestión de simple discurso motivacional vacío. Es una cuestión de mentalidad, de cultura futbolística. En cualquier ámbito de la vida, cuando uno solo piensa en sobrevivir, en mantenerse a flote, en evitar lo negativo, las posibilidades de ascender, de crecer, de dar un salto hacia lo grande, se vuelven mínimas. Es la famosa ley universal de atracción: si uno solo se concentra en lo que no quiere (en este caso, el descenso), termina atrayendo justamente eso que teme. Como si la mente, de alguna manera, se conformara con la mediocridad, con la lucha por no caer en la ruina, en vez de enfocarse en el ascenso, en la excelencia, en el desafío de ser mejor cada día. Y no es un fenómeno nuevo en Unión. Históricamente, ha tenido estos baches, esta tendencia a quedarse en la cuerda floja, a vivir al borde de la clasificación, a conformarse con lo mínimo necesario. Siempre que ha tenido que ganar para quedar puntero, siempre que ha tenido una oportunidad de abrochar una clasificación (como en este caso) para estar entre los mejores ocho, siempre parece faltarle algo. Recuerdo en su momento cuando el día que le ganó a Gimnasia de La Plata, en condición de visitante la noche en la que falleció Rodrigo, quedó como único puntero del campeonato, y faltaban solamente cinco fechas. ¿Qué pasó? Perdió todo. Es una sensación constante, como si la presión, ese peso de la necesidad, terminara siendo más grande que las propias aspiraciones del equipo. Este sentimiento de «siempre faltar cinco para el peso», como si el equipo se desinflara en el momento justo, es recurrente y hace que esa barrera invisible parezca más fuerte con cada temporada que pasa. La pregunta es, ¿por qué no se puede dar ese golpe de autoridad, ese empujón definitivo hacia el futuro grande que todos imaginan para Unión? Lo que realmente sorprende, y ahí radica la frustración, es que el equipo no sea capaz de gestionar la presión de estar arriba, de estar en la lucha por algo más que por la supervivencia. ¿Por qué no se puede bancar esa presión de estar primero, de estar entre los equipos grandes, cuando parece que el equipo tiene lo necesario para hacerlo? Porque, en muchos aspectos, Unión tiene los recursos. Tiene jugadores de calidad, tiene un cuerpo técnico que ha demostrado tener capacidad, pero siempre parece faltarle ese «algo» extra, ese plus, esa dosis de confianza o de ambición que lo haga dar el siguiente paso.

Esa sensación de que se lo merece, de que está preparado para dar el salto, de que no se va a conformar con vivir siempre al borde de lo que podría haber sido, sino que va a tomar las riendas de su destino y dar el paso decisivo hacia la grandeza. Y ahí es donde uno observa lo incomprensible de ciertas situaciones, como la que ocurrió en la noche de ayer, cuando sufrió una durísima derrota ante el peor equipo del campeonato, uno de los más flojos, que apenas había conseguido ¡un gol! En todo el torneo y que no había ganado un solo partido. Y, sin embargo, Aldosivi, que venía en una crisis absoluta, que fue visitado por la barrabrava hace algunas semanas, logró sumar tres puntos fundamentales en un reducto que históricamente le está costando a Unión. No es nada nuevo. Cuando tiene la oportunidad de dar un golpe de autoridad, cuando puede demostrar que está listo para dar ese salto, termina fallando. Y eso genera una sensación de desconcierto. Por qué, cuando los rivales llegan en su peor momento, no puede aprovechar esa oportunidad de oro? ¿Por qué parece que, cuando está al borde de ese despegue, siempre termina tropezando? Lo cierto es que el análisis se complica cuando uno piensa en el contexto de esa derrota. En mi cabeza hay muchas preguntas sin respuestas: Es una muestra clara de que, en esos momentos decisivos, hay algo que se activa en el inconsciente colectivo del equipo, algo que lo hace sentir que no puede sostener esa presión, que no puede resistir esa expectativa de estar arriba, de ser el equipo que marque la diferencia. Y lo peor es que, cuando se cae en esa trampa mental, todo el proyecto se resiente, y el mensaje que queda flotando es que quizás, en el fondo, no se cree lo suficiente en las posibilidades de dar ese salto hacia la grandeza. El mensaje tiene que cambiar. No puede seguir siendo el mismo de siempre, el de “sumar para escapar del descenso”, el de sobrevivir una temporada más. El club debe aspirar a más, debe hacer un esfuerzo consciente por cambiar esa mentalidad de mediocridad y proyectarse hacia un futuro en el que el objetivo no sea solo zafar de los últimos lugares, sino disputar los primeros puestos, competir con los grandes, pelear en serio por un campeonato. Ese salto de calidad no debe ser solo una esperanza, sino un desafío tangible que los jugadores y el cuerpo técnico deben asumir con responsabilidad. Hay que dejar atrás esa sensación de que siempre falta algo, de que no se puede sostener la presión. El verdadero desafío radica en mantener la calma, la confianza y la ambición, y utilizar cada oportunidad, como la que se presentó ante Aldosivi, para mostrar que Unión está preparado para dar ese salto, para ser un equipo grande, para ser un club que realmente esté en el lugar que merece, no solo en términos futbolísticos, sino también en cuanto a su mentalidad. Es hora de que Unión, finalmente, se anime a ser grande. Cada club recibe lo que merece, y si Unión no comienza a exigir un cambio en serio, si sus hinchas no se levantan con la misma fuerza de antes para pedir más, entonces lo que está viviendo el club no será más que el producto de esa resignación, de esa tibieza que se ha instalado en su gente. Tal vez no guste escucharlo, pero es la verdad: un club no puede aspirar a ser grande si no tiene a su hinchada comprometida en la lucha por la excelencia. La grandeza de un club no se mide únicamente por su infraestructura, por su historia gloriosa ni por la cantidad de títulos que pueda acumular. Es una construcción que se nutre de los valores de su gente, de la energía de su hinchada, del fervor y la exigencia constante. Los hinchas deben ser los primeros en demandar lo mejor, en no conformarse con lo mediocre, en poner al club en el lugar que le corresponde. Sin embargo, en el caso de Unión, parece que esta presión, esta fuerza inquebrantable que debería emanar del corazón de la hinchada, se ha diluido, se ha desvanecido en medio de la apatía y la tolerancia a la mediocridad. Es comprensible que el fútbol pase por ciclos, que los clubes atraviesen etapas difíciles, pero lo que no se puede permitir es que la actitud de los hinchas también caiga en ese mismo ciclo de aceptación pasiva. La hinchada de Unión, que alguna vez fue el motor de lucha, debe entender que su responsabilidad no solo es alentar al equipo, sino también demandar que el club mantenga su nivel, que el técnico en turno esté a la altura de las expectativas y que los jugadores sientan el peso de esa exigencia. Porque, al final, el equipo en la cancha refleja lo que ocurre fuera de ella: si la hinchada no exige, si no se queja cuando la mediocridad se apodera del plantel, el resultado solo será un ciclo vicioso de mediocridad en el que el club nunca saldrá.

Es hora de que Unión se anime a ser grande, pero no solo en el sentido de los nombres, de la historia o de los logros pasados, sino en el sentido más profundo de lo que significa ser un equipo ambicioso, competitivo y con la mentalidad de un club que no se conforma. Porque, en última instancia, el salto de calidad no se mide únicamente en puntos, en victorias o en resultados inmediatos, sino en cómo un club puede transformar su mentalidad, su enfoque y sus expectativas. ¿Cuántas veces, a lo largo de la historia reciente, dio la sensación de que la oportunidad estaba al alcance de la mano, solo para desvanecerse en el último suspiro, como si hubiese un miedo subyacente a conseguir algo más grande? Esa duda, esa sensación de que algo falta, es lo que debe desaparecer de una vez por todas. El fútbol no solo se juega en el campo, sino también en la mente, en la actitud, en la confianza que cada jugador tiene en sí mismo y en sus compañeros. Esa es la base para que el equipo se plante en una cancha sabiendo que tiene las armas para competir de igual a igual con cualquier equipo, por más grande o pequeño que sea. Y ahí, precisamente, es donde se hace fundamental el rol del cuerpo técnico. No se trata solo de entrenar al equipo para ser tácticamente efectivo, sino de crear una atmósfera de crecimiento continuo, de desarrollo, de confianza. Madelón, como entrenador, tiene la capacidad de generar esa transformación. Ya lo demostró en otras etapas de su carrera. Pero ahora, en este momento específico, el desafío es más grande que nunca: hacer que cada jugador crea en su capacidad para dar ese paso adelante y ser parte de un colectivo imparable. La autoconfianza no solo viene del rendimiento individual, sino de la sensación de unidad, de ser un equipo que, cuando está junto, es capaz de superar cualquier obstáculo. Y ese sentido de unidad se construye a través de un trabajo constante, de un esfuerzo compartido por mejorar cada día. No se trata de que un jugador o un entrenador tengan la respuesta mágica, sino de que todos los involucrados en el proceso asuman que el éxito es un trabajo en equipo, no un logro individual. Unión tiene la posibilidad de formar un bloque sólido, con hambre de gloria y con la capacidad de asumir los desafíos con determinación. Pero, para llegar ahí, primero debe cambiar el enfoque. Ya no se puede vivir más con la presión de «no descender» o «no perder el puesto», sino que debe vivir con la mentalidad de «ganar para ser mejor», «pelear por ser grande» y, sobre todo, «aspirar a lo máximo». El fútbol, como todo deporte colectivo, tiene altibajos. Nadie está exento de caer en una mala racha o de enfrentar momentos difíciles. Sin embargo, lo que separa a los equipos que crecen de los que se estancan es la capacidad de aprender de esas derrotas, de esos tropiezos, y transformarlos en una oportunidad para mejorar

Primer tiempo parejo, con situaciones por cada lado

Qué parejo que es el fútbol argentino. Por más que no nos guste la organización, y que muchas veces tengamos críticas sobre cómo se estructura el torneo, lo cierto es que este campeonato sigue siendo uno de los más competitivos y equilibrados a nivel mundial. Eso es algo que hay que reconocer, porque en el fútbol argentino, la paridad entre los equipos es asombrosa. Cualquiera le puede ganar a cualquiera, y ese es un factor que hace que cada fecha sea impredecible, llena de sorpresas y, a veces, de resultados que desafían cualquier pronóstico. Si alguien tiene dudas de esta afirmación, basta con mirar lo que ocurrió hoy en Santa Fe, un claro reflejo de cómo esta liga mantiene su equilibrio, a pesar de sus problemas estructurales y organizacionales. En este caso, un equipo como Unión, que hasta este cotejo había tenido un rendimiento bastante sólido, capaz de plantar cara a los rivales más complicados, sufrió una derrota que nadie hubiera anticipado, al menos en términos de rendimiento reciente. Esto es, justamente, lo que hace tan especial y difícil de predecir al fútbol argentino. Los equipos parecen tener una capacidad infinita de sorprender, y siempre hay un margen para la derrota, por más que un equipo esté pasando por un gran momento. No importa el número de partidos ganados, el rendimiento colectivo o las estadísticas favorables, porque en el fútbol argentino siempre hay una sorpresa esperando a dar la vuelta a la realidad de cada fecha. Desde el lado de Unión, podemos ver una historia interesante, porque, a pesar de la derrota de hoy, el equipo venía teniendo un rendimiento bastante aceptable hasta este punto del torneo. Si nos detenemos a analizar las estadísticas, Unión había jugado 10 partidos hasta la fecha, con un saldo de 4 victorias, 5 empates y solo 1 derrota. 17 puntos, una eficacia del 56.67 por ciento, lo cual es un buen registro considerando las fluctuaciones del torneo y la dificultad de competir con equipos de peso. Además, en cuanto a la capacidad ofensiva, el equipo de Madelón ha sido uno de los más destacados en ese aspecto: con 15 goles, se ubica como el segundo equipo más goleador de Argentina, solo detrás de River, que ha anotado 17. Y eso no es todo, porque en lo que respecta a la defensa, Unión también ha sido muy sólido. Con apenas 8 goles recibidos en 10 partidos, es uno de los equipos menos goleados del campeonato, lo que habla de una defensa organizada y difícil de superar. Estas son cifras que, sin dudas, reflejan una mejora clara en relación con lo que era el equipo al comienzo de la temporada. Unión no solo ha sido efectivo en ataque, sino que también ha trabajado de manera muy efectiva para reducir la cantidad de goles en contra. Todo esto se ha traducido en una mejora en la tabla de posiciones, ya que, cuando Madelón asumió el cargo, el equipo estaba a solo un punto de la zona de descenso, mientras que ahora se ha alejado 13 puntos de esa zona peligrosa. Y, por si fuera poco, está cerca de alcanzar los puestos que otorgan clasificación a la Copa Sudamericana 2026, lo que es un objetivo que, en un principio, parecía distante, pero que ahora es una posibilidad real, gracias a la buena campaña que ha venido realizando. Sin embargo, y como bien sabemos, el fútbol argentino es tan impredecible que lo que ocurre dentro del campo no siempre refleja lo que los números dicen o lo que la lógica establece. Este equilibrio, este nivel de competencia tan parejo, es el que termina generando esas sorpresas que nos mantienen al borde del asiento cada fecha. Y es que, del otro lado de la balanza, tenemos a Aldosivi, que está inmerso en una crisis deportiva y anímica que parece no tener fin. Perdió siete de los últimos diez partidos. Que llevaba un solo gol en 10 partidos. En un torneo tan parejo como el argentino, cuando no logras remontar y te enfrentas a la desesperación, el descenso comienza a ser una sombra que se acerca cada vez más. El fútbol argentino, con todos sus problemas y defectos organizativos, tiene algo que lo hace único: la competitividad. No importa cuán mal estés, siempre hay espacio para la sorpresa, para que el equipo que parecía más débil pueda dar la campanada, y para que un equipo sólido y bien posicionado pueda caer ante un rival inesperado. Hoy, en Santa Fe, Unión vivió una de esas sorpresas, al no poder mantener el nivel que venía mostrando y ceder ante un rival que, al menos en términos de historia y rendimiento reciente, estaba mucho más comprometido. Pero, al mismo tiempo, esa misma paridad es lo que mantiene al fútbol argentino vivo, lleno de emoción y de giros inesperados. En el caso de Aldosivi, la realidad es más amarga. Su presente es el reflejo de cómo, en este torneo tan parejo, un mal arranque o una racha negativa puede ser letal, llevándote directo al fondo de la tabla, donde la lucha por la permanencia se convierte en una batalla constante. En el fútbol argentino, la diferencia entre el éxito y el fracaso a veces es mínima, y el contexto puede cambiar de un partido a otro, sin previo aviso. Solo el tiempo dirá si Aldosivi podrá reponerse de esta difícil situación, mientras que Unión deberá aprender de esta derrota y seguir adelante, con la esperanza de que la paridad de este torneo finalmente juegue a su favor en los próximos encuentros.

«Alguna vez, el equipo no me iba a gustar», dijo Madelón, con una ligera sonrisa en Peña y Arenales, tras el empate sin goles ante Banfield. Estaba relajado, como si intentara transmitir un mensaje a la gente que se preocupaba por el rendimiento del equipo. Parecía querer dejar claro que, en ocasiones, las cosas no salen como uno espera y que no hay que alarmarse, sino trabajar con paciencia para encontrar las variantes necesarias que permitan no convertirse en un equipo predecible. «Los rivales nos ven arriba», reflexionaba Madelón, y con esa simple frase dejaba entrever una verdad incómoda: el respeto que se ha ganado el equipo con el tiempo se ha convertido también en un conocimiento exhaustivo de cómo juegan. Los adversarios ya no solo temen enfrentarse a ellos, sino que tienen claro cómo anular sus fortalezas. Y es precisamente esa previsibilidad la que intenta evitar, buscando alternativas en cada partido. Sin embargo, en la conferencia de prensa posterior al partido, su tono cambió abruptamente. Se notaba desencajado, visiblemente incómodo ante las preguntas de los periodistas. No era el Madelón tranquilo y reflexivo que se había mostrado en el campo; se había transformado en un hombre frustrado, quizás agotado por las circunstancias. Las preguntas sobre la derrota le irritaron, sobre todo porque, si bien estaba consciente de que acababa de perder contra un rival que antes de este encuentro solo había marcado un gol en todo el campeonato, la tensión en el ambiente parecía ser más de lo que podía manejar en ese momento. Era comprensible: en el fútbol, perder contra el último clasificado nunca es fácil, y mucho menos cuando las expectativas sobre el rendimiento del equipo son altas. Se notaba que no entendía por qué la presión aumentaba tanto después de un resultado negativo, como si se olvidara que, por más que Unión esté en una posición destacada, la realidad es que el fútbol es impredecible, y las derrotas, aunque dolorosas, son parte del juego. Lo cierto es que el equipo venía de una racha positiva, pero esa derrota parecía haber sacudido los cimientos de lo que parecía ser una temporada sólida. El hincha, por su parte, aún guarda la esperanza de que esta mala racha no sea el reflejo del verdadero potencial de Unión, que aún queda mucho por ofrecer y que la caída no es más que una anomalía. Es difícil no pensar que este equipo no es el verdadero Unión, esa es la esperanza que todos mantienen: que lo que se vivió durante los meses de verano no haya sido simplemente un «veranito» de buenos resultados, sino el comienzo de un proyecto más duradero y consistente. Pero, por otro lado, no se puede pasar por alto la realidad: el plantel parece limitado, con apenas 14 o 15 jugadores que parecen ser los mismos siempre, repitiendo posiciones y roles, y a veces con la sensación de que todo se reduce a probar a ver qué pasa. Ese es el gran desafío para Madelón, encontrar una manera de explotar al máximo el potencial de sus jugadores sin depender siempre de los mismos, sin hacer que todo se vuelva monótono y predecible. En estos últimos tres partidos, Madelón parece estar sin ideas claras, sin ese toque de inspiración que suele caracterizar a los grandes entrenadores en momentos de crisis. Lo de hoy fue, de acuerdo con muchos, algo realmente lamentable. No hay forma de justificar una actuación tan floja, de tan baja calidad, y se percibe que, por más que se intente maquillar la situación, no hay excusas para un nivel de juego tan pobre. Madelón, a pesar de ser un hombre experimentado y de haber atravesado muchas situaciones complicadas en su carrera, parece estar en un punto en el que las respuestas no llegan con facilidad. Lo peor es que, si no se encuentran soluciones rápidamente, el futuro cercano podría volverse muy incierto para el equipo. Uno espera que Unión recupere el rumbo, que logre encontrar esa chispa que lo hizo destacar, pero los tiempos de reacción en el fútbol son breves y cualquier error puede resultar fatal para las aspiraciones de un equipo que arrancó a un punto del descenso y que de la nada, se vio en lo más alto del fútbol argentino.

En estos partidos, existe un común denominador que se repite constantemente y que, al parecer, se convirtió en una característica fundamental del rendimiento: los primeros quince minutos de cada encuentro son cruciales para Unión. Parece arrancar con una energía arrolladora, mostrando una disposición agresiva y decidida a imponerse sobre los rivales. A través de una presión alta y constante, se lanzó a la ofensiva con una intensidad que sugería que su único objetivo sea desbordar y dominar desde el primer momento. Con transiciones rápidas entre defensa y ataque, y con la tenencia de la pelota, generando espacios a su favor, aprovechando cualquier resquicio en la defensa del Tiburón y, con ello, crear las condiciones para lograr el golpe certero que podría decantar el encuentro a su favor. Sin embargo, lo que parece ser una puesta en escena fulgurante, en algunos casos, no se traduce en goles. Y esa es precisamente la cuestión que se repite una y otra vez: si no logran concretar una jugada clara de gol en esos primeros compases del partido, parece que algo se quiebra en el ánimo del equipo. La energía inicial se disipa rápidamente, y entra en un bajón al que le cuesta salir. A partir de ese momento, los rivales se dan cuenta que no hace falta recurrir a una defensa cerrada para contrarrestar a Unión, sino que simplemente es cuestión de mantener la calma, ajustar líneas y esperar a que el equipo de Santa Fe pierda esa efervescencia inicial. Es entonces cuando los rivales plantean un partido mucho más parejo, con una estructura defensiva más sólida, pero sin necesidad de renunciar al ataque. Ese fue la idea principal de Aldosivi. El conjunto de Guillermo Farré no se conformó con una postura defensiva que, en muchos casos, se anticipaba por las necesidades urgentes que tenía el equipo. A pesar de esas necesidades de resultados, Aldosivi no optó por replegarse completamente en su campo, con las clásicas dos líneas de cuatro dispuestas a esperar pasivamente el ataque rival. En lugar de eso, el Tiburón se mostró dispuesto a ir hacia adelante cuando la ocasión lo permitía, sin la obligación de poseer el balón, pero con la intención clara de hacer daño con transiciones rápidas y aprovechando los espacios que dejaba Unión al no lograr materializar su presión ofensiva. La movilidad de los jugadores de Aldosivi fue clave en este sentido, ya que, en varias ocasiones, lograron aproximarse al área tatengue con rapidez y sin necesidad de realizar un esfuerzo excesivo por mantener la posesión del balón. El hecho de que, antes de los diez minutos del primer tiempo, Justo Gianni haya tenido una oportunidad clara de gol, rematando desviado, reflejaba la intención del equipo visitante de ser directo y efectivo en cada avance, sin necesidad de entrar en una guerra de posesión de balón con el rival. Los de Farré, lejos de encerrarse, planificaron un encuentro muy equilibrado, jugando en la mitad de cancha, por momentos igualando las condiciones de juego y sin renunciar a la idea de atacar. El partido, por lo tanto, se desarrolló con una dinámica distinta a la que muchos anticipaban, con Aldosivi jugando a igual de igual, aprovechando los errores y la falta de puntería de Unión. Mientras tanto, el Tate mantenía una paciencia notable en su forma de trasladar la pelota, con la intención de desgastar poco a poco a su rival y, sobre todo, generar las condiciones para romper la última línea defensiva de Aldosivi. En el inicio de las jugadas, el tatengue se mostraba sereno, moviendo la pelota de un lado a otro, buscando siempre el momento exacto para acelerar el ritmo y sorprender al rival con una jugada de peligro. Sin embargo, en los metros finales, cuando parecía que la jugada podía culminar en algo positivo, la defensa de Aldosivi se mantenía sólida, y era frecuente ver cómo una pierna salvadora de los defensores del equipo visitante se interponía en cada intento de Unión por concretar sus avances. El equipo de Farré, pese a estar en una posición algo defensiva, conseguía mantener su orden y disipar las oportunidades de gol que los jugadores tatengues generaban con buena circulación de balón. La verdad es que, por más que Unión acelerara en esos últimos metros, nunca parecía encontrar la llave para romper la muralla defensiva de Aldosivi, que se mantenía firme en su tarea de evitar el gol. A lo largo de varios partidos, he destacado en diversas ocasiones que el ataque de Unión resulta ser bastante previsible, y en este encuentro no fue la excepción. Abusó de una fórmula bastante conocida: abrir el juego por el costado derecho, buscando constantemente a Lautaro Vargas (5) para que sea él quien rompa la línea defensiva. El lateral derecho, por momentos, parecía el jugador clave en la ofensiva, sobre todo en los primeros minutos, cuando mostró una confianza notable a la hora de proyectarse al ataque. Se incorporaba con frecuencia, sorprendiendo a los defensores de Aldosivi, y lanzando centros o intentando desbordar por la banda. A pesar de sus esfuerzos, la defensa de Aldosivi estaba bien plantada, con la marca constante de Joaquín Serrago, quien lo siguió muy de cerca en todo momento, y la presencia de Román, quien esperaba pacientemente por si su compañero no lograba frenar al lateral tatengue más arriba. A pesar de la voluntad y la determinación de Vargas, siempre había una respuesta efectiva desde el fondo visitante, lo que frustraba cualquier intento de desborde peligroso. En medio de este patrón predecible, el ex Defensa y Justicia trató de armar una buena triangulación en ataque, buscando asociarse con Julián Palacios (3), otro de los hombres clave en el costado derecho. La idea era clara: lograr una sociedad entre ambos para generar superioridad numérica en esa zona del campo y, de ser posible, poner a los delanteros en una posición favorable para la definición. Sin embargo, esta combinación no logró trascender. Palacios no pudo aportar esa dinámica y desequilibrio que suelen caracterizar su juego, y aunque intentó asociarse con Vargas, nunca logró pescar en los metros finales donde realmente se deciden los partidos. Las acciones en ataque no lograban transformarse en oportunidades claras de gol, y el volante parecía falto de esa chispa necesaria para hacer la diferencia en el último tercio de la cancha. Como ocurrió en otras ocasiones, la falta de dinamismo de Palacios se tradujo en un bajo rendimiento, y terminó siendo reemplazado nuevamente antes de que pudiera generar algo significativo en ofensiva. A este binomio que conformaban Vargas y Palacios se le sumaba Lucas Gamba (3), quien también se movió con frecuencia por la banda derecha, intentando ser una alternativa más en el ataque de Unión. Sin embargo, al igual que sus compañeros, el mendocino no logró tener el impacto esperado en los últimos metros del campo. Al igual que la de muchos otros jugadores, estuvo marcada por la falta de precisión y de definición en los momentos claves del juego. Uno de los momentos más recordados de su desempeño fue cuando, al igual que Tarragona, se perdió una oportunidad insólita de gol, al cabecear debajo del arco, pero su remate fue tan impreciso que terminó por elevarse por encima del travesaño, ante la incredulidad de los hinchas y el cuerpo técnico.

Unión se dio cuenta que Aldosivi tenía centrales muy grandotes para rechazar en el juego aéreo, y por eso intentó agredir con el centro atrás. Y está bien que haya sido así, porque el centro atrás tiene la capacidad de dejar a los defensores desorientados y, en algunos casos, completamente fuera de lugar. Cuando se realiza un centro hacia atrás, muchos de los defensores suelen anticipar que la jugada terminará con un centro directo hacia el área, y, por lo tanto, se posicionan de manera que protegen el primer palo o las zonas más cercanas al área. Sin embargo, al cambiar la dirección del pase y enviarlo hacia atrás, el balón llega a una zona que no ha sido defendida con la misma intensidad, lo que genera un vacío que puede ser aprovechado por los jugadores ofensivos para rematar al arco. En la primera mitad del encuentro, Mauro Pittón (5) fue, sin lugar a duda, uno de los pocos jugadores que estuvo a la altura de lo que se estaba jugando Unión en este partido. El rendimiento del mediocampista fue sobresaliente y sin dudas se destacó como una de las figuras del equipo en este primer tiempo. Este semestre ha sido, sin exagerar, muy positivo para él. La recuperación del balón, la capacidad de desplazarse por el campo con una intensidad notable, y su habilidad para hacer jugar a los demás compañeros lo han convertido en uno de los pilares del equipo. Además, la sorpresa constante en sus llegadas al área rival. Si bien siempre se destacó por su entrega y actitud de no rendirse, desde la llegada de Madelón, evolucionó aún más, con un despliegue físico impresionante que lo lleva a pisar continuamente el área del adversario. Fue él quien generó la situación más clara de todo el primer tiempo, en una jugada colectiva que, aunque no terminó en gol, mostró el nivel de sincronización del equipo. Recibió un pase preciso y su remate, potente y bien colocado, terminó estrellándose en el travesaño. La pelota, tras el impacto, picó sobre la línea de gol y Lucas Gamba, en un momento que parecía asegurado para la definición, cabeceó por encima del travesaño, desperdiciando lo que hubiera sido una gran oportunidad para adelantar a Unión. Mientras tanto, Franco Fragapane (4), parecía ser el complemento ideal para Pittón en el primer tiempo, ya que su movilidad y capacidad para desmarcarse en todo el frente de ataque le dieron dinamismo a un Unión que, en muchos pasajes, se mostró bastante superior al rival. Lo interesante del ex Boca fue su capacidad de no limitarse a su banda izquierda, sino que también se deslizaba por la banda derecha, confundiendo a los defensores visitantes y despojándose de las marcas que le imponían. Sin embargo, lo que comenzó como una actuación prometedora se desinfló rápidamente. Perdió velocidad en su juego, llegando a ser intrascendente total en los minutos posteriores. A pesar de ser un jugador que tiene el talento para desequilibrar en el uno contra uno, en esta ocasión no pudo aportar ni en la recuperación ni en el retroceso, lo que lo transformó en un jugador menos para su equipo. Madelón, quizás sin darse cuenta, no intervino a tiempo para corregir la caída del rendimiento de su extremo, lo que derivó en un problema para generar juego por la banda, que en teoría debería haber sido uno de los puntos fuertes del equipo. Mientras tanto, Aldosivi, intentaba generar peligro a través de su banda izquierda, confiando en Justo Gianni y en el acompañamiento de Roberto Bochi, un experimentado volante central que ascendió en 2022 con Instituto y que ahora aportaba su veteranía al Tiburón. Sin embargo, Aldosivi tuvo serios problemas en cuanto a disciplina defensiva, cometiendo varias infracciones cerca del borde del área, lo que dejó al equipo en una posición vulnerable. La falta de precisión en los duelos individuales hizo que los ataques de Unión se volvieran más peligrosos, mientras que la orden de Madelón de hacer un juego rápido y directo, sin pasarse de tiempo con la posesión del balón, encontró resistencia en la defensa rival, que se mostró bastante sólida. En cuanto a la defensa de Aldosivi, la marca fue extremadamente cerrada y reacia a dejar espacios. Los defensores se agruparon de manera eficaz, y Cristian Tarragona y Lucas Gamba, los dos delanteros de Unión, tuvieron dificultades para encontrar espacios para desenvolverse. Los esfuerzos de los atacantes se vieron reducidos por la presión constante de los zagueros visitantes, que no dejaron resquicios para la creatividad. A pesar de esto, Unión mantenía una presión constante sobre el área rival, y la falta de claridad y precisión en los últimos metros seguía siendo el principal obstáculo para un equipo que parecía estar ligeramente por encima de su rival. Las llegadas fueron esporádicas, y la falta de profundidad en el último tercio del campo se evidenció en varias jugadas que se extinguieron sin crear verdadero peligro. Mateo del Blanco (4), uno de los laterales más importantes del equipo, también sufrió el bloqueo defensivo de Aldosivi, y su capacidad para proyectarse al ataque con pelota dominada se vio restringida. Apenas un centro aislado de su parte terminó en las manos del arquero Jorge Carranza, y eso fue todo lo que se logró desde su banda. Unión llegó a este partido como uno de los más goleadores del torneo. Entonces, ¿Cuál era el problema? en los  volantes laterales, quienes, a pesar de haber mejorado considerablemente después de un primer semestre flojo, aún no lograban cumplir con la función clave de abastecer a los delanteros de manera efectiva. Tarragona, por ejemplo, se vio forzado a retroceder demasiado para poder recibir el balón, ya que su posición avanzada resultaba infructuosa debido a la falta de suministro desde las bandas. A los 38’, el mismo Tarragona recibió un pase, disparó fuerte a puerta, pero Carranza estuvo atento y evitó el gol con una gran intervención. A pesar de no estar jugando su mejor partido, Unión logró mantener una ligera superioridad sobre Aldosivi, que parecía más centrado en defender y esperar el momento para lanzar contragolpes. Sin embargo, los visitantes mostraron deficiencias en sus transiciones de mitad de cancha hacia adelante, lo que resultó en un juego lento y sin claridad. Aldosivi carecía de jugadores hábiles para el manejo de la pelota, lo que impidió que pudieran generar peligro constante. Fue en un abrir y cerrar de ojos cuando los de Mar del Plata pareció nivelar el juego en términos de situaciones, con un remate dentro del área chica de Cabral que se fue por encima del travesaño. Y minutos después, un error de Valentín Fascendini (2), quien fue, sin dudas, el peor jugador de la cancha permitió que Aldosivi tuviera otra oportunidad. No estuvo a la altura en ningún momento y, a diferencia de su rendimiento habitual, se mostró endeble, cometiendo errores cruciales que pusieron en riesgo el resultado. En una jugada, perdió la posesión frente a Bochi, quien disparó cruzado, pero Matías Tagliamonte, el arquero de Unión respondió con una intervención notable que evitó que el Tiburón se adelantara en el marcador. La imagen que brindó Unión al final del primer tiempo fue la de un conjunto claramente apresurado, que se vio obligado a recurrir constantemente a los pelotazos largos desde el fondo, mayormente por las bandas, como una forma de intentar avanzar hacia el área rival sin encontrar soluciones claras en el juego de mediocampo. Reflejó la falta de fluidez y de ideas en la zona media del campo, una zona que normalmente debería ser el motor del equipo y la encargada de generar jugadas que rompan la estructura defensiva del adversario. Sin embargo, el conjunto rojiblanco careció de la conexión necesaria en esta zona del campo, lo que resultó en un equipo incapaz de generar situaciones de peligro real y sin un patrón de juego claro, que lo pusiera en condiciones de acercarse con efectividad al área contraria. Uno de los factores clave que contribuyó a esta falta de claridad fue el desempeño de Mauricio Martínez (4) no logró sentirse cómodo en el desarrollo del partido. El mediocampista central no pudo encontrar su lugar dentro del esquema de juego, lo que lo llevó a tener dificultades para distribuir el balón de manera precisa y coherente. Al no poder establecer una conexión fluida con sus compañeros de mediocampo, Caramelo se vio superado por las circunstancias, y su falta de claridad a la hora de tomar decisiones fue evidente. Las constantes imprecisiones en sus pases, que generalmente deberían ser precisos y cortos para darle al equipo una salida clara y organizada, mostraron que el futbolista no estaba en su mejor versión en ese primer tiempo. Esto no solo afectó su rendimiento individual, sino que también perjudicó a todo el equipo, que quedó privado de una estructura ofensiva coherente, ya que el mediocampista no pudo aportar el equilibrio necesario para poder jugar con calma y generar jugadas que pusieran en aprietos a la defensa rival.

Segundo tiempo entre Aldosivi y Unión

En el segundo tiempo, sorprendió la actitud de Aldosivi, que asumió un protagonismo inesperado. Lejos de ser un equipo reactivo, como en la primera mitad, los visitantes salieron a buscar el balón con una mejor disposición, tocando de primera y generando más peligro. En contraposición, Unión seguía sin poder resolver su problema en defensa, especialmente en las pelotas detenidas. Era evidente que, una vez más, el equipo de Madelón no había trabajado lo suficiente ese aspecto clave del juego. Sin embargo, lo que realmente marcó la diferencia fue una noche difícil para varios jugadores de Unión, pero sobre todo para Valentín Fascendini, quien no pudo rendir al nivel esperado. A su lado, Maizon Rodríguez tampoco estuvo en su mejor versión. El defensor, que en otros partidos había mostrado solidez, se vio superado en varios pasajes del encuentro. Especialmente cuando salió a disputar balones en el aire, mostró una falta de confianza que costó caro. La defensa de Unión sufrió una y otra vez en el juego aéreo, una falencia que, por más que  intentó corregir durante el partido, no encontró solución. Esta desconexión defensiva hizo que Aldosivi tuviera ocasiones claras, una tras otra, y por momentos se veía que el Tate no lograba frenar la ofensiva visitante. Sin duda, este aspecto se convirtió en uno de los principales problemas que condicionó la actuación de Unión. Una pregunta recurrente en cada partido es la misma: ¿por qué Madelón siempre hace los mismos cambios? No solo parece previsible en el plano táctico, sino que incluso los propios entrenadores ya anticipan qué variantes realizará. La sorpresa es casi nula. Es cierto que, muchas veces, se juega a lo seguro, pero esa misma previsibilidad termina siendo un arma de doble filo. Los cambios llegan tarde, casi siempre después de los primeros quince minutos del complemento, lo que genera un cuestionamiento lógico sobre la falta de innovación o de adaptación del cuerpo técnico a lo que sucede en el campo. En este contexto, Nicolás Palavecino (5)  entró en el segundo tiempo. Si bien el mediocampista ha sido un jugador resistido por gran parte de la hinchada tatengue, lo cierto es que, al menos, intentó hacer lo que otros no se atrevieron: agarrar la pelota, encarar, y buscar distribuir juego hacia adelante. Fue el protagonista de una jugada clave: tras un pase, inició la jugada que terminó con un centro de Mateo del Blanco. La pelota pegó en el travesaño y, en una jugada desafortunada, Tarragona, que estaba solo frente al arco, remató por encima del horizontal, perdiendo una oportunidad clarísima para empatar el partido. En la misma ventana de cambios, ingresó Augusto Solari, pero, al igual que en otras ocasiones, no encontró nunca su lugar en el esquema. Desde que viste la camiseta de Unión, es difícil identificarle alguna virtud o aportación positiva al equipo. Uno podría pensar que tal vez soy demasiado crítico, pero la realidad es que, salvo por su gol ante Racing, el desempeño de Solari ha sido poco destacado. Es un jugador que parece desajustado al estilo de juego del equipo, sin impacto en el juego ofensivo ni en el equilibrio defensivo.  Unión, a pesar de ser un equipo con llegada, carecía de la profundidad y el juego que se necesita para marcar la diferencia. La falta de conexión entre líneas se hizo patente una vez más. Unión era un equipo de llegadas, no de juego. Y de tanto errar, Aldosivi, con el sello de un equipo que sabía lo que hacía, aprovechó una jugada de pelota parada para abrir el marcador. Un tiro de esuina bien ejecutado y un cabezazo certero de Justo Gianni, quien se anticipó a la defensa tatengue. El 1-0 cayó como un balde de agua fría. No pasó mucho tiempo hasta que, nuevamente, Aldosivi estuvo cerca de aumentar su ventaja con un cabezazo desviado de Giani tras otro error defensivo en una pelota detenida.

La ansiedad se reflejó en un Unión cada vez más desesperada. La presión de la gente se trasladó al campo, y las jugadas se volvían cada vez más apresuradas. Los centros eran constantes, pero la defensa de Aldosivi los rechazaba sin mayores problemas. Cada intento de los jugadores de Unión era neutralizado por un sistema defensivo sólido que no permitía fisuras. En ese sentido, es increíble cómo todos los equipos que visitan Santa Fe parece tener la capacidad de manejar los tiempos del partido, casi como si pudieran meterlo en un frezeer. La tranquilidad con la que los rivales administran el ritmo del partido es asombroso, mientras que Unión, como suele ocurrir en este tipo de situaciones, se vio envuelto en una presión constante que lo llevó a cometer errores no forzados. Como sucedió a los 32′, cuando el VAR intervino para revisar una posible expulsión a Valentín Fascendini por una mano dentro del área, pero la jugada terminó siendo anulada por un fuera de juego, lo que significó que Merlos optó por quitarle la amarilla al defensor. Madelón intentó darle frescura al equipo con el ingreso de Agustín Colazo (4), quien tomó el costado izquierdo para aportar algo de dinámica. El Francés pasó del 4-4-2 a un 4-2-4, desarmando la mitad de la cancha, y ubicando a Augusto Solari (4) ubicado en la derecha buscando generar un fútbol que, hasta el momento, no se vislumbraba. Con cuatro delanteros en cancha, Unión no logró generar una situación clara de gol. El delantero, que fue uno de los máximos goleadores de la Primera Nacional 2024, volvió a mostrar sus falencias a la hora de asociarse y descargar el balón. Sigue sin poder concretar goles importantes. Un nuevo reflejo de lo que es este equipo: llegadas, presión, pero sin claridad ni efectividad. En el último cuarto de hora, también ingresó Diego Díaz, quien, si bien fue más activo que otros, no logró tener un impacto significativo en el juego. Su mejor acción fue un pase filtrado para Tarragona, pero fuera de esa jugada, no se destacó en absoluto. Si algo faltaba a la noche fue la vuelta de Claudio Corvalán, por Mateo del Blanco a jugar de lateral por izquierda. Por su parte, el árbitro, Andrés Merlos, que había realizado una labor sólida durante todo el partido, optó por adicionar 10 minutos. Guillermo Farré no tardó en mover sus piezas y decidió sacar a Justo Gianni, uno de los jugadores más peligrosos, para dar paso a Motes, quien entró en el campo con la misión de asegurar el resultado. ¿Qué buscaba? amurallar la defensa y evitar cualquier intento de reacción de Unión. Así, el exentrenador de Belgrano montó una línea de cinco defensores, con la intención de frenar los intentos ofensivos de un Unión, que podía estar dos días con la pelota, que no lo iba a empatar. A medida que los minutos pasaban, Aldosivi se replegaba y se conformaba con mantener el 1-0, a la espera de algún contragolpe que sellara su victoria. Y así fue. Fue Motes, precisamente, quien generó la jugada que terminó de definir el destino del encuentro. Desde el mediocampo, el delantero asistió a Guzmán, quien, al recibir el balón, hizo una jugada precisa para soltarla a Ceratto. Este último, con gran frialdad y aprovechando la salida apresurada de Matías Tagliamonte, definió al palo izquierdo, sellando el 2-0 de manera definitiva y prácticamente acabando con las esperanzas de Unión que había llegado con la oportunidad de mantenerse como único líder del campeonato, volvió a caer en sus propios errores y deficiencias, prolongando así una racha negativa que viene marcando su rendimiento en los últimos partidos.

 

El Tate había mostrado destellos de calidad en algunas ocasiones. Pero hace varios partidos que no logra sostener un nivel de juego coherente. Esta derrota fue la consecuencia de rendimientos individuales y colectivos de los jugadores que cayeron considerablemente, lo que provocó que el equipo perdiera frescura y, lo que es peor, intensidad. Esa falta de intensidad, sumada a las imprecisiones y a la falta de respuestas tácticas claras, hizo que no pudiera superar el esquema defensivo de Aldosivi, que se mostró sólido y compacto en los momentos decisivos. Además, otro factor que jugó en contra de Unión fue la incapacidad de asumir el protagonismo durante los 90 minutos. Aunque el equipo intentó hacerse con la posesión del balón y controlar el ritmo del juego, se vio superado en muchas ocasiones, especialmente en los momentos en que Aldosivi se replegó y jugó al contragolpe. La falta de respuesta a esos momentos cruciales del partido hizo que el equipo de Madelón no pudiera encontrar la llave para deshacer el cerrojo defensivo visitante. Esta derrota no fue casualidad; se sumó a un fenómeno que ya venía ocurriendo en las últimas semanas, y que hoy se traduce en una racha alarmante de cuatro partidos sin ganar como local. Este dato, a estas alturas, deja claro que la inconsistencia de Unión en su propia casa es uno de los principales motivos de su bajón futbolístico. Con esta caída, se hace aún más evidente que el equipo necesita una revisión profunda en cuanto a su juego y su estructura. La sensación es que el equipo ya ha agotado las ideas y que Madelón deberá buscar alternativas para revitalizar el funcionamiento colectivo e individual. Es cierto que el entrenador ha mostrado una gran capacidad táctica a lo largo de la temporada, pero en este tramo decisivo del campeonato parece haberse quedado sin respuestas claras frente a las dificultades que el equipo enfrenta. Unión debe cambiar su mentalidad y encontrar soluciones antes de que sea demasiado tarde. La recta final del torneo se presenta como un desafío complicado, ya que el equipo atraviesa un bajón futbolístico evidente y deberá encontrar una reacción urgente si no quiere caer en una nueva decepción. El margen de error se ha reducido considerablemente, y la presión de seguir como líder parece estar afectando a los jugadores, quienes no logran recuperar el nivel que los había catapultado a la cima. El tiempo apremia, y la necesidad de encontrar variantes tanto tácticas como anímicas se hace cada vez más urgente.

 

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