Unión 1-1 Belgrano: fin de un semestre para el olvido

A esta altura del año, muchos hinchas y analistas probablemente coincidan en una sentencia contundente: “Este semestre debe ser olvidado, hay que tirarlo a la basura, hacer borrón y cuenta nueva”. Sin embargo, yo no comparto esa postura en lo más mínimo. Considero que este semestre, en lugar de ser descartado, debe permanecer presente, como una marca imborrable en la memoria de quienes conducen los destinos de Unión, especialmente de Luis Spahn y la Subcomisión de Fútbol. Lo sucedido en estos meses no puede ni debe ser archivado como un mal recuerdo más. Tiene que ser el punto de partida para una transformación profunda, una base incómoda pero necesaria sobre la que se impulse un proceso de revisión, autocrítica y reconstrucción. El dolor, la frustración y el fracaso deportivo de esta primera mitad del 2025 deben actuar como motor de cambio, como recordatorio constante de lo que no puede volver a ocurrir. Este próximo mercado de pases, así como el siguiente, deben estar completamente condicionados por las falencias que se manifestaron con crudeza en este tramo del año. No basta con intentar corregir errores; hay que revertir por completo una dinámica que resultó nociva desde los cimientos. Muchos repiten una frase ya convertida en cliché pero que en este caso cobra pleno sentido: “El que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Y es exactamente ese el concepto que hoy debe guiar la toma de decisiones dentro del club. Porque si quienes conducen a Unión no son capaces de ejercer una mirada crítica sobre todo lo que se hizo mal, entonces el equipo estará irremediablemente condenado a reincidir en sus equivocaciones. No se trata solo de señalar errores puntuales, sino de asumir que hubo un patrón, una lógica estructural que llevó al equipo al fracaso. La irregularidad, la improvisación, la falta de planificación, la inconsistencia táctica y técnica fueron síntomas de un mal mucho más profundo. Y si no se toman medidas enérgicas ahora, si no se estudia cada partido, cada alineación, cada decisión, si no se expone a quienes tienen responsabilidad directa en este proceso —jugadores, cuerpo técnico y dirigencia— a una revisión dolorosa pero imprescindible, el segundo semestre será apenas una repetición del primero. El análisis que se debe hacer no puede limitarse simplemente a los detalles de una temporada que ya ha concluido de forma negativa. Es fundamental que este análisis abra un debate mucho más profundo sobre el futuro inmediato de Unión. Un futuro que está lleno de incertidumbres, pero que también puede estar cargado de oportunidades si se toman las decisiones adecuadas. Las elecciones tomadas durante el semestre, combinadas con una falta de coherencia en varias de las estrategias empleadas, deben ser vistas no solo como fracasos puntuales, sino como una advertencia clara y urgente sobre lo que no debe repetirse. Es necesario aprender de los errores, y el club tiene que aprovechar este momento para replantearse y hacer los cambios necesarios que permitan no solo la supervivencia, sino también la evolución hacia un equipo competitivo, sólido y coherente con la historia que representa. La historia reciente de Unión exige autocrítica, pero no debe quedar ahí. Es imprescindible que esta reflexión se transforme en una mirada hacia adelante, en un compromiso firme de cambio, que implique una renovación no solo en lo futbolístico, sino también en la estructura mental y organizativa del club.
La necesidad de una reestructuración en todas las líneas del equipo es inminente. Este no es un llamado de atención superficial, sino un diagnóstico profundo de lo que no ha funcionado y de lo que debe cambiarse para que el equipo vuelva a ser un protagonista. En defensa, los problemas son evidentes y no se limitan simplemente a los nombres de los jugadores, sino que se extienden a una cuestión mucho más amplia relacionada con la estructura y la organización colectiva. Es claro que Unión carece de una defensa sólida, un sistema defensivo que sea capaz de mantener el orden durante todo el partido, que sepa anticipar jugadas, que sepa cortar los circuitos de juego del adversario y, sobre todo, que sea capaz de aprovechar la posesión del balón para salir jugando con inteligencia y crear situaciones de ataque desde el fondo. La falta de jerarquía y de liderazgo en la zaga central fue una constante durante el semestre. Sin una figura que ordene y guíe a los defensores, el equipo se ve vulnerable ante cualquier situación. En el fútbol, la defensa es el primer paso hacia una estructura sólida de juego, y sin ella, todo lo demás se desmorona. Este déficit defensivo no es un problema menor. Un equipo que no tiene solidez defensiva está condenado a ser vulnerado una y otra vez, y eso se reflejó con claridad en la cantidad de goles que Unión recibió durante el semestre. Muchos de esos goles fueron consecuencia directa de errores individuales groseros que, si bien son parte del juego, no pueden ser una constante en un equipo que aspira a ser competitivo. Los errores en la defensa no solo ponen en riesgo los resultados de los partidos, sino que también afectan la moral del equipo, crean inseguridades y terminan desmoronando lo que podría haber sido una buena estructura colectiva. A lo largo del semestre, las falencias defensivas se hicieron evidentes en casi todos los partidos, con situaciones en las que el equipo, en lugar de ser sólido y fiable, se mostró frágil y desorganizado. La falta de concentración, la inestabilidad de los defensores y la ausencia de una estrategia clara para enfrentar los ataques rivales fueron los puntos más débiles de Unión en este sentido. La consecuencia directa de esta debilidad en defensa fue que el equipo se vio constantemente expuesto a situaciones de riesgo, muchas veces sin poder reaccionar adecuadamente. Las situaciones en las que el rival aprovechó los errores de los defensores para marcar goles fueron recurrentes. Estos fallos no solo se debieron a la falta de calidad técnica o táctica de los jugadores, sino también a una falta de organización en la línea defensiva, donde no se percibía una coordinación adecuada para neutralizar los ataques rivales. La defensa de Unión nunca logró adaptarse a los diferentes contextos de los partidos, lo que permitió que los adversarios se sintieran cómodos a la hora de generar peligro en el área. No hubo una respuesta colectiva coherente a los diferentes desafíos que se presentaron en cada jornada, lo que provocó que el equipo recibiera goles de forma sistemática. Lo que resulta más preocupante de esta situación es que, a pesar de tener jugadores con experiencia y, en algunos casos, de gran nivel, el equipo no mostró una estructura defensiva sólida que pudiera garantizar, al menos, una mínima estabilidad en la parte baja. Sin una defensa confiable, los demás aspectos del juego se ven seriamente comprometidos. La construcción de jugadas desde atrás, el control del juego en el mediocampo y la creación de situaciones ofensivas dependen, en gran medida, de una buena organización defensiva. Y el CAU, lamentablemente, nunca logró encontrar esa estabilidad en el fondo. Es necesario que, en la reestructuración del equipo, se ponga especial atención a este sector del campo. No solo por la cantidad de goles recibidos, sino también porque la defensa es la base desde la cual se construye todo el juego de un equipo. Un equipo que no es sólido en defensa tiene menos oportunidades de generar ataques efectivos, ya que siempre está jugando con la presión de estar perdiendo o de estar constantemente a la defensiva. Esta situación genera un desgaste físico y psicológico en los jugadores, que, a largo plazo, afecta negativamente el rendimiento general del equipo.
La reestructuración defensiva debe implicar, en primer lugar, la incorporación de jugadores con características que aporten jerarquía y liderazgo en el fondo. Además, debe ser acompañado de una planificación táctica que asegure que la defensa no esté expuesta a situaciones de riesgo innecesarias. Los entrenadores deben trabajar con el equipo en la sincronización de los movimientos defensivos, en la anticipación de las jugadas del rival y en la capacidad de reorganizarse rápidamente cuando el equipo pierda la posesión del balón. La solidez defensiva es, sin duda, el punto de partida para cualquier equipo que aspire a ser competitivo en el fútbol de alto nivel. La crítica a la defensa de Unión no es solo un cuestionamiento a los jugadores, sino una llamada de atención a la dirección técnica y a la dirigencia del club para que se tomen decisiones estratégicas en el próximo mercado de pases. El club necesita reforzar la línea defensiva con jugadores que no solo sean técnicamente competentes, sino que también tengan la capacidad de asumir la responsabilidad de ser los pilares de una defensa sólida. Sin una defensa sólida, todo el esfuerzo ofensivo se vuelve en vano, ya que un equipo que concede goles con facilidad nunca podrá estar en una posición cómoda en la tabla ni aspirar a grandes objetivos
Barajar y dar de nuevo
En días recientes, leía en X (ex Twitter) a un hincha tatengue que expresaba su desconcierto ante la calidad del torneo que estaba disputando Unión. Su reflexión señalaba que el primer indicio de que el equipo iba a ser protagonista de una campaña paupérrima se dio en la derrota contra Estudiantes, cuando el equipo se encontraba perdiendo 3-0 en apenas 20 minutos. Personalmente, mi sensación de que este torneo estaba irremediablemente perdido llegó un poco más tarde, después de la derrota ante Tigre, y en el momento en que el Kily González decidió no romper la línea de 5, una decisión que dejó claro que no había un plan claro ni una identidad definida en el equipo. En el imaginario colectivo de su hinchada, las expectativas eran altas, se esperaba una temporada que pudiera consolidar al equipo como un contendiente serio dentro de la competencia nacional. Pero, al observar con detenimiento su rendimiento, se hace cada vez más evidente que el equipo de Santa Fe ha sido incapaz de encontrar su rumbo, arrastrando consigo una suerte de desconcierto que parece enquistarse cada vez más en el ánimo de jugadores, cuerpo técnico y aficionados. En el fondo, el principal problema radica en la falta de ideas, en esa sensación angustiante de que, en los momentos cruciales, el equipo no sabe qué hacer, cómo reaccionar, ni hacia dónde encaminar su juego. El análisis de los partidos disputados hasta la fecha revela una constante alarmante: la incapacidad para crear jugadas claras, la falta de creatividad en la ofensiva y la ausencia de una propuesta táctica que logre marcar una diferencia tangible en la cancha. Es como si la inspiración se hubiera agotado antes de que el torneo siquiera comenzara. En sus últimos encuentros, Unión ha ofrecido un espectáculo plano, predecible, donde las transiciones rápidas han brillado por su ausencia y las llegadas al área rival son más el fruto del azar que el resultado de una planificación estratégica bien ejecutada. Las ideas que tanto se anhelan se han convertido en una quimera, un deseo vano que parece escaparse entre los dedos de un equipo que no consigue hilvanar tres pases consecutivos con claridad. La figura de su entrenador, que en principio llegó con el objetivo de imprimir su sello táctico y renovar una estructura de juego, ha sido cuestionada por la hinchada que no ve reflejada en los jugadores la energía ni la convicción necesarias para superar la mediocridad que los ha acompañado en los primeros meses del año. Sin embargo, más allá de las críticas que puedan recaer sobre el cuerpo técnico, es necesario plantear una reflexión más profunda: ¿Es justo culpar únicamente a los entrenadores cuando la incapacidad para generar ideas parece ser un problema estructural que involucra a todos los estamentos del club? Tal vez el problema no sea uno aislado, sino una consecuencia de decisiones que, a lo largo del tiempo, han sido tomadas de forma apresurada, sin la claridad que exige un proyecto deportivo serio y coherente. En un análisis más profundo, podemos notar que las dificultades de Unión se encuentran también en la falta de un patrón de juego que logre penetrar las defensas rivales con efectividad. Se ha visto, por ejemplo, cómo en numerosas ocasiones los jugadores se ven atrapados por la presión adversaria, incapaces de encontrar una salida limpia hacia el ataque. La dinámica del equipo parece ser excesivamente reactiva; esto es, se limitan a responder a lo que el rival les propone, sin nunca tomar la iniciativa. En el fútbol moderno, donde las transiciones rápidas y la presión alta son armas fundamentales, la lentitud y la falta de agilidad en los movimientos de Unión parecen condenar al equipo a una parálisis táctica difícil de justificar.

¿Podrá Leonardo Carol Madelón levantar futbolísticamente a este equipo?

Otra vez, Unión mirará por TV los PlayOffs de la Copa de la Liga

Mientras el Presidente de la institución sigue enfrascado en disputas estériles con sectores de la oposición, la realidad deportiva de Unión vuelve a golpear con una crudeza que resulta ya insoportable para una hinchada que alguna vez creyó haber dejado atrás los fantasmas del descenso. Aquellas épocas oscuras, que parecían haber quedado sepultadas bajo el prestigio de las competencias internacionales, regresan con una fuerza demoledora, desnudando falencias estructurales y políticas que, lejos de haberse corregido, parecen haberse acentuado. El 2023, con todas sus lecciones dolorosas, no dejó aprendizajes concretos, o al menos no los suficientes como para evitar que el club vuelva a encontrarse al borde del abismo. Y ese umbral de tolerancia, que durante años fue elogiablemente amplio, hoy está peligrosamente erosionado. Porque la paciencia de la gente —ese capital emocional invaluable— también se agota cuando no hay respuestas a la altura de la exigencia. Durante mucho tiempo, el pueblo rojiblanco acompañó con fe, esperó con nobleza y creyó con fuerza. Pero en el fútbol, como en la vida, la espera sin resultados se transforma en decepción, y la decepción, sostenida en el tiempo, muta en desconfianza. La dirigencia parece no comprender del todo que el termómetro que mide la relación entre las tribunas y los escritorios no es otro que el rendimiento en el campo de juego. Y lo cierto es que hoy ese termómetro marca fiebre alta. Las explicaciones sobran: hay razones tácticas, hay diagnósticos estratégicos, se invocan cuestiones estructurales. Algunas tienen fundamentos, otras parecen ensayos retóricos. Pero lo que nadie puede negar es que la realidad se impone con la brutalidad de los hechos: Unión está, una vez más, coqueteando peligrosamente con la parte baja de la tabla. Y esa realidad, incuestionable y lacerante, no admite maquillajes. Avanzar, dar el salto de jerarquía que tanto se anhela desde hace años, no es una cuestión de azar ni de milagros. Requiere algo mucho más tangible y complejo: voluntad política, convicción dirigencial y una firme decisión deportiva. Se necesita, con urgencia, planificar a largo plazo, mirar hacia adelante con una perspectiva de cinco años en lugar de cinco partidos. Se impone la necesidad de jerarquizar las estructuras internas del club, de profesionalizar cada una de sus áreas, de fortalecer las divisiones inferiores con un verdadero proyecto formativo. Es imprescindible dejar de improvisar en cada mercado de pases, donde las decisiones parecen responder más a urgencias coyunturales que a una idea futbolística sostenida. Y, sobre todo, se necesita elegir cuerpos técnicos con un perfil claro y darles el respaldo necesario para ejecutar una propuesta, sin desarmar cada proceso al primer traspié.
Lo que se espera no es magia, sino coherencia. No es carisma, sino planificación. Porque la hinchada de Unión ya no compra discursos vacíos ni promesas altisonantes. Está cansada de «refundaciones» anunciadas con bombos y platillos que nunca llegan a concretarse, de proyectos que se quedan en eslóganes, de un rumbo que parece cambiar con el viento. La ilusión, como todo sentimiento humano, tiene un límite. Y cuando ese límite se alcanza, lo que queda es una mezcla peligrosa de resignación y rabia contenida. Mientras tanto, el fútbol argentino sigue su curso. Instituto avanza a los octavos de final, Platense se anima a soñar con una copa internacional, y Unión, una vez más, queda al margen, como un espectador habitual de las definiciones. La reconstrucción, tan necesaria como urgente, no puede seguir postergándose. Porque si no empieza ahora, cada día será más difícil, más costosa, más lejana. El tiempo no se detiene. Y en el universo dinámico del fútbol profesional, los clubes que se animan, avanzan. Los que dudan, se estancan. Y los que se conforman, se resignan. Unión, hoy más que nunca, no puede darse el lujo de conformarse. Está obligado a tomar decisiones valientes, de fondo, sin mirar de reojo lo que hacen los demás ni depender de las circunstancias. Porque mientras en Santa Fe persiste una resignación silenciosa, casi institucionalizada, en otros rincones del país se escriben historias diferentes. Historias de audacia, de superación, de reconstrucciones genuinas. Mientras algunos se aferran, con alivio o mediocridad, a la posibilidad de clasificarse a una copa como único horizonte, otros avanzan con proyectos sólidos y convicciones claras. Y entonces, inevitablemente, la pregunta estalla con crudeza: ¿Qué tienen ellos que Unión no tenga? ¿Cuál es esa diferencia invisible pero determinante que les permite a otros dar el salto mientras el Tate permanece estancado en un ciclo de frustraciones que se repite? ¿Qué tren están sabiendo tomar Instituto y Platense, clubes que hace no tanto sufrían en el ascenso, y que hoy se dan el lujo de competir en instancias decisivas? La respuesta, quizá, no sea una sola. Pero lo que sí está claro es que si Unión no empieza a construir desde hoy una identidad institucional y deportiva sólida, el futuro será tan gris como el presente. Y lo que hoy parece una frustración, mañana puede ser un retroceso irreversible.
Hasta Riestra jugará octavos de final
Unión, en teoría, tiene todo para estar donde hoy están Instituto o Platense. O incluso superarlos. Seguramente a más de uno le dio pudor observar que Riestra jugará los octavos de final de este torneo. En una década, Riestra pasó de la última división de la AFA a la Primera. No hay antecedentes ni cercanos de algo semejante. De hecho, es el primer equipo que disputó la quinta categoría y luego llegó a la A. Defensa y Justicia, que también disputó la Primera D, lo hizo cuando aún no existía la B Nacional, es decir cuando la D era el cuarto escalón. En 1990, Riestra quedaba desafiliado tras ser el peor equipo de la D, y debió volver a empezar. Más acá, y ya con el fútbol a cargo del abogado Víctor Stinfale, tuvo a Diego Armando Maradona vistiendo su camiseta y apoyando al equipo en su estadio. En Córdoba, sede del partido final contra Deportivo Maipú cuando consiguió el ascenso, los futbolistas se acordaron del Diez: «Olé, olé, olé, Diego…Diego». Riestra escaló en la pirámide del fútbol argentino envuelto en polémicas, como aquella recordada final por el ascenso desde la B Metropolitana a la B Nacional con Comunicaciones, en la que se lo acusó de agregarle dos metros de ancho a la cancha para que le dieran penales. O en 2020, cuando en plena pandemia de coronavirus se difundieron imágenes de sus futbolistas entrenándose en el estadio Guillermo Laza. Hubo expediente disciplinario en la AFA y causas en la justicia federal y el ministerio público fiscal porteño. Riestra siguió adelante, sin descuento de puntos. Previo a este presente inédito, el Malevo atravesó casi toda su vida en las categorías más bajas del fútbol argentino y hasta sufrió un período de desafiliación de la Asociación del Fútbol Argentino. Sin embargo, en diez años logró cinco ascensos hasta desembarcar en Primera. Los inicios del club se remontan a finales de la década del 20′, cuando un grupo de jóvenes del barrio de Nueva Pompeya armaron un equipo de fútbol para disputar el torneo barrial al que llamaron «Los de Riestra», en referencia a la calle de la lechería que era el punto de encuentro para sus juntadas. Recién fue en 1931, cuando se formalizó la fundación del Club Social, Cultural y Deportivo Riestra, el cual fue afiliado a la Asociación del Fútbol Argentino en 1946. Durante sus primeros años dentro del armado del fútbol local disputó la Primera C, pero en el 49 descendió a la Primera D, la cual se creó ese año por la cantidad de nuevos clubes asociados a la AFA. Desde ese año hasta 1987, el Blanquinegro pasó sus años entre ambas categorías. Tras estos años de inestabilidad, sumado a su fusión con la Asociación de Fomento Barrio Colón en 1971 y a la expropiación que había sufrido de su estadio en 1981 por la última dictadura militar, el conjunto del sur de la Capital Federal sufrió su primera desafiliación por haber quedado último en la tabla de los promedios. En su retorno a la D en 1992, Riestra mostró que el año afuera de la competencia le sirvió y en la primera temporada accedió al Reducido. Pero fue recién en el 93-94 cuando volvió a conseguir un nuevo ascenso a la C, en la fue participe durante casi diez años, aunque volvió a caer a la D. Durante casi esa decena, el club fue protagonista de casi todos los campeonatos y hasta el 2014.Luego de conseguir volver a la cuarta división, por una reconstrucción en la cantidad de equipos por categoría (en la A pasaron a ser 30), el Malevo logró acceder a la B Metropolitana por primera vez en su historia. Fue en medio de este proceso cuando al club llegó Víctor Stinfale, el famoso abogado y amigo de Diego Armando Maradona, quien no solo invitó al Diez a ser un asesor futbolístico, sino que facilitó que grandes marcas internacionales se acercaran. En Riestra, el Diego fue parte de algunos entrenamientos, en los que les mostró a los jugadores sus secretos a la hora de la ejecución de los tiros libres.
En 2017 consiguió acceder a la Primera Nacional, pero a la temporada siguiente cayó a la Metropolitana, luego de una sanción del tribunal de apelaciones de la AFA, en la que le quitaron diez puntos por incidentes durante un duelo con Comunicaciones el año anterior. Este inconveniente no logró que el Blanquinegro perdiera la esperanza de cumplir su sueño, y en el 2019 volvió a ascender a la segunda división. En los últimos cinco años, Riestra, que actualmente tiene un total de casi 1200 socios, se mantuvo en el Nacional hasta la temporada pasada, en la que consiguió el ascenso. En plena cuarentena por la pandemia del 2020 quedaron en el medio de la polémica por haber violado la restricción impuesta por el Gobierno Nacional al realizar un entrenamiento en el Estadio Guillermo Laza, con la presencia de algunos dirigentes. En 2023, el Malevo había culminado séptimo en la zona B con 50 puntos y accedió a los octavos de final del Reducido por el segundo ascenso. En la primera instancia le ganó en un polémico partido por 1-0 a San Martín de Tucumán, quien era uno de los favoritos a quedarse con el puesto. Ya en los cuartos, con la serie de ida y vuelta, venció a Quilmes con un global de 2-1, en otra serie con varias decisiones arbitrales controversiales. En semifinales derrotó a Almirante Brown, que venía de caer en la final ante Independiente Rivadavia, por 2-0 en ambos encuentros y Gustavo Fernández le dio el triunfo ante Deportivo Maipú. En el último tiempo, pese a su estadía en Primera, continúo como protagonista de momentos que generaron varias polémicas. Durante la pretemporada fue noticia porque sus jugadores se entrenaban en la playa, afuera de un boliche bailable, durante la madrugada, una decisión que había comenzado en el Ascenso. Sin embargo, eso no fue lo único que causó críticas ya que a mediados de mayo Mateo Apolonio, con 14 años y 1 mes, ingresó en la derrota por 1-0 ante Newell’s en la Copa Argentina y se convirtió en el más joven en la historia en debutar, hasta que un grupo de investigadores encontró un dato que superó esa marca porque un exjugador de Racing lo había hecho a los 12. El estreno del juvenil en Riestra pareció ser más preparado para quedar en la historia que otra cosa debido a que en los minutos que estuvo en cancha ni siquiera logró tocar la pelota. En Primera, Riestra mostró un juego aguerrido y por momentos brusco, lo mismo que le generó reproches de los otros clubes en la segunda división. Más allá de esas situaciones criticables, también en la Liga Profesional logró victorias que casi nadie consiguió porque le ganó a tres de los cinco grandes: River, Independiente y San Lorenzo. Se podrá cuestionar algunos aspectos, sobre si es o no una Sociedad Anónima Deportiva (SAD), sin embargo, esto expone a los dirigentes de Unión.
Unión tiene todo para crecer: tiene una hinchada fiel, recursos razonables, una historia rica en emociones y una plaza futbolera que respira pasión cada fin de semana. Pero tiene también —y quizás, sobre todo— un problema estructural: le falta audacia. Le falta esa determinación institucional para dejar de pensar en ciclos cortos y apostar de verdad a un proyecto que no dependa del resultado del próximo domingo. La Comisión Directiva actual, con Luis Spahn a la cabeza, ha tenido aciertos y errores, como toda gestión. Pero si algo le ha faltado es ambición. No de palabra —porque las declaraciones están siempre llenas de buenas intenciones— sino de hechos concretos. Mientras otros clubes con menos historia y más heridas abiertas optaron por rearmarse y dar el salto, Unión se conformó con la tibieza del medio de la tabla, con la permanencia como techo, con ese “al menos no estamos peor” que a esta altura ya no consuela a nadie. Dar ese salto de jerarquía que tanto se anhela no es una cuestión de milagros ni de azar. Es una cuestión de voluntad política, de convicción dirigencial y de convicción deportiva. Es sentarse a planificar a cinco años, no a cinco partidos. Es jerarquizar la estructura del club, profesionalizar todas las áreas, potenciar las inferiores, dejar de improvisar en los mercados de pases, contratar entrenadores con una idea clara y sostenerlos. Es, en definitiva, dejar de mirar lo que hacen otros y empezar a hacer lo que hace falta. La hinchada de Unión está cansada de promesas vacías, de proyectos que no pasan de ser eslóganes, de refundaciones que se anuncian y no se concretan. La ilusión no es eterna, y la paciencia, aunque noble, también tiene sus límites. El momento de quiebre está servido. Ya no alcanza con señalar la historia ni cobijarse en la épica de los buenos momentos pasados. Tampoco sirve maquillar la inoperancia con discursos bienintencionados o atribuirle a la mala fortuna lo que en realidad es consecuencia directa de la desidia dirigencial y de una visión miope de lo que significa competir en la élite del fútbol argentino. Porque si algo ha dejado al desnudo esta temporada es que Unión carece hoy de un norte definido. Y lo más alarmante es que ni siquiera parece haber una intención firme de corregir el rumbo. Se navega entre la urgencia y la improvisación, como si todo fuera una sucesión de imprevistos, y no el resultado lógico de años de falta de planificación. En este contexto, la repatriación de Leonardo Madelón —un entrenador querido, respetado y con peso simbólico indiscutido— aparece como un intento de recobrar cierta estabilidad emocional e institucional. Su sola presencia, su figura ligada a los mejores recuerdos recientes del club, ha reavivado una llama que parecía apagarse. Sin embargo, no se puede depositar exclusivamente en él la expectativa de cambio. Madelón no es un mesías; es un trabajador del fútbol, con ideas claras y con amor por el club, pero limitado por las herramientas que se le ofrezcan. De nada servirá su experiencia si la estructura deportiva no lo acompaña, si no se le brinda un plantel competitivo, si no se lo respalda con una política de fútbol coherente, seria y sostenida en el tiempo. Porque el verdadero problema no está solo en el banco de suplentes. Está en los escritorios. En la forma en que se arman los planteles, en la manera en que se define el perfil institucional del club, en la incapacidad de gestionar los recursos humanos y financieros con un propósito superior al de simplemente «mantener la categoría». Mientras Unión siga atado a ese discurso menor, resignado, condenado a sobrevivir en vez de proponerse crecer, los éxitos ajenos seguirán doliendo más que los propios fracasos. No es casual que Instituto o Platense hoy estén más cerca de ser protagonistas que Unión. Lo han trabajado, lo han buscado, lo han proyectado. Unión, en cambio, parece seguir esperando un golpe de suerte, una temporada atípica, una figura inesperada que salve las papas.
Y en el fútbol moderno, esa lógica no alcanza. Los clubes que trascienden son los que entienden que el éxito no es producto del azar, sino del método. En el fondo, lo que Unión necesita —y lo necesita con urgencia— es una refundación. No una de esas que se anuncian con bombos y platillos y se olvidan a las pocas semanas, sino una refundación real, profunda, estructural. Que empiece por una autocrítica sincera de quienes conducen los destinos del club. Que convoque a todos los sectores a pensar el Unión que se quiere para los próximos diez años. Que establezca objetivos claros: potenciar las divisiones inferiores, consolidar un proyecto deportivo profesional, jerarquizar cada área del club, atraer inversiones con inteligencia y apostar a una gestión transparente, moderna, que esté a la altura de las exigencias del fútbol actual. Que entienda que el resultado no es el fin último, sino la consecuencia natural de hacer las cosas bien. Y por último, Unión necesita recuperar algo más esencial: el orgullo. El sentido de pertenencia, el fuego sagrado de saberse parte de una historia que merece más que esté presente gris. Porque el hincha está, y siempre estuvo. Pero ya no alcanza con el aguante incondicional. El club debe estar a la altura de su gente. Debe devolverle a la hinchada no solo el derecho de soñar, sino también la confianza en que esos sueños pueden hacerse realidad. El camino no es fácil, pero es posible. Lo están demostrando otros, con menos historia, menos recursos y más convicción. La pregunta es si Unión, de una vez por todas, va a animarse a dar el salto. No por una copa, no por una clasificación fugaz, sino por una idea de grandeza que, aunque hoy parezca lejana, sigue latiendo en lo más profundo del corazón rojiblanco.
Dos entrenadores pragmáticos
Era un partido difícil. En el 15 de Abril se vieron las caras dos entrenadores muy pragmáticos, que priorizan el resultado por encima de la belleza, con un enfoque en la solidez defensiva y el equilibrio en todas las líneas. Algunas de las características que definen el juego de Belgrano bajo su dirección son: no suele complicarse demasiado con posesiones largas, sino que prioriza un juego más directo, buscando rápidamente la transición defensa-ataque con pelotazos largos o pases rápidos a las bandas o al delantero, con el objetivo de llegar al área rival lo antes posible. Aunque no arriesga mucho en la posesión, cuando recupera el balón, busca presionar al rival en campo contrario y realizar transiciones rápidas hacia el ataque. Ricardo Zielinski prioriza lo colectivo y la solidaridad de todos los jugadores, tanto en ataque como en defensa. Cada jugador tiene claro su rol y su tarea defensiva, lo que hace que el equipo sea muy disciplinado tácticamente. Aunque no es un equipo que se distinga por un juego de posesión extenso, el Belgrano de Zielinski busca aprovechar la calidad de algunos jugadores desequilibrantes en el último tercio del campo. Si bien llegó a este partido sin chances, Belgrano cuenta con mucha jerarquía, caso Facundo Quignón, Santiago Longo, Francisco Metilli, Nicolas Fernández, reconocido hincha tatengue y Franco Jara, el goleador del equipo. A bordo del 4-3-1-2 con Lucas Zelarayán como enganche, la configuración del mediocampo cobró un papel central tanto en la generación de juego como en el equilibrio defensivo. En este esquema, el rombo en el medio campo exigió interiores con roles bien definidos, que no solo aporten en la circulación y la presión, sino que también permitan que el enganche se libere para conectar con los delanteros
Con Santiago Longo y Francisco Metilli como doble 5, apunto a que el ex volante central de Sao Pablo y la fuerte presencia en la marca, buena lectura táctica y mucha entrega. Fue el encargado de cortar circuitos de juego y cubrir espacios cuando los laterales subían. Aunque Metilli suele jugar más adelante (como enganche o interior), podía cumplir un rol mixto en el doble 5, aportando juego, pase entre líneas y movilidad, ayudando a salir limpio desde el medio, además de tener llegada al área rival. Por su parte, Lucas Menossi, como interior derecho, cumple un rol más mixto y protagónico con la pelota. Es un jugador que combina técnica, movilidad y visión de juego, lo que lo convierte en un socio ideal para Zelarayán. Su presencia por derecha le permite recibir perfilado, conectar con los delanteros o abrirse para triangular con el lateral, dependiendo de la disposición táctica del rival. A diferencia de Quignon, Menossi puede romper líneas con pase o conducción, y suele alternar entre posiciones interiores y exteriores según lo requiera la jugada. Zielinski puede colocarlo también por izquierda si busca que Menossi se cierre hacia su perfil natural (diestro) y tenga más opciones de pase hacia adentro, potenciando su juego corto con Zelarayán. Esta versatilidad lo convierte en una pieza clave para darle dinamismo a un esquema que, sin extremos, necesita interiores que se animen a ocupar espacios ofensivos.
En este sistema, Zelarayán como enganche necesita que sus interiores cumplan funciones que lo liberen de responsabilidades defensivas sin aislarlo ofensivamente. Menossi lo ayuda desde el pase corto, el juego entre líneas y la llegada desde atrás. Zielinski, con esta configuración, busca un mediocampo que sea funcional al talento del enganche, que permita explotar el doble 9 con abastecimiento de calidad, y que no se parta cuando se pierde la pelota. En el sistema 4-3-1-2 con Lucas Zelarayán como enganche, la elección del doble nueve conformado por Uvita Fernández y Franco Jara responde a una lógica ofensiva pensada por Ricardo Zielinski que apunta a complementar dos perfiles distintos de delantero, generando una sociedad funcional tanto para atacar en velocidad como para mantener la posesión en campo rival. Esta dupla no solo se adapta al estilo de juego directo y vertical que suele proponer el equipo, sino que también permite explotar la creatividad del enganche y las apariciones de los interiores.

Madelón y su famoso 4-4-2 inoxidable
Si se analiza la performance de Mauro Pittón en los primeros minutos del partido, se notó una tendencia a la desconcentración. En esa etapa, se lo vio errático y perdido en la zona media, incapaz de conectar con sus compañeros y de ofrecer una gama amplia de salida limpia desde el mediocampo. No tuvo la claridad y la precisión que un jugador de su perfil debería aportar, y esto hizo que el equipo sufriera más de lo necesario en esos tramos iniciales del encuentro. Tiene una tendencia bastante marcada a la hora de recibir el balón: en lugar de progresar hacia adelante, su actitud parece reflejar una falta de confianza que lo hace optar por reiniciar la jugada una y otra vez. Es como si, al recibir la pelota, se sintiera más cómodo retrocediendo o pasando el balón hacia atrás, buscando siempre la opción más segura, pero a su vez la menos efectiva. Esta indecisión al momento de avanzar se vuelve especialmente notoria cuando el equipo necesita velocidad y claridad para generar peligro en el área rival. En lugar de tomar riesgos y abrir líneas de pase hacia adelante, se muestra reacio a progresar, lo que frena la dinámica del equipo y provoca que las jugadas se estanquen. En muchas ocasiones, el mediocampista opta por jugar a lo seguro, lo que, si bien puede ser útil para mantener el orden defensivo, termina siendo contraproducente en términos de generar situaciones de gol. La falta de atrevimiento al momento de dar un pase largo o de buscar opciones más audaces, como romper líneas de presión o ir al frente con la pelota controlada, lo coloca en una posición donde su rendimiento se ve limitado. Los hinchas y analistas coinciden en que, para un mediocampista de su perfil, es crucial asumir más riesgos, y no conformarse con devolver la pelota y reiniciar siempre la jugada desde cero.
En cuanto a Thiago Cardozo, la situación no fue diferente. El arquero mostró una notable falta de precisión, especialmente en los saques de arco, enviando constantemente el balón hacia afuera y perdiendo así la posibilidad de generar jugadas de peligro desde el fondo. La confianza de los hinchas disminuyó considerablemente, y muchos comienzan a preguntarse si es la mejor opción bajo los tres palos. No obstante, hay que reconocer que fue parte activa del gol del empate de Lucas Gamba, aunque esto no logra ocultar sus errores previos.
Belgrano salió al campo con una propuesta clara y decidida: disputar cada pelota como si fuera la última, imponer un ritmo vertiginoso desde el primer minuto y ejercer una presión asfixiante en terreno rival, particularmente en la zona media y defensa de Unión, que se vio obligada a retroceder y replegarse con rapidez. Desde los primeros compases del partido, se notaba que el equipo cordobés no estaba dispuesto a dejar respirar al Tatengue. La intensidad abrumadora generó un clima hostil y tenso en el 15 de Abril, donde los nervios ya estaban jugando a flor de piel por el contexto en el que se jugaba el encuentro. Apenas habían transcurrido tres minutos cuando desde las tribunas comenzó a escucharse, como un eco desesperado y furioso, el ya típico de guerra cuando la historia comienza a ser adversa: ¡Jugadores, la c.… de su madre, a ver si ponen huevos, que no juegan con nadie! Expresión que, aunque vulgar, retrata con crudeza el sentir de una hinchada que no tolera más frustraciones ni errores. El estadio entero parecía un volcán a punto de estallar. La presión se hacía sentir en el ambiente, no solo en el campo, sino también en las tribunas. Banfield había conseguido una victoria categórica por 3-1 frente a Central Córdoba, resultado que modificaba sustancialmente la tabla de posiciones y dejaba a Unión a tan solo un punto del descenso, un abismo que amenaza no solo al equipo, sino también al proyecto deportivo e institucional del club, a poco menos de un mes para las elecciones. Frente a este escenario, el planteo del equipo santafesino fue más reactivo que propositivo. Unión apeló a un juego directo, buscando constantemente dividir la pelota y saltar líneas, como intentando evitar el desgaste en el mediocampo o el riesgo de perderla en zonas comprometidas. Sin embargo, esta estrategia, más basada en la necesidad que en la convicción, terminó por consolidar aún más el dominio del Celeste, que recuperaba rápido, atacaba con verticalidad y mantenía al local lejos del arco rival. Todo el desarrollo del encuentro, en esos primeros minutos frenéticos, parecía teñido por la urgencia y el miedo, dos emociones que pocas veces permiten construir algo sólido dentro del campo de juego.
La claridad en el medio del caos
Dentro del caos que se vivía en el campo de juego, Mauricio Martínez fue el único que logró aportar algo de calma y orden al equipo. Tanto de líbero como en la mitad de la cancha, es el jugador más claro con la pelota en los pies. A pesar de que nuevamente jugó como doble 5, un rol que ya había asumido en su debut bajo la dirección del mismo entrenador en el ascenso de 2014, su rendimiento fue uno de los puntos más altos del equipo en un partido en el que las individualidades brillaron por su ausencia. El exvolante de Rosario Central no solo destacó por su claridad con la pelota, sino también por su capacidad para tomar decisiones rápidas y eficaces cuando la situación lo requería. Cuando el equipo encontraba algo de espacio, aprovechaba para comandar los avances, sobre todo por la izquierda, junto a Marcelo Estigarribia, quien se movía con soltura por ese sector, trazando diagonales peligrosas, y Lucas Gamba, quien, en su habitual libertad de movimiento, se desmarcaba por todo el frente de ataque. Esa, en definitiva, era la forma en que Unión intentaba avanzar: con pases precisos de Martínez y la movilidad constante de los jugadores por las bandas. Sin embargo, a pesar de algunos momentos aislados de buen juego colectivo, Unión no lograba generar juego por el centro del campo. Era una propuesta ofensiva bastante predecible. Se reducía a algunos intentos por la banda derecha, principalmente a través de Lautaro Vargas, quien fue una de las vías más recurrentes de ataque. El exlateral de Defensa y Justicia, con su capacidad para proyectarse y ganar la cuerda, le generaba ciertos problemas a Grillo, quien no lograba contenerlo con eficacia en la primera mitad del partido. Las escapadas, bien secundadas por algunos toques de Martínez, daban la impresión de ser una de las pocas opciones claras para avanzar hacia el área rival. No obstante, la previsibilidad de las jugadas por ese costado empezó a ser un problema, ya que no había muchas alternativas para desbordar por el centro o sorprender al rival de una manera más directa. El déficit defensivo de Vargas quedó evidenciado en el gol de Uvita Fernández, donde, tras perder el duelo con Franco Jara, el lateral derecho quedó desajustado, lo que permitió a su marcador asistir con comodidad al delantero rival. Una clara muestra de la falta de solidez en los ajustes defensivos, y, aunque la proyección ofensiva generaba ciertas inquietudes en el adversario, la ausencia de equilibrio entre ataque y defensa seguía siendo un problema grave para Unión. Si bien el equipo tuvo algunos puntos destacados, la fragilidad defensiva y la falta de juego por el medio fueron aspectos que complicaron aún más el desarrollo del encuentro.
A medida que transcurrían los minutos, el nerviosismo de Unión se hacía cada vez más evidente. Era, literalmente, un manojo de nervios, incapaz de aislarse del contexto adverso que lo rodeaba: la presión del descenso, el resultado desfavorable, y la exigencia innegociable de su gente, que no toleraba ni un solo error. Esa carga emocional se trasladaba directamente al terreno de juego. Aunque intentaba mantener la posesión de la pelota, carecía de ideas claras para transformar esa tenencia en situaciones de riesgo. No había variantes, estaba atado a una rigidez táctica que lo condicionaba aún más. Belgrano, por su parte, ofrecía una imagen opuesta: compacto, disciplinado y con las líneas bien cortas, concreto y sin dejar resquicios por donde Unión pudiera filtrar algún pase que rompiera el molde. El planteo de los cordobeses era inteligente: ceder el protagonismo, pero nunca el control. Se replegaban con criterio, y cuando recuperaban el balón, apostaban sin dudarlo al contragolpe, esperando que la magia del talentoso Lucas Zelarayán hiciera la diferencia en algún momento aislado. El Pirata era paciente, sabía que el nerviosismo de Unión jugaría a su favor. La salida de Unión era caótica, sin claridad ni coordinación.
Franco Pardo se caracteriza por ser un jugador con una gran capacidad para asumir protagonismo en partidos cerrados, donde la falta de espacios y la presión constante del rival requieren de una actitud valiente y resolutiva. En estos contextos, suele ser el tipo de futbolista que intenta tomar la iniciativa, romper líneas como si fuera un volante central y buscar alternativas ofensivas a través de sus desplazamientos. Sin embargo, en este partido, no pudo desplegar ese estilo de juego que tanto lo ha caracterizado. Aunque recibió el balón en varias ocasiones, no logró romper la estructura del equipo rival. Su tendencia fue lateralizar el juego, buscando abrir hacia las bandas, principalmente por derecha o izquierda, sin encontrar la fluidez y la claridad necesarias para quebrar la defensa contraria.
A pesar de esta falta de impacto en la fase ofensiva, su rendimiento no estuvo exento de algunos detalles positivos. La jugada en la que Pardo pierde la marca en el gol es el único momento en el que se vio comprometido, ya que no pudo evitar que la jugada terminara en gol. Fuera de esa acción puntual, cumplió con un partido correctísimo, sin grandes desajustes ni errores groseros. De hecho, en el segundo tiempo, fue clave en una intervención defensiva cuando, con un cruce fenomenal, evitó que Nicolás Fernández se fuera de cara al gol, demostrando su capacidad de respuesta en situaciones complicadas. Si bien su aporte ofensivo no fue lo esperado, mostró estabilidad y concentración en su tarea defensiva, lo que le permitió mantener un nivel de rendimiento sin altibajos a lo largo del partido.
Por otro lado, Valentín Fascendini tuvo un desempeño más discreto, sin cometer errores puntuales, pero con una participación que no logró destacarse demasiado en el desarrollo del juego. Si bien estuvo presente en todo momento, su influencia en la construcción del juego fue mínima y no logró marcar diferencia. Es evidente que, para mejorar su rendimiento y elevar su nivel de juego, necesita mayor continuidad en la formación titular. La falta de minutos lo limita a la hora de tomar decisiones rápidas y de integrarse mejor en el esquema colectivo. Con más tiempo en el campo y un mayor ritmo competitivo, podría ofrecer mucho más, ya que su potencial está claro, pero depende de su participación regular para afianzarse y mejorar su desempeño general.
Belgrano se encargaba de obstruir todos los pasillos internos
Belgrano se encargaba de obstruir todos los pasillos internos, cerrando bien el eje central y obligando al local a jugar hacia los costados, donde el daño era mínimo. El Tate quería, eso era innegable, pero no podía. Las intenciones estaban, pero las ejecuciones no acompañaban. Cada intento de avanzar con pelota dominada terminaba en un callejón sin salida. Una y otra vez, Unión se veía forzado a reiniciar la jugada desde atrás, como si estuviera atrapado en un bucle sin soluciones. Esa imposibilidad de progresar no era nueva: desde hace varios años, ha sido su dificultad para asumir el rol de protagonista, para tomar la iniciativa de los partidos. Y ese problema estructural volvía a quedar al desnudo, en el momento más crítico de todos. De todos modos, lo que le ocurría a Unión no era un fenómeno exclusivo del equipo santafesino. En realidad, respondía a una tendencia mucho más amplia que atraviesa al fútbol argentino en general, donde las limitaciones técnicas, la falta de creatividad en el juego, y el temor a arriesgar han dado lugar a un estilo cada vez más condicionado por la especulación, el orden defensivo y el buen posicionamiento táctico. En ese contexto, el Tate, atado por su propia falta de recursos, se hundía en la impotencia. Lo intentaba, pero las respuestas no aparecían. No solo no encontraba caminos hacia el arco rival, sino que tampoco lograba imponerse en los duelos individuales, donde sus volantes llegaban siempre un segundo tarde, quedando relegados ante la agresividad y la intensidad que proponía Belgrano. Los espacios, fundamentales para romper defensas cerradas, simplemente no se generaban. Unión se movía, pero sin sorpresa, sin intención de ruptura, sin profundidad.
Promediando la media hora de juego, el equipo cordobés terminó de ajustar las piezas. El Ruso Zielinski, con su experiencia, leyó perfectamente el desarrollo y le puso un candado a las bandas: ordenó bloquear las subidas de los laterales, y eso terminó de clausurar una de las pocas vías que le quedaban al local para progresar. Lautaro Vargas, que al comienzo había intentado desequilibrar con pelota dominada, empezó a quedar neutralizado, rodeado, sin espacios para maniobrar. Por el otro lado, Bruno Pittón prácticamente no logró proyectarse con claridad en toda la primera mitad, contenido por un sistema que no le daba libertades. Además, fue otro de los jugadores que se notó en crisis de confianza. Rechazó muchas pelotas, no se animó a jugar, se enredó demasiado con la pelota en los pies, no tuvo combinaciones por izquierda. Así, el problema se hacía estructural: a Unión no solo le faltaban ideas, también le faltaba lo que ha escaseado durante toda la temporada —fútbol—. Ese juego fluido, asociativo, vertical pero con sentido, que tantas veces marca la diferencia en el nivel local, nunca apareció. Y sin esa herramienta fundamental, ningún planteo táctico puede sostenerse durante noventa minutos. La frustración empezaba a verse en los gestos, en la pérdida rápida del balón, en los murmullos crecientes de una tribuna que, aunque entendía el esfuerzo, no encontraba consuelo en la entrega cuando el resultado.
El mejor pasaje de Unión en el partido
A pesar del gol que dejó a Belgrano en estado de shock, entre el minuto 38 y hasta la finalización del primer tiempo, se vio lo mejor de Unión. Le pasó lo mismo que en los primeros segundos del partido: se vio sacudido por la jugada, pero, a diferencia de Belgrano, supo reaccionar. Los jugadores de Unión empezaron a apoderarse del balón y a generar juego, mientras que el conjunto visitante se desdibujaba, sin respuesta clara ante la embestida del conjunto de Leonardo Carol Madelón. La ansiedad y el nerviosismo empezaron a invadir a los jugadores de Belgrano. Unión tomó el control del partido y puso al Pirata en una posición incómoda. Muchas veces se ha dicho que el fútbol es tan mental como técnico, y en este tramo, la verdad es que se notó. Julián Palacios fue uno de los futbolistas que mejoró su rendimiento notablemente a medida que avanzaba el primer tiempo. Al principio, no estaba siendo determinante, pero poco a poco fue tomando más protagonismo. Sus gambetas cortas y su capacidad para desbordar empezaron a desequilibrar a la defensa rival. A los 46 minutos, hizo una jugada clave, filtrando un pase a Marcelo Estigarribia, quien se adentró por el callejón izquierdo con total libertad, prácticamente en posición de número 10. El centro del pase parecía ser perfecto, y la oportunidad de marcar estaba latente, pero, inexplicablemente, el Chelo la tiró afuera. Fue un momento frustrante para él y para todo el equipo. Estigarribia es un jugador que se destaca por pelear constantemente con los centrales, jugar de espaldas al arco y su lucha incansable, pero en situaciones como esa, necesita calibrar mejor la puntería. En una jugada previa, también había ingresado al área, pero su remate se fue desviado, dejando en claro que está pasando por un mal momento en cuanto a la definición. Es un futbolista valioso en cuanto a su capacidad de sacrificio y trabajo, pero su falta de efectividad frente al arco sigue siendo un lastre que no termina de dejarlo explotar como debería.
El segundo tiempo entre Unión y Belgrano

La lluvia de silbidos para Marcelo Estigarribia
Al rato, sucedió algo llamativo: 25 minutos del segundo tiempo y doble cambio en Unión. Ezequiel Ham por Julián Palacios, y Diego Armando Díaz por Marcelo Estigarribia, que se retiró bajo una lluvia de silbidos, con mezcla de aplausos. Madelón buscó refrescar el mediocampo, ya que Palacios hizo un desgaste físico notable. Suele jugar a un ritmo más rápido, con transiciones. El Turco aportó orden y pausa al juego. Apenas ingresó, desperdició una chance clara para anotar con un remate cruzado que se fue desviado. Luego de esa acción entró poco en juego. En cuanto al DAD, otra vez se levantó una especie de aura. La guapeza de Diego Díaz. Metió, trabó, ganó ante cuatro jugadores de la B, quedó mano a manó y la tiró afuera. Luego, abrió hacia la derecha, el remate de Ezequiel Ham que besó el palo derecho.
A los 32′, Zielinski realizó una nueva modificación: adentro Facundo Quignon, afuera Francisco Metilli, en búsqueda de oxigenar la mitad de la cancha. Madelón lo quiso buscar. Mandó a la cancha a Lionel Verde por Mauricio Martínez. Como el ídolo tatengue no juega con enganches, se reubicó como un 5 más adelantado. Tuvo pocos minutos en cancha y su ingreso coincidió con la merma física del equipo, por lo cual le costó meterse en el partido y hacer valer su manejo del balón. Unión plasmó una continuidad de lo que venía haciendo, sin sorpresa y con serias dificultades para marcar con solidez. Ganó 1 de los últimos 7, la cosecha de puntos es muy pobre. Se fue silbado por su gente. Ninguno hizo demasiado para ganar, el empate está bien. Fue 1 a 1. Mientras Sphan sigue peleándose con la oposición, y algunos están en una nube de fantasías, Unión acaba de terminar la primera parte del año a dos puntos del descenso. Si Aldosivi gana, entra en zona roja. Despierten de la siesta, dirigentes. ¿No aprendieron nada del 2023?
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