sábado, noviembre 8 2025

1 de julio de 2025, 0:49. Santa Fe, whisky en mano. Estoy escribiendo esto en medio de la madrugada, en un estado de lucidez que solo el alcohol y la decepción permiten. Colón volvió a descender. Usted me dirá «está borracho» o «está exagerando». Y quizás tenga razón. Futbolísticamente, el descenso aún no es un hecho concreto: hay una tabla que dice que está a once puntos por encima de Defensores Unidos de Zárate. Pero institucionalmente, Colón ya descendió. Cayó. Se desplomó como se desploma un edificio sin cimientos. Porque Colón juega como lo gobiernan. Y eso, más que una frase, es un retrato dolorosamente fiel de su presente. Cuando afirmo que el equipo juega como lo gobiernan, no me refiero a una crítica vacía ni a una metáfora forzada. Hablo de una verdad que se respira en cada rincón del club, en cada entrenamiento mal planificado, en cada conferencia de prensa sin contenido, en cada partido sin alma. Hay una desorganización que va más allá de los errores tácticos o del bajo rendimiento individual. Es un desorden estructural, institucional, humano. Colón no tiene conducción. No tiene rumbo. Y eso se ve en cada jugada inconexa, en cada línea mal parada, en cada decisión técnica que desafía la lógica. Hoy Colón es el reflejo más claro de una dirigencia que no dirige. De un presidente que no preside. De un proyecto que nunca existió. Víctor Francisco Godano, el máximo responsable, es una figura ausente, errática, sin liderazgo ni capacidad de gestión. No se trata de una cuestión ideológica, ni siquiera de carisma: se trata de aptitud. Y Godano no la tiene. Se le nota en cada aparición pública, en cada decisión tardía, en cada error repetido. No sabe. No quiere aprender. No escucha. No está. En este año y medio de mandato, la gestión de Godano ha sido una sucesión de improvisaciones: contratos mal firmados, refuerzos sin jerarquía, técnicos sin experiencia. A principio de año tuvo en el banco de suplentes a un entrenador como Ariel Pereyra, que —con todo el respeto que merece su esfuerzo— fue arrojado a los leones. Sin respaldo, sin herramientas, sin equipo. Se desperdició una pretemporada entera con un cuerpo técnico que claramente no estaba a la altura, y nadie pareció advertirlo. O, peor aún, lo advirtieron y no les importó. La pregunta es simple: ¿a quién se le ocurre, en medio de una crisis, repetir exactamente los mismos errores que lo trajeron hasta acá? Nada se diferencia de lo que fue la decadente etapa final de José Vignatti. Vuelve la lógica de Marcelo Saralegui, del técnico interino que se convierte en titular, del parche que se convierte en política de estado. Todo se repite como si el club no tuviera memoria. Como si nadie hubiera aprendido nada. Y mientras tanto, el club se sigue vaciando. No de gente —porque los hinchas siguen estando— sino de sentido, de identidad, de ambición. Porque hoy Colón no sueña con ascender: apenas intenta no derrumbarse. La dirigencia está desaparecida. No hay comunicados oficiales. No hay explicaciones. No hay presencia. Solo silencios, trascendidos, rumores. Nadie da la cara. El único que intentó hablar en su momento —casi como un acto de desesperación— era Diego Castagno Suárez, que quedaba expuesto en soledad, como si fuera el único consciente de lo que está pasando un domingo a la tarde en San Martín tras una nueva derrota de Colón (3-2). Y mientras tanto, en un espectáculo tragicómico, Iván Moreno y Fabianesi seguía moviendo los hilos desde la sombra, pero con injerencia directa en cada decisión importante. Se comunicaban por handy, como si estuviéramos en una película de espías. Como si el banco de suplentes de Colón fuera un laboratorio de operaciones clandestinas. Así se encuentra una de las instituciones más importantes del país, pero que hace cuatro años está en caída libre y nadie hace nada. A la deriva. Sin capitán. Sin timonel. Sin norte. En un equipo sin referentes adentro de la cancha y sin responsables afuera de ella. Porque el presidente no se hace cargo, el técnico está solo y los jugadores —algunos de ellos con un rendimiento paupérrimo— no encuentran ni respaldo ni dirección.

Colón-Mitre

Esta Comisión Directiva tenía dos objetivos a corto plazo 1) devolver a Colón a la máxima categoría. 2) armar un plantel competitivo. No podía repetir lo que ya sucedió: traer jugadores lesionados, sin gol, sin piernas, sin alma. Este plantel necesitaba refuerzos verdaderos. Cuatro, cinco titulares indiscutidos. Gente con carácter, con historia, con liderazgo. Porque si no, este barco seguirá hundiéndose. Y lo que alguna vez fue un club protagonista del fútbol argentino terminará en el mismo lugar que hoy habitan equipos olvidados, como Ferro o Quilmes. El abismo está ahí. Lo estamos viendo. Lo estamos tocando. Y lo peor de todo: lo estamos aceptando. La gestión Víctor Francisco Godano, si no es la peor de la historia de Colón, está muy cerca. En 18 meses ya pasaron seis entrenadores. El único que mostró algo de sentido común fue Iván Delfino, pero lo dejaron solo. Lo soltaron cuando más lo necesitaban. Después vinieron Rodolfo De Paoli, Martín Minella, Diego Osella, todos casos de improvisación y desorganización. A El Loco lo echaron por teléfono. Por los medios se enteró que no seguía, después de haber recibido el aval para continuar tras el partido con All Boys. ¿Se puede dirigir así un club? ¿Se puede esperar algo diferente? Y mientras tanto, el hincha. Siempre el hincha. El que paga la cuota, el que va a la cancha, el que sufre en silencio. Esos hinchas están cada vez más lejos del club. No por falta de amor, sino por saturación. Porque el amor también se desgasta. Porque nadie puede sostener la ilusión cuando todo a su alrededor se cae a pedazos. Hoy, el hincha es un espectador impotente. Un testigo mudo de un derrumbe anunciado. Y la pregunta se repite, como un eco: ¿Quién será el próximo técnico? ¿Otra apuesta sin experiencia? ¿Otro nombre reciclado del pasado? ¿Otra promesa sin proyecto? Ya ni siquiera se exige un estilo: se pide coherencia. Un plan. Una idea. Algo. Cualquier cosa que no sea el caos actual. Pero lo que aparece, en cambio, es la nada. La repetición. La resignación. Colón necesita una refundación. No un cambio de técnico, no dos refuerzos. Una refundación completa. Desde lo dirigencial, desde lo futbolístico, desde lo institucional. Se necesita profesionalismo. Seriedad. Escuchar a los que saben, incluir a los que sienten. Abandonar esta lógica de amigos, de improvisación, de capricho. Porque, así como están las cosas, lo único que crece en el club es el desencanto. Y si nadie frena esta caída, lo que alguna vez fue un club respetado del interior va a terminar en la B Metropolitana. No porque un resultado lo diga. No porque una tabla lo marque. Sino porque ya descendió en todo lo demás. Porque se olvidó de competir, de crecer, de soñar. Y cuando eso pasa, el descenso es apenas una formalidad. Una consecuencia más de una decadencia que, como decía en el primer trago de este whisky, ya es irreversible. A menos que alguien reaccione.

Colón, hace ya tiempo, dejó de parecerse a un club de fútbol profesional para convertirse en un manicomio disfrazado de institución deportiva. Lo que ocurre puertas adentro del club roza lo insólito. Hay una combinación letal de improvisación, amiguismo y desconocimiento absoluto de cómo se gestiona un equipo que pretende pelear en un torneo tan áspero como la Primera Nacional. Y el mayor pecado de esta conducción no fue un solo error puntual, sino haber entregado las llaves del club a personas que llegaron a «aprender», como si esto fuera una pasantía estudiantil y no el futuro de un club con más de cien años de historia. La elección de Ariel Pereyra como entrenador es el ejemplo más claro del desgobierno. Un exjugador que, con buena voluntad y un discurso amable, fue puesto al frente de un plantel profesional sin haber dirigido nunca en su vida. Ni una categoría menor, ni una reserva, ni siquiera un interinato informal. Nada. Y lo pusieron en Colón. En el Colón que bajaba de Primera y debía volver rápido. En el Colón de la gente, del cemento caliente del Brigadier, de la historia, del peso simbólico. ¿Qué esperaban que pasara? Pero no fue solo Pereyra. Fue una política entera de ensayo y error. Iván Moreno, querido por muchos como símbolo futbolístico, asumió un rol para el cual no tenía preparación: jamás había sido mánager de ningún club, ni había demostrado capacidad de gestión en ningún otro ámbito. Lo pusieron igual. Porque sí. Porque era «de la casa». Y así, la palabra «proyecto» se convirtió en una excusa para tapar la falta de decisiones serias. Y lo de Rafael Maceratesi ya es directamente tragicómico. Aterrizó en Santa Fe para hacerse cargo de una secretaría técnica sin antecedentes, sin estructura y, peor aún, sin poder real. Descubrió la función al mismo tiempo que intentaba ejercerla. Otra vez, pasantías. Otra vez, Colón como laboratorio de prueba y error. Un club que, en lugar de contratar gente capacitada, decide repartir cargos como si se tratara de una sociedad de amigos. Todo mal. Todo al revés. No hay planificación, no hay jerarquías, no hay roles definidos. Lo que hay es una estructura débil, informal, sostenida en nombres que generan simpatía por el recuerdo que dejaron como jugadores, pero que no están capacitados para conducir un club en crisis. Y mientras tanto, el equipo se arrastra en la cancha, los refuerzos llegan lesionados o sin nivel competitivo, y el hincha, cada vez más desesperanzado, mira todo esto con la misma mezcla de bronca e incredulidad. Porque lo que duele no es solo perder partidos o ver al equipo sin alma. Lo que duele es la sensación de que nadie sabe lo que está haciendo. Que nadie tiene un plan. Que todo es una improvisación constante, una serie de decisiones tomadas en pasillos, por celular, sin análisis, sin contexto, sin pensar a mediano plazo. Que el club, nuestro club, se convirtió en un experimento de gestión fallida. Colón no necesita una limpia. Necesita una purga institucional. Una refundación profunda, donde cada área sea ocupada por profesionales verdaderos, no por exjugadores queridos ni por conocidos del presidente. Porque los clubes grandes del ascenso no se gestionan como si fueran amateurs. Se gestionan con profesionalismo, con ideas, con coraje para decidir. Hoy, en cambio, lo que gobierna en Colón es el desgobierno. Y eso —nos guste o no— ya descendió.

Hinchas de Colón

Colón perdió la esencia que tenía hace años. Se llenó de hinchas y dirigentes mediocres, a quienes todo les da lo mismo, y ese mensaje se transmite a los jugadores, que juegan solo para cumplir. Una situación completamente angustiante para todos. Pero la resistencia del hincha, por más firme y apasionada que sea, no puede seguir siendo el único sostén de un club que se desmorona desde adentro. El colchón emocional que durante años amortiguó los golpes —las malas campañas, los descensos, las frustraciones eternas— ya no alcanza para frenar una caída que, esta vez, parece más profunda y estructural. Porque lo que está en juego ahora no es solo una categoría o un torneo, sino la dignidad de una institución que supo ser respetada y temida, y que hoy transita el campeonato sin pena ni gloria, como un actor de reparto en su propio escenario. Los que conducen al club, si es que aún tienen algo de conciencia dirigencial, deberían mirarse al espejo y asumir que han fracasado. No se trata de una cuestión meramente deportiva —que también—, sino de una forma de administrar lo simbólico, lo institucional, lo humano. Colón fue, durante décadas, un club construido desde la pasión genuina, desde el sentido de comunidad, desde la pertenencia profunda a un barrio, a una ciudad, a una historia. Hoy, todo eso parece haber sido reemplazado por un vacío desolador en el que reina la improvisación, la falta de liderazgo y una peligrosa comodidad que huele a derrota anunciada. ¿Dónde están los referentes? ¿Dónde están los que alguna vez supieron defender los colores con el alma, dentro y fuera del campo? ¿Dónde están los dirigentes con visión, con carácter, con amor por el club más allá del sillón? No se trata de mirar atrás con nostalgia, sino de entender que sin memoria no hay futuro. Porque Colón no nació ayer, y lo que hoy parece una crisis pasajera es, en realidad, el resultado de años de decisiones equivocadas, de gestiones erráticas, de una decadencia institucional que fue tolerada en silencio hasta que se hizo costumbre. Lo más triste es que el mensaje de resignación ya se ha instalado como una cultura. Desde el plantel profesional hasta los pibes de inferiores, desde los pasillos del club hasta las tribunas cada vez más silenciosas, lo que se respira es una desilusión contagiosa. Los jugadores, muchos de ellos jóvenes con condiciones, ya no creen en lo que hacen. Salen a la cancha sin convicción, sin alma, sin el fuego necesario para competir. No es culpa exclusiva de ellos: han sido arrojados a un escenario sin guía, sin motivación, sin estructura. Y mientras tanto, el club se vacía. No solo de fútbol, sino de proyecto, de identidad, de sentido. Las inferiores languidecen sin un rumbo claro. Las disciplinas amateurs sobreviven gracias al esfuerzo anónimo de socios y padres. La infraestructura se deteriora. Y el hincha, ese que siempre estuvo, empieza a cansarse. A preguntarse si vale la pena seguir poniendo el cuerpo, el alma y el bolsillo por un club que parece haber sido secuestrado por la apatía y el desinterés. A Colón hay que recuperarlo. Pero no con frases hechas ni gestos populistas. Hace falta una autocrítica profunda, un plan serio, una conducción que entienda que gestionar un club no es posar para las fotos cuando se gana, sino estar a la altura cuando todo se desmorona. El tiempo de las excusas terminó. La paciencia se agota. Y si no se reacciona ahora, lo que se viene será mucho peor que una campaña mala. Será el olvido. Y para un club como Colón, que vive del recuerdo, de la historia y de su gente, el olvido es lo único que no puede permitirse. Antes del partido con Mitre de Santiago del Estero quedó a 8 puntos del Reducido. Para un club como Colón, eso es imperdonable.

¿Dónde están los referentes? ¿Dónde están los que alguna vez supieron defender los colores con el alma, dentro y fuera del campo? ¿Dónde están los dirigentes con visión, con carácter, con amor por el club más allá del sillón? No se trata de mirar atrás con nostalgia, sino de entender que sin memoria no hay futuro. Porque Colón no nació ayer, y lo que hoy parece una crisis pasajera es, en realidad, el resultado de años de decisiones equivocadas, de gestiones erráticas, de una decadencia institucional que fue tolerada en silencio hasta que se hizo costumbre. Lo más triste es que el mensaje de resignación ya se ha instalado como una cultura. Desde el plantel profesional hasta los pibes de inferiores, desde los pasillos del club hasta las tribunas cada vez más silenciosas, lo que se respira es una desilusión contagiosa. Los jugadores, muchos de ellos jóvenes con condiciones, ya no creen en lo que hacen. Salen a la cancha sin convicción, sin alma, sin el fuego necesario para competir. No es culpa exclusiva de ellos: han sido arrojados a un escenario sin guía, sin motivación, sin estructura. Y mientras tanto, el club se vacía. No solo de fútbol, sino de proyecto, de identidad, de sentido. Las inferiores languidecen sin un rumbo claro. Las disciplinas amateurs sobreviven gracias al esfuerzo anónimo de socios y padres. La infraestructura se deteriora. Y el hincha, ese que siempre estuvo, empieza a cansarse. A preguntarse si vale la pena seguir poniendo el cuerpo, el alma y el bolsillo por un club que parece haber sido secuestrado por la apatía y el desinterés. A Colón hay que recuperarlo. Pero no con frases hechas ni gestos populistas. Hace falta una autocrítica profunda, un plan serio, una conducción que entienda que gestionar un club no es posar para las fotos cuando se gana, sino estar a la altura cuando todo se desmorona. El tiempo de las excusas terminó. La paciencia se agota. Y si no se reacciona ahora, lo que se viene será mucho peor que una campaña mala. Será el olvido. Y para un club como Colón, que vive del recuerdo, de la historia y de su gente, el olvido es lo único que no puede permitirse. Antes del partido con Chicago, quedo a 8 puntos del Reducido. Para un club como Colón, eso es imperdonable.

Los jugadores de Colón

Uno de los principales problemas que enfrenta esta ciudad, más allá de la mediocridad que predomina, es la falta de capacidad de gestión por parte de los dirigentes de fútbol. El día que se decida invertir en un equipo de scouting profesional, el margen de error en la contratación de jugadores se reducirá considerablemente. Resulta necesario realizar un análisis exhaustivo de los últimos diez años de la historia de Colón y de los jugadores que se han incorporado en ese período. A mi entender, si de veinte refuerzos apenas unos pocos han rendido satisfactoriamente, podríamos considerarlo un verdadero milagro. Las cosas no ocurren por casualidad; todo responsable a decisiones, aciertos y errores. Nada queda librado al azar. Los cuatro refuerzos que incorporó el Sabalero llegaron exclusivamente por haber sido dirigidos anteriormente por Andrés Yllana, sin contar con antecedentes relevantes que justifiquen su contratación en función del rendimiento o la proyección. Habrá que evaluar su desempeño en las catorce fechas restantes del torneo. Tras la derrota ante Morón, el técnico dijo «se viene una semana de decisiones importantes». Este cronista sigue esperando esas «decisiones importantes» que, según él, tomó de una semana a la otra. ¿Desafectar de los concentrados a Joel Soñora, a Nicolás Fernández (el jugador que recomendó Eduardo Domínguez) o a Nicolás Thaller, que ante Mitre reapareció como titular. Y ahí es donde el relato de Andrés Yllana empieza a resquebrajarse. Porque hablar de «decisiones importantes» implica tocar el funcionamiento desde las bases, cuestionar a los jugadores que repiten errores, evaluar si hay referentes con espalda para dar la cara o si simplemente se siguen sosteniendo nombres por inercia. Implica, sobre todo, entender que lo que falla en Colón no es una pieza suelta, sino el sistema completo. Y eso requiere coraje. Coraje para hacer cambios reales, incluso si duelen. Coraje para sacar a los que no rinden, sin importar su apellido ni su vínculo con entrenadores anteriores. Coraje para apostar por los juveniles, si es que los de experiencia ya no están a la altura. Coraje, en definitiva, para dejar de maquillar la realidad con frases de vestuario y empezar a construir un nuevo rumbo. Porque, si no, lo que se vive es apenas una continuidad maquillada. Un equipo que sigue jugando a lo mismo, con los mismos nombres, con la misma actitud apática. Y un entrenador que, pese a su buena voluntad, termina preso del mismo círculo vicioso: decir mucho y hacer poco.

Víctor Godano me hace acordar mucho a Alberto Fernández. No por cuestiones ideológicas ni partidarias, sino por una similitud más profunda y preocupante: la pérdida absoluta de autoridad, de conducción, de iniciativa. Un presidente que alguna vez fue elegido con ilusión y esperanza, pero que con el paso del tiempo se convirtió en una figura decorativa, sin peso propio, sin poder real de decisión, y con una imagen negativa que empeora día tras día. En el caso de Víctor Godano, el deterioro de su figura no solo es simbólico, sino que tiene consecuencias concretas y alarmantes. Hoy, Colón se encuentra a once puntos de la B Metropolitana, con la posibilidad de una quita de puntos, un escenario impensado no hace mucho tiempo, pero que se ha vuelto una posibilidad real como resultado directo del desmanejo institucional y deportivo. El club está inmerso en una crisis que no se puede disimular más, y que tiene nombre y apellido en la cúpula de su conducción. Uno de los episodios más elocuentes de este desgobierno fue la forma en que se trató la situación de Ariel Pereyra. Un entrenador que, más allá de los resultados, venía cargando con un contexto adverso, una estructura caótica y una falta total de respaldo dirigencial. Cuando finalmente se llegaba a un punto límite, cuando la continuidad del técnico estaba claramente en discusión, uno esperaría que el presidente del club se hiciera presente, que diera la cara, que asumiera la responsabilidad de las decisiones. Pero no. Godano eligió la pasividad. En lugar de viajar a San Martín para enfrentar la situación con coraje, optó por mantenerse al margen, evitando el contacto directo, sin siquiera aparecer en un partido que claramente definía el futuro del cuerpo técnico. La noticia, como tantas otras, se manejó por teléfono, sin respeto, sin humanidad, sin la mínima sensibilidad que requiere un cargo como el suyo. Una decisión que refleja no solo cobardía, sino también desinterés. La toma de decisiones en Colón se ha convertido en una farsa. Ya no hay institucionalidad, ni diálogo formal, ni jerarquías claras. Todo se reduce a consultas telefónicas, a intercambios improvisados con personas que, si bien han sido parte de la historia futbolística del club, no tienen ni la preparación ni la autoridad necesaria para decidir el futuro de la institución. Moreno y Fabianesi son hoy actores centrales de este sainete dirigencial, sin tener un cargo formal ni un rol definido, pero con una influencia inexplicable en los momentos claves. Esta informalidad absoluta, este “manejo de amigos” sin reglas, sin planificación, es el reflejo de un club que ha perdido su brújula, su identidad, su estructura. Colón está a la deriva. Sin timón, sin capitán, y sin un faro que marque el camino. Lo que hay es improvisación. Lo que hay es urgencia mal gestionada, ansiedad disfrazada de decisión. Godano no gobierna. Godano apenas reacciona, y lo hace tarde, mal y sin convicción. Y en medio de todo esto, los hinchas. Los únicos que de verdad sostienen al club, los que llenan tribunas incluso cuando el equipo no responde, los que alientan en la derrota y sueñan con volver a los primeros planos. Ellos están cada vez más lejos del día a día institucional. Nos hemos vuelto meros espectadores de un proceso que solo genera frustración, enojo, resignación. Porque ya no hay ilusión, ya no hay expectativa. Solo queda la sensación de estar atrapados en un ciclo que se repite, una y otra vez, con los mismos errores, los mismos nombres, las mismas decisiones equivocadas. ¿Hasta cuándo va a durar esto? ¿Hasta cuándo Colón va a seguir buscando respuestas sin preguntarse por qué está en este lugar? La respuesta, por ahora, no aparece. Pero lo que sí está claro es que, si no se produce un cambio profundo, real, y urgente en la conducción del club, Colón seguirá caminando directo hacia el abismo. Porque los clubes no descienden de un día para otro. Los clubes caen cuando dejan de tener proyecto, cuando normalizan la mediocridad, cuando los que deben tomar decisiones se esconden detrás de un celular. Y hoy, tristemente, ese es el presente de Colón. A Colón lo han destruido como institución. Lo que alguna vez fue un club con identidad, historia y alma, hoy parece un reflejo desdibujado de lo que supo ser. Le han arrancado su esencia, y aunque bajo ningún punto de vista puede justificarse la violencia, lo ocurrido era, lamentablemente, previsible. Las señales estaban a la vista desde hace tiempo, y lo que se vivió en el último partido no fue más que la consecuencia inevitable de una larga cadena de decisiones erróneas y falta de conducción. Es imperativo que los dirigentes asuman su parte de responsabilidad en este presente sombrío. No se trata solo de un mal resultado deportivo o de una mala racha; lo que se vivió fue una postal dolorosa de un club en caída libre. Lo de hoy fue, sin exagerar, profundamente triste. La desolación en las tribunas, el desconcierto en el campo de juego y la angustia de los hinchas reflejan un quiebre que va más allá de lo futbolístico. La gente de Colón no merece esto. No merece cargar con la frustración de años de malas gestiones ni ver cómo el equipo que aman se desmorona fecha tras fecha. El partido de ayer fue simplemente el punto de ebullición de una olla que ya venía hace tiempo a fuego lento. Rebalsó el vaso. Y lo más preocupante es que dentro del plantel ya no queda ni siquiera salud física: se habla de al menos ocho jugadores con distintos problemas, entre lesiones musculares y cuadros gripales, lo que evidencia no solo un desgaste emocional, sino también una desorganización en la preparación y el cuidado de los futbolistas. En este contexto, resulta inevitable sentir vergüenza por todo lo que rodea el presente futbolístico del club. No hay otra salida que una revisión profunda, un barajar y dar de nuevo en el sentido más amplio posible. Hacen falta cambios estructurales, decisiones valientes y, sobre todo, respeto por la historia y por la gente que sostiene a Colón desde siempre, incluso en los momentos más oscuros. Porque si no se toman cartas en el asunto ahora, el daño podría ser irreparable.

Víctor Godano

La noche más negra de los últimos años se vivió este 30 de junio en Colón

Tras el gol de la visita, un grupo de hinchas comenzó a violentar la puerta que conduce a la platea oeste, donde están los palcos dirigenciales. Además, los violentos rompieron parte del tejido, para acceder a la zona conocida como «el foso» y ubicarse a centímetros del campo de juego. El personal policial actuó rápidamente para evitar que esto suceda y también trabajaron los bomberos, arrojando agua a la tribuna. El público arrojo piedras y botellas al campo de juego. Muchos fanáticos optaron por retirarse del estadio, mientras se evaluaba la continuidad del partido. Los problemas continuaron pese a la finalización del duelo; pero los jugadores rojinegros no podían salir del estadio producto de los proyectiles que caían sobre la manga. Es por eso por lo que la policía debió desalojar la tribuna mediante la utilización de balazos de goma. Pero este declive no fue producto de un año en particular, sino de una serie de decisiones y errores que se acumularon con el tiempo. Esta debacle, que amenazó al equipo, no comenzó este año, sino que fue el resultado de un largo proceso que puso a prueba la paciencia y la esperanza de los hinchas. En esta nota, exploramos cómo Colón pasó de sus momentos más gloriosos a enfrentar el peor momento institucional y deportivo de los últimos 40 años. En 2019, 2020, 2022 y 2023, Colón tuvo campañas de descenso. Pero si logró mantenerse en la máxima división del fútbol argentino fue gracias a Eduardo Rodrigo Domínguez y su campaña de 63 puntos. Repasemos: en el torneo donde descendió, Colón se ubicó en la penúltima posición de la tabla con solo 45 puntos en 42 partidos jugados. Como consecuencia, tuvo una eficacia del 35,3% de los puntos obtenidos. No fue la peor campaña de todas, ya que el año anterior también repitió los mismos números. La campaña de Colón en el Torneo Binance fue realmente muy pobre, al punto de convertirse en la tercera peor desde que el Sabalero regresó a Primera División a fines de 2014. A la actual solo la superaron, en cuanto a números negativos, las protagonizadas en la Superliga 2019/2020 y la Superliga 2018/2019. En esta última, en 25 partidos, solo cosechó 23 puntos, con una eficacia del 30,67%. Mientras que en el Torneo de Transición 2016 obtuvo 17 unidades en 16 partidos, con una eficiencia del 35,42%, casi idéntica a la actual. En el Torneo 2015, el primero tras su regreso a la máxima categoría, el Rojinegro sumó 34 puntos en 30 partidos, con una eficacia del 37,78%. A su vez, en el Torneo 2016/2017, cosechó 49 unidades en 30 partidos con una eficacia del 54,44%. En la Superliga 2017/2018, Colón sumó 41 puntos en 27 partidos, con una efectividad del 50,62%. La campaña más negativa fue la de la Superliga 2018/2019, ya que en 25 partidos solo obtuvo 23 puntos, con una eficacia del 30,67%. En la Copa Diego Maradona, Colón jugó 11 partidos, en los que sumó 17 puntos, con una eficacia del 51,42%. Sin dudas, la mejor campaña fue la Copa de la Liga 2021 (en la que se coronó campeón), jugando 13 partidos en la fase regular y sumando 25 puntos, con una eficacia del 64,10%. En el Torneo 2021, jugaron 25 partidos, sumando 39 puntos y una eficiencia del 52%. La caída futbolística y el desorden institucional seguramente fueron de la mano. Las decisiones políticas del club, presidido por José Vignatti, fueron desacertadas y se reflejaron tanto dentro como fuera de la cancha. Aunque la realidad futbolística fue preocupante, lo más alarmante fue la violencia explícita de hinchas y directivos. Vayamos por partes: primero, el mercado de pases. De los 11 jugadores que lograron la tan ansiada estrella para el fútbol de Santa Fe, apenas seis se mantuvieron firmes en el primer mercado de pases. ¿Qué ocurrió con ellos? ¿Quiénes fueron sus reemplazantes? ¿Incorporó bien Colón durante la primera gestión de Vignatti al mando de Mario Sciacqua?

Uno de los casos más relevantes fue la partida de los dos laterales. Primero, Facundo Mura. Alternó en el Sabalero, club con el que se coronó campeón en el fútbol argentino hace casi un año, pero la dirigencia no estuvo dispuesta a invertir dinero en él durante ese mercado de pases. Apareció Racing y adquirió el 50% del pase; el otro 50% quedó en manos de Estudiantes. Mismo caso con Gonzalo Piovi, lateral izquierdo. Se ganó un lugar como titular en la consideración de Domínguez. Tuvo buenos rendimientos en la Copa Diego Maradona y alcanzó su techo en la Copa de la Liga Profesional, donde jugó en gran nivel como segundo marcador central en la final frente a Racing. En la segunda parte del año mostró altibajos y por eso quedó fuera de la final del Trofeo de Campeones. Colón no hizo uso de la opción de compra ni intentó retenerlo con otro préstamo, en parte porque la relación con Racing quedó desgastada tras la polémica por la compra de Tomás Chancalay, quien se quedó en el plantel dirigido por Fernando Gago. A Mura lo reemplazó Jonathan Sandoval, quien había renovado con Argentinos Juniors hasta diciembre de 2023 antes de llegar a Santa Fe. Nunca le ganó el puesto a Meza. Su aporte en defensa fue limitado y en ataque casi nulo. Falcioni lo relegó. Incluso debutó un juvenil de la reserva, Luis Schilisting, quien cumplió una buena actuación y mejoró en el complemento.

A Gonzalo Piovi lo reemplazó Andrew Teutén. La CD compró el 50% del pase por aproximadamente 650.000 dólares. Fue considerado el mejor lateral izquierdo del fútbol uruguayo. Su mejor partido fue el clásico ante Unión del 19 de marzo, pero luego alternó buenas y malas. En el mediocampo, puntualmente por derecha, Alexis Castro fue otro al que la CD decidió no renovarle el préstamo. Fue autor del tercer gol en la final del campeonato. «Pucho» regresó a San Lorenzo, pero como no fue tenido en cuenta, se fue a Tigre y fue uno de los puntos altos. Por esa posición, Colón no encontró un reemplazo fijo; a veces Christian Bernardi alternó por izquierda y derecha. En la delantera, Cristian Ferreira. En las últimas semanas circuló un rumor en Twitter sobre un posible regreso. La realidad es que decidió volver a River seis meses antes y esperar una oferta del exterior, que finalmente no se concretó, por lo que se quedó a pelear un puesto en el equipo de Marcelo Gallardo. A partir de julio-agosto, meses posteriores a la obtención del campeonato, Colón perdió el rumbo. Con Eduardo Domínguez en el segundo semestre y luego con Julio César Falcioni, ambos coincidieron en algo: el equipo navegó en la irregularidad. Desde ese momento hasta hoy, no lograron sostener un rendimiento parejo entre partidos. A fin de cuentas, fue un espejismo.

“El objetivo es seguir teniendo un Colón importante y protagonista tanto en la competencia nacional como internacional”, dijo Falcioni tras su llegada para encarar su segundo ciclo en el club. Sin embargo, los refuerzos no estuvieron a la altura. En primera instancia, Joaquín Novillo: Colón pagó 1.000.000 de dólares por el 70% de su pase, pero cada vez que fue titular perdió las marcas (ante Boca y dos veces contra Arsenal). Matías Ibáñez rescindió con Patronato y firmó por dos años. No pudo ganarse el puesto porque sufrió un desgarro en la primera semana de pretemporada. Falcioni nunca lo tuvo en cuenta. Luego llegó Sánchez Miño para reforzar el plantel tras varias salidas. Arrancó como titular, pero nunca convenció. Arrastraba una lesión persistente en el tobillo izquierdo y debió operarse. Estuvo 40 días fuera, y no volvió a tener continuidad. Cristian Vega fue el reemplazo de Lértora, ante rumores de su partida a la Universidad de Chile. Firmó por tres años, pero en su debut como titular se desgarró. Luego se rompió los ligamentos cruzados de la rodilla izquierda, quedando inactivo entre seis y ocho meses. De los refuerzos, Teutén y Sandoval ofrecieron poco, pero LM10 (Luis Miguel Rodríguez) fue fundamental. Sin él, el Sabalero no habría llegado a la penúltima fecha con chances matemáticas de clasificar a la Fase Final. Participó en al menos 6 de los 17 goles que marcó Colón, dándole vida al ataque junto a Lucas Beltrán. Ramón Ábila fue otro refuerzo importante: se pagaron 1.700.000 dólares. En la primera Copa de la Liga anotó dos goles, pero su última imagen fue el penal fallado ante Vélez. Fue mayormente suplente, aunque se esperaba más. En el segundo mercado llegaron Baldomero Perlaza, Augusto Schott, Leonel Picco, Julián Chicco, Juan Pablo Álvarez y Mario Otazú. Este último fue un caso difícil de analizar: con tantos entrenadores que pasaron, casi no fue tenido en cuenta. Jugó solo 28 minutos en dos partidos y ni siquiera rindió en la Copa Santa Fe. De los 14 jugadores mencionados, solo Ábila y Rodríguez aportaron soluciones. Los demás, poco o nada. Eso explica en parte el momento que atravesaba Colón. Las dos transferencias que lo condenaron dejaron consecuencias visibles. Jorge Benítez fue una de las incorporaciones más costosas. Aprovechó la inactividad de Ábila (por el Mundial en Qatar) y la lesión de Troncoso para ganarse un lugar en la pretemporada, aunque fue titular recién con Néstor Gorosito. Nunca se adaptó del todo al fútbol argentino. Jugó 25 partidos, marcó 4 goles. Joaquín Ibáñez vivió más en kinesiología que en la cancha. Sufrió una sinovitis en una rodilla que lo limitó. Aunque perdió su puesto, su paso fue sin pena ni gloria. Marcó un solo gol, ante Newell’s. Gonzalo Silva, que llegó libre de Fénix, firmó por dos años. Solo jugó 56 minutos. Prometía, pero se apagó. Similar fue el caso de Carlos Arrúa, procedente de Nacional de Paraguay. El club paraguayo inhibió a Colón y llevó el caso a FIFA por una deuda de 200.000 dólares. Marcó un gol ante Colegiales por Copa Argentina. De todos, el mejor fue Tomás Galván. Colón pagó 100.000 dólares por su préstamo. Su opción de compra es de 2.000.000 (50% del pase). Tenía  contrato con River hasta fines de 2024 y fue el goleador del equipo con seis tantos, aunque con poca incidencia general en el juego ofensivo.

Los negocios de la barra

Hay un refrán más viejo que la injusticia que dice «pueblo chico, infierno grande»: Hace muchos años los santafesinos sabemos que los Leiva manejan algo más que la hinchada “Los de Siempre”. Los negocios ilegales, las disputas contra “La Negrada”, la otra barra sabalera que fue creciendo en los últimos años, y las amenazas al plantel son moneda corriente los que se plantan en la popular de la J.J. Paso. Todo esto comenzó el 4 de octubre de 2021. Colón jugó su primer partido ante su afición después de ganar el campeonato, enfrentando a Banfield. Hubo disturbios en el acceso al estadio, con seguidores intentando ingresar por la fuerza. Cinco agentes de policía resultaron heridos, y cuatro personas fueron detenidas. Un par de meses después, el 17 de febrero del 2022, cuando Colón hacía de local en el Presbítero Grella se produjeron disparos contra la sede social del club por parte de dos hombres en motocicleta. También se realizaron pintadas con una amenaza clara. La oficina de socios estaba cerrada en ese momento, evitando heridos. Días más tarde, el 21 de dicho mes hubo una amenaza en el portón 7 del estadio Brigadier López: «Entramos todos o no entra nadie». El 13 de marzo de 2022, poco después de un partido en el que Colón empató con Lanús, desconocidos en moto dispararon contra la sede del club, dejando impactos de bala en la fachada de la tienda de indumentaria oficial. Dos semanas más tarde, el 31 de marzo durante un partido contra Aldosivi en el estadio Brigadier López, se produjeron enfrentamientos entre las facciones de la barra brava. Los incidentes ocurrieron principalmente en la parte inferior de la Platea Este. En los días posteriores, Paolo Goltz, Rafael Delgado, Ramón “Wanchope” Ábila y Luis Miguel “Pulga” Rodríguez se presentaron ante la Fiscalía de Delitos Complejos para ofrecer su versión de los acontecimientos. También brindaron testimonio el entrenador, Adrián “Chupete” Marini, y el director deportivo, Mario Sciacqua. Mientras el sistema judicial estaba en acción, el presidente de Colón hizo declaraciones en el programa de radio Aire. Expresó su sorpresa ante las acusaciones que sugerían que tenía vínculos con una facción de la hinchada, y afirmó que se había demostrado que no era así. El Pulga Rodríguez extendió su declaración en la Fiscalía el 24 de septiembre, y dos días después se llevaron a cabo registros en las residencias de barras, dirigentes, el Pabellón 9 de la Cárcel de Coronda y la sede de Colón, realizando un total de 12 allanamientos. Entre el lunes 26 y el miércoles 28, quedaron bajo arresto dos dirigentes, Horacio Darrás y Lucas Paniagua, así como ocho barras, entre ellos Orlando “Nano” Leiva. Los fiscales de la Unidad de Delitos Complejos, Laura Urquiza y Federico Grimberg, argumentaron que al menos dos dirigentes de la Comisión Directiva proporcionaron financiamiento y facilitaron la creación de grupos dedicados a la comisión de delitos en eventos deportivos. Según la Fiscalía, los delitos atribuidos a los dos dirigentes se llevaron a cabo de manera continua desde, por lo menos, octubre de 2021. Se añadió que Paniagua mantenía una comunicación constante y una relación directa con los líderes de las facciones «Los de Siempre» y «La Negrada», una relación que era conocida y aprobada por Darrás. La Fiscalía alegó que los dos dirigentes imputados suministraron indumentaria deportiva oficial del club para su reventa, carnet de socios y entradas para los miembros de las facciones, además de entradas para la reventa previa a los partidos. Se afirmó que las autoridades de la institución investigadas pusieron a disposición recursos económicos que permitieron la creación, el mantenimiento y la financiación de actividades delictivas. En la audiencia también se mencionó que a Leiva se le entregaban pagos regulares de 150 mil pesos en calidad de «sueldo» sin que existiera una contraprestación correspondiente. El 5 de abril de 2022, antes de un partido contra Peñarol por la Copa Libertadores, se registraron disturbios en el barrio Fonavi, cerca del estadio. Hubo enfrentamientos en el ingreso de la puerta 7, resultando en heridas de bala a dos agentes de policía y un hincha de Peñarol. Durante la celebración del aniversario del primer título en Primera División, hubo un enfrentamiento entre facciones de la barra en la explanada de ingreso al estadio. Se escucharon disparos y se produjo una estampida entre la multitud. El 14 de septiembre de 2022, antes de un partido entre Colón y San Lorenzo, se colgó una bandera con la amenaza: «Jugadores, dirigentes: con Colón no se jode«. Seis días más tarde, miembros de la barra «Los de Siempre» asistieron al entrenamiento del equipo y amenazaron a jugadores referentes, solicitando dinero. Colón está en la B porque la Justicia condenó a Horacio Darrás y Lucas Paniagua en un procedimiento abreviado por encubrir a miembros de las facciones de la barrabrava. Darrás, ex vicepresidente del club acordó una pena de dos años y seis meses, con posibilidad de libertad condicional. Además, se le impuso una inhabilitación de cinco años para asistir a eventos deportivos y una multa de 700 mil pesos. Paniagua, ex vocal, fue condenado a un año y seis meses, con una inhabilitación de tres años para eventos deportivos y una multa de 100 mil pesos. La jueza Rosana Carrara ordenó la prisión preventiva sin plazo para Orlando “Nano” Leiva y Walter “Cara” Domínguez, considerándolos coautores del delito de asociación ilícita. Por otro lado, los barras Sebastián José Martínez, Carlos Exequiel Jonatan Godoy y César D. Sterli fueron condenados en un juicio abreviado como «coautores del delito de asociación ilícita en calidad de miembros». Recibieron una pena de 3 años de prisión en suspenso y recuperaron su libertad debido a la falta de antecedentes penales. En un segundo conjunto de audiencias, la jueza Rosana Carrara otorgó alternativas de libertad para tres de las barras involucradas: uno fue imputado como coautor del delito de asociación ilícita en calidad de miembro, a otro los fiscales lo señalaron como coautor de amenazas coactivas el 20 de septiembre y al último se le incautó un revólver calibre 22 el día del allanamiento, por lo que se le atribuyó la tenencia ilegítima de arma de fuego de uso civil.

Los refuerzos que nunca llegaron

Colón está en la B porque un 25 de junio el Sabalero perdía 1-0 contra Huracán de local y la cabeza del equipo estaba puesta en los octavos de final de la Copa Libertadores ante Talleres. En aquel momento, Julio Falcioni, de capa caída por los malos resultados, sacó un papel de la nada y dijo: » Tengo un recordatorio por si me olvido de alguno». Y comenzó a leer lo que tenía en la lista. Ante la prensa, Julio Falcioni habló después del partido con Huracán en Santa Fe, antes de jugar la revancha con Talleres por la Libertadores. Veía venir el final. Y pidió paciencia. » No la pido para mí, sino para estos chicos que se enfrentan a una exigencia para la que no están suficientemente preparados», dijo Falcioni. Ya en el torneo local, los malos resultados se sucedieron. Ya en la Libertadores, el equipo había ganado el grupo jugando muy bien de local. En octavos le tocó Talleres y luego Vélez (que eliminó a River). Hasta semifinales, la llave fue contra equipos argentinos. Esa derrota -precedida por una mala actuación- ante Talleres no sólo dejó a Colón fuera de la Copa, sino también a Falcioni fuera del club. Pero, antes de irse, el entrenador dejó su frase. «Estaba la posibilidad de cerrar algunos acuerdos. Se consiguió con (Christian) Bernardi, pero es algo que quizás se debió encaminar hace seis meses, pero no me corresponde opinar. Sí digo que buscamos alternativas, con los que hablamos para que lleguen para que sean el recambio que Colón necesita. Hablamos con (Sebastián) Prediger, (Gerónimo) Poblete, Nery Domínguez, (Tomás) Badaloni, (Juan) Méndez, (Germán) Conti, (Marcelo) Weigandt, (Fernando) Zuqui, (Domingo) Blanco, (Pablo) Cepellini y (Maximiliano) Romero, pero no pudimos concretar. No es que no buscamos. El mercado es muy complicado y el hincha de Colón debe entender». El mensaje era claro. Buscaba jerarquía para poder mantener el esprítu de fuego competitivo de un plantel que hace poco venía de coronarse campeón del fútbol argentino. Sorprendía que Colón no haya podido mantener un plantel jerarquizado siendo campeón, clasificado a la Copa Libertadores y en una institución que tiene fama de tener sueldos atractivos para jugadores del nivel mencionado. Ya en un año, Colón había dilapidado dos técnicos y uno de ellos -Rondina- con sólo siete partidos bajo su conducción. Catorce partidos se habían jugado y el equipo no sólo no aparecía, sino que le faltaban algunos jugadores que habían llegado con ciertas credenciales y despertado expectativas. Es evidente que el plan, el proyecto deportivo, fracasó. Eso debió pensarse desde el día siguiente a la noche heroica de San Juan. Ya se sabía de antemano lo que podía pasar con el entrenador y los jugadores. A comienzos de año, ya con un secretario técnico a cargo y un entrenador experimentado, avezado en jugar competencias internacionales y en preparar un equipo para la exigencia de acumular partidos, se observó el progresivo descenso de jerarquía del equipo hasta llegar a un nivel bajísimo, casi impensado, como sucedió con Independiente en Santa Fe y, sobre todo, con Central Córdoba en Santiago del Estero. En parte, Rondina «refundó» el equipo cuando dispuso algo que no tenía previsto en sus planes ni en su ideología, de visita ante Newell’s: dispuso una línea de cinco y trató de refugiarse para mantener el arco en cero. Cuando quiso imponer su estilo, no pudo con Arsenal en Santa Fe y perdió con el equipo de Santiago de Chile, mostrando una gran confusión. No sólo Rondina tuvo responsabilidad. Él era un eslabón más de una cadena de la que no se podían sustraer los jugadores, aunque como siempre se dice en el fútbol: el que paga los platos rotos es el entrenador. Decisiones futbolísticas que, en el pasado, fueron positivas y permitieron alinear los planetas para la formación de un equipo campeón, hoy partieron equivocadas. De arriba abajo, los errores fueron más que claros. Y los resultados eran evidentes.

Colón está en la B porque atravesó seis entrenadores en 15 meses. Con Eduardo Domínguez en el banco, Colón comenzó a tener un proyecto deportivo a largo plazo, ya que estuvo casi dos años al frente del equipo del barrio Centenario. Concretamente, desde marzo de 2020 hasta diciembre de 2021, tras la dura derrota en la final de la Copa de Campeones en el Madre de Ciudades ante River por 4-0. Desde entonces, hubo una improvisación continua que derivó en un récord para la institución sabalera: seis entrenadores en menos de un año. Desde el 6 de julio hasta el 28 de septiembre del año pasado, cuatro entrenadores se hicieron cargo del equipo. Julio César Falcioni dejó el club el jueves 7 de julio, Sergio Rondina se fue el 17 de agosto y el 27 de septiembre Adrián Marini dirigió su último entrenamiento. El día siguiente, Marcelo Saralegui ya había dirigido su primera práctica. Evidentemente, Colón se encontraba en un estado de locura permanente que no podía ser analizado en lo más mínimo. Un entrenador nuevo cada mes era el reflejo más concreto de la crisis institucional y futbolística que atravesaba el Sabalero. Ante decisiones que no se explicaban y mucho menos se comunicaban, y con entrenadores de perfiles muy diferentes. Jamás hubo una línea directiva. Qué diferencia existía entre José Néstor Vignatti y el presidente de la Nación Alberto Fernández? En que ambos esperan ansiosos el 10 de diciembre para retirarse a sus casas y distanciarse de los desafíos institucionales y deportivos que enfrenta el club. La llegada de Saralegui sorprendió en su momento al propio Chupete Marini y, tras la derrota ante Argentinos Juniors, el DT fue el único que dio la cara y habló en conferencia de prensa. Tomó las riendas del equipo en un momento complicado, pero terminó pagando el costo. Y es que recibió el maltrato que es moneda corriente en Colón. Luego de la práctica, le comunicaron que no sería más el entrenador. Fue un mal manejo más de esta dirigencia, pero con el agravante de que en este caso se trató de un ídolo del club. Fue rápidamente utilizado y desechado. En los últimos tiempos, Vignatti cambió de figura, como si Colón fuera un álbum. Durante la Liga Profesional 2022, Marini dirigió ocho partidos, Rondina siete y Falcioni seis. Saralegui, en principio, fue contratado en el banco de suplentes para los últimos seis partidos que restaban para el final de la temporada, donde se le dio un poco de oxígeno ya que alcanzó la meta del 50% obtenido. Un disparate por donde se lo mire, que tiene en la figura de Vignatti y también en el secretario deportivo Mario Sciacqua a los máximos responsables en ese orden. Como en los casos anteriores, Colón no anunció oficialmente la salida de Marini y la llegada de Saralegui, sino que se limitó a agradecer a Chupete. Y tampoco se pronunció sobre la detención de uno de sus vicepresidentes. Como si nada hubiese ocurrido en esos días. Es alarmante la falta de comunicación con la hinchada. En estos momentos sería saludable que Vignatti diera la cara. Precisamente, en la conferencia que dio Marini tras la derrota sufrida por Colón, quien debía estar presente era el presidente, pero minutos después del partido abandonó el estadio. Porque el problema de Colón no fueron los entrenadores, más allá de las falencias que puedan haber tenido. En la actualidad, el déficit es la falta de liderazgo o, en todo caso, los errores en la gestión. Es muy cierto también que los responsables de este momento son los jugadores, porque en definitiva son ellos los que salen a la cancha. Y ninguno de ellos, sobre todo los más experimentados, se puede distraer y deben hacerse cargo de este momento. Pero la realidad indica que Colón sufre hoy una crisis institucional que sin dudas repercute en el fútbol. Y esta confusión que reina en quienes conducen el club se traslada al campo de juego, el Sabalero juega como vive el día a día y ese es su mayor problema.

Entrenadores de Colón

Colón está en la B porque en el año 2023 ya despedía del primer entrenador de la Liga de Fútbol Profesional. Afuera dijo Javier Milei. Saralegui se fue después de tres derrotas consecutivas, seguidas del empate ante Unión. Y llegó Gorosito. Era, a priori, la mejor opción del mercado. No obstante, Colón seguía en una encrucijada. En la figura del entrenador Néstor Raúl Gorosito residían el epicentro de las incertidumbres y los desafíos que acechaban al equipo. Con un contrato vigente hasta diciembre de 2023, la situación planteaba un dilema a los dirigentes del club: ¿Qué hacer con Pipo? El cierre del semestre para el equipo del barrio Centenario fue terrible. La partida de jugadores claves del primer equipo y un rendimiento muy pobre sumieron al equipo en una crisis deportiva. Terminó la primera etapa del año en el puesto 26 de 28 equipos en un torneo tan acotado, donde el campeón aventajó por 12 puntos al subcampeón. Era un signo preocupante que no podía pasar desapercibido. Desde que asumió en Colón, pero sobre todo cuando los resultados negativos comenzaron a ser una constante, Gorosito hizo hincapié en la necesidad de potenciar el plantel con la llegada de refuerzos, en un mercado de pases que debía ser muy ambicioso. Inclusive, en el tramo final manifestó que los jugadores debían demostrarle si estaban en condiciones de continuar en Colón en el tramo final del Torneo de la Liga Profesional, y también reconoció que esto también podía aplicarse a él en relación a si los dirigentes estaban conformes o no con su continuidad en el club. De esta manera, con el aporte de Miguel Abbondándolo, Colón ingresó al mercado de pases más importante de los últimos años para reforzar el plantel. De esta manera, en poco más de una semana, se cerraron las llegadas de Alberto Espínola, Rubén Botta y Damián Batallini. Además, ficharon al goleador Javier Toledo, al talentoso Favio Álvarez y a Braian Guille, jugador que había sido la figura de Olimpo. Los refuerzos que llegaron a Colón eran, a priori, todos jugadores de renombre que han pasado por clubes importantes. Es que Espínola venía de jugar en un grande del continente como Cerro Porteño, Botta había pasado por Inter, San Lorenzo y Tigre, Batallini por el fútbol mexicano, Argentinos e Independiente, Toledo por varios equipos del fútbol argentino, donde su experiencia más recordada es en Atlético Tucumán, y Álvarez también tuvo grandes actuaciones en el Decano, y jugó en México y Estados Unidos. Pero el presente no dejaba de ser preocupante, y gran parte de esa responsabilidad recaía sobre los hombros del director técnico, Néstor Raúl Gorosito. La ausencia de una idea clara de juego, los planteos erróneos y la incapacidad para corregir el rumbo durante los partidos dejaron al equipo a la deriva, vulnerable ante todos los rivales posibles. El equipo también tuvo que asumir su responsabilidad. El mercado de pases había sido muy bueno. Y la realidad indicaba que el equipo sabalero contaba con elementos de calidad que debían situarlo en una mejor posición en la tabla. A excepción de Botta, que era el más regular de todos los mencionados, era difícil encontrar otro líder que tomara las riendas en los momentos difíciles, y eso dejaba al equipo sin esa chispa de rebeldía necesaria para dar la vuelta a situaciones adversas. Era fundamental evitar buscar chivos expiatorios y caer en excusas para justificar el bajo rendimiento. Es cierto que Colón atravesaba dificultades, pero otros equipos con planteles más modestos lograron posicionarse más favorablemente en la tabla, lo que demostraba que la capacidad estaba, pero había que canalizarla eficazmente. Con el correr del tiempo, la pregunta que circulaba en las conversaciones de la gente era ineludible. Al reunirse para jugar un partido de fútbol con los amigos o tomar una copa en un bar, la pregunta surgía de forma natural: ¿Cuál es la estrategia de juego de Colón? La falta de una táctica de juego clara era evidente. Es más, en varias conferencias de prensa, Gorosito comentó que le preocupaba lo discontinuo que era el equipo. A fin de cuentas, se trataba de un conjunto de individuos más que de una unidad cohesionada y trabajadora. Cuando los jugadores estaban más o menos en su día, podían rendir mejor, pero cuando no lo estaban, el rendimiento caía en picado y estaba a la vista de todos. Se necesitaba una estructura sólida.

Colón está en la B porque la gestión de Néstor Raúl Gorosito fue decepcionante. Las estadísticas hablan por sí solas. Dirigió 36 partidos, ganó 10, empató 15 y perdió 11. El 41% de eficacia dejó claro que, ocho meses después de su llegada, no cumplió las expectativas iniciales y no consiguió mantener un rendimiento sostenido en el tiempo. Vivió algunos momentos de buen fútbol. Forjó una pequeña fortaleza en el Brigadier López. En Copa de la Liga, Colón jugó 5 partidos de local, ganó 4 (Gimnasia-Central-Argentinos-Atlético Tucumán), empató 2 (Unión y River). Un 73% de efectividad. La dificultad estuvo a la hora de cruzar el Puente Carretero. Colón jugó en lo que va de 2023 18 partidos de visitante, de los cuales sólo ganó 2, empató 6 y perdió 10. Así, obtuvo 12 puntos sobre 54 en disputa, alcanzando una efectividad del 22%. Los dos únicos partidos ganados lejos de Santa Fe fueron ante Boca por 2-1 en el Torneo de Liga y ante Independiente por 1-0 en la actual Copa de la Liga. De los últimos ocho partidos como visitante, Colón perdió siete. Como excepción, la victoria ante el Rojo en la primera fecha. Pero lo más preocupante fue la forma en que el Sabalero jugó la mayoría de esos partidos, dejando una imagen muy pobre tanto en lo futbolístico como en lo anímico. Ante Arsenal, Colón había perdido 1 a 0 y acumulaba la cuarta derrota consecutiva como visitante. Anteriormente había sido derrotado por Barracas Central 2-1, Instituto 3-1 y Huracán 2-1. Lo más preocupante fue que Arsenal llegó al partido relegado y sin motivación alguna, lo que agravó aún más la presentación del equipo rojinegro, para prolongar una racha desastrosa. Resulta una verdad de Perogrullo decir que Néstor Raúl Gorosito tiene una trayectoria que lo avala, pero su experiencia no podría ser la única carta bajo la manga. La continuidad del proyecto siempre debe reevaluarse en función de los resultados y el rendimiento. El futuro de Colón está en juego y los dirigentes deben tomar decisiones valientes con visión a largo plazo. Y la permanencia de Gorosito no podía ser una decisión inamovible si no había cambios concretos en el equipo. Tanto la pasión de los hinchas como la historia del club y las ganas de mejorar exigían una reflexión profunda y una apuesta firme por un cambio que revitalizara al equipo.

El descenso de Colón en diciembre de 2023

En diciembre del 2023 a dos semanas del descenso de Colón a la Primera Nacional, Víctor Francisco Godano ganó las elecciones del Club con récord de votos. Fue sin lugar a dudas, una elección histórica: hubo seis listas y contó con la participación de 6.556 socios, lo que significó una marca récord, dejando atrás los 5.300 de los comicios de las elecciones del 2013. Quien encabeza la lista «Compromiso Sabalero» se proclamó ganador por una amplia diferencia: obtuvo 3.281 votos de los 6.556 que se efectuaron esta tarde. En política, muchas veces se habla de «la pesada herencia». Si hacemos un poco de revisionismo histórico, De la Rúa recibió un país con un gasto público consolidado de ese momento era del 34% del PBI, el déficit fiscal consolidado era de 4,51% del PBI y la Nación tenía un déficit de 2,1% del PBI. Primero se encontró con un descenso de categoría, lo que cambió radicalmente el panorama en cuanto al proyecto deportivo, ya que se tuvo que pasar de uno ambicioso en Primera División a uno donde el principal objetivo fue conformar un plantel jerarquizado para intentar volver rápidamente a Primera División. La postura de Godano de no salir al cruce con declaraciones o tomar decisiones que apunten a una profunda investigación sobre la gestión de Vignatti no solo es objetivo de críticas desde lo periodístico, sino que también le genera cortocircuitos a nivel interno, ya que algunos dirigentes se encolumnan detrás de lo que sostiene el presidente y hay otros que consideran que no hay que dejar margen de duda e ir a fondo con auditorías para determinar los pasos a seguir contra los popes que dejaron al club en los últimos días de diciembre del 2023. Transcurrían los primeros meses de la gestión Godano y se conoció que se llegó a un acuerdo con Santa Fe FC por las deudas de los pases de Brian Farioli y Facundo Farías, lo que era una de las grandes preocupaciones y objetivos a resolver por parte de la dirigencia de Colón. Pero también se conoció de un reclamo que ronda los 60.000.000 de pesos de BoleteríaVip por la temporada 2022/2023, lo que generó una gran molestia en el seno de la CD de Colón, ya que era algo que no estaba en los planes. Mientras que también se conoció que llegaron y llegarán más reclamos de Manuel Petrakovsky, quien vistió a Colón con la marca Burda, en tanto que lo propio ocurriría con Kelme, lo que se traduce en deudas que rondarían los 300.000 dólares, según se pudo conocer. De esta manera, seguía teniendo vigencia lo manifestado en el inicio de esta nueva gestión sobre la pesada herencia que se recibió en Colón, tras la última gestión de José Vignatti como presidente de Colón, quien pasó de ser responsable del primer título en Primera a dejarlo en la B, y casi en ruinas, desde lo económico.

Ya en enero/febrero 2024, con seis semanas comenzó a mover sus fichas con una premura notable, motivado por la urgencia de devolver al equipo a la élite del fútbol argentino, lugar del que se siente históricamente parte. La directiva, consciente de la necesidad de contar con un liderazgo firme y experimentado, eligió a Iván Delfino como el nuevo director técnico, depositando en él la confianza para encabezar un proyecto ambicioso, aunque desafiante. Delfino no tardó en tomar decisiones y, en un corto período, se convirtió en el artífice de un profundo recambio en el plantel. Fueron nada menos que 18 las incorporaciones realizadas durante ese mercado de pases, una cifra que da cuenta de la magnitud de la renovación. A estas caras nuevas se sumaron algunos de los pocos futbolistas que permanecieron del ciclo anterior, junto con una serie de juveniles promovidos desde las divisiones inferiores del club. A pesar de que el cuerpo técnico fue claro al comunicarles a varios jugadores que iban a comenzar el año relegados en la consideración inicial, la mayoría de ellos continuó entrenando con el plantel profesional. Lo hicieron con el objetivo de revertir su situación, convencidos de que podían ganarse un lugar entre los titulares o, al menos, integrarse como una opción válida dentro del grupo competitivo. La apuesta por un plantel numeroso y con varias alternativas por puesto respondió a una idea concreta de Delfino: armar un equipo competitivo para una temporada larga y exigente, tanto en el plano físico como en el mental. La Primera Nacional, torneo en el que Colón participa tras su último descenso, se caracteriza precisamente por la irregularidad y la dificultad de mantener un rendimiento parejo durante todo el calendario. Por eso, contar con recambios y variantes resulta clave para sostener la competitividad. El objetivo del entrenador santafesino era claro desde el primer día: disponer, como mínimo, de dos jugadores por cada posición. En líneas generales, esa meta se cumplió, aunque en ciertas ubicaciones del campo hay mayor profundidad que en otras, donde el plantel parece estar al límite. A eso se suma el hecho de que Colón no solo debe afrontar el campeonato de la Primera Nacional, sino también participar en la Copa Argentina, lo que obliga a manejar cuidadosamente las cargas físicas y la rotación del plantel. En ese contexto, la planificación y la gestión de los recursos humanos se vuelven fundamentales. Durante la primera parte del certamen —con 19 fechas disputadas, correspondientes a la rueda inicial de la fase regular— Colón se mantuvo en la zona B del torneo, al igual que en anteriores ediciones. El equipo dirigido por Delfino tuvo un arranque positivo desde lo numérico: logró acumular once victorias, apenas cinco empates y tan solo tres derrotas, que fueron ante Gimnasia de Mendoza, Defensores de Belgrano y San Telmo. A pesar de que su estilo de juego no siempre lograba convencer desde lo estético, los resultados lo mantenían como líder de su grupo, con 38 puntos cosechados en apenas una mitad de la competencia. Sin embargo, en medio de esa estabilidad aparente, se produjo un conflicto interno que terminó afectando al grupo de manera inesperada.

Iván Delfino

El detonante fue un supuesto episodio de índole personal entre dos jugadores importantes del plantel: Alexis Sabella y Ezequiel Herrera. En redes sociales, especialmente en la plataforma X (anteriormente Twitter), comenzó a circular un rumor que señalaba una presunta disputa entre ambos, motivada por una supuesta relación amorosa de Sabella con la pareja de su compañero. La información, carente de sustento oficial, se viralizó rápidamente, generando incomodidad en el entorno del club y encendiendo las alarmas en el vestuario. Ante el revuelo mediático, el propio Sabella tomó la decisión de desmentir categóricamente la versión difundida. Lo hizo de manera escueta pero contundente: con un simple tilde verde en una publicación de una cuenta partidaria de Colón, avaló el mensaje que calificaba de “falsa” a la historia que había comenzado a circular. Cabe destacar que tanto Sabella como Herrera mantienen una relación de amistad muy cercana desde su paso en común por San Lorenzo, club dueño de sus pases. De hecho, ambos futbolistas fueron presentados juntos como refuerzos del Sabalero a comienzos de 2024, lo cual refuerza la idea de que la supuesta pelea no fue más que una invención surgida en redes. La dirigencia del club y el cuerpo técnico, al tanto de la situación, optaron por mantener la calma y no tomaron ninguna medida disciplinaria. En paralelo a esta controversia, se conoció que Sabella había solicitado autorización al club para viajar a Buenos Aires con el fin de resolver asuntos personales. Esta solicitud coincidió con su proceso de recuperación tras una fractura en el escafoides del pie, una lesión que lo mantenía fuera de las canchas. A pesar de las conjeturas y los rumores infundados, Colón no separó al mediocampista del plantel profesional. Su ausencia, entonces, obedeció exclusivamente a razones médicas y personales previamente informadas al club.

Lo que se vivió durante el segundo semestre del año 2024 en Colón no fue simplemente una mala racha futbolística o una seguidilla de resultados adversos. Lo que ocurrió fue mucho más profundo: una auténtica crisis de conducción, de identidad institucional y, sobre todo, de proyecto deportivo. El equipo se desdibujó por completo, sin brújula desde lo táctico, pero también sin liderazgo desde la dirigencia. Esta persona que hoy escribe, ya lo anticipaba el 25 de mayo de 2024, tras la derrota por 2 a 0 ante San Telmo en la siempre complicada Isla Maciel: Colón, cuando tiene que ganar los partidos importantes, simplemente no lo hace. No es un detalle menor ni una casualidad, sino una constante que se ha transformado en un patrón preocupante. En aquel momento, ya se hacía evidente que el ciclo de Iván Delfino mostraba signos de agotamiento. Su propuesta, en otro momento efectiva, se volvió previsible. El equipo se volvió estático y vulnerable ante rivales que ya sabían exactamente cómo neutralizar sus puntos fuertes. Cada adversario le planteaba el mismo partido: le cerraban las bandas, le presionaban la mitad de la cancha y el Sabalero, ante ese libreto repetido, se quedaba sin respuestas, sin plan alternativo, sin creatividad. Era como si la pizarra de Delfino se hubiese agotado y el equipo, arrastrado por la inercia, naufragara sin ideas. Los cambios tácticos no llegaban, las variantes no aparecían, y la falta de soluciones desde el banco empezaba a ser tan preocupante como el propio rendimiento en el campo. Además, resultaba evidente que había jugadores que no estaban a la altura de lo que la situación demandaba. El caso de Ezequiel Herrera fue uno de los más claros: lejos del nivel que exige una camiseta pesada y de una categoría que no perdona errores, su rendimiento se volvió un lastre. Pero más allá de nombres propios, lo que reflejaba el equipo era una falta de jerarquía generalizada. Era difícil encontrar en el once inicial a futbolistas capaces de asumir el protagonismo o de inclinar la balanza en momentos determinantes. A Colón le faltaban piezas clave: no tenía un lateral derecho sólido, ni un volante por derecha desequilibrante, ni un mediocampista central que pudiera imponerse, ni un extremo izquierdo punzante, ni delanteros con peso en el área. La columna vertebral estaba debilitada, y el resto del cuerpo futbolístico apenas se sostenía. Frente a este diagnóstico, que ya no admitía matices ni demoras, el mercado de pases que se avecinaba se convertía en una verdadera prueba de fuego. El «Operativo Retorno» ya no era una consigna de campaña ni un deseo compartido: era una obligación institucional y moral. Y en ese contexto, el principal responsable de poner el mercado al hombro era Víctor Godano. No podía fallar. La planificación deportiva, que en los últimos tiempos fue errática, debía recuperar seriedad y estrategia. Las contrataciones no podían responder a urgencias o compromisos personales, sino a un análisis exhaustivo de lo que realmente necesitaba el equipo para volver a ser competitivo.

La Comisión Directiva, ya golpeada por una larga serie de errores acumulados en la gestión del plantel profesional, se encaminó a cometer una nueva torpeza de gran magnitud. El nombre propio que simbolizó ese desacierto fue el de Rodolfo De Paoli, un relator devenido en entrenador que, lejos de aportar equilibrio y continuidad a un proyecto que pedía solidez, eligió desarticular de raíz la estructura del equipo. Intentó imponer su impronta sin la sensibilidad ni el tiempo necesarios para comprender el contexto, algo que terminó teniendo consecuencias inmediatas. Desde su primera presentación quedó claro que De Paoli pretendía modificar radicalmente el funcionamiento del equipo. Introdujo seis cambios en el once titular y alteró el esquema defensivo, implementando una línea de tres centrales luego de apenas un par de entrenamientos. El resultado fue el que muchos anticipaban: un rendimiento pobre, confuso y desorganizado, que se tradujo en una derrota sin atenuantes en Salta. En total, dirigió apenas seis partidos, de los cuales perdió cuatro y ganó dos, ambos sobre la hora, maquillando rendimientos que nunca convencieron. La caída ante el ya descendido Brown de Adrogué fue la gota que colmó el vaso. Su salida, tan inevitable como apresurada, apenas disimuló la improvisación con la que se manejó su contratación. En paralelo al colapso futbolístico que se desplegaba cada fin de semana, el vestuario atravesaba una crisis interna de proporciones preocupantes. Problemas de convivencia, tensiones entre jugadores y una sensación generalizada de desgobierno hacían que la reconstrucción del grupo fuese no solo urgente, sino también tremendamente compleja. En ese marco, Martín Minella asumió de manera interina, logrando una victoria ante Almagro que sirvió como breve paréntesis antes de un nuevo volantazo en la conducción técnica: la llegada de Diego Osella. Su designación, la tercera en el año, fue una decisión personal de Víctor Godano, miembro de la Comisión Directiva, que no contó con el aval mayoritario de sus pares ni con la simpatía de la hinchada sabalera, que veía en Osella un nombre ya gastado por sus ciclos anteriores. A pesar de la resistencia inicial, el técnico debutó con un triunfo, aunque pronto se instaló de nuevo la irregularidad: perdió un encuentro clave ante San Telmo y empató los otros cuatro partidos que dirigió, incluido el correspondiente al torneo reducido. A tan solo diez días del final de la temporada, Osella también fue despedido, completando así el triste récord de tres entrenadores en un solo año. El paralelismo con lo ocurrido en 2023 resulta inevitable y doloroso, ya que en ese ciclo también desfilaron tres técnicos por el banco y el desenlace fue el descenso. En medio de ese desorden institucional y deportivo, una decisión pareció marcar, al menos simbólicamente, un pequeño paso en la dirección correcta. En la misma conferencia de prensa en que se presentaba a Osella, se oficializó la llegada de Iván Moreno y Fabianesi como nuevo director deportivo del club. El ex jugador rojinegro, con pasado reciente en la institución y un conocimiento profundo del ADN sabalero, arribó con la misión de oxigenar a una dirigencia golpeada y asumir el liderazgo en el área más crítica: el fútbol profesional. Desde el primer momento, su rol fue determinante para delinear el horizonte de trabajo con vistas a 2025. Con pragmatismo y claridad, Moreno y Fabianesi puso blanco sobre negro al explicar sus prioridades: desarmar un plantel saturado y sin rumbo, construir otro más competitivo y elegir con precisión al próximo entrenador que encabece un nuevo proceso. «Necesitamos resolver el proyecto del 2025 con todo un equipo de trabajo que no tenga que ver con una historia reciente, para poder oxigenar un poco toda la dinámica deportiva que nos rodea, que es bastante compleja», expresó con crudeza. Dejó en claro que llegaba con una “escoba nueva” para barrer lo que ya no servía, y subrayó la necesidad de reforzar con jugadores de jerarquía, sostener a los juveniles con proyección y construir una idea de juego coherente con las limitaciones y exigencias del torneo. Habló además del trabajo profundo que se inició en las divisiones inferiores y de una filosofía clara que debe comenzar a instalarse desde la base, algo que Colón viene postergando hace demasiado tiempo.

Entre los refuerzos, sin embargo, los aciertos han sido pocos. Refuerzos como Nicolás Thaller y Brian Negro llegaron con la expectativa de aportar solidez defensiva, pero su rendimiento estuvo muy por debajo de lo esperado. Lejos de brindar seguridad, dejaron dudas sobre su nivel para competir en una institución que, aun en crisis, exige jerarquía y temple. A lo largo de los partidos, sus actuaciones resultaron irregulares, inestables, y eso generó un clima de incertidumbre respecto a su continuidad como titulares. El caso de Marcos Díaz, por su parte, ha sido otro de los puntos más críticos. El arquero, que arribó con el respaldo de una trayectoria destacada, atraviesa un bajísimo nivel. Fue señalado como responsable directo en varios goles sufridos y su falta de firmeza bajo los tres palos se ha vuelto un factor determinante en la fragilidad del equipo. En un plantel que necesita construir confianza desde el fondo, su presente genera más preocupación que tranquilidad. Otro ejemplo es Gonzalo Bettini, quien llegó con buenas referencias pero ha tenido una participación casi nula. Se limita a ocupar un lugar en el banco de suplentes, sin haber demostrado en cancha por qué fue contratado. Uno de los casos más delicados es el de Jorge Sanguina, delantero que arribó para reforzar la presencia ofensiva, pero que apenas pudo entrenar con normalidad debido a un problema crónico en una de sus rodillas. La situación lo obligó a pasar por el quirófano, y desde entonces nunca más volvió a jugar. Esta situación pone en evidencia los riesgos de incorporar jugadores con antecedentes médicos que comprometen su disponibilidad. En la misma línea, José Barreto, que venía de destacarse en San Telmo, estuvo lejos de su mejor versión. Su aporte ha sido mínimo y su adaptación mucho más lenta de lo que el cuerpo técnico esperaba. Las expectativas que se tenían sobre él contrastan con su pobre incidencia en el juego del equipo. A pesar de este panorama desalentador en cuanto a refuerzos, hay excepciones que vale la pena mencionar. Guillermo Ortiz fue uno de los pocos que se mostró sólido y confiable en la zaga central, mientras que Emmanuel Gigliotti, con su experiencia y jerarquía, mantuvo un aporte valioso en materia de goles, aunque en los momentos más críticos del equipo también cayó en una sequía preocupante.

Iván Moreno y Fabianessi

La tierra arrasada que dejó la gestión de José Vignatti no solo impactó en lo financiero, sino también en la estructura formativa. Solo Alan Forneris logró afirmarse como una alternativa confiable en la recta final del campeonato, y su consolidación lo llevó a ser transferido a Racing por 1,2 millones de dólares por el 80% del pase. El resto de los juveniles —Yossen, Taborda, Yunis— apenas tuvo minutos esporádicos que sirvieron para comenzar a rodarse, pero aún están lejos de poder asumir un rol protagónico en el primer equipo. No obstante, por necesidad económica y como parte de una planificación más austera y coherente, se espera que en 2025 el plantel profesional cuente con una mayor presencia de futbolistas surgidos del semillero. El panorama financiero, por su parte, tampoco invita al optimismo. Un dirigente sabalero reconoció en una entrevista con el medio Pausa que encontraron «un club más deteriorado de lo que imaginaban». A los efectos del descenso y los errores deportivos se suman juicios heredados, deudas millonarias y un presupuesto que deberá ajustarse a ingresos notablemente inferiores. Mientras en 2024 Colón todavía recibió aportes considerables por derechos televisivos, en 2025 percibirá los mismos montos que clubes con estructuras mucho más pequeñas, como Talleres de Remedios de Escalada o Mitre de Santiago del Estero. A pesar de este escenario adverso, hay un dato alentador: finalizan varios contratos onerosos que hasta ahora drenaban los recursos del club. Y, sin embargo, si hay algo que enseña la historia de Colón es que la adversidad forma parte de su esencia. Las bases del club no se construyeron en la gloria sino en la escasez, en el sacrificio, en las derrotas y las frustraciones acumuladas. Colón no nació campeón ni disputando copas internacionales: forjó su identidad en campañas sufridas, en las inundaciones, en el barro de las canchas del ascenso, en la lucha cotidiana de los catorce años consecutivos en la Primera B Metropolitana y luego en el Nacional B, entre 1981 y 1995. El ascenso de 2014, aunque celebrado, fue producto de una coyuntura extraordinaria: un torneo de transición que permitió el ascenso de diez equipos en solo cinco meses. Hoy la realidad es mucho más compleja y el camino de regreso mucho más empinado. Colón cayó con un peso simbólico muy distinto: no es el club de 1981, ni el de 2014. Es el campeón de 2021, el que jugó varias Libertadores y Sudamericanas, el que estuvo casi tres décadas en Primera. El descenso, esta vez, duele más. Pero también interpela más. Por eso, no se trata solo de volver. Se trata de cómo volver. De reconocer quién se es. De no repetir errores. De tener memoria, proyecto, humildad y trabajo. Porque si Colón no recuerda quién es, ni la estrella más grande podrá devolverlo al lugar que alguna vez supo habitar.

La renuncia de Marcelo Negrete y los rumores del vestuario dividido

Los rumores estaban a la orden del día y lo que se esperaba era la confirmación oficial. La misma llegó este viernes luego del mediodía, cuando Marcelo Negrete emitió un comunicado expresando los motivos por los cuales renunció a la vicepresidencia del club. La crisis no se detiene y la renuncia del vicepresidente primero se da en un contexto muy complicado, ya que luego de la derrota ante Defensores de Belgrano, Negrete fue increpado por los hinchas. Y además, el martes y miércoles, simpatizantes sabaleros colgaron banderas en la sede del club en contra de los dirigentes y los jugadores. Hace algunas semanas, según la información difundida este mediodía por el periodista Fabián Tavella a través de su programa en La Doce, diversas decisiones recientes adoptadas por el director técnico del equipo habrían provocado un fuerte malestar en el núcleo más influyente del plantel profesional. De acuerdo con esta versión, existe actualmente una notoria falta de comunicación entre el entrenador y varios de los jugadores considerados como referentes del grupo, entre los que se encuentran nombres de peso como Guillermo Ortiz, el arquero Marcos Díaz, Cristian Bernardi y el experimentado delantero Emmanuel Gigliotti. En este contexto, y siempre partiendo la base de que la información revelada por Tavella se corresponda con la realidad, resulta indispensable realizar una reflexión más profunda sobre el presente institucional y deportivo del club. Lo cierto es que situaciones similares parecen repetirse con una frecuencia preocupante a lo largo de los últimos años en Colón, sin importar la categoría en la que compita el equipo. Ya sea en la Primera División o en la B Nacional, los conflictos internos entre jugadores y entrenadores han sido una constante, como ocurrió el año pasado durante la gestión de Delfino, en el conflicto recordado entre los futbolistas Herrera y Sabella. Frente a este panorama, si Andrés Yllana realmente posee la convicción y el carácter necesario para liderar el proyecto, debería asumir una postura firme y transparente. En otras palabras, si considera que hay una operación en su contra o siente que le están «haciendo la cama», debería exponerlo públicamente y tomar decisiones en consecuencia. No puede haber espacio para las medias tintas en este tipo de situaciones. De confirmarse los rumores, lo más coherente sería que los jugadores involucrados en esta supuesta disputa dejaran de ser tenidos en cuenta para las próximas convocatorias. No se puede construir un grupo sólido y competitivo si hay elementos que no están alineados con la idea de trabajo y compromiso colectivo. Por lo tanto, es momento de trazar una línea clara y definitiva. Aquellos que realmente deseen formar parte del proyecto Colón, con todo lo que eso implica en términos de esfuerzo, respeto y profesionalismo, deben seguir adelante y asumir con responsabilidad su lugar dentro del equipo. Por el contrario, quienes no compartan esa visión o no estén dispuestos a adaptarse a las exigencias de la conducción técnica, tienen total libertad de buscar otros rumbos. Como suele decirse en estos casos: el que quiera estar, que esté; y el que no, sabe perfectamente dónde está la puerta. Y acá es donde, inevitablemente, el tiempo vuelve a darme la razón. Los hechos recientes no hacen más que confirmar algo que vengo señalando desde hace tiempo: cuando el vestuario de un equipo está en manos de los jugadores y no del entrenador, el proyecto está condenado al fracaso. Si hoy la situación es caótica con cuatro futbolistas que, según parece, tienen una influencia desmedida en las decisiones internas del equipo, uno no puede evitar preguntarse qué sería de este plantel si encima estuviera presente alguien con el peso simbólico y emocional del “Pulga” Rodríguez. Su sola presencia, en un contexto tan endeble desde lo institucional y futbolístico, podría desbalancear aún más una estructura que ya muestra grietas por todos lados.

Negrete y Temporelli. Eran otros tiempos.

La realidad es que, nos duela o no, Colón se ha convertido en un verdadero cabaret. Las internas, los roces, las divisiones y los egos parecen estar por encima del escudo y del objetivo común. En lugar de construirse desde la humildad, desde el esfuerzo colectivo y desde el compromiso con la camiseta, el club está siendo arrastrado por conflictos personales, decisiones erráticas y una evidente falta de liderazgo genuino. Por eso, tal vez ha llegado el momento de tomar una decisión drástica pero necesaria: dar vuelta la página y empezar de cero, construyendo un plantel nuevo, joven, con hambre de gloria y sin mochilas pesadas que condicionen el día a día del grupo. En esta categoría, el fútbol no se gana solamente con técnica o con nombres rimbombantes. La experiencia cuenta, sí, pero de nada sirve si no va acompañada de entrega, dinamismo y compromiso físico. El fútbol del ascenso exige correr, meter, disputar cada pelota como si fuera la última. Y si a ese despliegue físico se le puede sumar un mínimo de buen juego, tanto mejor. Esa es la fórmula que, durante estos últimos dos años, ha dejado expuesto a Colón una y otra vez: equipos con menos renombre, pero con más sacrificio y orden, han sabido ganarle siempre de la misma manera, con intensidad, con presión, con actitud. Lo más paradójico de todo esto es que, a pesar de la crisis y de las derrotas, me cuesta recordar un partido en el que Colón haya sido claramente superado desde lo futbolístico. Incluso en aquella racha negra donde encadenó seis derrotas consecutivas, nunca tuve la sensación de que el equipo fuera ampliamente dominado o que hubiera una distancia abismal entre Colón y sus rivales. La diferencia estuvo en los detalles, en la actitud, en el convencimiento. Porque cuando el vestuario no está alineado y el proyecto no tiene un rumbo claro, esos pequeños detalles son los que terminan inclinando la balanza en contra. Colón necesita recuperar su identidad, volver a las bases, reconstruirse desde abajo con humildad y con una idea clara de hacia dónde quiere ir. La solución no está en cambiar de técnico cada seis meses ni en seguir apostando por nombres que ya demostraron que no están a la altura del momento. La solución, quizás, esté en empezar a confiar en los pibes, en los que sueñan con triunfar en el club y están dispuestos a dejarlo todo por lograrlo

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