sábado, noviembre 8 2025

Sin jugar bien, Argentina rescató un empate con Colombia. Hace unos días, el colega Leandro Contento en el medio LA NACION publicó: «Thiago Almada está sentado en el sillón del dentista, la cabeza ligeramente reclinada hacia atrás, esperando que el odontólogo lo atienda. La luz blanca del consultorio ilumina su rostro mientras suena el teléfono en su bolsillo. Un zumbido insistente que no esperaba, pero que no puede ignorar. En la pantalla aparece un número desconocido, y su corazón se acelera. No es solo un llamado más: es la conexión directa con su sueño más grande, la oportunidad que lleva esperando desde siempre. Unos minutos antes de entrar al consultorio, Almada ya había recibido mensajes de sus amigos. Poco después, sonó su teléfono con una llamada inesperada desde el celular de Matías Mana, colaborador de Lionel Scaloni. Hasta ese momento, Almada había disputado un solo partido con la selección, un amistoso que terminó con victoria 3-0 sobre Honduras. En ese encuentro, había entrado desde el banco en lugar de Alejandro Gómez. Cuando atendió, del otro lado lo saludó una voz desconocida: “Hola, soy el Gringo”. Él no sabía que ese era el apodo de Scaloni. “¿Qué Gringo?”, preguntó confundido. Entonces escuchó la noticia que cambiaría su vida: el técnico de la selección le comunicaba que estaba convocado para el Mundial. Sin pensarlo dos veces, Almada se levantó del sillón del odontólogo y se fue. Esta vez, el llamado a la Copa del Mundo no debería tomarlo por sorpresa. Su rendimiento habla por sí solo y lo posiciona como una pieza importante del recambio. Autor de un golazo ante Uruguay en Montevideo, que dejó a la selección a un paso de sellar la clasificación a 2026, volvió a lucirse frente a Chile con otra actuación sólida que lo ubica, ahora sí, de frente a su segunda cita mundialista. En 2022, había sido convocado a último momento en reemplazo de Joaquín Correa, desafectado por problemas físicos. Fue entonces cuando recibió aquel famoso llamado mientras esperaba ser atendido en el dentista. En Qatar, Almada apenas sumó unos minutos ante Polonia, ingresando por Alexis Mac Allister, pero logró formar parte de esa gesta inolvidable. En 2024, se quedó fuera de la lista de la Copa América junto a Juan Foyth, Paulo Dybala y Alejandro Gómez. Pero el que mejor entendió el mensaje fue él. El exenganche de Vélez eligió dejar la comodidad de la MLS para ir en busca de verdadera competencia: primero en Botafogo y luego en el Olympique de Lyon. A un año del Mundial, parece tener el pasaje asegurado», comentó.

Luego, añadió: «La mera estadística refleja el crecimiento de Almada en este tramo final de preparación rumbo al Mundial. Tras un período de idas y vueltas, en el que incluso quedó al margen en varias ocasiones, el talento surgido en Fuerte Apache sumó minutos en los últimos ocho partidos oficiales de la selección: Venezuela y Bolivia en octubre, Paraguay y Perú en noviembre, Uruguay y Brasil en marzo, y Chile y Colombia en esta doble fecha que se está disputando ahora. La última vez que no fue convocado fue en septiembre del año pasado, justamente ante la Roja y el combinado cafetero, en una ventana marcada por la presencia de caras nuevas como Giuliano Simeone y Matías Soulé. Mientras algunos, como el Cholito, lograron entrar en la consideración del cuerpo técnico, Almada también recuperó terreno hasta convertirse en una alternativa de peso a la hora de armar el equipo o pensar en la rotación. En cuestión de meses, Thiago Almada se transformó en la primera alternativa para Scaloni ante bajas importantes y demostró su capacidad para adaptarse a distintos roles dentro del esquema. Puede iniciar desde la mitad de la cancha y romper líneas con su desequilibrio en los metros finales, una cualidad cada vez más valorada pensando en una convocatoria de 26 jugadores, donde la polifuncionalidad será determinante. Ante Chile, partió desde la izquierda, pero se movió con libertad por todo el frente: conectó con los volantes, generó juego y lanzó en largo para aprovechar la velocidad, la potencia y el hambre de gol de Julián Álvarez y Giuliano Simeone. Almada es una debilidad de Scaloni, al igual que Ángel Correa, y por eso le dolió dejarlo fuera de la Copa América. Pero más que una decisión, fue una advertencia, un llamado de atención. El técnico quiere a todos sus futbolistas compitiendo al máximo nivel, y eso será un factor decisivo cuando llegue el momento de definir la lista. Almada ya forma parte del staff estable de la selección y, además, se ha ganado la confianza del grupo, tanto dentro como fuera de la cancha: lo buscan, lo respaldan, creen en lo que puede aportar. El jueves, apenas Tiago tomó la pelota en velocidad, Julián corrió en línea recta, confiado en que el pase llegaría justo a tiempo, con la precisión y la pausa necesarias, lista para vencer al arquero.

Por último, mencionó: «Cuando se consagró campeón en Qatar, Almada tenía apenas 21 años y dos meses, convirtiéndose en el jugador más joven en lograr un título con Argentina entre los 69 apellidos que forman parte de esa historia. La cita de 2026 lo encontrará en una etapa distinta de su vida y de su carrera, ya afianzado en el fútbol europeo y también en el equipo nacional. Quedan dos partidos para el cierre de las eliminatorias, instancia en la que Scaloni posiblemente siga probando variantes. Luego llegará el amistoso ante Angola, un compromiso comercial que tendrá lugar en noviembre. No habrá ensayos frente a selecciones europeas, ya que en ese período estarán afrontando sus propio proceso clasificatoria. La posibilidad de una nueva Finalissima ante España, por ahora, sigue sin estar asegurada, también por problemas de calendario. Así, el margen para realizar pruebas antes del inicio de la Copa del Mundo será más limitado de lo habitual, algo que en cierto modo favorece a los que ya vienen sumando minutos, más allá de alguna aparición sorpresiva. Almada ya no necesita mirar el celular con ansiedad mientras espera en la sala de un consultorio. Hoy vive otro presente: juega, rinde, crece y se sostiene en la consideración del cuerpo técnico. A tan poco del Mundial, nadie le quita la ilusión de volver a estar en la lista. Esta vez, no como emergencia, sino como una elección respaldada por su juego y por el gran momento que atraviesa»

Iban 35 minutos del segundo tiempo. Argentina iba, como podía, con mucha impotencia debido a que nunca pudo desnudar el planteo táctico de Néstor Lorenzo. En esa misma ventana de cambios, entró Juan Foyth. Ubicado como lateral derecho en un tramo del partido marcado por el roce y la falta de fluidez, Foyth tuvo escasa participación en el juego colectivo. Su función se limitó a aspectos defensivos, intentando mantener la solidez por su sector en un momento donde las transiciones rápidas del rival eran una amenaza latente. No cometió errores graves, pero tampoco logró ser una pieza destacada dentro del funcionamiento general. Se iba consumiendo los minutos y Argentina iba atacando con mucha gente por derecha, pero siempre interceptaba Lucumí, hasta que llegó el gol de Argentina. Thiago Almada (8), la figura más destacada de un equipo argentino que, en líneas generales, dejó una imagen deslucida y por momentos desorganizada. En un encuentro en el que el funcionamiento colectivo estuvo lejos de lo esperado, el ex volante ofensivo de Vélez asumió con determinación el rol de protagonista, convirtiéndose en el salvador de la noche gracias a su talento, su entrega y su determinación para buscar siempre el arco rival. Desde el inicio del partido mostró una actitud proactiva, intentando construir sociedades que le dieran mayor fluidez al juego ofensivo del equipo. En particular, en el primer tiempo, buscó establecer una conexión sostenida con Lionel Messi, moviéndose por el sector izquierdo y tratando de generar triangulaciones que rompieran la estructura defensiva del conjunto colombiano. Incluso, en algunos pasajes del partido, intercambió posiciones con el propio Messi, demostrando movilidad e inteligencia para adaptarse a las necesidades del juego. La primera situación clara del encuentro llegó a los 21 minutos, en una jugada que tuvo a Almada como principal protagonista. El joven mediocampista combinó con Julián Álvarez, quien retrocedió unos metros para cederle el balón. Almada, con rapidez y decisión, se acomodó para el remate y sacó un disparo potente que obligó al arquero Kevin Mier a una intervención destacada, dejando claro que el duelo entre ambos sería exigente. No fue esa su única participación defensiva y ofensiva significativa: en una acción posterior, cuando Colombia elaboraba una jugada clara de gol y Richard Ríos se disponía a definir al segundo palo, Almada, con un esfuerzo notable, se lanzó al suelo para interceptar el disparo, protagonizando una salvada providencial que evitó el tanto rival. A lo largo del partido, Almada fue de los pocos jugadores argentinos que mostró insistencia, decisión y compromiso con la búsqueda del empate. Luego de la salida de Messi, asumió aún más responsabilidades ofensivas y se desplazó con mayor libertad hacia el centro del campo, la zona donde mejor se desenvuelve y desde la cual puede influir de manera más directa en el ritmo del juego. Fue precisamente desde esa posición que logró su momento consagratorio. En una jugada cargada de carácter, encaró con decisión dentro de la media luna del área, sorteó a varios defensores con una mezcla de habilidad y potencia, y sacó un remate violento y rasante que se metió junto al palo, sellando así el 1 a 1 definitivo. Su gol, además de ser estéticamente impecable, tuvo un valor emocional enorme, ya que rescató a una Selección que parecía encaminarse a la derrota. Sin discusión, Almada fue lo mejor de Argentina en una noche complicada y se ganó, con justicia, el reconocimiento como el héroe del partido.

Argentina y Colombia se transformó en un clásico

No es un clásico, pero en los últimos años, el Argentina-Colombia se transformó en un partido con tinte especial: nos remontamos hacia el año 1993, Domingo 5 de septiembre de 1993. «En Europa yo sería Gardel» dijo Alfio Basile antes del Argentina-Colombia. Y digo del Argentina-Colombia porque aunque hubo y habrá más, por el Argentina-Colombia sólo se puede entender uno, el 0-5 del Monumental en septiembre de 1993, el que encumbró a Valderrama, Rincón y Asprilla y sepultó a varios mitos argentinos, el que supuso un antes y un después en el fútbol de América, el de la famosa tapa negra de El Gráfico. Esa frase altiva del seleccionador Basile hay que entenderla en su contexto. Argentina venía de ganar las dos Copas de América en 1991 y 1993, con explosiones primero de Caniggia y después de Batistuta. Y para los argentinos la derrota en la final del mundial 90 había sido sobre todo un despojo de la FIFA hacia Maradona con el árbitro mejicano Codesal como brazo ejecutor. Hubo regresó como ganador moral, el más peligroso de los títulos. Argentina se sentía inexpugnable, y hasta el cruce con Colombia llevaba 33 partidos sin perder. Todos desde que el propio Basile se había hecho cargo del equipo en un amistoso ante Hungría en Rosario en febrero de 1991. La autoestima albiceleste intacta, pues. El propio El Gráfico batió récords de ventas con la portada en la que Simeone y Goycochea brindaban pajarita al cuello y champán en mano con la Copa América a sus pies. El país futbolero hervía, la euforia se instaló. Ya nadie se acordaba de Maradona, incluso criticado en público. Importante para entender la debacle, las reacciones, también para comprender que nadie levantase la voz cuando Argentina fue aplastada en Barranquilla en el inicio del desastre. Las eliminatorias para el mundial 94 habían arrancado bien, con triunfos en Perú con un zurdazo de Batistuta y en Paraguay en un partido muy cómodo, que engañó a casi todos. Goycochea seguía en forma, Simeone como eje, Redondo había mejorado con respecto a su discreta Copa América de Ecuador, Batistuta las seguía enchufando, incluso Ramón Medina Bello rendía mejor de lo esperado, más allá del límite de sus posibilidades. Pero todo eso quedó en evidencia en Barranquilla. Argentina perdió 2-1, un resultado corto para la diferencia en el campo. Fue un baile colombiano en toda regla. Con y sin balón, porque la presión del equipo de Maturana [Entrevista con el entrenador colombiano en Líbero] ahogó a la albiceleste. La primera vez que Argentina se acercó al área colombiana, un tiro fuera del Beto Acosta justo antes del descanso. Antes Iván Valenciano ya había clavado un zurdazo abajo, en el palo izquierdo de Goycochea. Luego marcó ‘El Tren’ Valencia, los argentinos no tuvieron respuesta alguna ante el toque de Valderrama, Rincón o Lozano pero llegaron los titulares de “no es para volverse locos” o “alguna vez tenía que ser”. El deporte tenía muy poca cabida en los medios de comunicación, las reuniones boxísticas eran clandestinas y los diarios las ubicaban en policiales. Aníbal Vigil, hijo del fundador, fue el primer director de ‘El Gráfico’ (hasta 1923). Así comienza la historia de una de las revistas fundamentales del fútbol mundial que decidió pintar su portada -tapa, en el vocabulario del periodismo argentino- de negro en señal de fracaso tras la derrota en casa por 0-5 ante la selección de Colombia.

Perú desnudó a la selección argentina incluso en los balones aéreos. No era tan difícil sospechar que cuando Percy Olivares, Del Solar, Palacios o Baroni se cambiasen por Valderrama, Rincón, Valencia o Asprilla las cosas serían distintas. Argentina miraba para otro lado, en busca de convertir en un accidente puntual lo que era una realidad futbolística. Y no. Incluso días antes del Argentina-Colombia la albiceleste le ganó a Perú 2-1 pero dejó síntomas muy preocupantes en defensa. Cada vez que los peruanos combinaban por abajo la línea Craviotto-Borrelli-Ruggeri-Cáceres temblaba. Perú desnudó a la selección argentina incluso en los balones aéreos. No era tan difícil sospechar que cuando Percy Olivares, Del Solar, Palacios o Baroni se cambiasen por Valderrama, Rincón, Valencia o Asprilla las cosas serían distintas. La Colombia qua había destrozado por 4-0 a la misma selección peruana que hizo sudar a Argentina. La Colombia que convertiría aquel 5 de septiembre de 1993 en un día histórico. Colombia saltó antes al campo. Tradición es que en Sudamérica el equipo local salte antes, para que el visitante no soporte la presión ambiental del recibimiento. Hasta en eso Colombia se saltó las normas, en una demostración de confianza. La primera vez que agarró la pelota Valderrama se le echaron encima Ruggeri, Simenone y Zapata. La pisó y forzó la falta. La primera pelota que tuvo Argentina, un balón largo a Medina Bello al que tuvo que salir Córdoba. Y Colombia repitió la misma presión cuando perdía el balón con la que había ahogado a Argentina en Barranquilla. Lo que peor llevó la hinchada argentina de la derrota frente a la Colombia de Maturana fue el baño de juego al que fue sometida la selección de Alfio Basile. El Gráfico tituló: ‘Qué lindo es ser colombiano’ en este mítico número de 1993. El reportaje de la revista de Buenos Aires repasa el carisma de aquellas estrellas colombianas que no se libraron del fiasco con su eliminación en el Mundial de 1994. La muerte de Escobar días después de esa derrota terminó de mitificar a aquella Colombia. Uno jugaba y otro peleaba. Eso dolería tanto como los cinco goles, que Colombia humillara a Argentina con la pelota. Con “la nuestra” como se repitió una y mil veces. Sobre todo fue eso. La misma convicción que provocó la ola de críticas a Bielsa tras el desastre del 2002. Argentina puede perder un partido, un título, pero nunca la pelota. Cayeron los goles. El primero, pase de Valderrama que Rincón controla en carrera, recorta a Goycochea hacia afuera y da un pase a la red. El segundo, control magnífico de Asprilla que se cambia la pelota de pie dos veces antes de marcar. Luego Rincón con un derechazo mordido, Asprilla con un toque magistral con la derecha por encima de un empequeñecido Goycochea. Y el quinto, ‘El Tren’ Valencia en la humillación más dolorosa. El primero, pase de Valderrama que Rincón controla en carrera, recorta a Goycochea hacia afuera y da un pase a la red. El segundo, control magnífico de Asprilla que se cambia la pelota de pie dos veces antes de marcar. Minutos finales surrealistas, entre el silencio del bochorno y los rezos para que no marcasen los paraguayos un tercer gol en Perú que hubiese dejado a Argentina fuera del mundial. Luego las comparaciones Zapata-Leonel Alvarez, Medina Bello-Rincón, Gorosito-Valderrama. En todas perdía Argentina. Y con Faustino Asprilla fuera de catálogo, claro. El intocable Goycochea triturado por la prensa, sobre todo en una bochornosa encerrona en el programa televisivo “Tiempo Nuevo” en el que José Sanfilippo le maltrató verbalmente. El “pibe, usted se comió todos los amagues” pasó a la historia de la televisión argentina tanto como la irrupción en el plató del mismísimo Bilardo. La derrota fue peor aun que el 6-1 ante Checoslovaquia en el mundial de 1958, porque fue en casa y sobre todo ante un rival al que Argentina consideraba inferior, al que había superado por sistema, el país al que se habían marchado como maestros ídolos argentinos a finales de los cincuenta, Di Stefano entre otros. Ni el peor de las pesadillas se pensaba en algo parecido. Por eso se solicitó ayuda divina, y llegó Maradona para la repesca con Australia. Hasta seis titulares cayeron tras el Argentina- Colombia, se mantuvieron Goycochea, Ruggeri, Simeone, Redondo y Batistuta. Argentina sufrió, pero se metió en el mundial por la ventana, con un gol de Batistuta pero la certeza de que las cosas nunca serían como antes. Colombia se había encargado de ello. Y no lo fueron.

El 6 de julio de 2021 la selección argentina enfrentó a su par de Colombia en el Estadio Nacional de Brasilia Mané Garrincha por las semifinales de la Copa América 2021 disputada en Brasil. A los 7 minutos del primer tiempo Lautaro Martínez puso el 1 a 0 para los digiridos por Lionel Scaloni, aunque Luis Díaz lo empató a los 16 del complemento. A pesar de que Argentina creó numerosas chances claras de gol —Colombia también tuvo las suyas—, el partido terminó igualado y se definió por penales. Si bien tuvo muy buenas atajadas durante el partido, como la del remate de Juan Guillermo Cuadrado o el cabezazo de Yerry Mina, Emiliano Martínez acabó de transformarse en la gran figura en la tanda de penales. El primer penal lo pateó Cuadrado: si bien a media altura, fue potente y bien pegado al palo derecho del Dibu, que estuvo muy cerca de desviar el balón pero no pudo. Messi puso las cosas 1 a 1 con un remate fuerte, arriba, cerca del poste izquierdo de David Ospina, quien se arrojó hacia el otro lado. Y acá arranca el show del Dibu. «Te voy a comer…», le anticipó a Davinson Sánchez mientras este se acomodaba para ejecutar. «Lo siento pero te como, hermano», dijo dos veces cuando el defensor colombiano comenzaba su carrera hacia la pelota. Finalmente el arquero contuvo un remate fuerte, al ras del suelo, a su palo izquierdo. Rodrigo De Paul tenía la chance de poner a la Selección por delante, pero su tiro se fue por encima del travesaño. Era el turno de Yerry Mina. «¿No me vas a festejar, no»?, le preguntó Martínez —adelantándose hasta el límite del área chica— cuando el defensor cafetero se acercaba al punto penal. Dibu hacía alusión al partido de cuartos de final, donde el colombiano metió su penal en la tanda ante Uruguay y festejó con un dedo en la boca y con un baile. «No, no… Tranquilo», le respondió Mina, con una incómoda sonrisa en su rostro. Pero la guerra psicológica no terminaba allí. «Te ves nervioso eh, te estás riendo pero estás nervioso, eh», agregó Martínez. «Sí», contestó, efectivamente nervioso y con una insegura sonrisa Mina. «Estás nervioso, estás nervioso», le reafirmó el arquero. En ese momento el árbitro le pidió al guardameta que se colocara sobre la línea. Y desde allí Dibu continuó con sus dardos: «Mirá que está un poquito adelante, eh… Está adelante la pelota eh… «, le advertía Martínez cuando su rival acomodaba el balón. «No, está en el punto blanco», respondió el colombiano con una voz suave y apagada. «Si, si, hacete el boludo. Ya te conozco a vos. Te gusta ser canchero», disparó el arquero. Mina se preparaba para patear. «Sí, mirá. Mirá que si me la cruzás te la atajo eh… Mirá que te como hermano, mirá que te como hermano», advirtió nuevamente Dibu, ya cuando el defensor colombiano corría hacia la pelota. Finalmente el ejecutante pateó fuerte, pero a media altura, al palo izquierdo del Dibu, que se tiró, adivinó y desvió el remate. Leandro Paredes puso 2 a 1 arriba a Argentina con un remate cruzado a la derecha del arquero Ospina que se arrojó hacia su izquierda. Seguía Miguel Borja, otro al que Dibu apuntó: «A vos te gustaba hablar, ¿no? En el entretiempo estabas hablando, eh. Sí, mirame», desafiaba el arquero. Luego se da una pelea por ver con cuál pelota se iba a patear el penal. Borja se mostraba confiado y no le prestaba atención a Martínez, que lo acusaba una y otra vez de «estar cagado». «Martínez, Martínez, con palabras de esas no», le pide en buenos términos el árbitro. «¿Dónde va hermano? Te conozco eh. Te gusta mirar, ¿no? Mirame, mirame a la cara», lo seguía desafiando. Pero en esta ocasión Borja le rompió el arco y puso el 2 a 2. Lo gritó con todo, con baile incluido. Lautaro Martínez volvió a adelantar a Argentina con un muy buen remate. 3 a 2. Le tocaba a Edwin Cardona. El mediocampista ofensivo estaba obligado a marcar. Si lo erraba, Argentina estaba en la final. En esta oportunidad el Dibu no dijo nada, pero atajó el remate de Cardona, que fue abajo al palo izquierdo del arquero. Argentina estaba en una nueva final de Copa América. Una que finalmente ganaría 1 a 0 frente al favorito y anfitrión Brasil. En el Maracaná.

Los últimos antecedentes había sido en el bicampeonato de Argentina en la Copa América y en la derrota ante Colombia en suelo Barranquilla. En ese último partido, recuerdo haber comentado que Colombia asumió el control del juego con calma y paciencia, moviendo la pelota entre sus defensores centrales. James Rodríguez retrocedió hasta situarse en la línea de los centrales, buscando recibir el balón y dirigir el juego desde una posición más retrasada. Por su parte, Argentina optó por esperar en un bloque defensivo bajo, alineado en un 4-4-2 con Julián Álvarez y Lautaro Martínez como delanteros. Cuando la selección argentina empezó a notar que los pases de Colombia resultaban algo previsibles, decidió cambiar su estrategia. Fue en ese momento cuando Argentina comenzó a aplicar una presión alta, intentando desorganizar la construcción del juego rival. Rodrigo De Paul se unió a esta línea de presión, a pesar del intenso calor sofocante de Barranquilla, mostrando su compromiso y esfuerzo en cada jugada. En el comienzo del partido, se observó un duelo táctico de pressing contra pressing. Cada vez que Argentina intentaba tomar control del balón y jugarlo al suelo, Colombia respondía con una presión alta muy efectiva. Luis Díaz, James Rodríguez y Luis Díaz se encargaron de apretar bien arriba, buscando incomodar a los defensores argentinos y forzarlos a cometer errores. Colombia, en su afán por desorganizar el juego argentino, intentó algunos cambios de frente, pero estos movimientos resultaron ser algo erráticos y poco precisos. A pesar de estos intentos, el equipo cafetero persistió en su estrategia de salir jugando desde abajo, progresando con el balón dominado. Esta táctica les permitió mantener la posesión y buscar espacios, aunque la presión argentina seguía siendo una constante preocupación. Colombia intentó algunos cambios de frente al inicio, pero estos movimientos resultaron ser algo erráticos, lo que llevó al equipo a optar por salir jugando desde abajo, progresando con el balón dominado. A pesar de los intentos fallidos de cambiar el juego, la selección cafetera mostró su fortaleza en el juego aéreo, ganando en las primeras dos pelotas detenidas que tuvo. Este aspecto se destacó como uno de los puntos fuertes del equipo dirigido por Néstor Lorenzo.

 

Un primer tiempo complicado para la Selección Argentina

En los últimos tiempos, la Selección Argentina debió enfrentarse a una constante: sus rivales le proponen partidos físicos, intensos y con un ritmo muy alto desde el arranque. En ese contexto, Colombia no fue la excepción. Desde el primer minuto del encuentro, el conjunto cafetero decidió presionar bien alto, asumiendo riesgos pero también buscando neutralizar una de las principales virtudes del equipo dirigido por Lionel Scaloni: la construcción desde el fondo, la circulación prolija y la asociación fluida en el medio. Con un planteo táctico agresivo y mucha energía en la presión, Colombia forzó a Argentina a resolver bajo incomodidad, obligándola a salir rápido y, en más de una ocasión, a dividir la pelota. A pesar de ese contexto adverso, el combinado albiceleste intentó hacer lo que mejor sabe y lo que lo llevó a convertirse en uno de los equipos más sólidos y reconocibles del fútbol mundial en los últimos años. Con su característico 4-3-3 como punto de partida, Argentina buscó imponer condiciones a partir de la posesión del balón, apoyándose en su circuito de juego asociativo, en el toque corto, en la movilidad constante de sus mediocampistas y en la identificación del hombre libre. Leandro Paredes (5) se ubicó como el volante central. En épocas donde se habla hasta el hartazgo sobre su posible vuelta al fútbol argentino (a Boca), su actuación fue irregular. Cuando Argentina dispuso la tenencia de la pelota intentó ser vertical, con pases entre líneas. Argentina monopolizó el juego, se hizo dueño del balón y Colombia lo esperaba. Predominaban los pases y la paciencia para poder lastimar. Desde el primer momento, se mostró dispuesto a cumplir con su rol de organizador desde el medio, intentando proyectar el juego hacia adelante con pases filtrados y cambios de frente que buscaban romper líneas y habilitar a sus compañeros en posiciones ofensivas. El compromiso con esta tarea fue evidente en cada intervención, demostrando una predisposición por asumir responsabilidades en la generación de juego. Sin embargo, su desempeño se vio seriamente condicionado por las dificultades que enfrentó en la fase defensiva, especialmente cuando el equipo debía retroceder. En ese aspecto, el mediocampista de la Roma padeció notablemente la movilidad y el dinamismo de los volantes colombianos, quienes supieron explotar los espacios a sus espaldas con una eficacia preocupante. Richard Ríos fue uno de los que más lo incomodó, moviéndose con inteligencia para recibir libre entre líneas y generando desequilibrios en zonas donde el mediocampista argentino debía ofrecer mayor contención. Además, Castaño se sumó a ese despliegue con criterio y energía, desbordando por momentos la capacidad de respuesta de Paredes, quien no logró ajustar su retroceso con la misma eficacia con la que intentaba construir desde la base.

El seleccionado campeón del mundo procuró gobernar el desarrollo del partido a partir de la tenencia y del criterio con el que suele manejar los tiempos, intentando acelerar en tres cuartos de cancha con hasta seis jugadores involucrados en la fase ofensiva, una mecánica que ha dado frutos en otras presentaciones. Sin embargo, a medida que transcurrieron los minutos, comenzaron a evidenciarse ciertos desequilibrios, particularmente en la fase defensiva, que terminó siendo el aspecto más vulnerable del conjunto argentino a lo largo del encuentro. Si bien el equipo mostró una buena actitud para presionar tras pérdida —una de sus señas de identidad más marcadas—, la estructura defensiva no logró sostenerse con la misma eficacia, y uno de los puntos más críticos se localizó en el sector derecho de la defensa, donde Nahuel Molina (3) vivió una noche especialmente difícil. El lateral derecho del Atlético de Madrid tuvo una actuación muy por debajo de lo esperado. Se vio constantemente desbordado por el extremo colombiano Luis Díaz, quien fue, sin lugar a dudas, la figura más determinante del partido. Lucho se mostró imparable por el costado izquierdo del ataque colombiano, bien abierto y con mucha amplitud, explotando su velocidad, su cambio de ritmo y su capacidad para desbordar en el uno contra uno. Molina nunca pudo acomodarse al duelo individual y terminó perdiendo la mayoría de los enfrentamientos, tanto en retroceso como en los mano a mano directos. Las primeras acciones de peligro para Colombia se originaron precisamente por ese sector. En la primera, Díaz sacó un potente remate que exigió una buena respuesta del arquero. En la segunda, James Rodríguez filtró un pase preciso para Machado, que ingresó solo por el sector izquierdo, sin oposición, y terminó definiendo por encima del travesaño en una jugada que pudo haber cambiado el desarrollo del encuentro. Más adelante, en la jugada que culminó en el gol, Molina volvió a quedar expuesto: quedó muy retrasado en la corrida con su rival y no pudo intervenir de manera efectiva en la acción defensiva, lo que terminó por sellar su floja actuación. El bajo rendimiento del exjugador de Boca fue tan evidente que el cuerpo técnico optó por sustituirlo en el entretiempo, una decisión que evidenció tanto la preocupación por su desempeño como la necesidad de corregir rápidamente una zona del campo que estaba siendo ampliamente superada. En líneas generales, su actuación puede calificarse como opaca, muy por debajo del estándar habitual que ha mostrado en otras competencias con la camiseta de la Selección. Así, el partido dejó en evidencia que, más allá del compromiso colectivo con el modelo de juego y del talento individual que posee Argentina, hay aspectos estructurales que deben ajustarse, sobre todo cuando se enfrenta a equipos que optan por una presión alta y un despliegue físico sostenido durante largos tramos del partido. El retroceso defensivo, la cobertura de los laterales y la coordinación entre líneas aparecen como elementos a revisar para sostener la competitividad en este tipo de encuentros, donde la calidad técnica, por sí sola, no alcanza.

Por su parte, Colombia presentó un plan de juego sumamente claro, ejecutado con eficacia y convicción. Bajo el esquema 4-3-2-1, el equipo dirigido por Néstor Lorenzo se mostró compacto, agresivo y vertical, buscando explotar la velocidad de sus extremos y las transiciones rápidas para sorprender a una Argentina que intentaba dominar a partir de la posesión. Desde el arranque, Colombia impuso condiciones, no sólo desde lo físico —con una intensidad notable en la presión alta—, sino también desde lo táctico, donde logró neutralizar los circuitos de juego internos del conjunto de Scaloni, ahogando la salida limpia y obligando a dividir el balón más de lo habitual. En este duelo de estrategias, el triunfo táctico fue claramente para el entrenador argentino que hoy dirige a los cafeteros, quien planificó un partido que desnudó varias de las falencias defensivas de la selección local y que, durante varios tramos del primer tiempo, pareció tener controlado el ritmo del juego. Una de las grandes claves del dominio colombiano estuvo en la figura de Luis Díaz, el talentoso extremo izquierdo que ya había dado muestras de su potencial en 2019, cuando deslumbró con la camiseta de Junior de Barranquilla en la Copa Sudamericana ante Colón. En este encuentro, volvió a ser determinante desde el inicio, mostrando su capacidad de desequilibrio individual, su potencia en el uno contra uno y su lectura para atacar espacios. En los primeros veinte minutos del partido, Colombia generó las situaciones más claras, todas a partir del desequilibrio de Díaz por el sector izquierdo. En una de las primeras, encaró con decisión, desbordó por banda, dejó en el camino a Rodrigo De Paul —que cayó al suelo sin poder contenerlo— y, ya en el vértice del área, sacó un potente remate que exigió la intervención de Emiliano Martínez, quien respondió con seguridad. No fue la única acción clara del conjunto visitante en ese tramo inicial. Pocos minutos después, una buena combinación entre James Rodríguez y Machado volvió a perforar por el costado izquierdo de la defensa argentina. James, con su habitual precisión en los pases filtrados, dejó solo al lateral, que ingresó sin oposición al área, aunque su definición terminó por encima del travesaño, desaprovechando una oportunidad inmejorable. Colombia, en ese primer tiempo, se mostró como un equipo con ideas claras, bien parado, y con un plan de juego basado en la recuperación alta, las transiciones explosivas y la ocupación inteligente de los espacios. Y así fue como, tras varios avisos, llegó finalmente el gol que puso en ventaja a los visitantes. La tercera fue la vencida, como suele decirse. En una acción nacida a partir de una pérdida de Rodrigo De Paul en la salida, nuevamente por el sector derecho, Luis Díaz tomó la pelota, encaró con determinación y, con una gambeta electrizante, dejó en el camino a tres defensores argentinos. Con un remate cruzado, preciso y potente, venció la resistencia de Dibu Martínez y puso el 1-0, un verdadero baldazo de agua fría que silenció por un momento al Estadio Monumental, en una noche fresca que, por la intensidad del juego y por la contundencia colombiana, comenzó a sentirse aún más fría para el público local.

¿Qué haría cualquier selección que estaría ganando 1-0, de visitante y en la cancha de River? Cualquiera diría retroceder. A partir del gol, el dominio de Colombia no sólo se consolidó en el marcador, sino también en el desarrollo territorial y conceptual del juego. El conjunto dirigido por Néstor Lorenzo, lejos de replegarse o conformarse con la mínima ventaja, se adueñó de la pelota con autoridad y madurez, mostrando un perfil de equipo que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Comenzó a mover el balón con criterio, a tocar de primera y a hacer circular el juego con fluidez, principalmente por el costado izquierdo, donde encontró permanentemente espacios que la defensa argentina nunca logró cerrar del todo. Esa superioridad territorial no se tradujo únicamente en metros ganados sobre el campo, sino en una superioridad psicológica y posicional que le permitió jugar con comodidad, sin sentir el asedio de un rival que, por momentos, lucía desorientado y superado. Argentina, en contraposición, cayó en un pozo de incertidumbre. No salía a presionar con la intensidad que la caracteriza; se replegaba en su propio campo sin convicción, cediendo terreno y tiempo a un rival que se sentía cada vez más cómodo. El equipo de Scaloni, desconectado entre líneas, llegaba tarde a los duelos individuales, especialmente en el medio campo, donde los volantes colombianos se imponían con presencia física, lectura táctica y precisión en los pases. La Albiceleste no encontraba los espacios que habitualmente explota con tanta inteligencia y movilidad, y tampoco lograba establecer sociedades ofensivas que le permitieran inquietar al rival. La presión tras pérdida, una de sus armas más efectivas en otros encuentros, no aparecía con la fuerza necesaria, lo que permitía a Colombia avanzar con facilidad desde su campo. En este contexto, vale destacar el sólido comportamiento defensivo del elenco colombiano, que no sólo fue eficaz en la recuperación, sino también extremadamente prolijo en su ordenamiento. El equipo se replegaba con criterio cuando era necesario, adoptando una estructura de 4-5-1 que le permitía cerrar todos los caminos por dentro y obligar a Argentina a jugar hacia los costados, donde la circulación se volvía más lenta y previsible. Cada retroceso era ejecutado con coordinación y disciplina, sin perder la línea ni desordenarse, lo que generó una sensación de seguridad colectiva muy difícil de vulnerar. La línea defensiva, bien escalonada, nunca quedó expuesta a espaldas, y los volantes se multiplicaban en las coberturas y en las ayudas, achicando espacios y neutralizando cualquier intento de progresión argentina. Este pasaje del partido dejó en claro que Colombia no solo fue superior en la intensidad inicial, sino que supo transformar esa energía en control del juego. Lo hizo con inteligencia táctica, con compromiso colectivo y con un funcionamiento que evidenció preparación, estudio del rival y una ejecución impecable del plan de juego. Argentina, en cambio, mostró una versión deslucida, lenta en las respuestas y sin la lucidez necesaria para romper una estructura defensiva tan bien trabajada.

En ese tramo posterior al gol de Luis Díaz, lo que se vio en el campo fue una Argentina claramente desbalanceada, tanto desde lo estructural como desde lo emocional. La Selección, bicampeona de América y campeona del mundo que había mostrado paciencia en la edificación, incluso bajo presión, perdió esa compostura que tantas veces ha sido su sello distintivo. A partir del golpe anímico que supuso el 1-0, comenzó a tomar decisiones apresuradas, forzadas, muchas veces condicionadas más por la urgencia que por el análisis de las situaciones reales del juego. La presión, que en otras ocasiones se manifiesta como un mecanismo colectivo bien aceitado, se volvió errática, descoordinada y con poco sustento. Algunos jugadores salían a presionar de manera aislada, sin el respaldo del bloque, lo que abría espacios a sus espaldas que Colombia supo leer y explotar con inteligencia. La desconexión entre líneas se hizo cada vez más evidente. Los delanteros apuraban las salidas sin que los mediocampistas los acompañaran, los defensores dudaban entre achicar o retroceder, y en ese mar de indecisiones se fue desdibujando la identidad de un equipo que, cuando no encuentra respuestas en el juego, entra en un terreno en el que se vuelve vulnerable. Argentina, entonces, dejó de jugar con la paciencia que la caracteriza, esa virtud que le permite madurar las jugadas, atraer al rival, moverlo de lado a lado y golpear cuando el espacio aparece. En cambio, buscó acelerar los tiempos sin precisión, con pelotazos frontales o cambios de frente sin destino claro, lo que no hizo más que favorecer al orden defensivo del conjunto colombiano. Colombia, en tanto, supo capitalizar ese desconcierto. No solo siguió incomodando en el medio, ganando duelos clave y cortando líneas de pase, sino que además mostró una enorme efectividad en la transición defensa-ataque. Cada vez que recuperaba la pelota, salía rápido, con claridad, atacando los espacios que dejaba Argentina al adelantar líneas sin coordinación. Los extremos picaban a espaldas de los laterales, James distribuía con maestría y los mediocampistas llegaban en apoyo con decisión. Esa dinámica convirtió cada contraataque en una amenaza real, generando preocupación constante en una defensa que, sin el respaldo del bloque, quedaba muchas veces mano a mano o mal parada. Este desbalance no fue solo físico o posicional, sino también mental. La frustración por no encontrar el juego, sumada a la presión del resultado adverso, pareció bloquear a varios futbolistas argentinos, que ya no tomaban las mejores decisiones, ni con la pelota ni sin ella. Y ese cúmulo de errores no forzados, apuros y desconexiones fue lo que permitió que Colombia, sin necesidad de un dominio abrumador, mantuviera el control emocional y táctico del partido, desarrollando su plan con eficacia y obligando a Argentina a jugar muy lejos de su mejor versión.

El desarrollo del segundo tiempo y los cambios

Para afrontar los segundos cuarenta y cinco minutos, Lionel Scaloni decidió realizar dos modificaciones tácticas y también en el once inicial, con la intención de equilibrar un conjunto que hasta ese momento había mostrado ciertas falencias defensivas y dificultades para controlar el ritmo del partido. En primer lugar, optó por cambiar la disposición táctica, pasando de la línea de cuatro defensores a una línea de tres en el fondo, buscando una mayor solidez y control en la zona posterior. En ese proceso, sacó del campo de juego a Nahuel Molina, quien había sido, sin dudas, el jugador que menos había rendido durante esta fría noche otoñal en el Estadio Monumental, particularmente vulnerado por la presencia y las continuas llegadas de Luis Díaz por el sector izquierdo colombiano. Asimismo, también decidió sacar a Rodrigo De Paul (4), quien apenas pudo jugar el primer tiempo debido a un golpe recibido que le impidió continuar en el complemento. El volante, cuyo rendimiento fue discreto y lejos del nivel que se espera de él con la camiseta argentina, no pudo evitar algunos errores clave, siendo uno de ellos la pérdida de la pelota que derivó en la gran corrida de Luis Díaz que terminó en el gol colombiano. Sin embargo, su aporte más significativo durante su corta participación estuvo en los pelotazos profundos y directos que intentó lanzar hacia Molina o hacia Lionel Messi, especialmente cuando este último se ubicaba abierto por el costado derecho, buscando romper la defensa rival con su talento y visión de juego. En contrapartida, para reforzar el ataque y darle mayor dinamismo al equipo, Scaloni adelantó a Nicolás González (6,5) quien respondió con un desempeño destacado a lo largo del segundo tiempo. El extremo, con una incansable entrega, se desplegó por todo el carril izquierdo, cumpliendo un rol dual que combinaba el rigor defensivo con la creatividad ofensiva. Su responsabilidad en la transición fue constante, brindando apoyo tanto a los defensores cuando Argentina perdía la posesión como a los mediocampistas y delanteros cuando el equipo buscaba avanzar con rapidez y precisión. Además, se convirtió en uno de los protagonistas más peligrosos de la segunda mitad. Participó en dos jugadas que pusieron en jaque a la defensa colombiana: en la primera, tras una asistencia magistral de Messi, remató con potencia, pero se encontró con una notable atajada de David Ospina, que evitó el empate. En la segunda, luego de un tiro libre ejecutado por el capitán argentino, sacó un disparo fuerte que impactó en el palo, provocando un suspiro colectivo en la hinchada local. Aunque no logró convertir, su actuación fue una de las pocas luces ofensivas claras del equipo, especialmente en un momento donde la urgencia de un gol se hacía cada vez más apremiante. En definitiva, su rendimiento fue correcto, destacándose principalmente en la faceta ofensiva, aunque con alguna imprecisión en los instantes decisivos que podrían haber cambiado el curso del partido.

Giovanni Simeone (4), quien había sido una de las figuras destacadas en la reciente victoria de Argentina ante Chile en el Estadio Nacional, no logró replicar la misma explosión ni el mismo impacto en este partido frente a Colombia. Desde el inicio, el delantero del Napoli mostró una falta de ritmo y de influencia en el juego, algo que se evidenció ya en su primera intervención. En esa ocasión, la pelota que tocó no fue la mejor de su noche: un pase hacia atrás, erróneo en el timing, que permitió a Luis Díaz recuperar el balón y, de inmediato, lanzarse al contraataque. El colombiano, cuando encuentra espacios como esos, se convierte en una amenaza letal, y fue justamente esa falta de precisión de Simeone lo que permitió que el peligro se acercara aún más al área argentina en esos primeros minutos. A lo largo de los 45 minutos que jugó, el hijo del Cholo tuvo dificultades para entrar en el partido. Su participación en el juego ofensivo fue escasa, y la falta de profundidad por su costado derecho se notó en todo momento. No mostró la frescura ni la intensidad con la que suele caracterizarse, ni la capacidad de desbordar o generar jugadas en las que pueda involucrarse con mayor frecuencia. Los pases hacia atrás, el estancamiento y la falta de movilidad fueron características que marcaron su desempeño, y su presencia en el ataque argentino fue más una opción distante que una amenaza real para la defensa colombiana. Sin embargo, no todo fue negativo en su aporte. Si bien no tuvo intervenciones decisivas ni ocasiones claras de gol —algo que es un referente de su juego—, su actitud y empuje fueron factores clave en los minutos finales del encuentro. En una fase del partido donde Argentina volcó todo su juego hacia campo contrario en busca de una igualdad urgente, Simeone, sin brillar por su capacidad técnica, sí brindó esa dosis de presión constante que tanto necesitaba el equipo en ese tramo. Fue un jugador que, con su dinamismo y energía, empujó a sus compañeros hacia adelante, participando de los momentos de mayor incertidumbre y desesperación por parte de los argentinos. A medida que pasaban los minutos, se hacía cada vez más evidente que Argentina no encontraba los espacios necesarios para desarrollar su juego. La falta de ideas y de claridad fue el denominador común de un equipo que, aunque con posesión de balón, no lograba cambiar el ritmo ni generar peligro real. La circulación era demasiado horizontal, moviendo la pelota de izquierda a derecha sin encontrar un patrón ofensivo claro que pudiera quebrar la sólida defensa colombiana. El repliegue defensivo de Argentina, en ese contexto, fue lo mejor que ofreció en términos colectivos. La línea de tres, reorganizada tras los cambios de Scaloni, brindó cierta estabilidad a la defensa, evitando que Colombia pudiera capitalizar con mayor contundencia los contragolpes y las transiciones rápidas que tan bien habían ejecutado en el primer tiempo.

A medida que avanzaba el segundo tiempo, la defensa argentina comenzó a mostrar algunos signos de mejora, especialmente en las intervenciones de Cristian Romero y Nicolás Otamendi, quienes, a pesar de las dificultades que enfrentaron en los primeros 45 minutos, lograron ajustarse y ofrecer una versión más sólida en el complemento. Romero (7), por ejemplo, mostró un rendimiento notable, superando la compleja tarea de lidiar con la velocidad y los desmarques de los atacantes colombianos. El central del Tottenham, como es habitual en él, fue clave en la salida desde el fondo, mostrando seguridad y corrección cada vez que tomó la pelota. Además, no se limitó a una función puramente defensiva; se animó a avanzar en sus incursiones ofensivas, llegando hasta el área rival en varias ocasiones, y sumando una presencia física importante en las jugadas aéreas y en el cierre de espacios. Aunque la selección argentina no generó muchas oportunidades claras de gol, la movilidad y la participación activa de Romero fueron de los pocos factores que intentaron romper con la estructura de un Colombia bien organizado. En cuanto a Nicolás Otamendi (5), su rendimiento fue más discreto, aunque cumplió con su función de central y mostró solidez en algunos momentos clave. El defensor del Benfica no estuvo ajeno a los problemas de movilidad que sufrieron los centrales argentinos, sobre todo ante la velocidad y el desborde de los atacantes colombianos. De todos modos, supo hacer su trabajo cuando se trató de interrumpir jugadas de peligro. Uno de sus momentos más destacados fue un cruce oportuno para desactivar una acción peligrosa de Colombia cuando Campaz jugó con Machado, quien metió un buen centro para Luis Suárez. El cruce de Otamendi, que terminó mandando el balón al tiro de esquina, evitó una situación de peligro inminente para la Argentina. Aunque algunas veces la velocidad de los colombianos lo superó, en general, se complementó bien con Romero, generando una dupla central sólida, que pese a las dificultades no permitió grandes chances claras de gol para el rival. Por el costado izquierdo, Facundo Medina (5) reemplazó a Nicolás Tagliafico, quien había llegado a la quinta tarjeta amarilla en el encuentro anterior y fue sancionado con suspensión. Medina, que cumplió con su función defensiva, se mostró algo contenido, quizás por la responsabilidad de jugar en un contexto tan exigente y frente a un rival como Colombia. A pesar de sus intentos por proyectarse, no logró la profundidad ni la participación ofensiva que el ex Independiente podría haber ofrecido en el sector izquierdo. En la segunda mitad, con la formación de tres centrales en el fondo, Medina se vio acompañado por el ingresado Nicolás González, quien se encargó de darle apoyo en la marcación. Esta alternancia le permitió a Argentina tener mayor estabilidad en su sistema defensivo, aunque, al igual que el resto de la zaga, Medina estuvo condicionado por la presión constante de los jugadores colombianos, que no dejaban de atacar y de poner a prueba a los defensores albicelestes.

La falta de claridad y de profundidad fue el talón de Aquiles para los de Scaloni

Sin embargo, la falta de claridad y de profundidad fue el talón de Aquiles para los de Scaloni. La pelota circulaba, pero no rompía las líneas, no quebraba el bloque rival, que, como un muralla, desactivaba todos los intentos argentinos de llegar con claridad al área. Colombia, con un trabajo defensivo muy bien coordinado, no permitió que el ataque argentino tuviera fluidez ni progresión, obligando a los jugadores locales a conformarse con toques inofensivos. Los pases se volvían predecibles y poco efectivos, mientras que el juego vertical brillaba por su ausencia. Fue en este contexto donde Néstor Lorenzo, entrenador de Colombia, decidió realizar la primera modificación del partido. A los 11 minutos del complemento, sustituyó a Jaminton Campaz quien, si bien había sido titular por primera vez en la selección, no logró destacar en la primera mitad. Su rol en el campo había sido el de un volante recostado sobre la banda izquierda, pero sin la capacidad de generar desborde o desequilibrio. En los pocos momentos en que participó activamente, fue más atento al retroceso que a la creación, algo que, si bien útil para mantener el orden colectivo, no fue suficiente para dejar huella en un partido de tal magnitud. En el minuto 5 del segundo tiempo, Campaz estuvo cerca de generar peligro en una jugada aislada, pero fuera de eso, su rendimiento fue discreto, sin la chispa ni la capacidad de desequilibrio que se esperaba de él. La entrada de Román por Campaz significó una modificación no solo en el esquema, sino también en la energía del equipo, buscando darle más solidez al mediocampo y proteger la ventaja adquirida. Argentina presentaba una disposición táctica arriesgada, concentrando a todos sus futbolistas en el sector ofensivo, lo que implicaba un alto riesgo. La selección buscaba constantemente el desequilibrio, y Luis Díaz, como siempre, se mostró como una amenaza constante, con su capacidad para desbordar y generar peligro en cada jugada. Sin embargo, a pesar de ese potencial ofensivo, el conjunto campeón del mundo terminó cayendo en una especie de impotencia futbolística. Esta sensación de desconcierto fue tan evidente que incluso Simeone, un jugador experimentado, no pudo evitar caer en varias posiciones de fuera de juego, lo que reflejaba la descoordinación que aquejaba al equipo en ese momento. Por su parte, Colombia tuvo la oportunidad de sentenciar el encuentro en un par de ocasiones. En una de las jugadas más destacadas, Richard Ríos disparó al arco con fuerza, pero Emiliano Martínez (6), quien tuvo una destacada actuación durante todo el partido, se estiró con destreza para desviar el balón. El rebote favoreció a Lucumí, quien rápidamente se aproximó para intentar rematar, pero nuevamente Martínez, con una reflejos impecables, estuvo allí para evitar el gol, realizando otra parada crucial. Sin duda, el arquero argentino tuvo un rendimiento sobresaliente, lo que fue clave para mantener a su equipo con vida en el partido. En cuanto al desempeño global de Martínez, cabe destacar su solidez en el juego aéreo. El arquero mostró seguridad y valentía al anticipar cada pelota detenida ejecutada por Colombia, algo fundamental en este tipo de encuentros donde las jugadas a balón parado pueden cambiar el rumbo del partido. Fue un partido difícil para Argentina, pero la intervención de su arquero y algunos detalles de juego demostraron que, a pesar de la impotencia general, aún había esperanza de mantener el marcador a raya.

Lionel Messi (7) volvió a demostrar por qué, pese a las críticas y a las dudas que giran en torno a su presente físico y futbolístico, continúa siendo un jugador determinante cada vez que se pone la camiseta de la Selección Argentina. Es cierto que muchos lo señalan como un futbolista en el ocaso de su carrera, cuestionando su falta de ritmo o sugiriendo que ya no está en condiciones de ser titular en el equipo nacional. Sin embargo, cada vez que entra al campo, su jerarquía se impone por encima de cualquier análisis superficial, y este partido frente a Colombia no fue la excepción. Fue desequilibrante cada vez que se lo propuso. El 10 mostró una actitud dinámica y participativa, siendo el motor inicial de un equipo que apostó a un juego de pases cortos y asociaciones en espacios reducidos para atraer y luego desarmar la estructura defensiva rival. En los primeros minutos, el capitán argentino se movió con soltura, desbordando técnica e inteligencia en cada intervención. Fue endiablado en ese tramo inicial, tal como ha acostumbrado durante toda su carrera. Una de las primeras acciones de peligro del partido llegó a través de una triangulación rápida en la puerta del área entre Messi y Thiago Almada. El rosarino finalizó la jugada con un remate de derecha que pasó muy cerca del palo izquierdo de Kevin Mier, generando una de las primeras alarmas en el arco colombiano. Ya en la segunda mitad, Messi continuó siendo un factor clave en el ataque argentino, pese a que el equipo en general mostró ciertas dificultades para sostener la intensidad. Aún así, volvió a exhibir su capacidad para asistir con precisión quirúrgica: habilitó de manera magistral a Nicolás González con un pase filtrado que dejó al delantero en posición de remate. El disparo fue potente, pero Mier respondió con una atajada espectacular. En la misma jugada, Enzo Fernández llegó al rebote, pero desperdició una ocasión inmejorable para abrir el marcador. Minutos más tarde, el propio Messi se encargó de ejecutar un tiro libre que exigió nuevamente al arquero colombiano. El rebote, esta vez, le cayó otra vez a González, quien impactó el balón con violencia pero lo estrelló contra el palo, en una jugada que bien podría haber cambiado el destino del partido. A los 32 minutos del segundo tiempo, se produjo un momento que sorprendió a muchos: Lionel Scaloni decidió reemplazar a Messi y dar ingreso a Exequiel Palacios. Una decisión que, por su carácter inesperado, generó interrogantes sobre si se trataba de una sustitución planificada de antemano o si respondió a alguna molestia física o táctica. Lo cierto es que, hasta ese momento, Messi había sido uno de los principales motores el equipo y su salida dejó una sensación ambigua, entre el alivio físico del jugador y la pérdida de claridad en ataque. Aun así, con sus intervenciones, sus pases decisivos y su lectura siempre precisa del juego, dejó en claro una vez más que su influencia permanece intacta. En un equipo que aún busca solidez y constancia, Messi sigue siendo el faro que ilumina cada intento de construcción ofensiva.

Sobre llovido, mojado. Enzo Fernández (2) y un partido para el olvido. Quedó condicionado tanto por su ubicación táctica como por una desafortunada acción que determinó su temprana salida. Durante la primera mitad del encuentro, el mediocampista se posicionó de manera muy fija sobre el sector izquierdo del campo, lo cual limitó notablemente su influencia en el desarrollo del juego. Esta ubicación lo llevó, en varias ocasiones, a superponerse en funciones con Thiago Almada, generando cierta incomodidad en la circulación del balón y una evidente falta de entendimiento en esa zona del terreno. A esto se sumó que el equipo, por decisión estratégica o dinámica natural del partido, volcó preferentemente su juego hacia la banda derecha, lo que relegó aún más la participación de Enzo, quien prácticamente no logró intervenir de manera significativa en la gestación ofensiva. Con el inicio del segundo tiempo, hubo un cambio en su ubicación: pasó a desempeñarse por el costado derecho, lo que le permitió tener una presencia algo más activa y participar con mayor frecuencia en el circuito de juego. Sin embargo, cuando parecía que empezaba a encontrar cierta conexión con el resto del equipo y a involucrarse con más claridad en las transiciones, su rendimiento quedó abruptamente interrumpido. A los 25 minutos del complemento, fue protagonista de una acción desafortunada que terminó por sellar su noche. En una jugada dividida, cometió una infracción grave al propinarle una patada en la cabeza a Kevin Castaño, lo que le valió la tarjeta roja directa. Se lo notó incómodo a Julián Álvarez (5). El delantero del Atlético Madrid tuvo un partido complicado, en el que se lo notó incómodo y exigido en el duelo físico con los aguerridos defensores centrales de Colombia, quienes no le permitieron encontrar su espacio habitual dentro del área. Cada vez que intentó salir de la zona de mayor densidad para buscar asociaciones o generar juego desde afuera, se encontró con dificultades tanto por la presión del rival como por la falta de claridad en el circuito ofensivo del equipo argentino. Aun así, su actitud fue siempre proactiva: no dejó de moverse, presionar e intentar llegar al gol con su habitual velocidad, la cual, por momentos, incomodó a la defensa del conjunto dirigido por Néstor Lorenzo. Sin embargo, ese desgaste que asumió en la presión alta —intentando obstaculizar la salida limpia de los defensores colombianos— terminó pasándole factura cuando debía participar de forma más lúcida en la construcción de juego. Julián no se escondió nunca, pero le costó dejar una huella concreta en el desarrollo del encuentro. A los 27′, Lorenzo metió mano en el equipo: salió Castaño y James Rodríguez e ingresaron Jorge Carrascal y Jhon Arias. Unos minutos más tarde, sorprendió el cambio de Lionel Messi. Algunos dicen que lo pidió, otros que estaba pactado desde antes. lo reemplazó Exequiel Palacios a falta de quince minutos para el final. Pese a la dificultad que implica asumir el lugar del capitán, cumplió un rol importante en la mitad de la cancha. Su presencia permitió recuperar equilibrio en una zona que se estaba desordenando, y aportó claridad en la distribución, con intervenciones sencillas pero efectivas que ayudaron a sostener el resultado e incluso a sostener los últimos intentos ofensivos del equipo.

En el tramo final del encuentro, marcado por la fricción constante y la falta de fluidez en el desarrollo del juego, se produjo una modificación significativa en el esquema del seleccionado argentino: el ingreso de Juan Foyth. Ubicado como lateral derecho, su participación estuvo claramente orientada al plano defensivo, en un contexto donde las transiciones rápidas del equipo colombiano representaban una amenaza constante. El ex Pincha mostró disciplina táctica y concentración para sostener la estructura defensiva por su banda, aunque su influencia en el juego colectivo fue limitada. Sin protagonizar errores determinantes ni intervenciones sobresalientes, su presencia cumplió un rol funcional: contener y cerrar espacios. Mientras tanto, Argentina comenzaba a volcar su ofensiva hacia el sector derecho, sumando hombres al ataque, pero repetidamente se topaba con la firmeza de Lucumí, quien supo anticipar y neutralizar cada intento. Fue recién a los 35 minutos del segundo tiempo cuando llegó el momento determinante para la Albiceleste. Thiago Almada, quien ya venía destacándose como la figura más lúcida del equipo, rompió el cerrojo colombiano con una acción individual de jerarquía. En una noche marcada por la falta de cohesión y claridad en el funcionamiento colectivo, Almada asumió un rol protagónico con determinación, desplegando talento, intensidad y valentía en cada intervención. Desde el arranque del partido dejó entrever su voluntad de construir juego, buscando generar asociaciones que dinamizaran el ataque, especialmente por el sector izquierdo, donde intentó establecer conexiones con Lionel Messi. Incluso, en ciertos tramos del primer tiempo, intercambió posiciones con el propio capitán, mostrando inteligencia táctica y capacidad de adaptación para responder a las demandas del partido. Con la salida de Messi, Almada asumió aún más protagonismo y comenzó a moverse con mayor libertad hacia el centro del campo, su hábitat natural, desde donde logró influir de manera más directa en el ritmo del juego. Fue precisamente en ese sector desde donde emergió su momento consagratorio. Con el marcador adverso y el tiempo en contra, encaró con decisión dentro de la media luna, eludió a varios defensores con una combinación de técnica y determinación, y definió con un remate rasante, esquinado e inatajable que se clavó junto al palo. El 1 a 1 no solo significó un alivio en el resultado, sino que simbolizó la rebeldía y el carácter de un futbolista que, en medio de la confusión general, supo elevarse por encima del resto. Su gol, además de impecable desde lo estético, tuvo un peso emocional incalculable: rescató a una selección que parecía condenada a una derrota inevitable. Sin lugar a dudas, Almada fue el mejor de Argentina y se ganó con creces el reconocimiento como el héroe del partido. Los minutos finales se cargaron de tensión y dramatismo.

Colombia, impulsada por un notable Luis Díaz, estuvo cerca de llevarse el triunfo en una jugada agónica. El delantero desbordó y envió un centro pasado que él mismo conectó de cabeza, pero su remate se estrelló en el poste izquierdo de Emiliano Martínez, silenciando por un instante al estadio Monumental. A falta de cinco minutos para el cierre, el entrenador Lionel Scaloni decidió realizar una última modificación táctica: Leonardo Balerdi ingresó en lugar de Almada, un cambio que evidenció un viraje hacia la conservación del empate en un momento de máxima presión. Aunque Balerdi no tuvo demasiada participación con el balón, cumplió eficazmente su función de reforzar la última línea y cerrar los espacios que Colombia intentó explotar en busca del gol de la victoria. El cierre fue vibrante y caótico. El estadio Monumental se transformó en un hervidero, y el juego derivó en una batalla física donde primaron las infracciones, los roces y las exageraciones. La igualdad final terminó premiando el espíritu combativo de una Argentina que, pese a su juego deslucido y fragmentado, encontró en Almada una luz en la oscuridad. Al mismo tiempo, el empate castigó a una Colombia que, quizás por exceso de cautela, no se animó a creer del todo en su posibilidad de dar el golpe final. Luis Díaz, figura estelar del conjunto visitante, mereció más que un punto, pero sus compañeros no supieron acompañar su entrega con la ambición necesaria para cerrar una noche que pudo haber sido histórica.

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